30.9.14

Libélula V


Quizá es el cansancio de ser siempre arropada por ausencias o por futuros imperfectos hasta el punto de presenciar mi propia corporeidad como si fuera la de otra, no sé. Quizá es que estoy harta de cobardes, de ser la única pieza que no encaja en mi propio puzzle, de pasar las noches escuchando a rateros, comediantes y fantasmas hablando de cosas que ni siquiera han terminado de vislumbrar en el espejo. Es el hastío de silencios, de gritos que se han muerto en mi garganta, el desconocimiento más absoluto de que tras cien capas de mierda aún existe un corazón frente a mis ojos y que no hace falta zarandearlo para que lata. Ya está bien de partidos de resultado aciago, de apuestas, de sueldos congelados, ¡joder...! Si tampoco quería tanto, de verdad, lo único que pedía es que no fueras otro más de los cabrones con pintas a los que, por desgracia, ya me había acostumbrado.

25.9.14

Al descubierto


Poema escrito en agosto de 2013.
Hoy lo encontré por casualidad.


Y nunca rogaste que me quedara
me despediste con la mano
cuando me acompañaste a la estación de tren.

Y siempre me preguntabas
con tono de desafío y burla
por qué quería aparecer desnuda
entre las imágenes de tu cámara.

Desnuda.
Desnuda.

Desnúda... me.

Por qué me abrigaba
con vicios fríos y breves,
por qué sangraba verano
en todos los poros de mi piel.

Por qué calentaba mi cama
con hojas de papel manchadas
con tinta de escritores muertos
en lugar de permanecer desnuda.

Desnuda.
Desnuda.

Desnúda... me.

Te llevaste las llaves en el bolsillo.
Aparecer desnuda en las conversaciones de tus amigos.

Aparecer desnuda entre tus manos.

Pasó el tiempo y la ropa me arañaba la piel.

Ya que no quisiste quedarte conmigo
y me dejaste...

desnuda
desnuda
desnuda

maldita sea.


¡desnúdame!

18.9.14

Si te vistes como una guarra (Reflexiones muy íntimas)

Si te vistes como una guarra, no esperes que te traten como a una princesa. Si te vistes como una guarra, no esperes que te escriban cartas de amor. Si te vistes como una guarra, no esperes a que te quiten la ropa en la tercera cita. Si te vistes como una guarra, no esperes que nadie se enamore de quién eres porque, querida, si te vistes como una guarra sólo vales la tela que te falta.

Las mujeres somos expertas en vigilarnos las unas a las otras para que no nos salgamos de la norma y por eso hacemos nuestros los mismos estigmas que nos colocan los hombres, las mismas etiquetas que ellos nos cuelgan y que nos dividen en buenas y malas, en decentes... y luego estamos las guarras, las putas, las zorras (porque las malas mujeres somos así de contundentes). Las mujeres que no nos medimos por los mismos raseros que las demás ni nos preguntamos en todo momento cómo nos verán los hombres, las que sabemos ya de entrada que somos mucho más que una etiqueta y que si te van a llamar puta -tienes un coño entre las piernas, lo harán de todas formas- que al menos puedas hacer lo que te venga en gana.

Yo soy de esas, yo soy de las putas porque me dijeron que si me comportaba como un sujeto activo y deseante en lugar de como un maniquí que sólo puede aspirar a que lo deseen en la lejanía me iban a incorporar a ese grupo. Tal vez sea más feliz de esta manera que siendo una recatada que se limita a esperar, no lo sé. Nunca entendí qué había de romántico en la idea de desperdiciar las oportunidades que se te presentan porque se supone que no puedes coger las riendas de tu vida. En realidad las princesas me aburrieron hace mucho, más o menos en el mismo momento en el que descubrí que los príncipes eran igualmente una invención.

Los hombres me hacen bostezar en ocasiones. Me abruma de tedio el hecho de que puedan pensar que pueden instrumentalizarme a través de mi deseo y reducirme a un simple cuerpo. Mi deseo es sólo mío, nace de mí como lo hacen mis letras, mi ternura y mis observaciones ingeniosas. Y siempre puedo decidir si lo comparto con alguien o no: mi deseo me hace libre. Mi deseo es amplio, variado y diverso. Por eso hay hombres que tienen miedo de mí y se esconden o se las dan de sobrados y las mujeres bajan la voz cuando entro en escena y me miran con desagrado. No me malinterpretéis cuando me inspiráis el vacío, la nada: nunca supe tratar con las personas que están llenas de prejuicios.

A veces sólo necesito un cuerpo caliente junto al mío por unas horas, me hace olvidar que algún día no sentiré una respiración junto a la mía nunca más. Pero no me vale cualquier persona al contrario de lo que se suele creer, del imaginario colectivo que les hace pensar que me bajaría las bragas delante de una persona que no me inspirase o que crean que cualquiera me inspira. Realmente es difícil encontrar al candidato apropiado. Porque a veces es complicado dar a entender que soy tímida y que tiemblo demasiado desde mis ojos castaños y necesito que alguien los abrace sin reparos. Me gusta que el otro sepa quién soy, cómo respiro, por eso me gusta conocer a las personas con las que me acuesto. Follar es siempre un signo de confianza y no podría simplemente acercarme a una sonrisa bonita y decir: venga, aquí mismo. De igual manera también huyo de las personas que siento que pueden convertir el sexo en una garantía de compra: que pueden exigirme más placer en sacrificio del mío o un proyecto en común por haber compartido un colchón. Las estelas de corazones rotos están demasiado vistas en las series y películas de pésimo guión.

Si me visto como una guarra lo que menos se esperan es que realmente querría besarlas a ellas. Que mientras un hombre está esperando ante el grupo de amigas para ver con cuál se lía, yo pasaría de él y las besaría con dulzura, a sabiendas de que no hay nada tan suave en este mundo como los labios de una chica. Quizá llamen a esto el colmo de la depravación, pero cuántas veces he soñado con acariciar una espalda femenina y perderme entre las dunas de un cabello tan largo como el mío. Sería tan feliz paseando de la mano de una mujer por las calles, creo que hay pocas experiencias que te llenen tanto de adrenalina como eso porque es un grito de libertad a la vista de todos: la quiero a ella y no me escondo.

Me gusta llevar escotes y faldas cortas, pero por encima de todo me gusta la elegancia. Lo explícito tiene su momento, pero lo que me vuelve loca es la sensualidad inherente a los secretos de debajo de la ropa. Me atrae ir descubriéndolos poco a poco, paladear cada milímetro de piel como se merece. Es como una buena conversación o una taza de café caliente en una mañana de invierno. Odio las prisas y los lugares incómodos. Si la anarquía conlleva horizontalidad, confieso que soy una enamorada del sexo anárquico.

Si me visto como una puta habrá quien piense que no soy exigente, cuando es justo todo lo contrario. Qué complejo es decirle a alguien: ámame tal como soy, ni se te ocurra enamorarte de mí, pero fóllame como si fuera lo último que haces en la vida. Implica una confianza desmedida, una aceptación sin prejuicios y la tranquilidad de que la pasión puede caminar con plena libertad. Sin conocimiento del otro no tendría el mismo sentido, sin saber dónde hacerle cosquillas para que sonría, qué zona del cuello acariciar para ponerlo nervioso o cómo hacerlo reír en un momento de timidez. Sí, la risa es importante porque implica la máxima conexión con la mente del otro, sólo semejante a la complicidad que subyace al orgasmo visualmente compartido. Quizá es por eso que el sexo me gusta tanto: porque para mí implica comunión y placer a partes iguales.

Si me visto como una zorra -o como lo que pueda considerarse así por gente mentecata-, por otro lado, imagino que hay cosas que digo de mí que realmente son verdad. Supongo que si me visto como una guarra el mundo entiende que no soy una delicada princesa, pero es que yo jamás fui partidaria de la monarquía. Que si las cosas están claras y la conversación ha sido intensa no tengo por qué esperar a la tercera cita para aferrarme a otra piel. Que hay tantas cosas que querría decir que para hacerlo no encuentro mejor manera que dar un beso. Que me gustan los juegos y las miradas furtivas. Quedarme largos minutos en los brazos de otra persona sintiendo su respiración. Beber hasta que la botella se termine. Bailar con despreocupación. Me gusta ser libre y amar cuando y como me da la gana. Y cuando hablo de amar, me refiero a amar en su máxima expresión, sin connotaciones sexuales necesariamente. Me gusta amar sin imposiciones, sin obligaciones y sin tener que dar explicaciones a nadie.


Si me visto como una guarra al parecer no puedo esperar muchas cosas de los demás. Aunque lo cierto es que si vistiese de otro modo probablemente tampoco pensarían nada distinto de mí. Mi ropa no es más que una excusa para condenar mi libertad. Pero la cuestión de colgar etiquetas conlleva una paradoja: cuantas más te ponen, más puedes escandalizar haciendo lo que no se espera de ti. Cuanto más quieren sujetarte, más te escapas. Y cuanto menos tienes que ver con las normas de otros... es cuando disfrutas de los mejores amantes.

7.9.14

Entre las hojas


Septiembre es el mes que tiene la lengua más larga
y cuando se pronuncia siempre llueve.

Vuelve Septiembre
y la luz huele un poco a oscuridad,
a pasos huecos por un callejón
nublado y frío.

Vuelve Septiembre
con promesa de invierno prendida
a sus labios. Siempre nos pilla
saliendo de casa o entrando.

Llaves en mano
y miedo a los espacios abiertos.
Septiembre es un eterno zaguán
con los techos muy altos.