24.3.15

Cicatrices


Me preguntas por mis cicatrices, como si tuvieras derecho a saber.
¿Quieres que te mienta?, te pregunto a mi vez.

A estas alturas ya hemos llegado a ese punto
en que nos mentimos a la cara sin necesidad de fingir.
Nos leemos tan bien en los ojos del otro
que nos morimos de miedo al reconocernos.

Si tanto te duele, me dices, ¿por qué no amputas y te desprendes del dolor?
En ocasiones me hace gracia que hagas preguntas,
como si antes no las hubiera pensado yo.

Creo que no se me da bien cauterizar heridas, te respondo,
y prefiero aceptar que formas parte de mí como las ojeras, mi anemia
o el insomnio.

Enciendo la radio en busca de alguna canción estúpida que no me recuerde
a ti,
     -a ti-
              -a ti-
                        -a ti-,
cuánto me dueles.

¿Qué es el amor?, preguntas, ¿sigues creyendo en cuentos de niños?
Y yo te respondo que no, que por supuesto que no; y que ya que preguntas,
amor es besar dos mil bocas sin que ninguna sea la tuya
y sin embargo me sigas ardiendo por dentro.

Definición amarga, me dices.
Te contesto que es la única verdad que he encontrado por el camino,
te la ofrezco desde la sangre de mis cicatrices,
esas que deforman mi piel después de parir a la única verdad
a la que considero mi hija.

Soy de ciencias inexactas y he conseguido que, al fin,
las palabras me den igual.

Eres una adicta a la nostalgia, terminas.
Hasta nosotras somos capaces de renunciar al pasado
para abrazar el presente.

Siempre que estés tú,
insisto

(desisto).