26.10.14
Mujer-niña heterodoxa en el espacio-tiempo
Quizás no me enamoré
-o no me enamore-
jamás de ti
como en los clásicos,
pero juro solemnemente
que cada vez que follamos
fue/es un acto de amor puro
hacia ti.
24.10.14
Libélula VI
Me parece que duermes
demasiado hacia fuera, y cuando te toca soñar lo haces siempre hacia
dentro. Debes de saber doblar muy bien los sueños para que te quepan
siempre en un espacio tan pequeño. Yo siempre soy desordenada y
termino ocupándolo todo: mi escritorio con doce cuadernos a medio
empezar, la silla con ropa de ayer y el abrigo de la semana anterior,
tu lado de la cama con las manos y los pies, y me gusta tanto
acercarme a ti por las noches que siempre te arrincono y te tiro de
la cama. Soy tan expansiva que a veces siento que voy a estallar, y
tú guardas todo hacia dentro, como si temieses que la vida se fuera
a terminar en el próximo momento, y yo te cojo de la mano y te digo
tranquilo, todavía no, aún tengo que tirarte muchas más veces
desde el precipicio de mi sábanas, y seguirte después, hacerte el
amor contra el suelo. Bueno, eso
último no lo digo, pero lo pienso. A veces me da la risa cuando te
imagino contra el suelo de mármol, todo asustado, y yo encima y tú
sin saber muy bien dónde colocar las rodillas y poniéndote nervioso
y yo riendo y tú enfadado porque se te enfría la espalda y yo
quemándote a besos, y tú entre la espada y la pared a punto de
perder los papeles y yo encima agotada por la risa, y luego tú
encima queriendo darme mi merecido y, en cambio, pegándome algún
golpe sin querer con la mano porque en la intimidad siempre fuiste un
poco torpe y eso las chicas que te miran por la calle ni se lo
imaginan. Veo que caminas muy deprisa por los pasos de cebra y ni
miras a los lados porque los coches no van contigo, y tú vas más
con las bicicletas y las zapatillas gastadas de los ochenta y no hay
quien te quite esa manía de mirar siempre hacia el suelo, ¡pero a
dónde vas! Si tienes unos ojos preciosos, me alegrarías la mañana
sólo con mirarme y ahí estás callado y en silencio al otro lado de
la pantalla sin imaginarte que es aquí y ahora donde te dedico con
mis labios un verso.
17.10.14
Salto con pértiga
Se preparó para saltar, tomó impulso
y se elevaron varios metros,
hombre y pértiga en proeza
por llegar a lo más alto
y acertar el corazón de ella.
La dama sonrió siniestra y dijo:
da igual cuanto saltes,
seguro al corazón no llegas.
Él probó de nuevo
e hizo un salto colosal,
marsupial,
una hipérbole perfecta
en su parábola.
La sagaz sonrisa de ella
se apagó cuando, entretela a salvo,
saltador quedó prendido a su cadera.
Él fue entonces quien lanzó el reto y,
con mirada a media finta
entre dulce y picaresca,
trazó su doble apuesta y dijo:
A que ahora no me coges,
princesa.
7.10.14
Las aceras estaban llenas de sueños
La cama deshecha, la
nevera vacía, los libros tirados por el suelo.
Hacía más de un año y
todo seguía igual tras su marcha. Pero hoy era jueves y había que
celebrarlo. Cogió la mejor botella de tequila que guardaba encima
del armario y se despachó a gusto. No podía decirse con exactitud
si tenía la mirada perdida o de pérdida. Los analgésicos siempre
se terminan demasiado pronto. Y las cerillas se humedecen si las
dejas mucho tiempo fuera de la caja.
Como los labios.
Salió a mendigar besos
por un par de copas, pero los desconocidos siempre se echan demasiada
colonia y no te dejan espacio ni piel para respirar. Sólo son ruido.
Y desgaste. Y poner en negrita la ausencia. Y en absenta la cursiva.
Un juego de cartas, de
miradas, de ajedrez.
Si pierdes todas las
apuestas y tienes que empezar de nuevo, de dónde vas a sacar esa
energía cuando se agoten las leyes de la termodinámica. Creo que te
agarras demasiado a unos poemas como para que la jugada te vaya a
salir bien. Y qué me dices del asco que te da la nieve, las
almendras rebotando contra el agua en un absurdo marco surrealista de
cilantro y sed.
Ahí arriba aletea una
mariposa.
Le costó tanto adaptarse
a la mesosfera que ahora todo le resultaba extremista, hasta las
estrellas. Te deja un bagaje extenso con regusto ácido que se queda
en el fondo de la garganta, y cuando amanece sólo queda acónito e
iridiscencias. Te torturabas dejando el corazón encima de la mesilla
de noche, y había venido el hada de los dientes y se lo había
llevado un veinticuatro de junio, en plena noche de San Juan, entre
hogueras y conxuros, al confundirlo con una perla o un trozo de
nácar.
Se cumplía el plazo y
quedaba lo que quedaba.
La cama deshecha, la
nevera vacía, los libros tirados por el suelo.
Ya no estabas.
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