29.11.16

Entre la inocencia y el cinismo


Esto podría haber sido un poema, pero luego recordé que prefieres aquellos de extensiones pequeñas y que reflejan palabras sencillas y rotundas como agua o nieve o mañana y yo siempre tengo demasiadas cosas que decirte como para detenerme en haikus que hablen de fenómenos temporales o meteorológicos.

Fuiste la primera persona que conocí con la que compartir cumpleaños –el trece es un número afortunado que sólo nos sonríe a algunos–. Apenas eras unos años más joven que yo, pero a mí me parecía que nos separaban infinitos años-luz y que los intereses comunes nos unían pero nos separaban todas esas cosas que intuías y que yo tampoco podía poner en palabras. Sin embargo, siendo más joven, me diste una lección valiosa que ni imaginaba porque estaba demasiado ocupada en protegerme del mundo en lugar de contemplarlo, como hacías tú. Solías decir que llegaba un momento en el que, de tan cínico, te habías vuelto inocente otra vez, dispuesto a maravillarte con la belleza del mundo y a disfrutar de las cosas sencillas y a reírte de lo que te quisieras reír y que malpensaran los demás. Y yo admiraba esa libertad impertinente tan característica tuya, pero se me hacía impensable darme la vuelta como un calcetín, pegarle una patada a todo, desaprender lo aprendido y exponerme a pecho descubierto ante el sol como si no fuese suficiente lo que me habían lastimado ya. Se me antojaba que mantenías esa ilusión perenne porque, al contrario que a mí, a ti por fortuna no te la habían arrebatado y eras el eterno hombre-niño que me tendía la mano mientras mis ojos te miraban reflejando una inocencia ya perdida. Yo también era demasiado joven como para saber que los sistemas de creencias no sólo se construyen, se destruyen, se construyen de nuevo y se deconstruyen, sino que este ciclo es eterno y vayapordiós que las cosas que antes eran blancas ahora son negras y después grises, y después tricolores para terminar descubriendo que todo es un arcoíris o no, que el blanco y el negro no son colores y que, maldita sea, yo debo ser daltónica. Así que tuvo que pasar tiempo para que me diera cuenta de que no podía ir siempre haciendo gala de cinismo por la vida, y que cuando llega un punto en el que la realidad te asquea tanto y te hace sufrir o, por el contrario; cuando la realidad es tan bella que te eclipsa pero no tienes el valor de alcanzarla, lo único que puedes hacer si no quieres terminar tirándote por un puente es darle a la pausa, rebobinar y construirte una realidad diferente. Y las realidades distintas comienzan siempre por forjar una actitud distinta. Así que un buen día me desperté ya harta y decidí que darme la vuelta como un calcetín era lo menos malo dentro de todo. Y lo hice. Y me sentí tan jodidamente bien que me entraron ganas de volver años atrás, a enseñarle a tu antiguo tú mi nuevo yo.

También es cierto que noto el efecto contrario: cuando partes desde la inocencia, antes o después te llevas un golpe que te hace retrotraerte y vuelve el cinismo, a veces más calmado y a veces más salvaje; pero ya sabes que del cinismo también se sale, que el dolor, el miedo y la ira son circunstanciales y que dejarles espacio para que puedan engullir la cálida sencillez que nos rodea nos condena a la infelicidad para siempre.


Así que lo inteligente al final es el equilibrio, el cinismo bajo llave y moderado y la inocencia para quien se la merezca. Pero, definitivamente, ya que la mente por definición nunca será inocente, el corazón jamás debe mirar con los ojos del cinismo.

28.11.16

G&R (C)


Ahora somos dos desconocidos
que se conocen muy bien,
que no se miran a los ojos
pero se besan al saludarse en la mejilla
mientras el silencio nos atrapa
desde el estruendo de las cosas que dejamos por decir…
o que dijimos demasiado.

Siempre quise advertirte
de que algo no iba muy bien en mí,
y yo creo que en el fondo lo sabías
pero preferías jugar a no darte cuenta,
y a mí el miedo a veces se me olvidaba ante tu risa
y en ti crecía la esperanza de que al fin,
como en los cuentos, todo saldría bien.

Pero el veneno se reveló una vez más en mí
-yo era yo con mis problemas, con los tuyos
y con los que dejaron en mi puerta otros mil-
y entonces no pudiste aguantarme la mirada,
y me prometí callar hasta que volvieses a buscarme,
para cuando te hubieras curado,
para cuando mi ponzoña no te afectase,
para cuando pudieras perdonarme,
sin saber si en algún caso,
lograría perdonarme yo.

Y vi pasar dos semanas,
y un mes, y otro mes,
y te echaba de menos
y me acordaba de ti
cuando veía cualquiera de las infinitas
estupideces que podría compartir contigo.
Pero cuando miraba de reojo mi teléfono
me imponía con rigidez glacial:
“dale tiempo, ojalá sea cierto eso
de que no hay mal que cien años dure”.

Y tal vez sea egoísta escribir todo ésto
y debería guardarlo en un cajón
junto con el resto de las cosas
que realmente son importantes para mí
y que, si no es de mis labios,
no verán jamás la luz del sol.

Quizá sólo necesite escribirte un recordatorio
sin tanta palabrería
para que cuando te acuerdes de mí
no te engañe mi ausencia de palabras
ni que dudes por un instante que me cuesta fingir
que no quiero salir corriendo para abrazarte.
Para que tengas la certeza de lo que siento
aunque permanezca obstinada en silencio
hasta que el toque de queda llegue a su fin,
cuando así tú lo quieras o necesites,
y deseando que, en tu ausencia, al menos,
esto pueda hacerte sentir mejor:


te echo mucho de menos.


26.11.16

Don't be a maybe


Son extraños estos derroteros por dónde nos lleva la vida. Siento como si alguien me hubiese dado la mano para transitar por los distintos caminos y ahora me soltara y me susurrara al oído: muy bien, pequeña, a partir de ahora sin mapa. Mi mirada de reproche sería clara y directa, incluso punzante, pero no podría hacer nada. Me guardaría las manos en los bolsillos y seguiría yo sola, sin mapa, haciendo como que sé a dónde quiero llegar. Fingiendo como que voy a alguna parte. Intentando que la trayectoria sea en línea recta, pero sólo caminando en círculos. Mis eternos círculos concéntricos. Y es que no sé qué hay más allá y nadie quiere decírmelo. Pero mientras voy girando y girando, me doy cuenta de algo: ya no huyo. Me mantengo en pie con firmeza, soy capaz de hilar pasos tranquilos y ese sosiego es el necesario para llegar a alguna parte. Al menos hasta la siguiente, sea cual sea. El futuro es una promesa que no me preocupa, sólo quiero sentir el tacto de las certezas. Quiero brindar en voz alta por mí dentro de dos días y decir que he ganado, que me he ganado a mí misma. Y que ahora sí recuerdo lo que son las risas a medianoche y los cafés a las cinco de la tarde y los besos bajo el frío –y el calor– y no notar esa escarcha anidando en mi piel o ese agujero en el centro del pecho que me devoraba implacable tras noches y noches llenas de dolor y silencio. Sé que una vez viví a medias y que respondía que estaba bien cuando sólo quería vomitar, que me iba a las tres de la mañana a escribir en un cuaderno toda la tormenta que se conjuraba en mi cabeza y que me obligaba a tragar como mi píldora diaria con los primeros rayos de sol, para después preparar el café y sonreír. Olvidé por completo que aunque sea fuerte sólo puedo con un apocalipsis a la vez. Y a mi alrededor había unos cinco. O seis. Por eso cuando me miraba frente al espejo no me reconocía: no sabía por dónde estaba más muerta, si por dentro o por fuera.


Así que cuando sobreviva a noviembre me sentiré bien porque el frío ya no estará dentro de mí. Ahora ni el más temible de los meses del calendario puede reducirme a la nada. No hay fantasmas, no hay cicatrices. Mi piel se regenera y con ella todo lo que protege. Así que dentro de dos días brindaré por mí y porque cuando yo digo te quiero, al contrario de quien usa palabras vacías, siempre es de verdad.

14.11.16

No era un cuento zen


A Fiodor.


Me haces sentir
la soledad
de la noche
desde una dimensión
desconocida.

Soy la garza que en tu río
se yergue tranquila
y esbelta
por encima del agua,
orgullosa.
Y, sin embargo,
sufre.

8.11.16

Mi accidentado mapa estelar


Fíjate en la oscuridad que nos envuelve
agitando la furia gravitacional
que nos hace tropezar y revelarnos
como estaciones de paso.

¿No estás cansado de que tus monstruos decidan por ti?

Creo que no te basta
la luz que en mí habita
porque las intermitencias me traicionan
-soy tu faro invertido en el espacio-
y consiguen que te alejes de mí
cada vez más.

Sé que no deseas alcanzar mi centro,
mi núcleo de sílice y magnesio;
te conformas con mis mareas como otro cualquiera.
Y si ahogo a los intrépidos a mi paso te da igual;
estás a salvo en otra galaxia ajena a mí
que no te paga en materia oscura
tus gélidos pasos.

¿Llegará el día en que me busques
y yo no sea más que la onda extinta
de una estrella muerta?

Es este frío el que me hace preguntarme
si creyéndome un planeta
no seré más que otro cometa desgastándome
contra tu atmósfera incandescente
llena de polvos estelares
y fragmentos de satélite

-y todos, lo sé,
aún te duelen-.

2.11.16

Plan anti-noviembre


Este escrito no va dirigido a nadie en particular, pero podría ir dirigido a ti. Y va dirigido a ti si detestas noviembre tanto como yo.

Noviembre es el mes en el que empieza el frío y la noche eterna a las seis de la tarde. La luz desaparece súbitamente y sólo te entran ganas de hacerte un ovillo en el sofá y, si acaso, que alguien te abrace sin hablarte. La soledad, que durante el resto del año es una grata compañera, por momentos se vuelve hiriente y lacerante, y te susurra al oído que ese agujero negro que hay dentro de cada uno de nosotros no se cierra, y que por mucho que no le hagas caso sigue ahí. Y se vuelve, en la oscuridad de noviembre, un poquito más grande.

En noviembre mis escritos se cargan de furia, de muerte pero, sobre todo, de nostalgia. He hecho el experimento: te invito a leer algunas de las entradas de noviembre del blog de años anteriores. Cómo me reconozco en las de 2013. Casi todas, no sólo ésas, hablan desde la nostalgia de ausencia o de pérdida.

No es de extrañar que noviembre ya nazca noviembre porque su antesala es, de por sí, triste: comienza recordando a quienes ya no están. Y si las pérdidas son recientes o se despunta una posible en las proximidades eso la hace más dolorosa. Es difícil dar un significado positivo al hecho de que hay un pedacito de ti que ya no está. A veces no hay suficientes velas en el mundo para iluminar ese hueco. Y escuece.

Quizá por eso me guste celebrar Halloween: porque puedes dejar de ser tú por unas horas y no reconocer como tuya la tristeza que te ronda desde cerca. Tienes excusa para divertirte, dejar los pensamientos en el armario por unas horas, y a carcajadas ya no hay lugar para estar triste. No hay sitio para pensar que noviembre ya extiende la mano y te roza.

¿Y luego qué queda? Treinta días para habituarte a la falta de sol. Con lo poco que nos gusta a quienes somos muy sensibles al frío. Y es cierto que el frío no es bueno aunque trae cosas que sí lo son: se hace más grata la presencia de alguien bajo las sábanas gracias al frío; el frío nos invita a caminar abrazados por las calles; el frío cambia la cerveza por el vino –más reposado, más tranquilo, más íntimo… una cerveza te la puedes tomar con cualquiera, pero el vino sólo se toma con los buenos amigos… la cerveza exalta la amistad, pero in vino veritas y la verdad no es para todo el mundo-; el frío nos incita a tomar café caliente más a menudo o chocolate con churros –y nadie que esté tomando chocolate con churros puede ser infeliz-. El frío nos hace, en definitiva, acercarnos unos a otros para encontrar el calor que nos falta.

Así que hagamos un plan anti-noviembre, anti-frío, anti-oscuridad.

Riámonos más. Prohibámonos los libros, las películas, las canciones tristes en noviembre. Ocupemos el tiempo con actividades y personas que nos hagan sonreír. Abraza con más ganas. Llama a quien te falte. Sacude a los indecisos y arrástralos fuera de sus casas si hace falta. Sal a la calle aunque no te apetezca. Haz esa cosa odiosa que tienes pendiente y siéntete satisfecho por quitártela de encima. Dedícate tiempo. Mímate. Cómprate esa cazadora que te gusta y póntela. Lleva chocolatinas e invita a cualquier persona que tengas cerca. Si puedes viajar, viaja; el tiempo pasará más rápido.

Y que le den. Que le den a noviembre, a su oscuridad y a su frío. Contrarrestémoslo llevando con nosotros el calor del verano para abrigar a quien haga falta o encender una sonrisa.


Pocas cosas buenas pasan en noviembre, así que empecemos a crearlas nosotros.