25.9.16

Vislumbré Ítaca a lo lejos


1. 

No había roto el verano, pero ahí estaba yo recolectando palos y piedras. Aterida y en los huesos, una parte de mí quería apostar por ver qué había más allá de los mares de fuego. Saber si todo lo que quedaba era conformarse con cenizas y un corazón muerto. Me preparé como se preparan quienes nada tienen que perder: sin miedo. Construí una balsa ignífuga y subí a ella esperando a que el monstruo despertase para poder salir corriendo. Cuando vio mis intenciones me miró a los ojos y rugió enfurecido. No esperé ni un segundo más. Huí.

2.

No tardé demasiado en disfrutar de la victoria. Una vez llegada a tierra firme descansé sobre la hierba y permití que el rocío de la mañana humedeciese mis manos. Cerré los ojos. No había nadie a mi alrededor. Del bolsillo izquierdo saqué una manzana y la mordí. Como Eva, hice del fruto el símbolo del triunfo de la libertad. Y, por supuesto, me maldijeron por ello. Estaba completamente sola. Sin embargo, me sentí más acompañada que nunca.

3. 

De mi boca comenzó a manar agua y se acercaron los sedientos. Les di de beber, pero luego quisieron quedarse prendidos a mis labios y no sólo beber mi agua, sino agotar también mi savia y arañar mi tiempo. A eso lo llamaron amor. A cortar árboles, envenenar fuentes, secar ríos y llevarse mis joyas producidas con tanto mimo a sus cuevas oscuras para autoproclamarse reyes de la nada, lo llamaron amor. Yo retrocedí asustada. Si de mis labios brotaba agua era porque estaba haciendo al fin las cosas bien. Recién había comenzado y ya querían arrebatarme mi magia. Hay quien mucho entiende de avaricia y poco de admiración y permitir el espacio necesario para crear y crecer. Tras tropezar varias veces, dejé que el silencio desplegase las velas de mi barco y me dirigí hacia aires más limpios.

4. 

Llamaron a la puerta. Las sombras me cerraron el paso, pero ya había enfrentado demasiados peligros por el camino y amedrentarse no era opción. Planté cara y les prendí fuego una a una. Me crecieron un par de alas y pude alzar la vista al cielo. El barco ya no me hacía falta, quedó reducido a nada junto a las sombras que aún aullaban de dolor. Ascendí y ascendí hasta encontrar el lugar donde debían habitar los ángeles. Knocking on Heaven's Door.

5.

El extraño baile entre asteroides nos mantiene ágiles para no caer. A veces, siempre, dura sólo un instante. El tiempo se pliega, nosotros permanecemos. Tu azul brillante me salvó aquella noche. Como todas las demás. Hasta hoy. Cuando te pierdas, correré a buscarte.

6.

Hay trenes que pasan por tu cama y no se detienen hasta que las perseidas aparecen en el firmamento. El calendario siempre se equivoca. Fuimos nosotros quienes invocamos a la lluvia. Si era el universo corriéndose de emoción o llorando de placer, ya es cosa suya.

7.

Al aterrizar hice un agujero enorme en el suelo debido a la fuerza del impacto. Hubo múltiples heridos. La energía se escapaba de mis manos. Cosí, vendé, curé almas fragmentadas con la paciencia de un sastre experto. Volvieron a aparecer otros sedientos. Esta vez guardé la savia y el tiempo.

8.

La vida volvió a llamarme al orden. Un foco me iluminaba desde el techo. Hice todo lo mejor que pude. Aún así algo se revolvía en mi interior. Me avisaron para acudir al campo de batalla. Cogí las armas y me defendí con todas mis fuerzas. Los caballos echaron a correr, impertinentes. Fueron benévolos, pasó la tormenta y retornó la calma.

9.

La bestia rugió entre mis brazos y luego se aplacó. No sabía bien qué necesitaba. No parecía tomarme en serio. Dudaba y yo la acariciaba con mis ojos serenos. Tiré mis manuales de zoología. Ya no entendía nada.

10.

Me tomó de la mano y parecía feliz. Feliz con mi mera existencia. Cuánto sufre el hombre tras la máscara. Destrocé su máscara. No retrocedió. Y yo, por fin, le vi.

11.

Ítaca es un principio al que siempre volver, porque nunca se termina de llegar. Ítaca se me escapa de las manos cuando intento alcanzarla. Y sin embargo, Ítaca está en mí. Y, quizás, yo en ella.