La cama deshecha, la
nevera vacía, los libros tirados por el suelo.
Hacía más de un año y
todo seguía igual tras su marcha. Pero hoy era jueves y había que
celebrarlo. Cogió la mejor botella de tequila que guardaba encima
del armario y se despachó a gusto. No podía decirse con exactitud
si tenía la mirada perdida o de pérdida. Los analgésicos siempre
se terminan demasiado pronto. Y las cerillas se humedecen si las
dejas mucho tiempo fuera de la caja.
Como los labios.
Salió a mendigar besos
por un par de copas, pero los desconocidos siempre se echan demasiada
colonia y no te dejan espacio ni piel para respirar. Sólo son ruido.
Y desgaste. Y poner en negrita la ausencia. Y en absenta la cursiva.
Un juego de cartas, de
miradas, de ajedrez.
Si pierdes todas las
apuestas y tienes que empezar de nuevo, de dónde vas a sacar esa
energía cuando se agoten las leyes de la termodinámica. Creo que te
agarras demasiado a unos poemas como para que la jugada te vaya a
salir bien. Y qué me dices del asco que te da la nieve, las
almendras rebotando contra el agua en un absurdo marco surrealista de
cilantro y sed.
Ahí arriba aletea una
mariposa.
Le costó tanto adaptarse
a la mesosfera que ahora todo le resultaba extremista, hasta las
estrellas. Te deja un bagaje extenso con regusto ácido que se queda
en el fondo de la garganta, y cuando amanece sólo queda acónito e
iridiscencias. Te torturabas dejando el corazón encima de la mesilla
de noche, y había venido el hada de los dientes y se lo había
llevado un veinticuatro de junio, en plena noche de San Juan, entre
hogueras y conxuros, al confundirlo con una perla o un trozo de
nácar.
Se cumplía el plazo y
quedaba lo que quedaba.
La cama deshecha, la
nevera vacía, los libros tirados por el suelo.
Ya no estabas.
Me suele pasar. La mesosfera me sienta fatal.
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