Soy líquida, sabes, como la
cerveza. Fluyo como fluyen los ríos, creando senderos, sorteando diques y
trazando caminos que se alejan del cauce que pensaron para mí. Sin embargo, a
veces me vuelvo sólida y mi cuerpo –mis piernas, mis brazos, mi cuello- se
queda rígido y no sé si sabes que quedarse rígida significa estar un poco más
cerca de la muerte. Mi propia trayectoria a veces me lleva contra las rocas y
entonces, rígida como estoy, me golpeo contra ellas y me astillo –aunque sin
llegar a romperme-, me astillo y las astillas aparecen en los dedos de mis
manos; y cuando intento quitarme con la boca las astillas de mis manos se me
clavan en los labios; y al tratar de quitarme las astillas de los labios, se me
clavan en el dorso de la mano y entonces todo duele y mi piel se transforma en
diminutas gotas de sangre apenas perceptibles para el ojo humano. Últimamente
hago saltos dimensionales a través de mis sueños y aparezco en realidades nunca
vistas. Hay algo que tira de mí y me aparta de la cotidianeidad y en ocasiones
me miras y te piensas que soy yo, pero te equivocas, porque yo ya no estoy y no
sé si me suple otra yo o en cambio soy una cáscara vacía. Es cuestión de un
segundo: notas el brillo en mis ojos y de pronto yo ya no soy yo, soy otra
criatura, más lejana, más fría, que toca tu mano pero ya no es verdad. Yo estoy
lejos, muy lejos, y cuanto más intentas atraerme hacia ti, más me alejo porque
oigo el rumor de las estrellas y tengo que salir de mí para contemplarlas y ver
que todo funciona con normalidad. Y entonces vuelvo y no te percatas de que no he
estado ahí y tengo que preguntarme de forma obligada si de algo servirá mi
presencia cuando no sientes mi ausencia y le pregunto a las estrellas sobre ti
y éstas nunca me responden.
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