29.3.13

La felicidad de los gatos (o casi todo lo que sé acerca del amor)





Dos de mis gatos, Edgar y Fiodor, durmiendo la siesta.
Pequeños inspiradores, en parte, de este post.



Se habla mucho acerca del amor. De lo que debería ser, de lo que no debería ser. De si hay que decir te quiero todos los días, sólo a veces, o nunca bajo ninguna circunstancia. Si hay que besar con los ojos abiertos o cerrados. Si hay que regalar flores o bombones.

Las personas nos encontramos ante un agobio constante en cuanto a lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, y salirse de esos patrones prefijados es entrar en terrenos pantanosos y desconocidos.

Se nos presenta el amor como algo estable y estático, como si tuviera que estar sujeto a normas por necesidad, y todo fuera o blanco o negro.

¿Se te atraganta un te quiero en la garganta? Eso tiene que ser mal asunto. Fijo.

Te quiero o no te quiero.

¿Me quieres?



La vida me ha enseñado que si hay algo maravilloso en el amor es que es un ente que se transforma continuamente, y a veces los gestos más pequeños pueden tener un significado mucho mayor del que le podríamos dar a primera vista.

¿Es estrictamente necesario que haya un roce de piel para mostrar afecto? ¿Cuántos besos son necesarios para decir te acompañaría toda mi vida? ¿Caminar cogidos de la mano es un indicador claro de que las cosas van bien o sólo basta con estar al lado de una persona mientras compartís el camino?

A veces el amor puede ser una pregunta directa pero sencilla: ¿estás bien?

A veces el amor es acompañar a alguien por las calles cuando cae la noche y hace frío.

A veces el amor es ese puerto seguro al que sabes que siempre puedes volver cuando hay tormenta y tienes miedo de salir a navegar.

A veces el amor es abrazar a alguien y, sin necesidad de palabras, decirle claramente: tranquilo, yo te cuido y haré todo lo posible para que estés bien.

Como en todas las cosas complicadas, siempre hay pequeñas anécdotas que ilustran el amor desde la más estricta sencillez y cotidianeidad. A mí, la mayor lección de amor me la dan mis gatos a diario: Cuando llego a casa, después de haber pasado tiempo fuera, entro por la puerta, y no siempre su saludo es demasiado efusivo. Llego a mi cuarto, me desvisto, me tumbo en mi cama para descansar, y entonces maúllan en mi puerta para que los deje pasar. Y cuando entran, se acuestan a mi lado, sin pensárselo, del tirón. En ocasiones, no se tumban demasiado pegados a mí, pero sí lo suficientemente próximos para que note su calor o para que ellos me sientan cerca. Y no hace falta nada más, todo está bien, todo es armónico y sin sobresaltos. No hacen falta las palabras, porque cierro los ojos y sé que puedo dormir tranquila con las caricias que me hacen en los oídos los ronroneos de esos maravillosos seres que descansan junto a mí. Y eso es calma, eso es felicidad.

Porque a veces, la mayoría de las veces, el amor es como esa felicidad de los gatos.

El amor es compartir tu tiempo con alguien y tener la sensación de que, por un momento, todo está bien.

28.3.13

Hogar, dulce hogar


La ciudad te sorprende, te mira profundamente a los ojos mientras caminas por sus calles. 

Apuestas a que encontrarás paz entre sus ya conocidas luces y adoquines, y avanzas con seguridad, haciendo repiquetear tus zapatos contra los colorines que proyecta el ocaso.

Sin embargo, cuando la partida parece ya ganada, una nostalgia repentina se abre paso hacia tu pecho, susurrándote al oído ecos de aquello que ya viviste.

Sin saber por qué, poco a poco, se van derramando pedazos de tu corazón por las aceras.

24.3.13

Casandra


Tantas veces me ha ocurrido el hecho de predecir una situación y que luego se cumpla... Tantas veces, tantas, que soy incapaz de recordarlas todas.

Y a pesar de esto, se me suele tachar de loca, de exagerada, de sacar las cosas de quicio por ver más allá de lo que algunos quieren admitir. Y luego ocurren situaciones que me dan la razón y encima se supone que tengo que tragarme el consabido “te lo dije”.

La intuición es poderosa, prevé situaciones de las que todavía no somos conscientes y por eso resulta tan aterradora en un mundo permanentemente gobernado por la razón.

A las mujeres se nos enseña a restarle importancia desde pequeñas. Esa vocecita incómoda que te susurra lo que va a ocurrir, probablemente un suceso desagradable, y que luego se cumpla y ni siquiera tengas el beneficio de tener razón... porque siempre estuviste loca, siempre dijiste desatinos, siempre fuiste la excesiva, la que se montaba castillos de aire...

Mujer, si me estás leyendo, nunca subestimes el poder de tu intuición. Nunca permitas que se la menosprecie, que se te reste importancia por mentar algo que no sea del todo lógico... pero no por ello menos real.

No hay nada malo en ti, no te castigues sólo porque los demás no te comprendan.

A veces la intuición es la mejor amiga que puedes tener, cuanto más en situaciones peligrosas.

Eres sabia. Escúchate siempre.




20.3.13

En el lugar del miedo


Es tan difícil ser valiente en el lugar del miedo...
Diario personal. 2010.








¿A que no sabes dónde he vuelto hoy?
Donde solíamos gritar
diez años antes de éste, ahora sin edad,
aún vive el monstruo y aún no hay paz.

Y en los bancos que escribimos
medio a oscuras, sin pensar,
todos los versos de "Heroes"
con las faltas de un chaval, aún están.

Y aún hoy,
se escapa a mi control,
problema y solución,
y es que el grito siempre acecha,
es la respuesta.

Y aún hoy,
sólo el grito y la ficción
consiguen apagar
las luces de mi negra alerta.

Tengo un cuchillo y es de plástico
donde solía haber metal,
y el libro extraño que te echó de párvulos,
sus hojas tuve que incendiar.

Y en los hierros que separan
la caída más brutal
siguen las dos iniciales
que escribimos con compás,
ahí están.

Vertical y transversal,
soy grito y soy cristal,
justo el punto medio,
el que tanto odiabas
cuando tú me repetías que
té hundirá y me hundirá,
y solamente el grito nos servirá,
decías "es fácil" y solías empezar.

Y es que el grito siempre vuelve
y con nosotros morirá,
frío y breve como un verso,
escrito en lengua animal.
¡Y siempre está!

Te hundirá y me hundirá
y solamente el grito nos servirá
y ahora no es fácil,
tú solías empezar.

Vertical y transversal,
soy grito y soy cristal,
justo el punto medio,
el que tanto odiabas
cuando tú me provocabas aullar.

Y ya está, ya hay paz,
oh, ya hay paz.
Y ya está, ya hay paz,
oh, ya hay paz.

¿Por qué gritaba?
Lo sé y tú no,
no preguntabas,
tú nunca, no.


14.3.13

¿Trabajarías gratis para conseguir experiencia?



Esta cuestión está dando vueltas por las redes sociales desde hace varios días. Es la pregunta de oro que mi generación se hace, y la que le hacen en la mayoría de los puestos de trabajo a los que opta, sobre todo la primera vez.

Es el nuevo gancho que utilizan las empresas para seducir a jóvenes y no tan jóvenes, personas que harían lo imposible para modificar la situación desesperada en la que se encuentran. En las entrevistas prometen que la experiencia ganada con ellos servirá para tener después un empleo en ese mismo lugar o en otro distinto, por lo que la mínima posibilidad de aferrarse a un clavo ardiendo hace que la gente caiga como chinches en esa argucia. Después, descubren que las cosas no son así, que ganas experiencia... pero oye, si trabajabas gratis antes ¿con qué cara pides ahora que te paguen? Entonces te despiden y “contratan” a otro primo como tú, que bajo la lejana posibilidad de que le den un empleo, aunque sea temporal, cae en la misma trampa.

Así es como las empresas, aprovechándose de que la mayoría de desempleados daría lo que fuera por trabajar o por dejar de estar en su casa mano sobre mano (siendo esta última mejor alternativa a la explotación laboral, pienso yo, y mucho más digna que la primera opción), consiguen cadenas de trabajadores gratuitos por la cara. Hasta que no han engañado a un trabajador de forma insostenible no lo despiden, y entonces contratan a otro para que haga el mismo trabajo sin tener que pagarle un duro.

Para colmo de maldad, este tipo de prácticas fomentan la competitividad entre personas que padecen las mismas situaciones injustas (¿síndrome de Estocolmo, tal vez?). A saber, un individuo sin empleo puede preferir “trabajar gratis” bajo una promesa de futuro -por muy improbable que ésta sea- a quedarse en casa, consiguiendo además que increpe a otros en su misma situación para que hagan lo mismo. Al fin y al cabo “él por lo menos hace algo”, una frase que por su crueldad y capacidad coercitiva, debería estar penada. A esto lleva la impotencia del ser humano, a crear carne fresca para las empresas debido a que saben cómo fomentar el egoísmo entre los trabajadores, competitividad que además genera en las personas sentimientos depresivos, de culpabilidad y una baja autoestima, a pesar de ser profesionales valiosos y respetables por los que las empresas tendrían que estar matándose.

El problema es que la élite actual no llega a donde está por su calidad humana, por su buen hacer y por la justicia que impregna sus decisiones, sino que está donde está a base de pegar patadas hacia abajo, codazos hacia los lados y lamer culos hacia arriba. Es decir, que tenemos a un perfecto grupo de psicópatas manejando los hilos de este mundo y fomentando que se trate a las personas como meras herramientas dentro de la maquinaria que ellos desean mantener. Y se nos olvida que nosotros somos más y que queremos otra cosa, que no tenemos por qué someternos dócilmente a las decisiones que ellos toman sin consultarnos.

Volviendo al tema en cuestión: si cuando nos preguntasen si queremos tener experiencia trabajando gratis, todos respondiéramos con un claro NO, las empresas se verían obligadas a dejar de realizar estas prácticas abusivas. Eso sería tener conciencia de clase, ser solidario no sólo contigo -que no te van a pagar, no están reconociendo la importancia de tu trabajo, te recuerdo- si no también con esas personas que necesitan dinero urgentemente y que lo último que necesitan es que se rían en su cara de una forma tan cruel (que luego nos llevamos todos las manos a la cabeza cuando hay suicidios... a ver qué parte de responsabilidad tenemos cada uno en ello...).

Hay empresas que te pagan la formación, que te pagan el período de prueba y, por supuesto, que te pagan cuando entras a formar parte de la plantilla. Ese es el tipo de empresas por el que deberíamos apostar.

Lo otro, es continuar siendo el perro apaleado que la clase trabajadora siempre ha sido. 
¿Os imagináis que cuando el amo le pegase una hostia a su perro, no sólo no reaccionase de forma defensiva, sino que además le diera las gracias por la “experiencia recibida”? Pues esa es la metáfora que ilustra perfectamente a todas esas personas que se rinden ante el caramelo inexistente que le prometen las empresas.

Tenemos que recordar que podemos morder, que podemos exigir unos derechos que nos pertenecen pero que no nos van a dar... gratis.

Alguien comentó acertadamente que el retroceso en derechos laborales a día de hoy es abismal, porque antes las condiciones de trabajo eran tan pésimas como las de ahora, pero aunque te pagaban una miseria, al menos te pagaban. Esta lucha va a traer cola, pero no olvidemos que con voluntad y acción, somos nosotros quienes tenemos la sartén por el mango y quienes podemos freírlos vivos cuando queramos... y cuando sepamos que somos capaces de hacerlo.

Trabajar gratis por experiencia es la nueva esclavitud del siglo XXI.
Todo lo demás son eufemismos que pretenden hacernos olvidar que aquí hay unos explotadores y unos explotados.


13.3.13

Deseo





Algún día
cuando te mire a los ojos
lograré extraer
mediante sabias palabras
todo ese dolor que llevas dentro.

Y entonces sonreirás.



12.3.13

Diario de una sapiosexual (I). Presentación.



Dedicado a las mujeres eternamente incomprendidas



Tener trece años nunca es fácil. La tormenta hormonal puede convertirse en un problema, sobre todo cuando empiezas a darte cuenta de que, además de tu propia inseguridad, tienes algunos rasgos que hacen que no te sientas identificada con tus amigas.

Empiezas a escuchar comentarios que no entiendes como, por ejemplo, que Fulanito es un tío que está muy bueno. Lo que en principio parece un hecho aislado se convierte en una norma en la que, de un modo u otro, te encuentras atrapada.

A saber, Fulanito es un idiota. No hace falta conocerlo muy a fondo para darse cuenta de ese pequeño detalle. Pero Fulanito es rubio y eso a algunas chicas les parece el colmo de la fascinación, por lo tanto Fulanito se transforma mágicamente en el centro de todas las conversaciones. De repente, tus amigas parecen haber sido abducidas por extraños marcianos que se han introducido en sus cuerpos, y empiezas a plantearte qué tipo de amigas tienes porque ¿cómo puede volverlas locas a todas, a absolutamente todas, el mismo imbécil? Un imbécil que no es ni simpático, por cierto.

Este hecho siempre será uno de los grandes misterios de mi adolescencia.

Sin embargo, la cosa no termina ahí y, antes o después, a ti te termina gustando un chico. Pero, por supuesto, es un chico fuera de la norma estética de tu grupo de amigas. Es un chico que no es especialmente guapo -incluso no lo es en absoluto- pero que tiene encanto, sabe hablar de muchos temas y a menudo es tan incomprendido por los chicos como tú por las chicas. No estoy hablando del típico empollón pedante que necesita demostrar algo a los demás constantemente, sino de una persona curiosa por naturaleza que se interesa sinceramente por el mundo que le rodea. Si tienes el valor de confesar que ese es el chico que te gusta, te convertirás en una tía de lo más rara a los ojos de tus amigas. Y ahí vienen los reproches: ¡pero si no es guapo! ¡pero si Fulanito le da mil vueltas!
Sin embargo, tú a Fulanito no le darías ni la hora, eso es así. Y a ti te quedarán varios meses de escuchar comentarios absurdos por parte de ellas acerca de Fulanito, hasta que la moda de los rubios se pase y venga, por ejemplo, la de los que parecen unos chuloplayas.

Un par de años después, cuando vayas de discotecas, tus amigas aprenderán que eres una valiosa aliada porque al tener gustos diferentes, nunca te liarás con ninguno de los chicos que a ellas les gustan. Entonces llega ese bello momento en el que observas cómo tus amigas empiezan a pegarse puñaladas entre ellas porque les mola el mismo chico y quieren llamar su atención. No te queda más que hacer de mediadora para que no se maten entre ellas y empezar a presentarles chicos de ámbitos distintos para que el objeto de deseo no coincida.

Luego es probable que descubras otros pequeños detalles que os diferencian, como que tú eres más de cervezas y ellas más de malibú con piña. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...


11.3.13

El pirata y la sirena


Érase una vez un pirata que navegaba por el mar, como suelen hacer todos los piratas que se precien. Sin embargo, este no era un pirata cualquiera. La mayoría de los piratas se pasaban la vida entregados a un extraño ritual cuyo sentido sólo ellos comprendían. El rito consistía en lo siguiente: un barco pirata iba cargado con el tesoro que recién había sido robado para, después, cruzarse de imprevisto con otro barco cuyos piratas también acababan de conseguir un suculento botín; entonces, la avaricia rompía el saco y, en lugar de ignorarse mutuamente, ambas tripulaciones se ensartaban en una orgía de pólvora, gritos y cañonazos para finalmente terminar con ambos barcos desamparados, media tripulación hecha pedacitos y dos valiosos tesoros en el fondo del mar.

A pesar de esto, nuestro pirata no era así de absurdo ni mucho menos. Nuestro pirata estaba enamorado del mar, conocía el lenguaje que le susurraban las olas, sabía en qué momento la brisa podía cambiar de dirección y era capaz de entenderse con las criaturas marinas que solían acercarse a su barca. Y es que nuestro pirata, cansado un día de artificios y de luchas entre distintos bandos, decidió empezar a moverse por el agua sólo con la ayuda de un modesto bote de remos, dejando su enorme y lujoso barco anclado en un puerto al que no había regresado desde entonces.

Nuestro pirata atesoraba experiencias. Disfrutaba con la belleza que le rodeaba, aquella que era natural en el mundo. Siempre llevaba su acordeón consigo y, cuando las cosas se ponían feas, alegraba el ambiente con la música que le salía directamente del corazón. De hecho, su música lograba hechizar a aquellos que tenían la suerte de escucharla. Se rumoreaba que, en cierta ocasión, había conseguido detener una guerra cuando las dos flotas enemigas estaban a punto de entrar en batalla. En ese momento, él, despreocupado, pasó entre ambos contendientes tocando el acordeón sobre su bote de remos, el cual era arrastrado pacíficamente por la corriente, haciendo que los capitanes de repente decidieran que el conflicto tampoco era para tanto y diesen media vuelta.


Todo iba bien en la vida del pirata. En ocasiones, actuaba como diplomático y consejero allí donde se le necesitaba para garantizar la calma en todo lo vasto y ancho del mar. Sin embargo, un día ocurrió algo inesperado.

Había decidido dejarse llevar un poco más por unas corrientes que le eran desconocidas, y éstas lo condujeron despacio, pero con firmeza, a una isla que parecía estar desierta. Lo primero que notó cuando desembarcó fue que aquel lugar le resultaba extrañamente familiar. Avanzó con los pies descalzos por la arena e inmediatamente se sintió relajado, como en casa. De pronto, mientras caminaba, le pareció escuchar unos sollozos que provenían del otro lado de la playa. Como, debido a la vegetación que existía en el centro de aquella isla, era incapaz de ver quién era esa persona que parecía necesitar ayuda, apresuró sus pasos atravesando el pequeño bosquecillo que separaba ambas orillas.

Cuál no fue su sorpresa, cuando descubrió a una sirena varada que intentaba inútilmente y con gran esfuerzo ponerse de pie. El pirata corrió hacia ella y se agachó para tomarla entre sus brazos. Sin embargo, en cuanto alargó las manos, ella lanzó un gemido lastimero que provenía desde lo más profundo de sus entrañas. Asustado y confuso, el pirata clavó sus rodillas en la arena sin saber qué hacer. Entonces, la sirena le miró a los ojos y, sin dejar de sollozar, dijo con una voz impregnada de derrota:

Lo he intentado todo, pero no funciona.

El pirata, extrañado, le preguntó:

¿Qué es lo que no funciona?

La sirena, tratando de explicarse, dejó de llorar y comenzó su breve narración:

Hace mucho tiempo, fui víctima de una maldición que me ha transformado en lo que soy ahora. Antes era una joven que caminaba sobre dos piernas, hasta que una bruja que envidiaba algunas de mis cualidades decidió lanzarme un maleficio. Desde entonces, he sido un monstruo. Nadie ha querido acercarse, y es que mi naturaleza produce un miedo paralizador en todo aquel que me ve. Mi nueva apariencia hizo además que las personas que eran más importantes para mí se marchasen. Fue muy difícil quedarme sola, con esta cola de pez, durante tanto tiempo. He intentado todo lo que he podido para volver a caminar pero ¡no tengo piernas! Soy incapaz de hacer las cosas que hacía antes: bailar, saltar, correr... Estoy atrapada para siempre en este cuerpo y, debido al terror que genero en los demás, hace tiempo que perdí la esperanza de que alguien se acercara para ayudarme.

El pirata desconocía el poder de la magia negra. Había escuchado cuentos, leyendas, acerca de malvadas brujas que se divertían causando dolor por mero placer. Incluso, en cierta ocasión, le había parecido ver a una de ellas. Aún así, él nunca había profundizado en esos temas porque sabía que no llevaban a nada bueno.

Sin saber qué hacer para consolarla, el pirata decidió regalarle aquello que mejor sabía hacer. Tomó a la sirena en brazos y la llevó hasta su barca. Una vez allí, sacó su acordeón y empezó a tocar una alegre melodía para animar a su nueva amiga. Como por arte de magia, mientras las notas iban describiendo espirales en el aire, la cola de pez de la muchacha empezó a transformarse, poco a poco, en las piernas que en algún momento habían sido.

De pronto, la tristeza de la mirada de la joven se convirtió en felicidad. Ninguno de los dos comprendía muy bien lo que había pasado, pero estaba claro que acababa de suceder algo fuera de lo común. La joven cubrió su cuerpo con algunas de las redes que el pirata llevaba en su bote; y así, mujer y pirata, salieron de aquella isla poniendo rumbo a tierras exóticas que aún estaban por descubrir.

Mientras el pirata remaba, atravesando sin dificultad las olas que mecían la barca con un ligero vaivén, le preguntó a la joven:

Bueno, ¿y a ti qué te parece el oficio de pirata?

Es una actividad interesante, desde luego.

Estupendo. Empezaré enseñándote a remar...


7.3.13

Principio de incertidumbre


Sólo quería preguntar,
sabía que si no lo hacía, siempre
sería no la respuesta.

Cuanto más creo saber
menos conozco en realidad.
Ahora sí, ahora no,
aunque ese es otro teorema.

Seguiré caminando tranquila
y sin prisas.
Sea como sea no perderé la sonrisa,
aunque logres hacer que brille más.

Sé que una puñalada, en un segundo,
vale por diez siglos de desconfianza.
Qué hacer cuando las agujas se rompen
y el péndulo deja de oscilar.
Pareciera que se detuviese el tiempo...



…...
…..
….
...
..
.
.
.




Da tanto miedo,
tanto miedo,
que un vaso de agua
puede asemejarse
en ocasiones,
al mar.



.
.
.
..
….
…..
…...




El mundo nunca deja de girar
es un lugar tan peligroso
que a la menor sombra de duda
es mejor esconderse,
observando suspicaz
cualquier punto de apoyo
que nos dé seguridad.


Ojalá fuera todo por maldad,
sería tan poco complicada la respuesta,
tan clara y concisa,
predecible

...e inexacta.

Tan absurda,
imprecisa y errática
como establecer la posición de una partícula
a la vez que su momento lineal.


Nunca fue mi intención incordiar,
por más que las dudas me asalten.
Si algo aprendí en la facultad
fue a descubrir las heridas
para hacerlas sanar.

Pregunto desde la inocencia
asomándome a un abismo sin final.
Nadie sabe nunca dónde estará mañana
si es que puede estar.

Es la curiosidad lo que al gato mata
pero al menos muere sabiendo,
más de lo que pueden decir los demás.
Mi afán por explorar me lleva lejos
sabiendo que si nadie busca
jamás nada se descubre.

Si de algo se me pudiera culpar
a estas alturas,
sería de intentar establecer la imposibilidad
del principio de incertidumbre.