29.1.14

Revulsión por (acto) reflejo


Un día dejaron de conmoverme los poemas.
Fue así,
un día me levanté y los versos que descansaban
en mi mesilla de noche no me dijeron nada.
Viví dos meses sin sonreír en absoluto.
Sentí la tragedia aferrándose a mi vida,
ya nada tenía que ver en ella,
había sido la elección del extraño
que, desde aquí, una vez fui
y ya nunca más.

Ya no eres el mismo
no te reconozco
frases de afilada costumbre
ya, a estas alturas.
¿Quién era yo?

Ya no sabía si me dolían tus heridas
o las propias que me autoinfligí.
Acababa de reconocer
que llevabas tres meses
yéndote a la cama a dormir sin esperarme.

Y ya sabes cómo va esta mierda:
chico conoce chica,
chica descubre chico,
chico cuadra el orden mundial,
chica doma tres universos,
chico jura bajo luna llena,
chica sonríe desde el otro lado de la mesa,
chico se desespera,
chica pierde su trabajo,
chico compra lanzallamas,
chica muerde a (un) pitbull,
chico denuncia al presidente,
chica bebe por el día,
chico sale hasta las siete,
chica se ahoga entre las sábanas,
chico construye una fortaleza,
chica destruye una nación,
y un buen día los dos se mueren.
Sí, sí, se mueren.
Juntos o separados o revueltos
o devorados por termitas, da igual.
No me mires así, ya lo sabes.
Esta historia es más antigua que tus cicatrices.

Y discúlpame si ofendo
a algún pseudointelectual surrealista o dadá.
Esto no es ningún poema,
sólo un revulsivo para que claves la garganta
en lo más profundo del sumidero
y vomites todo, todo, todo,
ese maldito dolor que llevas dentro
y por fin, por una vez,

puedas dormir en paz.

26.1.14

Desconocida del siglo XXI


Llevamos mucho tiempo sin hablar, tal vez demasiado, por eso quizá te extrañe tanto que me dirija a ti en estas circunstancias.

Ya lo ves, al final he decidido hacer como tú, permitirme ser cobarde. Llevo pensando en una solución desde hace varios meses y no he encontrado otra salida más que ésta.

Quizá me odies ahora, vuelvo a irrumpir en tu vida sin permiso y de este modo, además. La buena noticia es que ésta es la vez definitiva.

No trato de justificarme en ningún momento, no creas que defiendo este acto final al que me ha empujado la desesperación más absoluta. Y es que en último término, es el miedo y la incertidumbre convertidos en desesperación los grandes protagonistas de nuestra vida y, en ocasiones, los responsables de nuestra muerte. Tiene mucho sentido que sea así.

No lamentes mi marcha. Recuerda que lo que a mí me hace daño es pensar en ti y no tenerte. Éste es el único modo de no pensar en ti, de no tener presente a cada momento que la vida es caprichosa y que no me has brindado la oportunidad de conocerte en los entreactos.

Lo que me apena de todo esto es que te dejo solo, aunque ya lo estabas antes de que supiera de tu existencia.

Estás solo y ahora ya no podré ayudarte. Tampoco parecías querer mi ayuda.

No estaré ahí para cuando te rebeles, para cuando decidas acabar con todo y elegirte a ti de entre todas las cosas. No estaré ahí para cuando levantes la cabeza y sonrías y sigas adelante. No iba a estar de todas formas, jamás me hubieras dejado estar, porque a mí lo que se supone que me competen son otras cosas, según tú.

Sin embargo, en un último acto hago homenaje a tu cobardía como reflejo de la mía propia y te elijo a ti. Ya que no voy a estar en tu vida, prefiero no estar en absoluto.


De tener alguna petición, te pediría que, de vez en cuando, pienses un poco en mí. Pero qué cosas digo. Es tan ridículo que una desconocida te pida que pienses en ella, ¿no te lo parece?

18.1.14

Teléfono rojo



Ven, acompáñame a la noche eterna
donde saldrá el sol sólo para nosotros.
Deja que me arrastre hacia ti en la oscuridad
y te susurre mis secretos al oído.

Soy la costa de todos los naufragios,
el puente de todas las catástrofes,
el desastre posterior a la mayor de las desgracias.
Un volcán a punto de estallar
entre tus manos.

Nunca se siente tan solo el diablo
como cuando está entre nosotros.
Con la fragilidad de un copo de nieve
se cuela jugando en nuestros labios,
helándolos,
haciéndonos buscar el calor en la boca del otro.

La fatalidad halla un punto de encuentro
y, por un momento, perderse
tiene mucho y poco sentido a la vez.
Déjame decirte,
son tus ojos un bello abismo donde amanecer.

Dulce y suave recorro tu tragedia con los dedos
y te atraigo hacia mi cuerpo
en un vano intento de amansar tu dolor.
Ojalá existieran suficientes palabras de anestesia
en este mundo para calmarte;
te las ofrecería todas sin dudar.




5.1.14

Cause the night...

Because the night belongs to lovers.
Because the night belongs to lust.
Because the night belongs to lovers.
Because the night belongs to us.



Vine a decirte que ya no está, se lo han llevado.

Se lo han llevado junto a todos los sueños que una vez tuve... contigo.
O acerca de ti, pues nunca los compartiste.
Vine a decirte que pasé por la puerta del bar donde nos escondíamos en inviernos más duros que éste y, si bien me entró cierta nostalgia debido a su inmediata aniquilación, me pareció natural que desapareciese. Nosotros nos habíamos extinguido... ¿por qué no él?
Sin embargo, lo que más me entristeció fue el hecho de no notar ese ácido corroyéndome el corazón que tanto me había dolido en meses anteriores. Pasé junto a ese lugar que nos había dado refugio las suficientes noches como para que me salpicases el alma con tu melancolía de lobo herido, a sabiendas de que ya tan sólo eras una cicatriz, y por tanto ya no me sangrabas, ya no me hería el olvido al que me habías relegado.

Me hubiera gustado arrodillarme de dolor delante de aquella puerta que nos vio salir entrelazados -o deseando caminar entrelazados- en más de una ocasión, como si el hecho de que cerrasen aquel maldito bar significase que estaban sepultando una parte de mí. O peor, una parte de ti. Eso sí que podría haberme destrozado. La desaparición de los maravillosos recuerdos que guardaba de ti. De ti, de aquel tú confuso y perdido al que amaba con pasión desenfrenada. Pero no lo hice. Pasé de largo como si nada, como si estuviesen enterrando el corazón de otra y yo fuese una mera espectadora más.

Entonces recordé todas esas cosas que nunca te dije. Y que también era culpa tuya no saberlas al no haberme dado el tiempo suficiente para decírtelas ya que, al fin y al cabo, no las querías oír -chico listo-. Y ya que huías de mí, siempre pensé que al menos deberías de haber tenido el valor de llegar hasta el final, de saber a qué tipo de alma inquieta y atormentada te enfrentabas. Sin embargo, nunca me diste esa oportunidad.

De modo que volví de madrugada delante de aquel bar de los demonios, cuando los albañiles se habían marchado, y le conté a aquella puerta de madera, que aún perduraba solitaria, todas esas cosas que nunca te dije, como si se las estuviera diciendo a tu cadáver sepultado.


Me pregunté qué sería de ti, si yo era la misma mujer desesperada que conociste -aunque ahora lo disimulaba mejor-. Y dije que jamás había besado a alguien con tantísima desesperación, con tantísima ansia como a ti. Que nunca nadie me había destrozado una chaqueta de cuero -aunque fuese de imitación- a base de estamparme repetidamente contra las paredes de la calle a cada dos pasos buscando con furia mis labios. Que nunca había llenado las aceras de tanta pasión como la que te demostré aquella noche. Que jamás el frío volvió después a ser mi aliado. Que la palabra amante nunca tuvo tanto significado. Pero, sobre todo, que jamás me ha vuelto a pertenecer la noche como cuando me estrechabas entre tus brazos y me susurrabas, mirándome a los ojos del alma, que me harías el amor toda la noche.