16.8.14

Libélula IV



A veces tengo la impresión de que me persigue una sombra, me agarra la garganta y me apaga la voz. Tengo la misma consistencia que un fósforo encendido. Podría decirte tantas cosas que. Pero me callo. A ver cuánto aguantas mis silencios. No te enfades, es sólo un juego. Ya no me queda nada más. Necesito unos labios cálidos y húmedos que sellen mi salida, pero es que los tuyos ya no están. Y claro. A quién le voy a contar mis tragedias de las dos de la mañana. Sólo me escucha un perro que ladra en el callejón. Me duele. Me duele y miro todo desde arriba y así no hay quien se concentre con esta lluvia. Ya no sabes hacia dónde van esos silencios, a que no. Tengo un cementerio en la parte de atrás donde se van acumulando todas las palabras que no te dije, los secretos que guardé... y a veces pesan y la tierra se hunde y se me pudren los tiestos. Pero no puedo cavar y hacer el cementerio más grande, y busco a pico y pala unas palabras que presentarte y, ya ves, tanto sueño roto no podía terminar de ninguna buena forma. Que no me vuelvas a mirar así, por favor te lo pido. Que me dejes, que me dejes en paz con mi utopía, las cicatrices en la piel, los ojos muertos y todo lo demás. Que no estás aquí para curarme y yo lo sé. Tengo un corazón de madera con hiedra alrededor. Para qué más. Para qué más, si soy la mujer-nube, la mujer-polvo, la mujer-agua. Me retienes en tus ojos... y de repente ya no estoy. Me torturo preguntándome: si muriese mañana, qué habré significado para ti. Hasta dónde has llegado a ver quién soy de verdad tras la sombra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario