25.1.17

In the waiting line


Cuántos días lleva desentrañar el mapa de tu propio rumbo. Parecen siempre demasiados. A veces son demasiados. Quizá sean siempre demasiados. O no son nunca suficientes. Sin embargo, ahora, al contemplar el puzzle, puedo ver una figura emergiendo de él. Las figuras nunca prometen nada pero delimitan el camino, delimitan la visión. No quise mirar las cartas cuando presentía vientos de cambio y ahora veo crecer las certezas como flores en mi jardín. Tal vez sea el momento de cortarlas y aceptarlas en mi regazo. ¿He perdido? ¿He ganado? Es difícil de decir. El tiempo está en pausa y noto todas las miradas sobre mí, esperando mi próxima jugada. Observo el tablero de reojo y recuerdo los miedos que inmovilizan mis dedos. Al final la vida es para los valientes. Por eso estoy en pausa. Pero no por mucho tiempo, pues la vida precisa de respuestas. Y las respuestas que un día escuchas saliendo de tu boca son justo las que nunca habrías pensado que darías. Y a pesar de eso ahí estás, anunciando tu próxima jugada. Y aun así las reservas, las dudas. No se puede renunciar a la vida eternamente. Me quedan demasiadas cosas que aprender. Y he olvidado muchas de las que aprendí. Soy la eterna aprendiz esperando a ser sorprendida por mí misma. El reloj de arena que aparece en mis sueños agota los últimos granos de tierra.


¿Podré creer en lo que veo?





13.1.17

Esas tantas veces


A veces inicio el juego
de mis distintas personalidades.

Está la impulsiva,
la que termina con alguien en la cama
sin saber cómo,
la que dispara primero y pregunta después,
la que hace lo que le sale de las tripas
y su animal mitológico favorito
son las mañanas de los sábados
sin resaca.

Está la desencantada
de mirarse,
de mirarte,
y sólo quiere estar bajo las sábanas
esperando a que alguien la despierte
cuando se dibuje una realidad diferente
de los tres grados bajo cero.

Está la risueña permanente,
la que todo lo ilumina con un gesto
y nunca se arrepiente
de quedarse sin fuerzas
para regalarse a los demás
y si se desgasta en el camino,
bueno, mañana tendrá otra energía
y será distinto.

Está la cínica,
la que esboza una verdad que nadie quiere
y luego llora
y después ríe
y al final destroza las expectativas
y nunca juzga cuando alguien se decide
a tirarse desde un puente.

Está la razonable,
la que sabe tanto que nunca sigue
sus propios consejos
y se defiende cuando termina
en un agujero negro
con la sonrisa culpable de
ya lo sabía, pero cómo no caer.

Está la indolente,
la que nada siente cuando la hieren porque,
total, qué es un arañazo más
en una espalda desangrada.
Nunca se da la razón cuando miente
y así le va en su mundo de anestesia fingida.

Está la inconsciente,
la que mira con ojos de quien no sabe muy bien qué
cuando conoce tu aroma,
esperando a descifrar la chispa primera
que la acercó hasta ti
para averiguar por qué siempre le gusta
asomarse al abismo que supone
la mirada desconocida que termina
en un incendio más que conocido.

Está la errante paradójica,
la que huye siempre y sin embargo sabe
que si pudiera volver atrás para enmendar
sus propios errores
simplemente se limitaría a cometerlos
a conciencia.

Y frente a ellas estás tú
mirándome con desconcierto porque nunca sabes
a cuál exactamente tienes delante.

3.1.17

Final de juego


Ya no sé qué queda a final de juego.
Tenías el doble rasero de quien habla
de mujeres de las que nunca se enamora.
El viento roza mis alas y ya no sé
si quiero emprender el vuelo
o dejar que me arranque las raíces,
¿qué dolerá menos?
Qué ironía que mi fuego te quemase
cuando tú me helaste las entrañas.
Qué ironía que ahora que estoy curada
note a las hienas apostándose mi alma.
El jersey que llevo siempre conmigo, roto,
es señal de la guerra que ruge por dentro,
batalla tras batalla,
las heridas de bala que escuecen y no sangran
están abiertas
como estos labios míos
que nunca callan.
Vuelvo a tener miedo de hablar de las cosas
de las que nunca se habla.
Y lo siento.
Siento al fuego arder
donde no debe;
son los aullidos de mi propio infierno.
Vienen a saludarme antiguos miedos
y la única certeza en este final de juego
es que el juego nunca se acaba.
Ruedan los dados
-mis esperanzas, mis sueños-
y yo,
continúo a la deriva, con ellos.