Este escrito no va dirigido a
nadie en particular, pero podría ir dirigido a ti. Y va dirigido a ti si
detestas noviembre tanto como yo.
Noviembre es el mes en el que
empieza el frío y la noche eterna a las seis de la tarde. La luz desaparece
súbitamente y sólo te entran ganas de hacerte un ovillo en el sofá y, si acaso,
que alguien te abrace sin hablarte. La soledad, que durante el resto del año es
una grata compañera, por momentos se vuelve hiriente y lacerante, y te susurra
al oído que ese agujero negro que hay dentro de cada uno de nosotros no se
cierra, y que por mucho que no le hagas caso sigue ahí. Y se vuelve, en la
oscuridad de noviembre, un poquito más grande.
En noviembre mis escritos se
cargan de furia, de muerte pero, sobre todo, de nostalgia. He hecho el
experimento: te invito a leer algunas de las entradas de noviembre del blog de
años anteriores. Cómo me reconozco en las de 2013. Casi todas, no sólo ésas,
hablan desde la nostalgia de ausencia o de pérdida.
No es de extrañar que noviembre
ya nazca noviembre porque su antesala es, de por sí, triste: comienza
recordando a quienes ya no están. Y si las pérdidas son recientes o se despunta
una posible en las proximidades eso la hace más dolorosa. Es difícil dar un
significado positivo al hecho de que hay un pedacito de ti que ya no está. A
veces no hay suficientes velas en el mundo para iluminar ese hueco. Y escuece.
Quizá por eso me guste celebrar
Halloween: porque puedes dejar de ser tú por unas horas y no reconocer como
tuya la tristeza que te ronda desde cerca. Tienes excusa para divertirte, dejar
los pensamientos en el armario por unas horas, y a carcajadas ya no hay lugar
para estar triste. No hay sitio para pensar que noviembre ya extiende la mano y
te roza.
¿Y luego qué queda? Treinta días
para habituarte a la falta de sol. Con lo poco que nos gusta a quienes somos
muy sensibles al frío. Y es cierto que el frío no es bueno aunque trae cosas
que sí lo son: se hace más grata la presencia de alguien bajo las sábanas
gracias al frío; el frío nos invita a caminar abrazados por las calles; el frío
cambia la cerveza por el vino –más reposado, más tranquilo, más íntimo… una
cerveza te la puedes tomar con cualquiera, pero el vino sólo se toma con los
buenos amigos… la cerveza exalta la amistad, pero in vino veritas y la verdad no es para todo el mundo-; el frío nos incita a tomar café
caliente más a menudo o chocolate con churros –y nadie que esté tomando
chocolate con churros puede ser infeliz-. El frío nos hace, en definitiva, acercarnos
unos a otros para encontrar el calor que nos falta.
Así que hagamos un plan anti-noviembre,
anti-frío, anti-oscuridad.
Riámonos más. Prohibámonos los
libros, las películas, las canciones tristes en noviembre. Ocupemos el tiempo
con actividades y personas que nos hagan sonreír. Abraza con más ganas. Llama a
quien te falte. Sacude a los indecisos y arrástralos fuera de sus casas si hace
falta. Sal a la calle aunque no te apetezca. Haz esa cosa odiosa que tienes
pendiente y siéntete satisfecho por quitártela de encima. Dedícate tiempo.
Mímate. Cómprate esa cazadora que te gusta y póntela. Lleva chocolatinas e
invita a cualquier persona que tengas cerca. Si puedes viajar, viaja; el tiempo
pasará más rápido.
Y que le den. Que le den a
noviembre, a su oscuridad y a su frío. Contrarrestémoslo llevando con nosotros
el calor del verano para abrigar a quien haga falta o encender una sonrisa.
Pocas cosas buenas pasan en
noviembre, así que empecemos a crearlas nosotros.
Pese a todo eso, me gusta el mes de noviembre.
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