15.12.16

Astronauta


Soy líquida, sabes, como la cerveza. Fluyo como fluyen los ríos, creando senderos, sorteando diques y trazando caminos que se alejan del cauce que pensaron para mí. Sin embargo, a veces me vuelvo sólida y mi cuerpo –mis piernas, mis brazos, mi cuello- se queda rígido y no sé si sabes que quedarse rígida significa estar un poco más cerca de la muerte. Mi propia trayectoria a veces me lleva contra las rocas y entonces, rígida como estoy, me golpeo contra ellas y me astillo –aunque sin llegar a romperme-, me astillo y las astillas aparecen en los dedos de mis manos; y cuando intento quitarme con la boca las astillas de mis manos se me clavan en los labios; y al tratar de quitarme las astillas de los labios, se me clavan en el dorso de la mano y entonces todo duele y mi piel se transforma en diminutas gotas de sangre apenas perceptibles para el ojo humano. Últimamente hago saltos dimensionales a través de mis sueños y aparezco en realidades nunca vistas. Hay algo que tira de mí y me aparta de la cotidianeidad y en ocasiones me miras y te piensas que soy yo, pero te equivocas, porque yo ya no estoy y no sé si me suple otra yo o en cambio soy una cáscara vacía. Es cuestión de un segundo: notas el brillo en mis ojos y de pronto yo ya no soy yo, soy otra criatura, más lejana, más fría, que toca tu mano pero ya no es verdad. Yo estoy lejos, muy lejos, y cuanto más intentas atraerme hacia ti, más me alejo porque oigo el rumor de las estrellas y tengo que salir de mí para contemplarlas y ver que todo funciona con normalidad. Y entonces vuelvo y no te percatas de que no he estado ahí y tengo que preguntarme de forma obligada si de algo servirá mi presencia cuando no sientes mi ausencia y le pregunto a las estrellas sobre ti y éstas nunca me responden.