Recuerdo esa mirada. Tu mirada de
desprecio. Desprecio hacia mis ideas, mis sentimientos. Ya había visto una muy
parecida. Las personas egoístas parecéis todas hechas con el mismo molde. Todas
alabáis la libertad ajena hasta que ésta empieza a discordar con vosotras y a
poneros contra las cuerdas. No tenéis secretos para mí. Las que conozco tienen
en común una cosa: muestran prejuicios por todo lo que yo soy capaz de amar en
un golpe de vista. Esa es mi medida. Siento lástima por vuestro mundo tosco,
gris y limitado; por vuestro espíritu y conciencia aún más pequeños y sesgados.
Por tener el corazón tan estrecho. Trabajo cada día por ser lo opuesto a
vosotras. Abrir tanto mi pecho que pueda ignorar vuestra pobreza en humanidad y
hasta contemplaros con ternura, sabiendo que somos de especies diferentes y
nuestro tiempo habla de cada cual. Hay quien malgasta su tiempo en odiar; hay
quien invierte su tiempo en amar.
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1.3.17
16.8.16
Descensum
Oyó cómo la llamaba por su nombre. Supo que no podía escapar. Él apareció de improviso, alargando sus garras. Ella retrocedió a tiempo, no obstante, y las garras no llegaron a alcanzarla. Su piel estaba intacta, sólo destrozó su camisa. Él sonrió con la sonrisa de media luna, su boca llena de cuchillos se entreabrió hasta marcar sus arrugas en una mueca infernal.
—Tienes una deuda que pagar —graznó.
—Lo sé.
—El precio es tu sangre.
—Lo sé.
—Y vas a volver a caer.
—Lo sé... pero... hoy no.
Los ojos de él relampaguearon en la oscuridad.
1.2.15
Ninfas modernas
Creo que la mayoría de los hombres que
escriben sobre mujeres imposibles
lo hacen porque quieren tener realmente
a una mujer así discurriendo entre
palabras,
quizá para admirarlas por placer
desde las sílabas;
tal vez para comprenderlas mejor.
Cuando éstas dejan de ser de papel
y se transforman en piel y sangre
ellos se atemorizan y bajan la cabeza
ante el hecho de que una mujer así
pueda existir.
Ellas, también asustadas,
salen huyendo ante la mera posibilidad
de estar vivas
o de que, simplemente, les pueda llegar a
latir el corazón.
12.6.13
Llavero
Llaves maestras, llaves inglesas, llaves magnéticas.
Probablemente, como dice la canción, una de las preguntas que más nos autodirigimos los desastres manifiestos es ¿dónde están las llaves?
Existen llaves que guardan los secretos
más íntimos de una persona dentro de un diario. Hay llaves que
abren cajones llenos de documentos vitales. Otras llaves, en cambio,
sirven para encerrar un montón de cachivaches polvorientos en un
trastero a la espera de que nadie los encuentre.
Existen llaves para mantener las
bicicletas a salvo de posibles ladrones. Hay llaves que guardan
celosas la correspondencia que llega al buzón. Otras llaves, en
cambio, sirven para esconder tesoros en baúles y arcones con el paso
de los años.
Después están las otras llaves, las
metafóricas. Las llaves que nos conducirán a un ascenso laboral.
Las llaves de la persistencia que con tesón abren cualquier puerta.
Las llaves capaces de abrir un corazón frío y solitario.
Y finalmente, hay llaves tan
metafóricas como tangibles, que abren tanto la puerta de una casa
como la puerta hacia una nueva vida.
6.6.13
27.4.13
El Principito
—C'est
le temps que tu a perdu pour ta rose qui fait ta rose si importante.
Le
petit prince
Solía llevar un paraguas
de colores imposibles cuando el día se cuajaba de nubes y amenazaba
con llover. Decía que así desgarraba la inmensa tristeza que hay en
un cielo gris.
En cierto modo tenía
razón. Me hubiera gustado decirle que realmente no le hacía falta
ese paraguas, que con sonreír le hubiera bastado para alegrar hasta
la habitación más oscura. Nunca se lo dije. Nunca le dije cuánto
le admiraba. Cuánto despertaba mis ganas de protegerlo siempre.
Las personas buenas
tienen una belleza especial. Consiguen que te olvides de todo lo que
te rodea.
Si observas detenidamente
la mirada de alguien, puedes llegar a intuir al niño que fue. Hay
expresiones de curiosidad, de fragilidad, que a una persona no se le
borran jamás a pesar de los años transcurridos.
Quizá era eso lo que
despertaba mi atención cuando le miraba. Veía a un niño perdido
ansioso por vivir aventuras, por explorar, por demostrar que se puede
llegar a la Luna a base de voluntad, de trazar espirales en el cielo
con las manos. Y yo no podía evitar ser Wendy cuando estaba con él,
acogerlo entre mis brazos y contarle cuentos por la noche.
Los amantes juegan entre
ellos porque, de algún modo, vuelven a ser como niños. No hay miedo
al qué dirá, al qué pensará, a qué esperará de mí. Juegan y
punto, confieren valor a cada momento que viven, haciendo que el
presente sea efectivamente el único regalo al que aferrarse. El
pasado y el futuro son dos mentirosos compulsivos.
¿Conoces esa sensación
de caminar junto a alguien y saber que, pase lo que pase, nada malo
ocurrirá?
Era como caminar junto al
Principito. Eso me dejaba a mí el personaje del piloto, con su
maldita realidad desabrida y sin color. Hasta que llegaba él con su aire despistado para romperme los esquemas.
Un día le dije mi
impresión, que él era como el Principito y que a mí me tocaba ser el
piloto, tener los pies tristemente situados en la tierra.
—Te
equivocas —me dijo— tú eres como el zorro. Te sientas lejos de
los demás para que no puedan dañarte, pero cuando estás en
silencio puede escucharse cómo pides a gritos que alguien cree lazos
contigo. Caminas con cuidado, advirtiendo sin palabras de que un
movimiento rápido e irreflexivo por parte de quien quiera acercarse
a ti puede resultar fatal, haciendo que te pierda para siempre. Por
eso eres tan especial. Eres como el zorro. Él sabe que lo esencial
es invisible a los ojos. Conoce bien la importancia de crear lazos
indestructibles, superponiendo eso a todo lo demás. Y sabe lo que es
invertir tiempo en alguien, sabe que es el tiempo lo que hace que una
rosa no sea idéntica a todas las demás. Sin duda, tú eres como el
zorro.
No
supe qué decir. Sólo apreté los labios intentando contener la emoción.
Él
me tomó de la mano.
—Tenemos
el mismo defecto —comentó de pronto— nos desvivimos por proteger
a personas mucho menos frágiles que nosotros. Por eso terminamos
llenos de cicatrices. Pero tampoco podemos evitarlo.
Contemplamos
las estrellas hasta que amaneció. El pelo se nos llenó de escarcha, haciendo que brillase levemente con los primeros rayos de sol.
Poco
después, él regresó a su asteroide B612.
Nunca
nos besamos. Nunca hicimos el amor.
Fue
una de las personas que más he querido en mi vida.
28.3.13
Hogar, dulce hogar
La ciudad te sorprende, te mira
profundamente a los ojos mientras caminas por sus calles.
Apuestas a
que encontrarás paz entre sus ya conocidas luces y adoquines, y avanzas con seguridad, haciendo repiquetear tus zapatos contra los colorines que proyecta el ocaso.
Sin embargo, cuando la partida parece ya ganada, una nostalgia repentina se abre paso hacia tu pecho,
susurrándote al oído ecos de aquello que ya viviste.
Sin saber por qué, poco a poco, se van derramando pedazos de tu corazón por las aceras.
11.3.13
El pirata y la sirena
Érase una vez un pirata
que navegaba por el mar, como suelen hacer todos los piratas que se
precien. Sin embargo, este no era un pirata cualquiera. La mayoría
de los piratas se pasaban la vida entregados a un extraño ritual
cuyo sentido sólo ellos comprendían. El rito consistía en lo
siguiente: un barco pirata iba cargado con el tesoro que recién
había sido robado para, después, cruzarse de imprevisto con otro
barco cuyos piratas también acababan de conseguir un suculento
botín; entonces, la avaricia rompía el saco y, en lugar de
ignorarse mutuamente, ambas tripulaciones se ensartaban en una orgía
de pólvora, gritos y cañonazos para finalmente terminar con ambos barcos desamparados, media tripulación hecha pedacitos y dos
valiosos tesoros en el fondo del mar.
A pesar de esto, nuestro
pirata no era así de absurdo ni mucho menos. Nuestro pirata estaba
enamorado del mar, conocía el lenguaje que le susurraban las olas,
sabía en qué momento la brisa podía cambiar de dirección y era
capaz de entenderse con las criaturas marinas que solían acercarse a
su barca. Y es que nuestro pirata, cansado un día de artificios y de
luchas entre distintos bandos, decidió empezar a moverse por el agua
sólo con la ayuda de un modesto bote de remos, dejando su enorme y
lujoso barco anclado en un puerto al que no había regresado desde
entonces.
Nuestro pirata atesoraba
experiencias. Disfrutaba con la belleza que le rodeaba, aquella que
era natural en el mundo. Siempre llevaba su acordeón consigo y,
cuando las cosas se ponían feas, alegraba el ambiente con la música
que le salía directamente del corazón. De hecho, su música lograba
hechizar a aquellos que tenían la suerte de escucharla. Se rumoreaba
que, en cierta ocasión, había conseguido detener una guerra cuando
las dos flotas enemigas estaban a punto de entrar en batalla. En ese
momento, él, despreocupado, pasó entre ambos contendientes tocando
el acordeón sobre su bote de remos, el cual era arrastrado
pacíficamente por la corriente, haciendo que los capitanes de
repente decidieran que el conflicto tampoco era para tanto y diesen
media vuelta.
Todo iba bien en la vida
del pirata. En ocasiones, actuaba como diplomático y consejero allí
donde se le necesitaba para garantizar la calma en todo lo vasto y
ancho del mar. Sin embargo, un día ocurrió algo inesperado.
Había decidido dejarse
llevar un poco más por unas corrientes que le eran desconocidas, y
éstas lo condujeron despacio, pero con firmeza, a una isla que
parecía estar desierta. Lo primero que notó cuando desembarcó fue
que aquel lugar le resultaba extrañamente familiar. Avanzó con los
pies descalzos por la arena e inmediatamente se sintió relajado,
como en casa. De pronto, mientras caminaba, le pareció escuchar
unos sollozos que provenían del otro lado de la playa. Como, debido
a la vegetación que existía en el centro de aquella isla, era
incapaz de ver quién era esa persona que parecía necesitar ayuda,
apresuró sus pasos atravesando el pequeño bosquecillo que separaba
ambas orillas.
Cuál no fue su sorpresa,
cuando descubrió a una sirena varada que intentaba inútilmente y
con gran esfuerzo ponerse de pie. El pirata corrió hacia ella y se
agachó para tomarla entre sus brazos. Sin embargo, en cuanto alargó
las manos, ella lanzó un gemido lastimero que provenía desde lo más
profundo de sus entrañas. Asustado y confuso, el pirata clavó sus
rodillas en la arena sin saber qué hacer. Entonces, la sirena le miró
a los ojos y, sin dejar de sollozar, dijo con una voz impregnada de
derrota:
—
Lo he intentado todo, pero no funciona.
El pirata, extrañado, le
preguntó:
—
¿Qué es lo que no funciona?
La sirena, tratando de
explicarse, dejó de llorar y comenzó su breve narración:
—
Hace mucho tiempo, fui víctima de una maldición que me ha
transformado en lo que soy ahora. Antes era una joven que caminaba
sobre dos piernas, hasta que una bruja que envidiaba algunas de mis
cualidades decidió lanzarme un maleficio. Desde entonces, he sido un
monstruo. Nadie ha querido acercarse, y es que mi naturaleza produce
un miedo paralizador en todo aquel que me ve. Mi nueva apariencia
hizo además que las personas que eran más importantes para mí se
marchasen. Fue muy difícil quedarme sola, con esta cola de pez,
durante tanto tiempo. He intentado todo lo que he podido para volver
a caminar pero ¡no tengo piernas! Soy incapaz de hacer las cosas que
hacía antes: bailar, saltar, correr... Estoy atrapada para siempre
en este cuerpo y, debido al terror que genero en los demás, hace
tiempo que perdí la esperanza de que alguien se acercara para
ayudarme.
El pirata desconocía el
poder de la magia negra. Había escuchado cuentos, leyendas, acerca
de malvadas brujas que se divertían causando dolor por mero placer.
Incluso, en cierta ocasión, le había parecido ver a una de ellas. Aún
así, él nunca había profundizado en esos temas porque sabía que
no llevaban a nada bueno.
Sin saber qué hacer para
consolarla, el pirata decidió regalarle aquello que mejor sabía
hacer. Tomó a la sirena en brazos y la llevó hasta su barca. Una
vez allí, sacó su acordeón y empezó a tocar una alegre melodía
para animar a su nueva amiga. Como por arte de magia, mientras las
notas iban describiendo espirales en el aire, la cola de pez de la
muchacha empezó a transformarse, poco a poco, en las piernas que en
algún momento habían sido.
De pronto, la tristeza de
la mirada de la joven se convirtió en felicidad. Ninguno de los dos
comprendía muy bien lo que había pasado, pero estaba claro que acababa de suceder algo fuera de lo común. La joven cubrió su cuerpo con
algunas de las redes que el pirata llevaba en su bote; y así, mujer
y pirata, salieron de aquella isla poniendo rumbo a tierras exóticas
que aún estaban por descubrir.
Mientras el pirata
remaba, atravesando sin dificultad las olas que mecían la barca con
un ligero vaivén, le preguntó a la joven:
—
Bueno, ¿y a ti qué te parece el oficio de pirata?
—
Es una actividad interesante, desde luego.
—
Estupendo. Empezaré enseñándote a remar...
31.1.13
Te hablaré de mis pesadillas...
¿Cómo lo haces,
aprovechar cualquier rendija para colarte a pesar de que sellé hace
años todas las entradas...?
Sólo te basta una
palabra, tal vez ni siquiera eso, y apareces en mi sueño sonriendo
como siempre. Y no ha pasado el tiempo, yo sigo siendo la chiquilla
tímida y torpe de antaño escondida bajo el pintalabios, y a ti sólo
te basta mirarme para hacerme sentir que haría cualquier cosa por
ti.
Me hablas de tu futuro,
de tus proyectos, y yo te doy alas y te insuflo ánimo deseando que
si te vas al otro extremo del mundo, tal y como deseas, no me dejes
en el camino y me lleves contigo.
...me hubiera gustado tanto ver el
mundo a tu lado.
Una vez te tuve y te
perdí, así de rápido, como un parpadeo de labios: dos inconscientes jugando
al amor, apostando besos por mera diversión.
Y cómo no, hago gala
de mi inexperiencia y, queriendo arriesgar en el juego, apuesto el
corazón y pierdo.
Por eso ya no tengo miedo
a mis pesadillas, me persigue una manada de lobos y casi esbozo una
sonrisa, me caigo por un acantilado y mi único deseo es llegar al
final para seguir soñando algo más interesante... pero apareces tú
por las rendijas de mi inconsciente, sin ser llamado, y apenas me atrevo a retenerte
entre mis brazos. Durante el sueño estoy segura de que mi
respiración se hace más pausada, intentando detener un tiempo que
se me escapa entre los dedos.
Y me despierto temblando,
a veces ruedan lágrimas por la almohada, vuelvo a tener la misma
sensación de pérdida y derrota que me acompañará siempre, de que
te he tenido unos segundos y te he vuelto a perder sin poder hacer
nada.
Y ese es mi temor más
profundo, por eso mis sueños ya no me dan miedo y casi me producen
carcajadas... porque mi peor pesadilla es cotidiana.
Lo que realmente
me encoge el corazón y me hace desear la muerte es despertarme cada
día en un mundo en el jamás encontraré tu sonrisa al otro lado
de la cama.
28.1.13
Paradoja
Mi abuela solía decirme,
en nuestras
charlas confidenciales,
que lo que tenía que hacer cuando creciera
era encontrar a un hombre
que fuera bueno,
trabajador
y que me
quisiera.
Ese futuro llegó
y encontré, tras
mucho buscar,
a ese hombre bueno, trabajador,
que me amaba con
locura.
Ironías de la vida,
entonces fui yo la que no lo quiso a él.
Final alternativo:
Años después me di cuenta de que era
lesbiana.
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