27.8.15

Incomprendidos



A lo largo de mi vida
creo que sólo una persona
llegó a conocerme realmente bien.

El problema fue que me sobrentendió.





18.8.15

Nosotros, los que perdimos



Ya no estabas para cuando llegó el verano y las cervezas volvían a ser el refresco favorito en las plazas de la ciudad. Suspendidas en los cuarenta grados a la sombra quedaban muchas preguntas que precisaban su respuesta, pero conté con tu silencio una vez más. Cuando pienso en ti estás inmerso en una nebulosa de palabras quedas, congeladas en el tiempo, sólo se oye el sonido de tu respiración insomne deslizándose por el aire. Lo único más perenne que tu silencio es esa obstinación de mantenerme alejada. Yo te llamaba a altas horas de la noche, buscando la excusa perfecta para colarme en tu casa. No sé si me dejabas pasar porque sufrías un estado de delirios transitorios o porque realmente te gustaba mi comportamiento kamikaze. Eso era cuando me decías que era un error maravilloso. Cuando me decías que sí. Que sí a todo, a lo que fuera. Que sí.

Me hubiese gustado que cumplieses tu promesa de llevarme un día a cenar. Verte dubitativo ante el menú, tus ojos saltando ávidos entre líneas y yo devorándote con la mirada. Es cruel hacer planes que nunca se van a cumplir. Y hacer esperar cartas que nunca llegan.

A veces me pregunto si seguirás flotando en una vida frenética que intentas llenar con esas cosas que te faltan mientras le cierras la puerta a todo lo demás. Si habrás encontrado lo que buscas en algún punto entre San Cosme y San Damián.

En alguna ocasión paso por tu calle. Me gusta ver tu figura recortada en la ventana, las luces apagadas por la tarde, encendidas por la noche. Esas veces que no estás o en las que la sala de estar no te satisface. ¿Llegas a verme? Intento que no te percates de mi presencia. Sólo paso por allí por el placer de sentirte un instante cerca. Tener la certeza de que respiras.

¿Aún tienes demasiado dolor, de ese que te guardas sólo para ti? Teníamos los ojos quebrados por el mismo lado por aquel entonces, sólo que las heridas en los tuyos eran mucho más profundas. Hubo una noche en que conseguí que te rieras. Que te rieras de verdad. Creo que te sorprendiste tanto de ello como yo, y por eso me besaste. Fui feliz al verte así, por un momento se disipó la bruma y pude verte sin todas esas capas de tristeza en las que permanecías abrigado.

A pesar de que me dijiste que no creciera nunca, crecí -aunque eso ya lo sabes-. Crecí y no fui de esas personas enamoradas de sus aciertos, deseando beber de la copa del éxito para después caminar levantando bien la cabeza por la calle. Fui de esas otras que tuvieron el valor de volver la vista atrás y abrazar con ternura sus propios errores. Y salir fortalecida. ¿Te sientes así alguna vez?

Hice las paces contigo en sueños. En ellos estabas irresistible. Parecías sacado de una película de cine negro, con gabardina, sentado en un banco del parque, las estrellas brillando sobre tu cabeza. Sentí esa tranquilidad que nunca mostré en tu compañía. Y te vi sonreír, tus ojos húmedos, los labios entreabiertos. No volví a soñar contigo, pero esa imagen se me quedó grabada mucho tiempo.

Tal vez nos toque vagar con extraños altibajos por esta vida, sentir que hay una dimensión temporal especialmente diseñada para cada uno que nadie más ve, el respiro de saber que al menos quedan noches en las que refugiarse. 

Quizá no estemos hechos para grandes victorias porque nuestros fracasos siempre serán doblemente amargos, pero mientras podamos continuar mirando de frente puede que quede algo de paz. Y mientras haya paz, habrá un hueco para nosotros en esta guerra. 

Para nosotros, los que perdimos.