Llevamos mucho tiempo sin
hablar, tal vez demasiado, por eso quizá te extrañe tanto que me
dirija a ti en estas circunstancias.
Ya lo ves, al final he
decidido hacer como tú, permitirme ser cobarde. Llevo pensando en
una solución desde hace varios meses y no he encontrado otra salida
más que ésta.
Quizá me odies ahora,
vuelvo a irrumpir en tu vida sin permiso y de este modo, además. La
buena noticia es que ésta es la vez definitiva.
No trato de justificarme
en ningún momento, no creas que defiendo este acto final al que me
ha empujado la desesperación más absoluta. Y es que en último
término, es el miedo y la incertidumbre convertidos en desesperación
los grandes protagonistas de nuestra vida y, en ocasiones, los
responsables de nuestra muerte. Tiene mucho sentido que sea así.
No lamentes mi marcha.
Recuerda que lo que a mí me hace daño es pensar en ti y no tenerte.
Éste es el único modo de no pensar en ti, de no tener presente a
cada momento que la vida es caprichosa y que no me has brindado la
oportunidad de conocerte en los entreactos.
Lo que me apena de todo
esto es que te dejo solo, aunque ya lo estabas antes de que supiera de tu
existencia.
Estás solo y ahora ya no
podré ayudarte. Tampoco parecías querer mi ayuda.
No estaré ahí para
cuando te rebeles, para cuando decidas acabar con todo y elegirte a
ti de entre todas las cosas. No estaré ahí para cuando levantes la
cabeza y sonrías y sigas adelante. No iba a estar de todas formas,
jamás me hubieras dejado estar, porque a mí lo que se supone que me
competen son otras cosas, según tú.
Sin embargo, en un último
acto hago homenaje a tu cobardía como reflejo de la mía propia y te
elijo a ti. Ya que no voy a estar en tu vida, prefiero no estar en
absoluto.
De tener alguna petición,
te pediría que, de vez en cuando, pienses un poco en mí. Pero qué
cosas digo. Es tan ridículo que una desconocida te pida que pienses
en ella, ¿no te lo parece?
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