Cuando te conocí tenías
el corazón a medio estrenar y los ojos brillantes. Solías cogerme
de los pies cuando estaba leyendo descalza, como de costumbre, para
pintarme las uñas a modo de juego o de venganza por no estar
prestándote atención en ese preciso instante. Estaba tan
acostumbrada a tus mimos que siempre me preguntaba qué sería de mí
el día que me faltasen y, cuando tú me decías que no me tenían
que faltar, yo esbozaba una media sonrisa entre el desencanto y el
deseo y cambiaba de tema, porque cómo explicarte la sospecha de que
tenía un destino aciago en donde precipitarme, y que nada tenía
que ver con esa sensación que a muchos nos acompaña de que
moriremos jóvenes. No, era más bien algo desde las entrañas que me
decía hacia dónde ir y que a veces se contradecía y me confundía,
pero pensaba en ti y me tranquilizaba porque cómo iba a ser malo un
mundo donde existieses tú. Y cuando volvía a casa una vez más
destrozada por los nervios, me cogías de las muñecas y me
arrastrabas al sofá a pesar de mis protestas, abrazándome tan
fuerte que sentía tu respiración como si fuese mía y me calmaba, y
ya todo estaba en su lugar. Quizá fuiste el único que llegó a
comprender de verdad lo que significaba para mí tener un espíritu
tan fuerte y un corazón tan frágil, un sinsentido que me llevaba a
huir de situaciones complejas pero también de las demasiado
sencillas, y me hacía vivir en la constante diatriba de que en
ocasiones se me quejase el alma y en otras la mente; me resultaba tan
difícil callarlas a las dos y que hubiera suficiente silencio para
dormir bien por la noche. Y en realidad a veces sólo quería poner
el dolor en alquiler unos momentos, porque cómo va a ser alguien a
un mismo tiempo roca y fuente. Tan sólo me endurecía y me hacía
cargo de realidades más extrañas que la mía que me superaban
ampliamente. Sin embargo, cada vez que soplaba el viento demasiado
fuerte me arropaba en tu mirada y en unas manos que me protegían
mejor que mis propias costillas y así al final, por más cataclismos
y desventuras que viviese, lo que me quedaba era mirarte a los ojos y
que desde ellos me tendieras esos lazos invisibles que rodeaban mi
cintura y me hacían comprender que tú y yo siempre seríamos
aliados en un permanente período entreguerras.
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5.11.14
24.10.14
Libélula VI
Me parece que duermes
demasiado hacia fuera, y cuando te toca soñar lo haces siempre hacia
dentro. Debes de saber doblar muy bien los sueños para que te quepan
siempre en un espacio tan pequeño. Yo siempre soy desordenada y
termino ocupándolo todo: mi escritorio con doce cuadernos a medio
empezar, la silla con ropa de ayer y el abrigo de la semana anterior,
tu lado de la cama con las manos y los pies, y me gusta tanto
acercarme a ti por las noches que siempre te arrincono y te tiro de
la cama. Soy tan expansiva que a veces siento que voy a estallar, y
tú guardas todo hacia dentro, como si temieses que la vida se fuera
a terminar en el próximo momento, y yo te cojo de la mano y te digo
tranquilo, todavía no, aún tengo que tirarte muchas más veces
desde el precipicio de mi sábanas, y seguirte después, hacerte el
amor contra el suelo. Bueno, eso
último no lo digo, pero lo pienso. A veces me da la risa cuando te
imagino contra el suelo de mármol, todo asustado, y yo encima y tú
sin saber muy bien dónde colocar las rodillas y poniéndote nervioso
y yo riendo y tú enfadado porque se te enfría la espalda y yo
quemándote a besos, y tú entre la espada y la pared a punto de
perder los papeles y yo encima agotada por la risa, y luego tú
encima queriendo darme mi merecido y, en cambio, pegándome algún
golpe sin querer con la mano porque en la intimidad siempre fuiste un
poco torpe y eso las chicas que te miran por la calle ni se lo
imaginan. Veo que caminas muy deprisa por los pasos de cebra y ni
miras a los lados porque los coches no van contigo, y tú vas más
con las bicicletas y las zapatillas gastadas de los ochenta y no hay
quien te quite esa manía de mirar siempre hacia el suelo, ¡pero a
dónde vas! Si tienes unos ojos preciosos, me alegrarías la mañana
sólo con mirarme y ahí estás callado y en silencio al otro lado de
la pantalla sin imaginarte que es aquí y ahora donde te dedico con
mis labios un verso.
30.9.14
Libélula V
Quizá es el cansancio de
ser siempre arropada por ausencias o por futuros imperfectos hasta el
punto de presenciar mi propia corporeidad como si fuera la de otra,
no sé. Quizá es que estoy harta de cobardes, de ser la única pieza
que no encaja en mi propio puzzle, de pasar las noches escuchando a
rateros, comediantes y fantasmas hablando de cosas que ni siquiera
han terminado de vislumbrar en el espejo. Es el hastío de
silencios, de gritos que se han muerto en mi garganta, el
desconocimiento más absoluto de que tras cien capas de mierda aún
existe un corazón frente a mis ojos y que no hace falta zarandearlo
para que lata. Ya está bien de partidos de resultado aciago, de
apuestas, de sueldos congelados, ¡joder...! Si tampoco quería
tanto, de verdad, lo único que pedía es que no fueras otro más de
los cabrones con pintas a los que, por desgracia, ya me había
acostumbrado.
16.8.14
Libélula IV
A veces tengo la
impresión de que me persigue una sombra, me agarra la garganta y me
apaga la voz. Tengo la misma consistencia que un fósforo encendido.
Podría decirte tantas cosas que. Pero me callo. A ver cuánto
aguantas mis silencios. No te enfades, es sólo un juego. Ya no me
queda nada más. Necesito unos labios cálidos y húmedos que sellen
mi salida, pero es que los tuyos ya no están. Y claro. A quién le
voy a contar mis tragedias de las dos de la mañana. Sólo me escucha
un perro que ladra en el callejón. Me duele. Me duele y miro todo
desde arriba y así no hay quien se concentre con esta lluvia. Ya no
sabes hacia dónde van esos silencios, a que no. Tengo un cementerio
en la parte de atrás donde se van acumulando todas las palabras que
no te dije, los secretos que guardé... y a veces pesan y la tierra se hunde y se me pudren los
tiestos. Pero no puedo cavar y hacer el cementerio más grande, y
busco a pico y pala unas palabras que presentarte y, ya ves, tanto
sueño roto no podía terminar de ninguna buena forma. Que no me
vuelvas a mirar así, por favor te lo pido. Que me dejes, que me
dejes en paz con mi utopía, las cicatrices en la piel, los ojos
muertos y todo lo demás. Que no estás aquí para curarme y yo lo
sé. Tengo un corazón de madera con hiedra alrededor. Para qué más.
Para qué más, si soy la mujer-nube, la mujer-polvo, la mujer-agua.
Me retienes en tus ojos... y de repente ya no estoy. Me torturo
preguntándome: si muriese mañana, qué habré significado para ti.
Hasta dónde has llegado a ver quién soy de verdad tras la sombra.
11.8.14
Libélula III
No sé por qué me veo
siempre reflejada en las palabras de Wendy, en las mías y en las de
ella, en las de ella que soy yo; y las cambio y las permuto, pero
siguen siendo mías, sigo siendo ella; sigue siendo yo. Estoy tan
acostumbrada al miedo que la soledad y el silencio ya son sólo ases
escondidos en mi manga. Yo sé que sus ojos me observan desde lejos
esperando a que me mate en esa curva porque me gusta la velocidad y soy
adicta, por más que los odie, a los volantazos inesperados. Yo sé
que se me espera en los titulares cadáver por sobredosis o secuestrada
por una banda terrorista. Sé que me odia tanto porque siempre
sobrevivo a las catástrofes, porque cargar con unos ojos tan tristes e inquisitivos
dañan a otros y yo me creo con el derecho de dirigirlos como si nada hacia los demás porque
llevo conmigo mi sonrisa siempre de escudo, cuando lo cierto es que tendría que estar muerta y enterrada. Y ya no entiendo los
sentimientos humanos, no comprendo que se ame o se odie -acaso no es
lo mismo-, que se sienta algo más que el aire acondicionado sobre la
piel y la certeza de estar vivo sobre los hombros. Yo ya he dejado de
ser mía y por eso ni siquiera pertenezco. Se me acerca un gato
callejero y le quiero, ya está, le quiero, y por él moriré algún
día si es necesario. Porque así es como siento; porque me desvivo por la ternura y así son las cosas que enternecen hasta
el dolor.
21.6.14
Libélula II
Viajar hacia el pasado es
ir hacia atrás, caminar por el futuro es ir hacia atrás y el
presente sólo sirve para herirte. Nunca nos lo dijeron durante las
horas que duraba el colegio, ¿te acuerdas? Se dejaron tantas
lecciones en el tintero. Pero yo disfrutaba mirándote a hurtadillas
en las horas de clase. Ojear tus carpetas llenas de canciones, todas
nuevas para mí, y tú siempre con esa sonrisa que me hacía temblar
dentro, muy dentro de mí. Yo lloraba en el recreo porque me sentía
muy pequeña, sin saber que llegaría un día en el que no podría
dejar de crecer. Ignoraba tantas cosas entonces. Continúo sin saber
otras tantas, claro, cada día me hago una pregunta como... ¿cómo
se acuna una piel huérfana de besos cuando llega la noche? Pero
tranquila, ya no es como otras veces, en las que sólo quería que
alguien me abrazase fuerte y me hundiera las manos en el pecho. Ahora
simplemente me mantengo encima del barco en precario equilibrio.
Nunca nos dijeron que cuando caminas sola necesitarás el aliento que
dejaste en otra parte, nadie te cuenta que vivir es, básicamente,
reinventar el aire. Yo nunca quise escribir, ¿sabes? Quise ser tan
egoísta como los demás. Quiero ser tan egoísta como tú y no lo
consigo. Quiero jugar únicamente a perderme en las letras que
escriban los otros.
9.6.14
Libélula I
Te gusta pensar que siempre todo me va bien. Ya sabes, a mí siempre todo me va bien, incluso cuando todo me
va mal. Dices que soy una superviviente nata y yo respondo que tal
vez. Sobreviví a los ojos azules, a las manchas de tinta, a los
lobos hambrientos, a las embestidas en mi portal, a los tacones de
aguja. Pero cómo iba a limitarme a sobrevivir. Yo quería algo más.
Y lo tuve, porque no sé respirar sin entrar en guerra. Por eso
siempre tengo el corazón hecho polvo. Me dices que sonría, que
sobreviviremos a Johnny Cash y se lo contaremos a nuestros sobrinos.
Si no nos matamos juntos por el camino, añado y sonrío. Cuando
sonríes nunca desaparece de tu mirada ese brillo de nostalgia, me
dices, de niña perdida en una estrella de adopción. Y tú, tú te
has pasado demasiado tiempo respirando el frío de Dinamarca, y ya no
sabes cómo caminar en invierno sin apartar de ti la nieve
permitiendo que nos acerquemos los demás. Qué va, nunca te diré eso. Te lo
insinuaré con la mirada y tú lo adivinarás. Todo puede pasar en un
sueño.
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