30.7.14

Fallecidos por cáncer de corazón ajeno


Nunca sabremos su nombre.
Lo que no se nombra no existe
y quieren que ella jamás haya existido.
Pero vive, se llama Jadiyah y apenas tiene para vestirse,
huérfana de padres a los cinco
sobrevive porque su abuela le hace un hueco en su casa.
Ya no va al colegio con otros niños,
no quieren que aprenda las palabras necesarias
para describir su horror ante el mundo.
Israel sólo quiere que aprenda el lenguaje del miedo,
por eso nunca sabrá sumar más allá de los segundos
necesarios para resguardarse en un refugio antiaéreo
cuando las bombas comiencen a estallar.

Alguien se muere de tifus entre los escombros
de lo que antes era un hospital completo en Gaza.
Podrían quedarle dos días de vida,
justo lo necesario para que lo atiendan y sobrevivir,
pero morirá esta noche mientras observa
cómo ametrallan al resto de pacientes supervivientes al bombardeo.
Tiene dos hijas que morirán antes de que él cierre los ojos
cuando un soldado le destroce el cráneo con su revólver.
Decían que se llamaba Rahim.

To Palestine from Israel with love,
el odio transportado entre acciones y palabras,
arraigado en lo más profundo del corazón,
el único cáncer que se contagia
y siega el alma de quien no lo sufre.
No es la guerra tóxica la que nos destruye,
sino el poder de usar el amor como arma cínica.

Nosotros desde Occidente, mirando impasibles
cómo nuestras manos se tiñen de sangre.
¿Cuándo empezamos a creernos dioses
para permitir que otros mataran nuestro nombre?


27.7.14

Hospital Saint Matthew II. El informe.

Greensburg, Pensilvania
Abril 1919

Estimado doctor Queen,

Le remito una copia del informe que me pidió para la revisión del caso de la paciente 131-J de nuestro centro a la espera de elaborar una evaluación más minuciosa conjuntamente. Como bien sabe, por lo general no nos está permitido sacar informes del sanatorio, si bien la relevancia de la paciente 131-J merecerá sin duda esta excepcionalidad. Recuerde que le esperamos en la primera semana de Junio para tratar éste y otros asuntos de vital importancia.

Atentamente,

Doctor Alexander Faith




PACIENTE 131-J


Nombre: Johanna Miller              Diagnóstico: Indeterminado
Edad: 22 años                       Ingreso: Involuntario
Fecha de ingreso: 4 de Marzo

Motivo de ingreso

Agresividad, autolisis, convulsiones, pérdida de conciencia, locura transitoria.

Tratamiento

Duchas de agua fría durante los ataques y posterior aislamiento. Se estudia la posibilidad de aplicar diatermia cerebral a la espera de que se observe alguna mejoría.

Datos específicos

Los ataques se producen sobre todo durante la noche. La paciente experimenta enervamiento y tensión muscular acompañados en ocasiones de convulsiones -se desconoce si de naturaleza epiléptica, existen divergencias de diagnóstico en este aspecto-. Seguidamente aparecen ataques de ansiedad, alaridos y a veces intentos autolíticos. Se muestra agresiva con el personal médico que intenta calmarla, hasta el punto de haber llegado a atacar a una enfermera arrojándole agua caliente sobre la espalda. Muestra disconformidad con respecto a quedarse sola en su habitación porque dice oír voces que le dicen que está maldita, lo que crea un ataque de pánico en la paciente que produce en ciertos momentos un brote de locura transitoria, con la correspondiente serie sintomática descrita en el principio. Cuando ésto sucede, se le aplica una ducha de agua helada que, si en un primer momento recrudece los síntomas -sobre todo aumenta la agresividad y los gritos- la hipotermia la debilita lo suficiente como para poder ser llevada a una habitación de aislamiento donde permanece hasta un día completo. Ante la frecuencia desmedida de los brotes, cada vez más inesperados, se estudia la posibilidad de la diatermia cerebral. Los episodios suelen durar hasta una hora en caso de no utilizar tratamiento, al menos una vez a la semana. Durante el resto del tiempo se muestra tranquila, reservada, colaborativa y apacible.

Pronóstico 

Desconocido


Resolución de casos relacionados

Mortalidad elevada, pocas esperanzas de completa sanación.

24.7.14

El día que hice crac.


A veces tengo la sensación de estar desnuda con el pecho abierto y el corazón temblando de frío. Uno a uno los horrores y tragedias del mundo van cayendo a plomo, no importa de qué índole, como libros que se depositan pesadamente unos encima de otros hasta que la mesa que los soporta no aguanta el peso y se hunde con un crujido.

Crac.

Más de una vez y a lo largo de los años una persona cercana me dice cada cierto tiempo que soy hipersensible. Se refiere a la empatía, claro. A la empatía que me hace plantearme una y otra vez el sufrimiento, el egoísmo y la mezquindad humana. La empatía que no me deja en paz. Parece que en la distribución de cualidades a los psicópatas no les dieron ninguna y a otras personas nos abrumaron en este sentido. Y a veces la puedes utilizar para ayudar a otros y cobra sentido. Pero la mayoría de las veces sólo duele y te deja paralizada. Como si te asfixiaran lentamente con una almohada.

Y la reacción de casi todas las personas que te rodean suele ser la misma.

Piensas demasiado.

Lees demasiado.

Te torturas demasiado.

No lo pienses y ya está.

No puedes salvarlos a todos.

Te metes donde no te llaman.

Te adueñas de luchas que no son tuyas.

No vas a arreglar el mundo tú sola.

Qué fácil. Veintitantos años intentando separar el hierro de la paja, intentando ver siempre más allá, intentando ser menos ignorante y conocer hasta dónde llegan mis posibilidades para aportar lo que puedo. Y parece que no sirve para nada, sólo para sufrir mientras el resto del mundo se encoge de hombros y sigue a lo suyo. Como si no estuviera en la mano de cada uno ser más responsable, como si el problema siempre fuera de los otros. Parece que porque los demás son siempre más malos, uno está exento de todo.

Luego aprendes a reaccionar. A luchar contracorriente, a sabiendas de que empleas más energías que el resto en llegar donde estás. Quizá tenga que ver con que a veces un cansancio y un dolor que no sé de dónde vienen exactamente se adueñen de mí.

Crac.

Se termina convirtiendo en un juego masoquista que tienes contra ti misma.

¿Hasta dónde puedes llegar sin romperte?

Crac.

Crac.

Crac.

¿Hasta dónde puedes llegar arrastrándote con el corazón sangrando?

¿Por qué ese imán permanente, de atracción-repulsión, hacia las personas que más sufren?

Crac.

Demasiados días haciendo crac.

Ay, Nacho, qué vamos a hacer.




22.7.14

Píldoras I.


Trágalas como puedas.


Había perseguido tantas causas, 
que cuando tuvo que perseguir personas ya no le quedaban fuerzas.

Se convirtió en seta. 
Pasó demasiado tiempo convirtiendo la mierda de otros en cosas más bellas.

Miró a los ojos a la vida tantas veces que cuando buscaron su mirada 
ésta ya había sido desgastada por el tiempo.

Tanto dispararon contra ella que en cierto momento no pudieron apuntar, 
había más vacío que materia en su interior.

Debía alimentar quimeras. 
Sólo así se aseguraría de que no se muriesen de hambre 
y fuesen a comérsela a ella.

Abandono no es sólo marcharse a otro lugar.

Miraba tanto a su alrededor que no se daba cuenta de lo que pasaba justo a su lado.

9.7.14

Hospital Saint Matthew I. El ingreso.


Moon, Pensilvania
Marzo 1919

Querida Johanna:

Te escribo esta carta para que comprendas, una vez que te hayan estabilizado en el hospital, los motivos por los que nos hemos visto obligados a internarte. Necesito que sepas que separarnos de ti ha sido una decisión difícil y una experiencia dolorosa. Quizá, si tu mente no está muy confundida, recuerdes a varios de los doctores que llevan visitándote durante meses sin que se haya producido ninguna mejoría en ti. Papá y mamá han sufrido durante demasiado tiempo a la espera de una respuesta que no ha llegado.

Ha sido horrible ver cómo has ido empeorando progresivamente. Al principio simplemente había períodos en los que estabas ida, como en otra parte, pero poco a poco se fue complicando tu estado. Ya sabes que nuestra localidad no es muy grande y que los vecinos tienden a hablar demasiado. Cuando tuviste la primera crisis estabas en el jardín delantero de nuestra casa. Empezaste a proferir unos alaridos que pusieron a mamá los pelos de punta, que estaba en ese momento tomando el té con su amiga Louise. Te llevó dentro rápidamente y una vez en el salón empezaste a lanzar los vasos y piezas de decoración que encontraste contra la pared. Te tuve que acostar personalmente para que te tranquilizases. A los pocos días empezó a extenderse el rumor de que algo no andaba muy bien contigo.

Tuviste un par de crisis más, pero por suerte ambas fueron en tu habitación y no tardamos mucho en calmarte. Sin embargo la cuarta vez fue en la iglesia, aquel día que estrenabas tu vestido de seda azul. Papá te regaló ese vestido en tu último cumpleaños, ¿te acuerdas? El caso es que en la iglesia te pusiste muy mal y eso hizo que la gente se volviese a alarmar contigo. El padre Richard habló varias veces con mamá a raíz del incidente, porque te pusiste a gritar blasfemias muy fuertes y temía que se hubiese metido un demonio en tu interior. Pero como sabes papá es un hombre de ciencia y prohibió al padre Richard que volviese a insinuar que tal vez debías de recibir un exorcismo. Por desgracia, el tiempo pasaba y tus crisis se volvían más frecuentes.

El doctor Wright no encontró explicación a lo que te pasaba, murmuró que tal vez se trataba de epilepsia, pero no estaba muy convencido. Dijo que en sus veinte años de profesión no había visto nada igual. A las dos semanas hizo venir a un colega suyo desde Altoona. Cuando nos visitó estabas como sueles estar siempre, más tímida de lo normal, pero siendo completamente tú. El colega del doctor Wright nos prometió que hablaría con varios doctores a la espera de que alguno encontrase el tratamiento para tus crisis y su causa. Los doctores desfilaban por casa, pero muchos salían por la puerta perplejos y, como empeorabas cada vez más, hace dos meses tuvimos que encerrarte en tu habitación. Tus ataques eran más frecuentes y en cierta ocasión casi lastimas al hijo pequeño de los Carlson. Ibas a atacarlo con unas tijeras. Fue muy triste.

Un día mamá metió en casa al padre Richard a escondidas de papá porque estaba convencida de que la ciencia no tenía todas las respuestas. Cuando fue a verte a tu habitación tenías las manos manchadas de sangre. Se había colado un parajillo por tu ventana y tú lo habías destrozado entre las manos. Mamá se puso a llorar y el padre Richard estuvo media hora contigo hablando y limpiándote la sangre y los restos. Entonces ocurrió. Tuviste otro ataque y el padre Richard pidió que le ayudásemos a atarte a la cama. Empezaste a gritar y a convulsionarte, echabas espuma por la boca y tenías los ojos en blanco. De pronto te relajaste del todo y abriste los ojos, estuviste hablando con normalidad durante cinco minutos y entonces intentaste morder al padre Richard. Él empezó a hacer un exorcismo, pero no pareció tener ningún efecto en ti a parte de enfadarte mucho. El padre Richard comentó con mamá que tal vez había que pedir ayuda al Vaticano para llamar a un exorcista más experimentado. Papá entró en ese momento en casa y se enfureció de tal modo que echó al padre Richard de malos modos y a mamá le dijo que era tonta por hacer esas tonterías y jugar con tu salud.

La situación era muy tensa, Johanna. Una noche te escapaste por la ventana y estuvimos tres días buscándote. Cuando te encontramos estabas desnutrida y medio desnuda. Volvimos a meterte en tu cuarto y tapamos la ventana de tu habitación. Una semana después apareciste en mi cuarto, de madrugada, y me desperté con tus manos aferradas a mi cuello. Pude gritar a tiempo y papá vino corriendo a mi habitación. Entonces decidimos que no era seguro que siguieras con nosotros y llamamos al hospital Saint Matthew para internarte. Al menos así, mientras encontramos a un buen doctor que te diagnostique, estarás a salvo.

Esta mañana cuando te dejamos en el hospital no dejaste de llorar en ningún momento. Chillabas como si te estuvieran recorriendo varias ratas por el cuerpo. Tuvieron que sujetarte entre cinco personas hasta llevarte a una habitación acolchada. Nos despedimos de ti con dolor, pero también con esperanza. En el hospital estarás mejor. Las monjas te visitarán dos veces a la semana y cuidarán de tu alma. Ojalá puedas volver pronto a casa. Mientras tanto no olvides que te queremos mucho y que estamos deseando tenerte de vuelta con nosotros. Rezaré por ti, hermanita.

Claire.


5.7.14

Las ruinas de Madīnat al-Zahrā


Vivo en la constante incertidumbre
de no saber nunca qué palabras elegir
para acercarte un poco más a mí.
A veces me refugio entre las ruinas
-que, lejos de aliviar, hieren más profundamente-
sólo para recordar quién fui.
Ya ves, somos los fantasmas que deambulan
por una ciudad marchita.
Reconozco que no puedo vivir
siempre de recuerdos
y aunque sueño con tus labios
-que al contrario que las ruinas,
mis ensueños sí que abrigan en las noches de verano-
deseo crear viejos conjuros
para atraerte nuevamente hacia mis brazos;
pero soy joven y torpe,
y en ocasiones mis ojos se quedan sin fuerzas.
Por eso salvo las distancias como puedo
y antes de marchar de la medina
echo un último vistazo atrás y pienso
en el último beso que quise dar a tu boca antes de partir
y se escurrió por tu mejilla.