2.11.16

Plan anti-noviembre


Este escrito no va dirigido a nadie en particular, pero podría ir dirigido a ti. Y va dirigido a ti si detestas noviembre tanto como yo.

Noviembre es el mes en el que empieza el frío y la noche eterna a las seis de la tarde. La luz desaparece súbitamente y sólo te entran ganas de hacerte un ovillo en el sofá y, si acaso, que alguien te abrace sin hablarte. La soledad, que durante el resto del año es una grata compañera, por momentos se vuelve hiriente y lacerante, y te susurra al oído que ese agujero negro que hay dentro de cada uno de nosotros no se cierra, y que por mucho que no le hagas caso sigue ahí. Y se vuelve, en la oscuridad de noviembre, un poquito más grande.

En noviembre mis escritos se cargan de furia, de muerte pero, sobre todo, de nostalgia. He hecho el experimento: te invito a leer algunas de las entradas de noviembre del blog de años anteriores. Cómo me reconozco en las de 2013. Casi todas, no sólo ésas, hablan desde la nostalgia de ausencia o de pérdida.

No es de extrañar que noviembre ya nazca noviembre porque su antesala es, de por sí, triste: comienza recordando a quienes ya no están. Y si las pérdidas son recientes o se despunta una posible en las proximidades eso la hace más dolorosa. Es difícil dar un significado positivo al hecho de que hay un pedacito de ti que ya no está. A veces no hay suficientes velas en el mundo para iluminar ese hueco. Y escuece.

Quizá por eso me guste celebrar Halloween: porque puedes dejar de ser tú por unas horas y no reconocer como tuya la tristeza que te ronda desde cerca. Tienes excusa para divertirte, dejar los pensamientos en el armario por unas horas, y a carcajadas ya no hay lugar para estar triste. No hay sitio para pensar que noviembre ya extiende la mano y te roza.

¿Y luego qué queda? Treinta días para habituarte a la falta de sol. Con lo poco que nos gusta a quienes somos muy sensibles al frío. Y es cierto que el frío no es bueno aunque trae cosas que sí lo son: se hace más grata la presencia de alguien bajo las sábanas gracias al frío; el frío nos invita a caminar abrazados por las calles; el frío cambia la cerveza por el vino –más reposado, más tranquilo, más íntimo… una cerveza te la puedes tomar con cualquiera, pero el vino sólo se toma con los buenos amigos… la cerveza exalta la amistad, pero in vino veritas y la verdad no es para todo el mundo-; el frío nos incita a tomar café caliente más a menudo o chocolate con churros –y nadie que esté tomando chocolate con churros puede ser infeliz-. El frío nos hace, en definitiva, acercarnos unos a otros para encontrar el calor que nos falta.

Así que hagamos un plan anti-noviembre, anti-frío, anti-oscuridad.

Riámonos más. Prohibámonos los libros, las películas, las canciones tristes en noviembre. Ocupemos el tiempo con actividades y personas que nos hagan sonreír. Abraza con más ganas. Llama a quien te falte. Sacude a los indecisos y arrástralos fuera de sus casas si hace falta. Sal a la calle aunque no te apetezca. Haz esa cosa odiosa que tienes pendiente y siéntete satisfecho por quitártela de encima. Dedícate tiempo. Mímate. Cómprate esa cazadora que te gusta y póntela. Lleva chocolatinas e invita a cualquier persona que tengas cerca. Si puedes viajar, viaja; el tiempo pasará más rápido.

Y que le den. Que le den a noviembre, a su oscuridad y a su frío. Contrarrestémoslo llevando con nosotros el calor del verano para abrigar a quien haga falta o encender una sonrisa.


Pocas cosas buenas pasan en noviembre, así que empecemos a crearlas nosotros.

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