A veces tengo la
impresión de que me persigue una sombra, me agarra la garganta y me
apaga la voz. Tengo la misma consistencia que un fósforo encendido.
Podría decirte tantas cosas que. Pero me callo. A ver cuánto
aguantas mis silencios. No te enfades, es sólo un juego. Ya no me
queda nada más. Necesito unos labios cálidos y húmedos que sellen
mi salida, pero es que los tuyos ya no están. Y claro. A quién le
voy a contar mis tragedias de las dos de la mañana. Sólo me escucha
un perro que ladra en el callejón. Me duele. Me duele y miro todo
desde arriba y así no hay quien se concentre con esta lluvia. Ya no
sabes hacia dónde van esos silencios, a que no. Tengo un cementerio
en la parte de atrás donde se van acumulando todas las palabras que
no te dije, los secretos que guardé... y a veces pesan y la tierra se hunde y se me pudren los
tiestos. Pero no puedo cavar y hacer el cementerio más grande, y
busco a pico y pala unas palabras que presentarte y, ya ves, tanto
sueño roto no podía terminar de ninguna buena forma. Que no me
vuelvas a mirar así, por favor te lo pido. Que me dejes, que me
dejes en paz con mi utopía, las cicatrices en la piel, los ojos
muertos y todo lo demás. Que no estás aquí para curarme y yo lo
sé. Tengo un corazón de madera con hiedra alrededor. Para qué más.
Para qué más, si soy la mujer-nube, la mujer-polvo, la mujer-agua.
Me retienes en tus ojos... y de repente ya no estoy. Me torturo
preguntándome: si muriese mañana, qué habré significado para ti.
Hasta dónde has llegado a ver quién soy de verdad tras la sombra.
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