26.12.14

Cuento de Navidad


El labio inferior de tía Lucía temblaba visiblemente. Estaba cortando el asado en pequeñas rodajas, como de costumbre, porque siempre traía un pavo bien criado de su granja a la cena de Navidad. La carne cedía ante el filo del cuchillo no sin cierta dificultad. Entre el calor de la cocina y el esfuerzo que llevaba realizando desde hacía varias horas, a tía Lucía le caían visibles gotas de sudor por la frente que se secaba eventualmente con la manga de su jersey de punto. El primo Fernando se ofreció a ayudarla con el pavo, cosa extraña en él, ya que solía ser bastante torpe a la hora de realizar cualquier tarea manual; no digamos una en la que se emplease una herramienta relativamente peligrosa. Sin embargo tía Lucía suspiró aliviada y le cedió el cuchillo, para después caminar apresuradamente hacia el comedor llevando en su mano izquierda una bandeja llena de bebidas que repartió generosamente entre los futuros comensales. Pronto la abuela Felisa comenzó a hablar de Toqui, su gato tuerto, que se arrastraba penosamente debajo de la mesa central mientras olfateaba el suelo de forma obsesiva. La abuela Felisa, que tenía un volumen de voz considerable, se reía ruidosamente entre pequeñas convulsiones que hacían tintinear las decenas de pulseras que adornaban sus huesudos brazos. Le faltaban varios dientes y cuando respiraba con la boca abierta se podía ver su horrible cavidad oral mellada mientras se escuchaba el silbido suave pero agudo y repetitivo del aire pasando a través de las oquedades de su dentadura. Contaba una vez más cómo Toqui perdió el ojo en una sanguinaria lucha contra otro gato en la que su rival salió peor parado que él, por lo que la abuela Felisa decidió ahogarlo en un barreño de agua. En cambio a Toqui le concedió su compasión por haber ganado la pelea. Todos rieron.

Hilario se hurgaba la nariz concienzudamente. Era mi primo menor, un sucio alfeñique tres años más pequeño que yo. En cambio, yo había cumplido con orgullo en la última semana de noviembre la magnífica cifra de diez años. Todo el mundo sabe que cuando cumples diez años eres una niña mayor, que debe dar ejemplo a los primos menores y, con seguridad, más estúpidos. Pegué una rápida cachetada a Hilario en la mano y lo miré con reprobación. Primo Hilario respondió con una onomatopeya de sorpresa, pero nada le impidió llevarse la mano a la boca, ante lo que hice una mueca de asco. Papá contaba animadamente su última trifulca con el banco arrancando las risas de su cuñado Jorge, que se pegaba palmadas en las rodillas sin parar, haciendo un sonido como de cerdo mientras balanceaba adelante y atrás su orondo cuerpo sobre la silla diminuta que tenía debajo, la cual crujía amenazando con ceder y romperle la cadera. Primo Hilario me tiró del pelo en un descuido y yo le mordí, así que empezó a llorar con estruendo, pataleando cual cucaracha boca arriba, mientras me señalaba con el dedo y me llamaba mala puta entre berridos. Mi padre se levantó en ese momento y me cruzó la cara dejándome una sensación de ardiente picazón, para después sacudir a Hilario violentamente y amenazarlo con dejarle sin comer si seguía diciendo palabrotas. Con cierto rencor hacia la actitud de mi padre, aproveché un momento en la que la abuela Felisa entretenía a todos contando batallitas de su padre, un importante militar, para escabullirme a la cocina, donde el primo Fernando estaba destrozando el pavo con el cuchillo. Pregunté al primo Fernando dónde estaba la salsa del pavo y él me indicó que estaba en el frigo, así que lo abrí y admiré la fuente que contenía un líquido escarlata pálido. Eché una ojeada al primo Fernando, que seguía cortando el pavo concienzudamente, y entonces escupí varias veces en la salsa. Quería regocijarme en secreto mientras todos disfrutaban de la cena. Cuando cerré el frigorífico noté que el primo Fernando estaba detrás de mí. Cómo está mi prima favorita, me preguntó, y entonces puso una mano en mi cintura y empezó como a bailar detrás de mi espalda de una forma extraña. Se ensalivó entonces la otra mano y la introdujo poco a poco, despacio, en mis braguitas. Cosquillitas secretas, las llamaba él. La verdad es que las cosquillitas del primo Fernando me gustaban, aunque sabía que había algo que no estaba del todo bien en ello. Después de un rato suspiró muy fuerte, me dio un beso en el pelo y dijo que tenía que seguir cortando el pavo.

Volví con el primo Hilario, que ahora tiraba a Toqui del rabo y éste le bufaba y se retorcía. El abuelo Rodrigo encendió su pipa gastada, así que fui hacia él y me senté en sus rodillas. Me divertía que hiciera aritos con el humo, aunque a veces la abuela Felisa le decía que se iba a morir de cáncer y él dejaba de fumar, fastidiándome todo el juego. Mientras intentaba cazar los aritos del abuelo con las manos, se oyó un grito fuerte en la cocina. Mi padre acudió raudo y vio cómo el primo Fernando tenía la cara muy blanca mientras que de su mano brotaba sangre. La herida era profunda, y pronto el suelo se manchó. La abuela Felisa corrió a taponar la herida, pues había sido auxiliar de enfermería en otro tiempo, y detuvo un poco la hemorragia. Papá dijo que llevaría al primo Fernando al hospital, que quizá habría que dar puntos. Primo Hilario me dijo que quería ver la sangre antes de que la limpiaran, así que me cogió de la mano y me llevó a la cocina, donde la sangre del primo Fernando seguía en el suelo. Primo Hilario se manchó los dedos de ambas manos con la sangre a propósito y, con muy mala idea, me los acercó a la boca diciendo que me iba a pintar como a una princesa. Entonces se me tiró encima y me llenó la cara con la sangre del primo Fernando. Cuando por fin me alcanzó en los labios, gritó triunfal que era la princesa roja y me dio un beso en la boca lleno de babas. En ese momento alguien entró en la cocina. Cuando miramos, el labio inferior de tía Lucía temblaba visiblemente.


17.12.14

Domingo de larga luna


CRECIENTE

Diana entró en mi habitación y se sentó en mi cama sin pedir permiso.

Acabo de hablar con Víctor. Otra vez se ha enfadado porque ayer me llamó mi ex. No puede entender que no tiene por qué tener miedo, que sólo somos amigos y ahora Alfonso está pasando una mala racha y no tiene a nadie. Es la quinta discusión que tengo con Víctor por este tema, no sé qué hacer, me tiene harta... él habla con su ex todo lo que quiere y yo no me meto, no entiendo por qué se pone tan celoso. Qué bien que no tienes problemas de este palo, los hombres están locos. Seguro que haces lo que quieres cuando quieres y no tienes que dar explicaciones a nadie.

Me soltó todo eso y no supe qué decirle. “Sí, las relaciones son complicadas” o... “tal vez necesitáis equidad en vuestra relación” o... “yo qué sé, cuando sea mayor sólo quiero ser la tía borracha”. La verdad es que al igual que ella, yo tampoco sabía sobrellevar en ocasiones el modo en que me conducía la vida. A veces me sentía tentada de ir haciendo encuestas por la calle para saber cómo lo llevaban los otros, del tipo: disculpe, señor, ¿es usted soltero? ¿cómo lleva la soltería? ¿es de los que encadenan relaciones superficiales porque tiene pánico al compromiso o piensa que alguna de esas mujeres realmente aportará algo a su vida? ¿intenta convertir cada relación, por poco significativa que sea, en algo más por temor a quedarse solo? ¿y qué me dice de usted, señora, que está tan callada? ¿le gusta el momento de ir a la cama por la noche a relajarse con un libro o se desespera dando vueltas porque echa de menos tener a alguien que le prepare el café por la mañana? ¿aguanta bien la presión social de tener que vivir en pareja a cualquier precio? ¿cree que podría convivir con alguien? ¿cree que podría volver a aguantar las manías de otro?... pero obviamente sería tachada de impertinente, aunque el estudio sería sumamente interesante.



LLENA

Mi amante me besó:

Tienes el corazón frío.

No respondí.

¿Me quieres?

Te quiero —dije.

¿Pero cómo le quería? Yo ya no sabía cómo era el amor. Los incendios pasionales eran devastadores y me aterraban... ¿pero acaso unas brasas eran suficientes? Apreciaba demasiado la calma para arriesgarme a una quemadura. Había aprendido a ser feliz estando sola, pero también a saber ser infeliz. Sabía lo que era estar llena de ácido, tener tanto dolor dentro como para no ser capaz de hacer nada con él y después sólo sentir... miedo. Una vez has sentido lo que el amor puede hacer contigo le tienes miedo. Y es un pánico que no se te va de la mirada.

No me hagas preguntas difíciles, limítate a ser. ¿Ser hasta cuándo? La bandera blanca se acaba y la guerra puede llegar en cualquier momento. La incertidumbre mata. Hay quien prefiere construir castillos en el aire, pero castillos, y yo me conformo con una casa sólida que me resguarde mañana de la lluvia. Pero cuando eres tu propia casa, tu propio escudo, tu propia espada... ¿qué le queda ser a los demás? ¿dónde deja eso al amor?



MENGUANTE

El final y el comienzo, el final siguiente y el comienzo, el próximo comienzo y el final que le corresponde. ¿Por qué la vida se resiste tanto a ser un continuo, un remanso de paz?

Selene, ¿realmente te quieres casar?

Sí, estoy segura de que será para siempre. No me imagino mi vida sin él.

Me dijiste lo mismo de Jorge cuando tenías quince años.

No seas idiota. Llevamos seis años juntos, nuestras familias se conocen y somos felices. Es el próximo paso.

¿ES el próximo paso?

Te conozco, me quieres liar.

Sólo digo que hace tres meses te planteaste mandarlo a la mierda... ¿y ahora te quieres casar? ¿tienes garantías de que no volverá a ocurrir?

No, pero el amor es así. Está lleno de malas rachas, pero si compensan con las buenas...

Creo que te estás autoengañando. Lo que ocurre es que te angustia romper la relación y prefieres sellarla antes que plantearte el marcharte porque te da miedo.

La historia de Selene sí que me daba pánico. A punto de apretar el gatillo contra sí misma y aún queriendo convencerme de que era lo mejor. Su noviazgo, de un tiempo a esta parte aburrido e insulso, incluso triste y asfixiante, se había vuelto a transformar en un cuento de hadas gracias a la idea de la boda. No podía culparla por intentar recuperar la ilusión, pero el matrimonio era un contrato demasiado serio para tomárselo como la solución a problemas que ya estaban allí y tenían pinta de querer quedarse. No quise abrumarla con pesimismo. O realismo. Ya sabía lo que yo pensaba. Destilando purpurina emocional desde el más puro histrionismo pusieron uno a uno los clavos a su ataúd el catorce de agosto.

S-í/q-u-i-e-r-o.



NUEVA

Estaba harta del baile de máscaras: que una invitación a cenar pretenda convertirse en sexo, comenzar a salir con alguien, el cine de los miércoles, los viajes, la presentación de la familia política, el reparto de fechas anuales importantes, los celos, los berrinches, los polvos de reconciliación –que para mí eran como los unicornios: de ellos no sabía nada, pero hay quien aseguraba que existían-; y que luego toda esa inversión se tradujera en pérdidas. Pérdidas de tiempo y de dinero, pero aún más allá... no saber qué hacer una vez la relación caduca, despedirte de la -generalmente- escasa familia política que te caía bien -y aquí ya introducimos el tiempo verbal en pasado-, a la que incluso habías llegado a tener cariño, aprender a ser ex, rencor, pensamiento de segundas oportunidades, estepas cubiertas de hielo, distancia, distancia. Estaba cansada de romper con personas, costumbres, familias y lugares. Estaba cansada de romperme una y otra vez.

Pues estás empezando —me dijo Blanca.

En absoluto. Estoy terminando.


Oh, sí, que termine todo, por favor.
De una puta vez.






El domingo era eterno:
la agonía nunca terminaba en lunes,
pero tampoco traía la promesa del viernes.
Mientras tanto, la luna seguía girando.

11.12.14

Tiempos inmóviles

Fijáos a vuestro alrededor... ¿vosotros diríais que ésto es progreso? Poco a poco van marcando el paso los hombres grises, las manos invisibles, los señores del oligopolio; encorsetando aspiraciones, metas y sueños. El conejo de Alicia se escapa a medida que avanza la deforestación. Silencian nuestras lenguas y procuran vendar nuestros ojos con cánticos de sirena. Adáptate o quítate de en medio, no ves que entorpeces la escala hacia un mundo plano y decolorido donde la cafeína no despierta demasiado y el alcohol no puede desatar pasiones que no están ahí. Súmate al carro, suma basura, suma desencanto. El desgaste, la guerra cotidiana es para los locos; tengo aquí un sistema en el que, si renuncias a todo lo que eres, encajarás perfectamente y se te permitirá vivir. Sé valiente, transfórmate en esclavo.

El consuelo para los díscolos sólo lo encontramos mirándonos a los ojos unos a otros. Lo que resta es tiranía sin medias tintas, sin lugar para la objeción, la cuestión, la certidumbre de que hay algo mejor que no nos quieren dejar alcanzar.

Y mientras los tiempos en apariencia inmóviles se estancan en los corazones de muchos, unos pocos tendremos que optar por seguir agitando conciencias.

Sea, pues, el pensamiento el último acto de rebeldía.

7.12.14

Sesenta inviernos en un instante

El 29 de diciembre, la víspera de tu cumpleaños, te vi sentado en el banco de un parque por casualidad. Contra todo pronóstico, parecías un elemento integrado a placer en aquella escena. Tú, que tanto huías de las imágenes costumbristas, allí estabas protagonizando una: el cabello plateado cayéndote por las sienes y el lago del parque reflejado en tus ojos, dando de comer distraídamente a las palomas.

Después de tres décadas sin vernos, me pregunté qué sería de ti, qué te había arrastrado hacia aquel lugar cuando jurabas que nunca terminarías así. Entonces comencé a recordar aquella noche del 30 de diciembre de hacía tanto tiempo, cuando decidimos encerrarnos en la casita de Andrin que habías acabado de heredar. Odiábamos las fechas que se nos venían encima, año nuevo, vida nueva, porque nosotros estábamos contentos con la que teníamos y sólo deseábamos que el mundo siguiera corriendo sin nosotros; detenernos en aquel momento, cerrar la puerta y echar la llave. Y así lo hicimos.

Probablemente recordarías mi cara de estupefacción cuando sacaste una botella de champán de la bolsa de bebidas que habíamos acordado que correría de tu cuenta, porque yo llevaba la cena. Y riéndote de mí, la agitaste y la abriste rociándome de espuma, asegurándome que habías traído vodka, vino, tequila y whisky, y que dejase de sufrir. Te quité la botella de las manos y vacíe todo el contenido restante encima de ti, disfrutando de cómo el champán se deslizaba por unos cabellos que por aquel entonces mantenían vivo su color. Entonces me besaste, me agarraste por la cintura y apagaste la única luz que nos iluminaba en la estancia. Solías decir que en la completa oscuridad yo siempre sabía ser más cómplice. Y no te faltaba razón.

Encendimos la chimenea al cabo de dos horas y me hice un ovillo junto al fuego. Tú me observabas a distancia, decías que te gustaba verme interactuar con los objetos de mi alrededor, ser testigo de cómo me desenvolvía -a menudo peor que mejor- en la vida. Siempre me pones contra las cuerdas con tus silencios, me dijiste, porque parece que estás haciendo una pregunta incómoda a alguien que no sabe la respuesta, o que la conoce tan bien que no quiere decírtela.

Sonreí sin mirarte.

***


Tu perfil curtido por el sol y el viento de meses desconocidos para mí se me antojó muy hermoso. Tal vez si te dabas la vuelta descubrirías que el tiempo también se había portado bien conmigo, querrías explorar con tu espalda las grietas de mis manos. Tu abrigo blanco apenas hacía contraste con la nieve que te rodeaba, casi te camuflabas con el paisaje. Un día me dijiste que nuestra atracción era inevitable porque tú habías nacido en pleno frío y yo al calor de la primavera, que mis dedos te abrasaban y te herían los labios cuando los acariciaba y yo no soportaba tus brazos de nieve alrededor de mi cuerpo, pero al mismo tiempo los necesitaba para no morir en un incendio por la noche. No te costaba inventar excusas para justificar aquello que no comprendíamos del todo, y a menudo me reía de que las envolvieras en palabras almibaradas como ésas, porque después no te importaba tumbarme sobre la mesa de la casa de tus padres con insolencia hasta que se me secaban los labios de tanto gritar. En aquella época dejabas poemas desperdigados por mi casa en rincones ocultos, y yo siempre los leía cuando los encontraba por sorpresa semanas después de que te hubieses marchado. En ellos hablabas de imágenes ficticias, de realidades que nunca llegarían a ser o a existir, pero los leía con avidez como si fueran instrucciones necesarias para la vida cotidiana o poemas de amor dedicados a nosotros; porque sabía que cada palabra dibujaba fantasías que te pertenecían tanto como cuando susurrabas que me querías con un apretón de manos o silbabas mi canción favorita. Nunca te dije todo lo que necesitaba tus poemas para seguir sobreviviendo a los largos inviernos en los que no estabas.


***


Ahora, en el banco, te espiaba una vez más sin que lo supieras. Me sentí tentada de hacerte una foto en ese momento y marcharme sin más, enviaŕtela por correo con algunas palabras en la parte de atrás e imaginar tu expresión cuando la recibieses; pero desconocía tu dirección, igual vivías en aquel parque ahora, como cuando te conocí. Sólo los vagabundos saben follar como astronautas, afirmaste convencido cuando te compré un póster de la nave Enterprise, tu único negocio para sobrevivir. No me gustan los astronautas, contesté, como si fuera lo más natural del mundo que un desconocido me soltara algo así. Cómo es eso, preguntaste, si tú eres una de ellos. Precisamente, contesté. Lo he sabido nada más verte, proseguiste, porque estás conformada de antimateria y yo soy muy sólido. Entonces se producirá entre nosotros la aniquilación mutua, sentencié. Desde luego, comentaste levantándote del suelo y acercándote a mí con una sonrisa, has contestado que te disgustan los astronautas, no los vagabundos. Y nos besamos.


***


Nuestras conversaciones siempre fueron demenciales, parecíamos dos locos escapados del psiquiátrico con la misma afección mental. A menudo la gente que nos escuchaba hablar en los cafés se levantaba de las mesas contiguas a la nuestra con cierto escándalo y rubor. Luego descubrí que además de vagabundo eras astrofísico por afición y que habías dejado una licenciatura a medio terminar. También me dijiste que no habías encontrado a nadie que te diese una respuesta inteligente a tus enigmáticas preguntas y que te gustaban las personas que aceptaban las singularidades con tranquilidad. 

Siempre sonaba The Animals cuando bailábamos en el parque.


***


Llevo media hora esperando a que te sientes conmigo, dijiste alzando la voz desde el banco. 

Sonreí. Cómo sería el frío de sesenta inviernos entre tus manos.

29.11.14

Errando


A veces me pregunto
si tan sólo unos pasos nos separan,
cómo será la distancia que nos una.

Si podré abrazarme a ti
como los árboles al cielo
se agarran con sus ramas.

Si podrás ser esa mancha de tinta
dispersa en mi océano:
concentrada en ninguna parte,
pero estando en todas ellas.


21.11.14

Eros en tus ojos


Se miraron y se vieron. El animal que hay en ti, el animal que hay en mí. No sé si a ti te suele pasar... a mí no me había ocurrido nunca. Supe que las palabras sólo nos entorpecerían, nos distanciarían y que todo serían obstáculos, porque es lo que sucede cuando dos miradas conectan de ese modo: que falla todo lo demás. Supe que no habría preguntas, ni cuestiones y que caminar a tu lado ya lo aclararía todo. Apenas podía contener la emoción de tenerte delante, por eso estaba tan callada. Tuve miedo. Miedo porque lograste que me temblase la voz, porque pensé que podría quedarme encerrada en tu mirada y que no haría nada para querer salir de allí. Tú, que eres el más sabio de los dos... ¿cómo se silencian las miradas que hacen tanto ruido?

Sé que cometo errores sólo con respirar. Soy tan impaciente. Últimamente me sentía muerta si no saltaba al ruedo, a sabiendas de que siempre vuelvo con cicatrices y los pies llenos de barro. Me busco demasiados problemas por ser tan escapista, como si la vida de por sí ya no fuera bastante.

Hace mucho que no vivo de certezas y ya no sé cómo conducir todo ésto. Soy una apuesta continua, lo que siempre quise para escribir, porque seguí el consejo de un viejo amigo que me dijo que para escribir primero había que vivir... pero te confesaré que en ocasiones me duele tanto imaginar.


Me canso de historias, de canciones y utopías... y sólo querría descubrirte en un colchón todo lo que te haría.

8.11.14

Los hombres que me dejaron escapar


DANIEL

A sus cincuenta años estaba tumbado en la cama completamente desnudo, tan sólo tapado con una sábana blanca que lo cubría de cintura para abajo. Le conocía desde hacía muchos años, le había visto crecer y jugar, tener varias novias y acabar dos carreras, aunque a quien realmente había visto de cerca era a sus padres. Podría ser cierto eso de que yo era una mujer anticuada que comulgaba bien con gente madura.

Daniel estaba con los ojos fijos en el techo cuando entré en su habitación. Era el hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo. No se percató de mi presencia y vi cómo una de sus manos se deslizaba bajo la sábana y comenzaba a acariciarse despacio. Ver cómo iniciaba aquel ritual hizo que el corazón se me disparase y se me humedeciesen los labios. Sentí la quemazón entre mis piernas. Me aproximé poco a poco a su cama, pero él había cerrado los ojos y no me vio. Yo era tan silenciosa como un gato. Estaba tan cerca de él que sentía cómo su respiración se volvía más agitada y eso agitaba la mía. Quise besarlo dulcemente en ese instante y sentir su orgasmo salpicar en mi pecho, pero algo me detuvo. Me alejé unos pasos y pude ver cómo se arqueaba su espalda entre espasmos de placer.

NACHO

Tenía veinte años y los ojos verdes. Se había enganchado a la heroína muy pronto. Entré en el mismo ascensor que él en aquel edificio en ruinas, como dos niños traviesos, y vi cómo se metía el último pico. Lo agarré fuertemente por la cintura y dejé que mi lengua recorriese su cuello despacio. Él se estremecía entre mis brazos y parecía estar en medio de algún éxtasis sexual muy intenso. Se dio la vuelta y se aferró con sus manos a mi espalda. Nuestros ojos se encontraron. Su mirada era una esmeralda envuelta en llamas. De pronto se quedó sin energía y empezó a escurrirse entre mis dedos, hasta quedar sentado en el suelo del ascensor. Le miré, alargué la mano hasta su rostro y le acaricié suavemente. Su cuerpo musculado bien marcado, el pelo negro cayéndole en cascada hasta los hombros. Tan frágil y tan solo, como el edificio en el que nos encontrábamos. Encañonando su juventud, pero ahí estaba sonriéndome desde el suelo. Triunfante.

JAVIER

Estaba muy asustado y perdido en aquella azotea. No dejaba de llorar. Llevaba ahí como dos horas, mientras su cabeza no dejaba de dar vueltas. Me recordó a un perro encerrado en una jaula. Desesperado, el pelo rubio encrespándose en su nuca, apenas pudiendo murmurar que su vida era un desastre. Me había llamado en el último momento y cuando tardé en aparecer se aproximó amenazante al filo de la azotea, haciendo amago de saltar. Le agarré de la mano y vi sus ojos suplicantes. Treinta y cinco años y una hipoteca sin pagar. Cómo iba a seguir viviendo, su mujer le había dejado y sólo me tenía a mí, una amante a quien llamaba cada noche para aplacar su soledad. Quise abrazarlo y que dejase de sufrir, había estado mucho tiempo aguantando el dolor sin decírselo a nadie, soltando esputos cargados de amargura cuando alguien le dirigía la palabra. Yo le conocía mejor que su mujer y eso él lo sabía. Me sonrió estúpidamente y me preguntó que qué estaba haciendo. Yo nada le dije. Le devolví la sonrisa. Un golpe de viento hizo que su chaqueta ondease unos segundos antes de calmarse.





Pude llevarme a Daniel de un infarto, a Nacho de sobredosis y al suicida convencido de Javier. Yo estaba allí, había impreso mis huellas en su piel, les había mirado a los ojos y sentido su aliento en mis labios. Es curioso cómo las leyes vitales al final sólo dependen de una balanza, que las miles de variables y situaciones confluyen en el ser humano de la forma más sencilla. Ahora estás vivo, ahora estás muerto. A mí no me toca elegir, sólo hago lo que me corresponde. He segado vidas preciosas, en la cumbre que, de haber dejado de lado, se hubieran destruído y se habrían visto despojadas de su esplendor. He acudido a llamadas desesperadas, las más tristes, porque la angustia es un estado transitorio que puede terminar desapareciendo. He tomado a niños en mis brazos, a mujeres tísicas y a ancianos malolientes. Yo los acojo a todos, sin distinción, con el amor infinito de una madre. Pero a veces hay quien en el último momento se revuelve y agita, me acepta y me da otra oportunidad. Yo sólo puedo sonreír y decirle: hasta la próxima, amigo.








5.11.14

Libélula VII


Cuando te conocí tenías el corazón a medio estrenar y los ojos brillantes. Solías cogerme de los pies cuando estaba leyendo descalza, como de costumbre, para pintarme las uñas a modo de juego o de venganza por no estar prestándote atención en ese preciso instante. Estaba tan acostumbrada a tus mimos que siempre me preguntaba qué sería de mí el día que me faltasen y, cuando tú me decías que no me tenían que faltar, yo esbozaba una media sonrisa entre el desencanto y el deseo y cambiaba de tema, porque cómo explicarte la sospecha de que tenía un destino aciago en donde precipitarme, y que nada tenía que ver con esa sensación que a muchos nos acompaña de que moriremos jóvenes. No, era más bien algo desde las entrañas que me decía hacia dónde ir y que a veces se contradecía y me confundía, pero pensaba en ti y me tranquilizaba porque cómo iba a ser malo un mundo donde existieses tú. Y cuando volvía a casa una vez más destrozada por los nervios, me cogías de las muñecas y me arrastrabas al sofá a pesar de mis protestas, abrazándome tan fuerte que sentía tu respiración como si fuese mía y me calmaba, y ya todo estaba en su lugar. Quizá fuiste el único que llegó a comprender de verdad lo que significaba para mí tener un espíritu tan fuerte y un corazón tan frágil, un sinsentido que me llevaba a huir de situaciones complejas pero también de las demasiado sencillas, y me hacía vivir en la constante diatriba de que en ocasiones se me quejase el alma y en otras la mente; me resultaba tan difícil callarlas a las dos y que hubiera suficiente silencio para dormir bien por la noche. Y en realidad a veces sólo quería poner el dolor en alquiler unos momentos, porque cómo va a ser alguien a un mismo tiempo roca y fuente. Tan sólo me endurecía y me hacía cargo de realidades más extrañas que la mía que me superaban ampliamente. Sin embargo, cada vez que soplaba el viento demasiado fuerte me arropaba en tu mirada y en unas manos que me protegían mejor que mis propias costillas y así al final, por más cataclismos y desventuras que viviese, lo que me quedaba era mirarte a los ojos y que desde ellos me tendieras esos lazos invisibles que rodeaban mi cintura y me hacían comprender que tú y yo siempre seríamos aliados en un permanente período entreguerras.

3.11.14

La arcada


¿Sabes por qué te elegí a ti? Porque eras la puta de aspecto más frágil de todo el bar.

Ese fue nuestro primer intercambio de palabras. Yo acababa de alquilar una habitación en la pensión más barata que había encontrado. La recepcionista apenas me miró cuando me enseñó la pequeña estancia con cama doble y cuarto de baño, se limitó a pedir mis datos y darme la llave. Entonces sí, al retirarse me dirigió una mirada breve con cierto poso de tristeza. No sé si le daba más pena porque era guapa, porque era puta o porque era joven. En todo caso el cliente me esperaba en la cafetería dos calles más abajo.

Cuando me senté y se dirigió a mí no supe qué contestar. Entendía que la fragilidad fuera algo que los hombres buscaban porque les generaba cierto sentimiento de protección hacia mí, pero el modo en que lo dijo me hizo pensar que lo último que deseaba él era protegerme. Si os digo la verdad, realmente no me había elegido él aunque así lo creyera -y me convenía que lo creyese-. Le estaba haciendo el favor a una amiga del gremio porque prefería que en caso de que otra le levantase al cliente fuera yo. No era tal mi intención, pero ya se sabe que hay hombres muy caprichosos. De hecho éste ni siquiera me gustaba. Era tosco en su forma de hablar y de moverse. Cada vez que decía cualquier cosa ponía una mano en mi rodilla y me la acariciaba. Me trataba con una arrogancia y familiaridad excesivas, por más que yo fuera puta.

Nunca había salido de mi Huelva natal, pero había leído lo suficiente como para conocer lugares muy alejados de mi tierra de origen y hablaba de querer visitar el Congo, China o Australia como si hubiese vivido décadas allí. Me conocía cientos de rincones al dedillo. Él jamás había leído nada, pero se jactaba de sus viajes a la India y a Canadá, como dándome a entender que por hacerlos valía más que yo, pobre puta disminuida. Sin embargo no hablaba de ellos con fascinación -incluso yo parecía más emocionada con lugares con los que tan sólo había podido soñar, supongo que porque la pasión no se puede fingir-. Me lo imaginaba como el típico turista que nunca se sale de la ruta y va a los sitios recomendados por las guías y hace su foto en los carteles de “haga aquí su foto” que hay junto a algunos monumentos. Alguien con todo bien planificado, sin dejar nada al azar, a la aventura, a la improvisación. Seguro que hasta guardaba una lista debajo de su almohada con 100 cosas que hacer antes de morir y las iba tachando como quien lo hace con los productos de la lista de la compra.

Para eliminar su sentimiento de culpa por contratar a una puta, lo disfrazó de cita y me invitó a cenar. Apenas sí sabía manejar los cubiertos y bebía las cervezas de importación más caras que había visto en la vida como si fueran agua. No se detenía ni un momento a paladear las exquisiteces, llevaba el desenfreno en las venas y consumía por consumir, no por placer. Todo en él era acorchado, desde la lengua hasta el corazón. Y mientras la cena proseguía, yo me iba dando cuenta de que jamás podría llegar a empatizar, por primera vez en mi vida, con una persona. No era sensible ni entrañable. No se translucía la más mínima emoción en sus palabras. Parecía increíble que alguien tan despreocupado por la vida pudiera estar, efectivamente, vivo. Y toda esa afectación tenía que salir por algún lado. Y así fue.

Cuando llegamos a la pensión me arrancó la ropa con cierta violencia y me ordenó que me tumbase boca arriba sobre la cama.

Soy muy dominante, déjate hacer.

Como prefieras.

Alabó mis ojos azules y que las venas se me marcasen perfectamente en la piel.

Eres una muñequita. Mi puta, mi nena… Tan frágil, tan preciosa... voy a beberme tu belleza de un trago. 

Y entonces se subvirtieron los roles. Él de pronto se transformó en una bestia y yo quedé reducida a una mera autómata.

Se ensañó con mi clítoris como si fuera el botón de un ordenador que se niega a encenderse. Cuando fui a protestar me tapó la boca y me dijo que estuviera callada. Se ensalivó los dedos y me los introdujo. No era el juego de dos amantes, era la conquista de un cuerpo sobre otro. No quería sondearme, descubrir cómo reaccionaba mi piel, hacer que me brillaran los ojos. Me sentí invadida y destrozada como Sudamérica con los españoles en 1492. Me agarró del pelo mientras se ponía sobre mí y me introducía la polla hasta la garganta. Sentí una arcada en ese primer momento y entonces se detuvo. Me abrió las piernas y me penetró sin miramientos mientras me tiraba del pelo y yo empezaba a llorar en silencio. Al ver mis lágrimas noté cómo se endurecía en mi interior hasta correrse sin emitir ningún sonido. Ni siquiera se le aceleró la respiración. Se quedó quieto unos minutos y me dijo que esperase. Me mordió el cuello y me arañó repetidamente la espalda hasta que noté cómo brotaba sangre. Iban a quedarme cicatrices. Mientras la sábana se volvía roja se alzó para mirarme, sometida, herida y llena de lágrimas. Había triunfado, había conseguido su jodida foto para añadirla a la del Coliseo, a la del Taj Mahal, a la del cerezo en flor de Kyoto. Entonces volvió a embestirme con su cintura y volvió a correrse. Estaba dentro de un círculo macabro de sexo y violencia. Sólo era la cereza de su tarta.


Cuando por fin pude incorporarme noté el tirón de las plaquetas desgarrándose sobre la sábana, el escozor de después, la sangre de nuevo corriendo por mi espalda.

Espero que te haya gustado me dijo tumbado junto a mí, acariciándome las piernas.

Volvió a agarrarme del pelo y me lamió los labios como el animal que era. Los tenía al rojo vivo porque se había pasado horas pellizcándomelos con los dedos. Su sudor me taladraba la nariz y me daba ganas de vomitar.

¿En qué piensas, princesa?

En nada sonreí mientras fantaseaba con la idea de arrojarlo por las escaleras del hostal.

—Ya he notado que te has corrido varias veces.

—Sí — mentí.

Para ser un hombre de mundo tan cínico, ni siquiera sabía distinguir un orgasmo fingido de uno real.




26.10.14

Mujer-niña heterodoxa en el espacio-tiempo


Quizás no me enamoré
-o no me enamore-
jamás de ti
como en los clásicos,
pero juro solemnemente
que cada vez que follamos
fue/es un acto de amor puro
hacia ti.

24.10.14

Libélula VI

Me parece que duermes demasiado hacia fuera, y cuando te toca soñar lo haces siempre hacia dentro. Debes de saber doblar muy bien los sueños para que te quepan siempre en un espacio tan pequeño. Yo siempre soy desordenada y termino ocupándolo todo: mi escritorio con doce cuadernos a medio empezar, la silla con ropa de ayer y el abrigo de la semana anterior, tu lado de la cama con las manos y los pies, y me gusta tanto acercarme a ti por las noches que siempre te arrincono y te tiro de la cama. Soy tan expansiva que a veces siento que voy a estallar, y tú guardas todo hacia dentro, como si temieses que la vida se fuera a terminar en el próximo momento, y yo te cojo de la mano y te digo tranquilo, todavía no, aún tengo que tirarte muchas más veces desde el precipicio de mi sábanas, y seguirte después, hacerte el amor contra el suelo. Bueno, eso último no lo digo, pero lo pienso. A veces me da la risa cuando te imagino contra el suelo de mármol, todo asustado, y yo encima y tú sin saber muy bien dónde colocar las rodillas y poniéndote nervioso y yo riendo y tú enfadado porque se te enfría la espalda y yo quemándote a besos, y tú entre la espada y la pared a punto de perder los papeles y yo encima agotada por la risa, y luego tú encima queriendo darme mi merecido y, en cambio, pegándome algún golpe sin querer con la mano porque en la intimidad siempre fuiste un poco torpe y eso las chicas que te miran por la calle ni se lo imaginan. Veo que caminas muy deprisa por los pasos de cebra y ni miras a los lados porque los coches no van contigo, y tú vas más con las bicicletas y las zapatillas gastadas de los ochenta y no hay quien te quite esa manía de mirar siempre hacia el suelo, ¡pero a dónde vas! Si tienes unos ojos preciosos, me alegrarías la mañana sólo con mirarme y ahí estás callado y en silencio al otro lado de la pantalla sin imaginarte que es aquí y ahora donde te dedico con mis labios un verso.

17.10.14

Salto con pértiga


Se preparó para saltar, tomó impulso
y se elevaron varios metros,
hombre y pértiga en proeza
por llegar a lo más alto
y acertar el corazón de ella.

La dama sonrió siniestra y dijo:
da igual cuanto saltes,
seguro al corazón no llegas.

Él probó de nuevo
e hizo un salto colosal,
marsupial,
una hipérbole perfecta
en su parábola.

La sagaz sonrisa de ella
se apagó cuando, entretela a salvo,
saltador quedó prendido a su cadera.

Él fue entonces quien lanzó el reto y,
con mirada a media finta
entre dulce y picaresca,
trazó su doble apuesta y dijo:
A que ahora no me coges,
princesa.


7.10.14

Las aceras estaban llenas de sueños

La cama deshecha, la nevera vacía, los libros tirados por el suelo.

Hacía más de un año y todo seguía igual tras su marcha. Pero hoy era jueves y había que celebrarlo. Cogió la mejor botella de tequila que guardaba encima del armario y se despachó a gusto. No podía decirse con exactitud si tenía la mirada perdida o de pérdida. Los analgésicos siempre se terminan demasiado pronto. Y las cerillas se humedecen si las dejas mucho tiempo fuera de la caja.

Como los labios.

Salió a mendigar besos por un par de copas, pero los desconocidos siempre se echan demasiada colonia y no te dejan espacio ni piel para respirar. Sólo son ruido. Y desgaste. Y poner en negrita la ausencia. Y en absenta la cursiva.

Un juego de cartas, de miradas, de ajedrez.

Si pierdes todas las apuestas y tienes que empezar de nuevo, de dónde vas a sacar esa energía cuando se agoten las leyes de la termodinámica. Creo que te agarras demasiado a unos poemas como para que la jugada te vaya a salir bien. Y qué me dices del asco que te da la nieve, las almendras rebotando contra el agua en un absurdo marco surrealista de cilantro y sed.

Ahí arriba aletea una mariposa.

Le costó tanto adaptarse a la mesosfera que ahora todo le resultaba extremista, hasta las estrellas. Te deja un bagaje extenso con regusto ácido que se queda en el fondo de la garganta, y cuando amanece sólo queda acónito e iridiscencias. Te torturabas dejando el corazón encima de la mesilla de noche, y había venido el hada de los dientes y se lo había llevado un veinticuatro de junio, en plena noche de San Juan, entre hogueras y conxuros, al confundirlo con una perla o un trozo de nácar.

Se cumplía el plazo y quedaba lo que quedaba.

La cama deshecha, la nevera vacía, los libros tirados por el suelo.

Ya no estabas.


30.9.14

Libélula V


Quizá es el cansancio de ser siempre arropada por ausencias o por futuros imperfectos hasta el punto de presenciar mi propia corporeidad como si fuera la de otra, no sé. Quizá es que estoy harta de cobardes, de ser la única pieza que no encaja en mi propio puzzle, de pasar las noches escuchando a rateros, comediantes y fantasmas hablando de cosas que ni siquiera han terminado de vislumbrar en el espejo. Es el hastío de silencios, de gritos que se han muerto en mi garganta, el desconocimiento más absoluto de que tras cien capas de mierda aún existe un corazón frente a mis ojos y que no hace falta zarandearlo para que lata. Ya está bien de partidos de resultado aciago, de apuestas, de sueldos congelados, ¡joder...! Si tampoco quería tanto, de verdad, lo único que pedía es que no fueras otro más de los cabrones con pintas a los que, por desgracia, ya me había acostumbrado.

25.9.14

Al descubierto


Poema escrito en agosto de 2013.
Hoy lo encontré por casualidad.


Y nunca rogaste que me quedara
me despediste con la mano
cuando me acompañaste a la estación de tren.

Y siempre me preguntabas
con tono de desafío y burla
por qué quería aparecer desnuda
entre las imágenes de tu cámara.

Desnuda.
Desnuda.

Desnúda... me.

Por qué me abrigaba
con vicios fríos y breves,
por qué sangraba verano
en todos los poros de mi piel.

Por qué calentaba mi cama
con hojas de papel manchadas
con tinta de escritores muertos
en lugar de permanecer desnuda.

Desnuda.
Desnuda.

Desnúda... me.

Te llevaste las llaves en el bolsillo.
Aparecer desnuda en las conversaciones de tus amigos.

Aparecer desnuda entre tus manos.

Pasó el tiempo y la ropa me arañaba la piel.

Ya que no quisiste quedarte conmigo
y me dejaste...

desnuda
desnuda
desnuda

maldita sea.


¡desnúdame!

18.9.14

Si te vistes como una guarra (Reflexiones muy íntimas)

Si te vistes como una guarra, no esperes que te traten como a una princesa. Si te vistes como una guarra, no esperes que te escriban cartas de amor. Si te vistes como una guarra, no esperes a que te quiten la ropa en la tercera cita. Si te vistes como una guarra, no esperes que nadie se enamore de quién eres porque, querida, si te vistes como una guarra sólo vales la tela que te falta.

Las mujeres somos expertas en vigilarnos las unas a las otras para que no nos salgamos de la norma y por eso hacemos nuestros los mismos estigmas que nos colocan los hombres, las mismas etiquetas que ellos nos cuelgan y que nos dividen en buenas y malas, en decentes... y luego estamos las guarras, las putas, las zorras (porque las malas mujeres somos así de contundentes). Las mujeres que no nos medimos por los mismos raseros que las demás ni nos preguntamos en todo momento cómo nos verán los hombres, las que sabemos ya de entrada que somos mucho más que una etiqueta y que si te van a llamar puta -tienes un coño entre las piernas, lo harán de todas formas- que al menos puedas hacer lo que te venga en gana.

Yo soy de esas, yo soy de las putas porque me dijeron que si me comportaba como un sujeto activo y deseante en lugar de como un maniquí que sólo puede aspirar a que lo deseen en la lejanía me iban a incorporar a ese grupo. Tal vez sea más feliz de esta manera que siendo una recatada que se limita a esperar, no lo sé. Nunca entendí qué había de romántico en la idea de desperdiciar las oportunidades que se te presentan porque se supone que no puedes coger las riendas de tu vida. En realidad las princesas me aburrieron hace mucho, más o menos en el mismo momento en el que descubrí que los príncipes eran igualmente una invención.

Los hombres me hacen bostezar en ocasiones. Me abruma de tedio el hecho de que puedan pensar que pueden instrumentalizarme a través de mi deseo y reducirme a un simple cuerpo. Mi deseo es sólo mío, nace de mí como lo hacen mis letras, mi ternura y mis observaciones ingeniosas. Y siempre puedo decidir si lo comparto con alguien o no: mi deseo me hace libre. Mi deseo es amplio, variado y diverso. Por eso hay hombres que tienen miedo de mí y se esconden o se las dan de sobrados y las mujeres bajan la voz cuando entro en escena y me miran con desagrado. No me malinterpretéis cuando me inspiráis el vacío, la nada: nunca supe tratar con las personas que están llenas de prejuicios.

A veces sólo necesito un cuerpo caliente junto al mío por unas horas, me hace olvidar que algún día no sentiré una respiración junto a la mía nunca más. Pero no me vale cualquier persona al contrario de lo que se suele creer, del imaginario colectivo que les hace pensar que me bajaría las bragas delante de una persona que no me inspirase o que crean que cualquiera me inspira. Realmente es difícil encontrar al candidato apropiado. Porque a veces es complicado dar a entender que soy tímida y que tiemblo demasiado desde mis ojos castaños y necesito que alguien los abrace sin reparos. Me gusta que el otro sepa quién soy, cómo respiro, por eso me gusta conocer a las personas con las que me acuesto. Follar es siempre un signo de confianza y no podría simplemente acercarme a una sonrisa bonita y decir: venga, aquí mismo. De igual manera también huyo de las personas que siento que pueden convertir el sexo en una garantía de compra: que pueden exigirme más placer en sacrificio del mío o un proyecto en común por haber compartido un colchón. Las estelas de corazones rotos están demasiado vistas en las series y películas de pésimo guión.

Si me visto como una guarra lo que menos se esperan es que realmente querría besarlas a ellas. Que mientras un hombre está esperando ante el grupo de amigas para ver con cuál se lía, yo pasaría de él y las besaría con dulzura, a sabiendas de que no hay nada tan suave en este mundo como los labios de una chica. Quizá llamen a esto el colmo de la depravación, pero cuántas veces he soñado con acariciar una espalda femenina y perderme entre las dunas de un cabello tan largo como el mío. Sería tan feliz paseando de la mano de una mujer por las calles, creo que hay pocas experiencias que te llenen tanto de adrenalina como eso porque es un grito de libertad a la vista de todos: la quiero a ella y no me escondo.

Me gusta llevar escotes y faldas cortas, pero por encima de todo me gusta la elegancia. Lo explícito tiene su momento, pero lo que me vuelve loca es la sensualidad inherente a los secretos de debajo de la ropa. Me atrae ir descubriéndolos poco a poco, paladear cada milímetro de piel como se merece. Es como una buena conversación o una taza de café caliente en una mañana de invierno. Odio las prisas y los lugares incómodos. Si la anarquía conlleva horizontalidad, confieso que soy una enamorada del sexo anárquico.

Si me visto como una puta habrá quien piense que no soy exigente, cuando es justo todo lo contrario. Qué complejo es decirle a alguien: ámame tal como soy, ni se te ocurra enamorarte de mí, pero fóllame como si fuera lo último que haces en la vida. Implica una confianza desmedida, una aceptación sin prejuicios y la tranquilidad de que la pasión puede caminar con plena libertad. Sin conocimiento del otro no tendría el mismo sentido, sin saber dónde hacerle cosquillas para que sonría, qué zona del cuello acariciar para ponerlo nervioso o cómo hacerlo reír en un momento de timidez. Sí, la risa es importante porque implica la máxima conexión con la mente del otro, sólo semejante a la complicidad que subyace al orgasmo visualmente compartido. Quizá es por eso que el sexo me gusta tanto: porque para mí implica comunión y placer a partes iguales.

Si me visto como una zorra -o como lo que pueda considerarse así por gente mentecata-, por otro lado, imagino que hay cosas que digo de mí que realmente son verdad. Supongo que si me visto como una guarra el mundo entiende que no soy una delicada princesa, pero es que yo jamás fui partidaria de la monarquía. Que si las cosas están claras y la conversación ha sido intensa no tengo por qué esperar a la tercera cita para aferrarme a otra piel. Que hay tantas cosas que querría decir que para hacerlo no encuentro mejor manera que dar un beso. Que me gustan los juegos y las miradas furtivas. Quedarme largos minutos en los brazos de otra persona sintiendo su respiración. Beber hasta que la botella se termine. Bailar con despreocupación. Me gusta ser libre y amar cuando y como me da la gana. Y cuando hablo de amar, me refiero a amar en su máxima expresión, sin connotaciones sexuales necesariamente. Me gusta amar sin imposiciones, sin obligaciones y sin tener que dar explicaciones a nadie.


Si me visto como una guarra al parecer no puedo esperar muchas cosas de los demás. Aunque lo cierto es que si vistiese de otro modo probablemente tampoco pensarían nada distinto de mí. Mi ropa no es más que una excusa para condenar mi libertad. Pero la cuestión de colgar etiquetas conlleva una paradoja: cuantas más te ponen, más puedes escandalizar haciendo lo que no se espera de ti. Cuanto más quieren sujetarte, más te escapas. Y cuanto menos tienes que ver con las normas de otros... es cuando disfrutas de los mejores amantes.

7.9.14

Entre las hojas


Septiembre es el mes que tiene la lengua más larga
y cuando se pronuncia siempre llueve.

Vuelve Septiembre
y la luz huele un poco a oscuridad,
a pasos huecos por un callejón
nublado y frío.

Vuelve Septiembre
con promesa de invierno prendida
a sus labios. Siempre nos pilla
saliendo de casa o entrando.

Llaves en mano
y miedo a los espacios abiertos.
Septiembre es un eterno zaguán
con los techos muy altos.


26.8.14

El romanticismo ha muerto


El portal tenía el mismo aroma que su coche, una mezcla de melocotón dulce e intenso tabaco negro. La imagen de Louis y de su mirada de niño desencantado pasó fugazmente por mi mente. Mi acompañante tiraba de mí hacia arriba por las escaleras mientras un nudo se iba haciendo cada vez mayor en mi garganta. Cuando estábamos frente a la puerta de su casa, yo con los ojos idos, mi acompañante con una mano en mi culo y otra en el bolsillo buscando las llaves del apartamento, puse mi mano en su brazo y dije:

Disculpa, pero creo que me voy a casa.

Dejó de buscar las llaves y retiró la mano de mi trasero mientras dirigía hacia mí una mirada de incredulidad.

¿Otra vez?

Sí.

Joder, Sabrina, ¿de verdad otra vez? Anda, entra y tomemos la última copa.

No, prefiero ir a casa.

Pero ¿por qué? Nos estábamos divirtiendo, ¿no? Hemos bailado, hemos bebido, nos hemos reído... Pensaba que por fin querrías entrar a follar de una maldita vez, ¿qué te pasa?, ¿te divierte ponerme al límite siempre?

Perdóname, pero me voy.

Hala, pues muy bien. La tercera vez esta semana que me dejas tirado. Dime, si no quieres follar, ¿para qué me llamas?

...

Pensaba que no eras tan mojigata para acostarte con un tío. A ver si maduras de una vez, niñata.

Sacó por fin las llaves del bolsillo y entró en su apartamento cerrando la puerta sin mirarme. Me di la vuelta despacio mientras me dirigía hacia las escaleras. Salí del portal dejándolo abierto.


Maldito aroma a tabaco y melocotón.


Mientras tiritaba por las calles pensaba en Louis. Si hubiera estado conmigo me hubiese ofrecido un cigarrillo y su chaqueta de cuero para que dejase de tener frío. A veces me preguntaba qué hubiese sido de mí de habernos dado una oportunidad. Estaba convencida de que probablemente seríamos infelices, por eso no le dejé acercarse a más de cincuenta metros. Sabía que terminaría por no soportar su fuerza, su optimismo y su despreocupación por el mundo. Por otro lado, me ponía enferma que eso me pusiera enferma. Porque si eso me ponía enferma, terminaba donde había terminado esa noche: frente a la puerta de un gilipollas que pretendía acostarse conmigo sólo porque había sido la primera en caer. Ya ni siquiera sabía por qué me bajaba las bragas. El sexo me aburría, ya no disfrutaba con las miradas fugaces, el flirteo previo o los roces de piel aparentemente casuales que no lo eran en absoluto. No me divertía entrar en la trampa de seducción de ningún tipo haciéndome la tonta y simulando que no sabía muy bien qué hacía. Por lo que me concernía, yo ya había follado todo lo que tenía que follar. Era todo tan mecánico. Tan absurdo. Tan carente de emoción. Era lo malo y lo bueno de dejar de ser virgen a los doce años, que no va a venir nadie a descubrirte algo nuevo ocho años después.

Llegué a casa. Tan desordenada como siempre. Salió Bruce a recibirme babeando y con cara de tonto. Si no fuera por este jodido perro ya me habría quitado de en medio. Me serví un tequila con limón y me quedé vestida sólo con vaqueros y sujetador. Bruce se acercó a mí y hundió su hocico en mi mano. Le miré. Deduje que tenía hambre y abrí un nuevo saco de pienso. Habían cambiado la presentación, ahora parecía pienso gourmet para perros de alto standing.

Tres tequilas después tenía una mano en el móvil y otra dentro de las bragas. Llamé a David para que me leyera en voz alta la última parte de su novela y, de paso, me dijera qué pensaba hacer conmigo cuando fuera a su casa el próximo fin de semana. Era lo único que me excitaba últimamente: su voz a través de un aparato electrónico.

No puedes venir... Clara ha cambiado el vuelo y llegará con su madre.

Joder, David, ¿otra vez?

Sí, Sabri... lo siento.

Ah... esto es karma sexual.

¿Karma sexual?

Sí... qué estúpida soy. David, ¿qué coño hago yo contigo? Tienes novia, vives en el quinto pino... Y a pesar de eso, eres mi relación más estable. Debo de estar como una puta cabra.

Yo creo que es excitante.

Y yo creo que soy imbécil, ¿sabes lo peor? Que si te tuviera delante no me pondrías en absoluto. Sólo quiero escucharte por teléfono, tocarme y cagarme en ti por joderme el fin de semana. Me apetecía ir a Lugo después de nueve meses sin pisar el norte.

Sabri, te conozco, ¿qué te pasa?

Que un tío se ha enfadado conmigo por dejarlo con las ganas por tercera vez. Y me ha llamado niñata.

En serio, ¿dónde te los buscas?

A la salida del juzgado.

Anda, vete a dormir... mañana será otro día.

Eso voy a hacer...

Venga, hasta luego Sabri. Y que sepas que te quiero.

Eso se lo dices a tu novia, gilipollas.


Colgué.
No soportaba que se pusiera cariñoso conmigo desde la distancia, me sacaba de mis casillas.


Fui al microondas para hacer palomitas mientras elegía qué película ver para terminar tan desastrosa noche.

Ah... Casablanca. Un clásico de los que ya no hacen para poder beber sin culpabilidad a la par que el desgraciado de Rick. Ojalá yo fuera otra persona. Ojalá fuera Ilsa Lund y pudiese elegir como ella, de forma pragmática, al hombre que la haría feliz el resto de su vida sin complicaciones. El hombre sencillo, el hombre sin terribles cargas emocionales a sus espaldas, el hombre ideal, el hombre por el hombre.

Suspiré.

Menuda mierda, Bogart no se parece en absoluto a Louis, pensaba con mi plato de palomitas delante mientras mordía un melocotón.  


23.8.14

Fumando


He vuelto a fumar. Sí, ya sé lo que me vas a decir. Que si soy débil. Que si otra vez. Que si el vicio me ha atrapado cuando tan sólo lo inicié para recordar unos labios fugaces que ya no están. Porque el tabaco me recordaba a sus besos, que ya me dan igual, y ahora sólo sirven para calmar la ansiedad. 
Más bajo no se puede caer.

Una vez le dije a un tonto en un colchón traicionero que guardaba mucho dolor en mi interior. Ni siquiera comprendió la primera palabra, pero igualmente se lo dije.

A veces siento que no tengo derecho a lamentarme porque ni siquiera recuerdo qué es lo que echo de menos. Tener la certeza de que aunque volviera tras mis pasos ya nada sería igual. Tener miedo a no saber echar de menos. Tener miedo a no echar de menos a nadie nunca más.

No sé en qué momento me arranqué el corazón y lo lancé lejos. No se movió ni se quejó, ya estaba muerto cuando lo saqué del pecho. Cayó dentro de un lago y vi cómo se iba hundiendo lentamente en el agua. Me prometí que esa sería la última vez que lo usaba.

Me hablan del amor y se me escapa un mueca de cinismo. Sé muy bien dónde voy a terminar. Encerrada en un maldito presente. Que eso no es estar encerrada, pero. Le daré todo lo que quiere de mí al tiempo sin resistencia alguna. Ya ves, tan sólo juega conmigo. Sólo soy la viuda de un pobre corredor de apuestas. Y he perdido. Cuando apuesto al rojo siempre sale negro. Y así no hay quien salga de la pobreza.

Seré lo que me quede de entrañas. Ya no sé ser otra cosa. Me empeñé en que la vida me hiciera sangrar para poder recordar después los golpes desde las cicatrices. De eso se trataba vivir. De llenarme de cosas que terminarían esfumándose pero que en un futuro no muy lejano me hicieran no sentirme vacía aunque estuviese sola. Le perdí de pequeña el miedo a las pelis de terror cuando me di cuenta de que al no temer a los fantasmas, éstos vienen a abrazarte por la noche y te susurran dulces cuentos en la oscuridad.


Escribir es como fumar, todo depende de tener dentro una gran fábrica de humo.

16.8.14

Libélula IV



A veces tengo la impresión de que me persigue una sombra, me agarra la garganta y me apaga la voz. Tengo la misma consistencia que un fósforo encendido. Podría decirte tantas cosas que. Pero me callo. A ver cuánto aguantas mis silencios. No te enfades, es sólo un juego. Ya no me queda nada más. Necesito unos labios cálidos y húmedos que sellen mi salida, pero es que los tuyos ya no están. Y claro. A quién le voy a contar mis tragedias de las dos de la mañana. Sólo me escucha un perro que ladra en el callejón. Me duele. Me duele y miro todo desde arriba y así no hay quien se concentre con esta lluvia. Ya no sabes hacia dónde van esos silencios, a que no. Tengo un cementerio en la parte de atrás donde se van acumulando todas las palabras que no te dije, los secretos que guardé... y a veces pesan y la tierra se hunde y se me pudren los tiestos. Pero no puedo cavar y hacer el cementerio más grande, y busco a pico y pala unas palabras que presentarte y, ya ves, tanto sueño roto no podía terminar de ninguna buena forma. Que no me vuelvas a mirar así, por favor te lo pido. Que me dejes, que me dejes en paz con mi utopía, las cicatrices en la piel, los ojos muertos y todo lo demás. Que no estás aquí para curarme y yo lo sé. Tengo un corazón de madera con hiedra alrededor. Para qué más. Para qué más, si soy la mujer-nube, la mujer-polvo, la mujer-agua. Me retienes en tus ojos... y de repente ya no estoy. Me torturo preguntándome: si muriese mañana, qué habré significado para ti. Hasta dónde has llegado a ver quién soy de verdad tras la sombra.

11.8.14

Libélula III

No sé por qué me veo siempre reflejada en las palabras de Wendy, en las mías y en las de ella, en las de ella que soy yo; y las cambio y las permuto, pero siguen siendo mías, sigo siendo ella; sigue siendo yo. Estoy tan acostumbrada al miedo que la soledad y el silencio ya son sólo ases escondidos en mi manga. Yo sé que sus ojos me observan desde lejos esperando a que me mate en esa curva porque me gusta la velocidad y soy adicta, por más que los odie, a los volantazos inesperados. Yo sé que se me espera en los titulares cadáver por sobredosis o secuestrada por una banda terrorista. Sé que me odia tanto porque siempre sobrevivo a las catástrofes, porque cargar con unos ojos tan tristes e inquisitivos dañan a otros y yo me creo con el derecho de dirigirlos como si nada hacia los demás porque llevo conmigo mi sonrisa siempre de escudo, cuando lo cierto es que tendría que estar muerta y enterrada. Y ya no entiendo los sentimientos humanos, no comprendo que se ame o se odie -acaso no es lo mismo-, que se sienta algo más que el aire acondicionado sobre la piel y la certeza de estar vivo sobre los hombros. Yo ya he dejado de ser mía y por eso ni siquiera pertenezco. Se me acerca un gato callejero y le quiero, ya está, le quiero, y por él moriré algún día si es necesario. Porque así es como siento; porque me desvivo por la ternura y así son las cosas que enternecen hasta el dolor.

30.7.14

Fallecidos por cáncer de corazón ajeno


Nunca sabremos su nombre.
Lo que no se nombra no existe
y quieren que ella jamás haya existido.
Pero vive, se llama Jadiyah y apenas tiene para vestirse,
huérfana de padres a los cinco
sobrevive porque su abuela le hace un hueco en su casa.
Ya no va al colegio con otros niños,
no quieren que aprenda las palabras necesarias
para describir su horror ante el mundo.
Israel sólo quiere que aprenda el lenguaje del miedo,
por eso nunca sabrá sumar más allá de los segundos
necesarios para resguardarse en un refugio antiaéreo
cuando las bombas comiencen a estallar.

Alguien se muere de tifus entre los escombros
de lo que antes era un hospital completo en Gaza.
Podrían quedarle dos días de vida,
justo lo necesario para que lo atiendan y sobrevivir,
pero morirá esta noche mientras observa
cómo ametrallan al resto de pacientes supervivientes al bombardeo.
Tiene dos hijas que morirán antes de que él cierre los ojos
cuando un soldado le destroce el cráneo con su revólver.
Decían que se llamaba Rahim.

To Palestine from Israel with love,
el odio transportado entre acciones y palabras,
arraigado en lo más profundo del corazón,
el único cáncer que se contagia
y siega el alma de quien no lo sufre.
No es la guerra tóxica la que nos destruye,
sino el poder de usar el amor como arma cínica.

Nosotros desde Occidente, mirando impasibles
cómo nuestras manos se tiñen de sangre.
¿Cuándo empezamos a creernos dioses
para permitir que otros mataran nuestro nombre?


27.7.14

Hospital Saint Matthew II. El informe.

Greensburg, Pensilvania
Abril 1919

Estimado doctor Queen,

Le remito una copia del informe que me pidió para la revisión del caso de la paciente 131-J de nuestro centro a la espera de elaborar una evaluación más minuciosa conjuntamente. Como bien sabe, por lo general no nos está permitido sacar informes del sanatorio, si bien la relevancia de la paciente 131-J merecerá sin duda esta excepcionalidad. Recuerde que le esperamos en la primera semana de Junio para tratar éste y otros asuntos de vital importancia.

Atentamente,

Doctor Alexander Faith




PACIENTE 131-J


Nombre: Johanna Miller              Diagnóstico: Indeterminado
Edad: 22 años                       Ingreso: Involuntario
Fecha de ingreso: 4 de Marzo

Motivo de ingreso

Agresividad, autolisis, convulsiones, pérdida de conciencia, locura transitoria.

Tratamiento

Duchas de agua fría durante los ataques y posterior aislamiento. Se estudia la posibilidad de aplicar diatermia cerebral a la espera de que se observe alguna mejoría.

Datos específicos

Los ataques se producen sobre todo durante la noche. La paciente experimenta enervamiento y tensión muscular acompañados en ocasiones de convulsiones -se desconoce si de naturaleza epiléptica, existen divergencias de diagnóstico en este aspecto-. Seguidamente aparecen ataques de ansiedad, alaridos y a veces intentos autolíticos. Se muestra agresiva con el personal médico que intenta calmarla, hasta el punto de haber llegado a atacar a una enfermera arrojándole agua caliente sobre la espalda. Muestra disconformidad con respecto a quedarse sola en su habitación porque dice oír voces que le dicen que está maldita, lo que crea un ataque de pánico en la paciente que produce en ciertos momentos un brote de locura transitoria, con la correspondiente serie sintomática descrita en el principio. Cuando ésto sucede, se le aplica una ducha de agua helada que, si en un primer momento recrudece los síntomas -sobre todo aumenta la agresividad y los gritos- la hipotermia la debilita lo suficiente como para poder ser llevada a una habitación de aislamiento donde permanece hasta un día completo. Ante la frecuencia desmedida de los brotes, cada vez más inesperados, se estudia la posibilidad de la diatermia cerebral. Los episodios suelen durar hasta una hora en caso de no utilizar tratamiento, al menos una vez a la semana. Durante el resto del tiempo se muestra tranquila, reservada, colaborativa y apacible.

Pronóstico 

Desconocido


Resolución de casos relacionados

Mortalidad elevada, pocas esperanzas de completa sanación.