No son pocas las
conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida acerca de la
invisibilización de las mujeres en cualquier sector considerado
tradicionalmente como “masculino”, mientras que por otro lado los
lugares considerados patriarcalmente como femeninos son relegados al
ostracismo social e histórico. Sin embargo, no voy a profundizar en
ello, pues gracias a los avances del feminismo esta realidad es un
fenómeno ya analizado pormenorizadamente por miles de autoras;
fenómeno que, a pesar de ello, no ha desaparecido.
Me gustaría adentrarme
en aquello que rodea a las publicaciones destinadas a un público
masculino, el entorno que contextualiza esas noticias deportivas
desprovistas de mujeres o con tratamientos machistas. Y como digo
deportivas, digo de economía, moda, cultura, estilo... destinadas
principalmente al género masculino (preferentemente heterosexual).
Publicaciones que, no contentas con obviar deliberadamente en
aquellas informaciones que se consideran relevantes a la mitad de la
humanidad, no tienen problema sin embargo para utilizar el utilizar
el cuerpo femenino como reclamo necesario y atractivo inseparable de
su línea editorial. Publicaciones como Marca, AS, El Economista...
disponen de webs de “ocio” donde los titulares sensacionalistas y
las galerías de fotografías de contenido pseudopornográfico se
entrecruzan sin ningún tipo de problema.
Cuando comencé a
escribir esto, ya había hecho un investigación previa sobre
artículos que hablasen de esta situación concretamente. Me quedé
sorprendida al comprobar que apenas existen, lo que me lleva a la
conclusión de que es una realidad tan normalizada que ni siquiera
hay muchas líneas de tinta al respecto (sí en publicaciones más
amplias, aunque por lo general lo que analizan es el uso del cuerpo
femenino en la publicidad especialmente).
Ese tipo de publicaciones
donde capitalismo y patriarcado se dan la mano, que no tienen ningún
tipo de pudor a la hora de ganar clics a base de hacer de las mujeres
un producto de consumo más, tienen que generar gran parte de los
ingresos que ingresan esas empresas, porque de otro modo no tendrían
sentido. Y todo esto, por supuesto, con la complicidad de miles de
hombres que, cegados por sus privilegios, no tienen ningún reparo en
acceder a esos contenidos. Como niños atraídos por caramelos en una
tienda, ni se lo piensan a la hora de seguir manteniendo la ideología
machista en publicaciones destacadas y cada día más millonarias
porque entienden que, efectivamente, han acertado con su público de
zombies. Al más leve atisbo de ¡TETAS! incluso mezcladas entre
sesudos análisis de economía, ya les hacen virar sin mayor problema
de una publicación a otra. Algunas de ellas que incluso deberían
ponernos en alerta. En “Los 40”, publicación de contenidos
musicales (y otras “cosas”) tienen titulares como “La pequeña
bailarina de Sia ya no es tan pequeña” donde sexualizan a una niña
de ¡16 años! Muchos de esos hombres que se escandalizan y
horrorizan con casos de pederastia, abuso sexual o violaciones, no
tienen problema alguno en acceder a contenidos que ¡oh, sorpresa!
alimentan esa misma lógica.
Sé que es complicado,
pero llevo llamando al boicot de ese tipo de publicaciones desde hace
años. Si necesitan enseñarte las tetas de Kim Kardashian o
sexualizar actitudes patológicas, no se deberían apoyar esas
publicaciones. El deporte, la economia, la música, la moda... no
tienen género ¿por qué se empeñan en dejar fuera a la mitad de la
humanidad salvo para denigrarlo sin problema alguno? ¿Y no se
sostienen tan bien por sí mismos que sería innecesario usar el
cuerpo femenino como reclamo?Y hablo de género, y no de orientación
sexual, porque como las mujeres sabemos, las mujeres lesbianas o
bisexuales son infinitamente más respetuosas que las personas que
han crecido bajo la masculinidad tóxica.
No hay nada inocente en
entrar en publicaciones que alimentan un patriarcado que nos utiliza,
mata y humilla cada día.
(De esta Gata de Zinc que deambula por tejados ardientes
intentando mantenerse siempre en pie a la Gran Gata Cattana)
Llevo mucho tiempo pensando en
escribir esto y nunca termino de saber cómo. Creo que soy capaz ahora por el
impuso del año nuevo, por la reflexión casi inevitable del año que ha terminado
y las cosas que he vivido y más me han impactado de él. Tú has sido una de
ellas.
Supe de ti hace un año y un mes.
Viniste a mi ciudad a presentar tu primer libro. Me gustó el título nada más
oírlo porque de pequeña me obsesioné levemente con ella “La escala de Mohs”. No
llegué a tiempo a la presentación no recuerdo por qué. Supongo que por esas
cosas triviales del día a día que te retrasan más de lo debido y hacen que te
pierdas cosas importantes. Tengo que aprender a administrar mejor el tiempo.
Apenas sabía de ti y ya me diste una lección. Recuerdo que investigué sobre ti,
escuché algunas de tus canciones y me sorprendieron. Y mira que el rap nunca ha
sido un estilo que haya estado entre mis preferencias, pero ahí estabas tú con
canciones que se asemejaban a poemas cuyos nombres me son tan familiares como Lisístrata. ¿Quién hacía ese tipo de
cosas? Sólo la Gata. Eras una pionera, una perla brillando en el océano del
escaso futuro que tenemos en este país para que la cultura sobreviva.
Recuerdo la tarde en la que me
enteré de tu fallecimiento. No nos conocíamos en persona, pero no sé por qué me
golpeó como si de algún modo lo hiciéramos. No nos conocíamos, pero no podía
dejar de ver ciertas semejanzas entre las dos. La primera, la más obvia,
nuestra edad. Las dos teníamos veintiséis años y yo aquí estaba y tú, sin
embargo, no. Siempre hay algo de injusticia en algunas muertes, pero en algunas
más que en otras. Y la tuya era especialmente injusta. No sólo por tu edad,
sino por quien eras y por lo que prometías llegar a ser. Cuando morimos, a
todas por igual nos roban el presente; a ti, sin embargo, también te robaron el
futuro –porque sólo algunas vidas esconden el rumor, a lo lejos, del Futuro-.
Se hace inevitable no sacar a colación ese verso tuyo: Merecerte la vida/ hasta tal punto/ que tu muerte/ parezca una
injusticia. Hablabas del oficio del poeta en ese poema, así se llama: “Tu
oficio, poeta”. Creo que ha sido tu obra que más me ha impactado, junto con “La
Satine”. Me dieron tal puñetazo cuando las leí que casi me caigo de espaldas.
En la primera, decías: Tu oficio, poeta,
es dignificar la especie/ Hacer que quepa la duda/ decir: “Algunos eran buenos.
/Algunos no eran prescindibles”. Si me oyeras a los dieciocho años cavilar
sobre ese mismo dilema, devanándome la cabeza acerca de para qué servía todo lo
que escribía. Cuando me dio mi primera crisis real con esto de escribir y
estuve meses sin hacerlo (yo, que a veces no podía dejar pasar ni un solo día
sin sacar la libreta de emergencia que siempre llevaba en el bolso). Y me daba
miedo que el tiempo me volviera insensible, que me convirtiera en científica o psicoanalista, que no fuera capaz de escribir relatos o poemas.
Aunque no fueran buenos. Era la incapacidad para sacar lo que tenía dentro lo
que me daba miedo de verdad. Volverme opaca y ahogarme con todas esas palabras
dentro. Porque lo que no dices y se queda en el interior, te devora. Y quizá
para mí escribir no sé si era una contribución a dignificar mi especie, pero sí
que era una forma de salvarme, de no rendirme… ¿se puede considerar eso
dignificar? En “La Satine” lo que reconozco es parte de mi esencia en general,
pero sobre todo cuando dices: Venían los
días estándar en que lloraba/ como una niña que apenas piensa en imágenes/ y
pataleaba como intentando apartar semejante carga/ la nada, el sinsentido que
es todo/ y la responsabilidad de andar con la cabeza erguida. En ocasiones
es eso lo que me cuesta, andar con la cabeza erguida… y escribir. Con la
certeza de que si dejo de hacer cualquiera de las dos me perderé a mí misma. Tendré
que retomar esa primera lección que me diste sobre no dejar pasar las cosas
importantes por otras más triviales que al final son una trampa.
En tu libro, en otro de los
poemas, te reconoces sabionda y repelente.
Eso también me suena porque me lo han llamado varias veces a lo largo de mi
vida (aunque conforme pasan los años intento disimular ambas, a pesar de saber
que a veces es necesario repeler a cierta gente y que ser sabionda es casi un
halago y salvavidas en esta realidad donde día sí y día también se le hace un
monumento a la ignorancia). Y me reconozco en tantas otras palabras que me
hacen sonreír. Y en tu afición de plasmar la cultura grecorromana en tus versos
y que te salga tan natural (cosa que a mí no me pasa). Y que hables de
Baudelaire. Y que arda el feminismo en tus letras.
No caeré en la trampa de pensar
que nos llevaríamos bien. No porque tenga la impresión de que no me fueras a
caer bien –que intuyo que sí- , sino porque hablar desde el desconocimiento (y
desde lo imposible ahora), nunca es justo. Es como cuando alguien cercano te
dice “Tienes que conocer a X, os vais a llevar genial”, y luego resulta que os
conocéis y no es para nada así. Pero sí que creo que, de coincidir, podríamos
haber tenido debates interesantes y que habría aprendido mucho contigo. Y que
te hubiera envidiado desde la admiración (de esto sí que tengo pleno
conocimiento, porque creo que envidiarte desde la admiración es algo que he
hecho desde que supe de tu existencia).
Resultó que, por una rarísima
concatenación de circunstancias, me acerqué a algunas de las personas que
formaban parte de tu vida. Conocí donde creciste, conocí a tus padres, a parte
de tu familia, a personas con las que tuviste algo, a amigas y amigos tuyos. Leí
tus poemas allí, delante de todos ellos. Y fue tan hermoso como extraño, porque
no podía evitar preguntarme: ¿qué ocurriría si de pronto una persona que tan
sólo me conociese de oídas o desde una vaga intuición de pronto se viera
inmersa en mi vida? Que conociera mis aficiones, mis lugares, mis personas
queridas, parte de mi forma de estar en el mundo. Sólo puedo desear que, si
bien no llegué a tiempo a la presentación de tu libro –lo que me hizo sentir
que había fallado en estar donde tenía que estar-, sí que hice bien estando en
todo aquello que surgió en torno a ti. Me llevé cosas muy bonitas de aquella
experiencia y jamás lo olvidaré.
Quiero ser guerra como tú,
renacer en este nuevo año como guerra que seguir dando en este mundo, también
hasta el fin de mis días y a pesar de todo. Usar estos veintisiete que no
pudiste cumplir para dejar atadas una serie de cosas que tú sí supiste atajar a
los veintiséis. Ser Gata en definitiva, aunque tú lo fueras a la ofensiva y yo
lo sea a la defensiva.
O simplemente aprender que, a
veces, la mejor defensa es un buen ataque.
Si te vistes como una
guarra, no esperes que te traten como a una princesa. Si te vistes
como una guarra, no esperes que te escriban cartas de amor. Si te
vistes como una guarra, no esperes a que te quiten la ropa en la
tercera cita. Si te vistes como una guarra, no esperes que nadie se
enamore de quién eres porque, querida, si te vistes como una guarra
sólo vales la tela que te falta.
Las mujeres somos
expertas en vigilarnos las unas a las otras para que no nos salgamos
de la norma y por eso hacemos nuestros los mismos estigmas que nos colocan los hombres, las
mismas etiquetas que ellos nos cuelgan y que nos dividen en buenas y
malas, en decentes... y luego estamos las guarras, las putas, las zorras
(porque las malas mujeres somos así de contundentes). Las mujeres
que no nos medimos por los mismos raseros que las demás ni nos
preguntamos en todo momento cómo nos verán los hombres, las que
sabemos ya de entrada que somos mucho más que una etiqueta y que si
te van a llamar puta -tienes un coño entre las piernas, lo harán de
todas formas- que al menos puedas hacer lo que te venga en gana.
Yo soy de esas, yo soy de
las putas porque me dijeron que si me comportaba como un sujeto
activo y deseante en lugar de como un maniquí que sólo puede
aspirar a que lo deseen en la lejanía me iban a incorporar a ese
grupo. Tal vez sea más feliz de esta manera que siendo una recatada
que se limita a esperar, no lo sé. Nunca entendí qué había de romántico en la idea de desperdiciar las oportunidades que se te presentan porque se supone que no puedes coger las riendas de tu vida. En realidad las princesas me
aburrieron hace mucho, más o menos en el mismo momento en el que
descubrí que los príncipes eran igualmente una invención.
Los hombres me hacen
bostezar en ocasiones. Me abruma de tedio el hecho de que puedan
pensar que pueden instrumentalizarme a través de mi deseo y
reducirme a un simple cuerpo. Mi deseo es sólo mío, nace de mí
como lo hacen mis letras, mi ternura y mis observaciones ingeniosas.
Y siempre puedo decidir si lo comparto con alguien o no: mi deseo me
hace libre. Mi deseo es amplio, variado y diverso. Por eso hay
hombres que tienen miedo de mí y se esconden o se las dan de
sobrados y las mujeres bajan la voz cuando entro en escena y me miran
con desagrado. No me malinterpretéis cuando me inspiráis el vacío,
la nada: nunca supe tratar con las personas que están llenas de
prejuicios.
A veces sólo necesito un
cuerpo caliente junto al mío por unas horas, me hace olvidar que
algún día no sentiré una respiración junto a la mía nunca más.
Pero no me vale cualquier persona al contrario de lo que se suele
creer, del imaginario colectivo que les hace pensar que me bajaría
las bragas delante de una persona que no me inspirase o que crean que
cualquiera me inspira. Realmente es difícil encontrar al candidato
apropiado. Porque a veces es complicado dar a entender que soy tímida
y que tiemblo demasiado desde mis ojos castaños y necesito que
alguien los abrace sin reparos. Me gusta que el otro sepa quién soy,
cómo respiro, por eso me gusta conocer a las personas con las que me
acuesto. Follar es siempre un signo de confianza y no podría
simplemente acercarme a una sonrisa bonita y decir: venga, aquí
mismo. De igual manera también huyo de las personas que siento que
pueden convertir el sexo en una garantía de compra: que pueden
exigirme más placer en sacrificio del mío o un proyecto en común
por haber compartido un colchón. Las estelas de corazones rotos
están demasiado vistas en las series y películas de pésimo guión.
Si me visto como una
guarra lo que menos se esperan es que realmente querría besarlas a
ellas. Que mientras un hombre está esperando ante el grupo de amigas
para ver con cuál se lía, yo pasaría de él y las besaría con
dulzura, a sabiendas de que no hay nada tan suave en este mundo como
los labios de una chica. Quizá llamen a esto el colmo de la
depravación, pero cuántas veces he soñado con acariciar una
espalda femenina y perderme entre las dunas de un cabello tan
largo como el mío. Sería tan feliz paseando de la mano de una mujer
por las calles, creo que hay pocas experiencias que te llenen tanto
de adrenalina como eso porque es un grito de libertad a la vista de
todos: la quiero a ella y no me escondo.
Me gusta llevar escotes y
faldas cortas, pero por encima de todo me gusta la elegancia. Lo
explícito tiene su momento, pero lo que me vuelve loca es la
sensualidad inherente a los secretos de debajo de la ropa. Me atrae
ir descubriéndolos poco a poco, paladear cada milímetro de piel como
se merece. Es como una buena conversación o una taza de café
caliente en una mañana de invierno. Odio las prisas y los lugares
incómodos. Si la anarquía conlleva horizontalidad, confieso que soy
una enamorada del sexo anárquico.
Si me visto como una puta
habrá quien piense que no soy exigente, cuando es justo todo lo
contrario. Qué complejo es decirle a alguien: ámame tal como soy,
ni se te ocurra enamorarte de mí, pero fóllame como si fuera lo
último que haces en la vida. Implica una confianza desmedida, una
aceptación sin prejuicios y la tranquilidad de que la pasión puede
caminar con plena libertad. Sin conocimiento del otro no tendría el
mismo sentido, sin saber dónde hacerle cosquillas para que sonría,
qué zona del cuello acariciar para ponerlo nervioso o cómo hacerlo
reír en un momento de timidez. Sí, la risa es importante porque
implica la máxima conexión con la mente del otro, sólo semejante a
la complicidad que subyace al orgasmo visualmente compartido. Quizá
es por eso que el sexo me gusta tanto: porque para mí implica
comunión y placer a partes iguales.
Si me visto como una
zorra -o como lo que pueda considerarse así por gente mentecata-,
por otro lado, imagino que hay cosas que digo de mí que realmente
son verdad. Supongo que si me visto como una guarra el mundo entiende
que no soy una delicada princesa, pero es que yo jamás fui
partidaria de la monarquía. Que si las cosas están claras y la
conversación ha sido intensa no tengo por qué esperar a la tercera
cita para aferrarme a otra piel. Que hay tantas cosas que querría
decir que para hacerlo no encuentro mejor manera que dar un beso. Que
me gustan los juegos y las miradas furtivas. Quedarme largos minutos
en los brazos de otra persona sintiendo su respiración. Beber hasta
que la botella se termine. Bailar con despreocupación. Me gusta ser
libre y amar cuando y como me da la gana. Y cuando hablo de amar, me
refiero a amar en su máxima expresión, sin connotaciones sexuales
necesariamente. Me gusta amar sin imposiciones, sin obligaciones y
sin tener que dar explicaciones a nadie.
Si me visto como una
guarra al parecer no puedo esperar muchas cosas de los demás. Aunque
lo cierto es que si vistiese de otro modo probablemente tampoco
pensarían nada distinto de mí. Mi ropa no es más que una excusa
para condenar mi libertad. Pero la cuestión de colgar etiquetas
conlleva una paradoja: cuantas más te ponen, más puedes
escandalizar haciendo lo que no se espera de ti. Cuanto más quieren
sujetarte, más te escapas. Y cuanto menos tienes que ver con las
normas de otros... es cuando disfrutas de los mejores amantes.
El objetivo de este post
es facilitar la identificación de actitudes machistas de modo que
genere reflexión y ganas para que sean combatidas. Si te ofende, es
que probablemente estés en la lista y te hayas visto reflejado.
Tranquilo, no es el fin del mundo, con esfuerzo, dosis de reflexión
y, sobre todo, escucha activa hacia lo que demandan las mujeres
podrás darte cuenta de tus fallos como ser humano en este aspecto.
Aviso: Las categorías no son
exclusivas entre sí y algunas tienen mucho que ver unas con otras.
El macho guacho:
Las mujeres se clasifican en guarras
y novias.
Es el macho orgulloso de
ser macho y, por ende, misógino. Probablemente se denomine a sí mismo políticamente incorrecto (en lugar de decir "soy una basura humana", y ya). No tiene conflictos con la idea de
ser un australopiteco, está encantado de conocerse y de reconocerse
como del sexo superior. Trata a las mujeres como objetos, las denigra,
las humilla, las insulta... Todas putas, está claro, pase lo que pase y hagas lo que hagas. Es el machista al descubierto, ¿lo
bueno? que no deja dudas de su forma de pensar y se identifica a tres
metros de distancia. El resto son, por lo general, más difíciles de
descubrir.
El paternalista:
A ver, cielo, ¿no ves que no puedes
sola? Déjame, que ya lo hago yo.
Él
adora a las mujeres. Las adora. Y no quieren que se hagan daño, son
criaturas débiles y delicadas a las que cuidar. Ya no es sólo que
les abra la puerta siempre para que pasen ellas primero, es que les
quita el martillo de las manos cuando hacen bricomanías, las
aconseja aunque no hayan pedido su opinión y pretende tomar las
decisiones de las mujeres él mismo. Piensa en las mujeres como seres
infantiles que no saben qué hacer con su cuerpo o con su vida, así
que ahí está él para salvarlas y tratarlas como las flores que
son. Te llama cielo, cariño o encanto sin conocerte.
Amparándose en la caballerosidad -no confundir con educación- trata
a las mujeres como seres incapaces y lelos. Si es educado, aplicará
las mismas normas con hombres y mujeres. Si no es así, es un
machista paternalista. Un ejemplo muy arraigado en Andalucía es la
costumbre de llamar a las mujeres -sólo a las mujeres- niñas.
Te lo llama hasta un desconocido cualquiera por la calle para
referirse a ti, aunque tenga tu misma edad. Ya se sabe, somos seres
infantiles, incompletos y dependientes sea cual sea nuestra edad y
experiencia. ¿Os lo tengo que explicar mejor, niñas?
El inconsciente:
Yo no he sido machista en mi vida,
qué sabrás tú, mujer.
Él
no es machista. ¡Que no, que no, que tú eres una exagerada que no
lo entiende! Es que cuando él acosa con la mirada a las mujeres por
la calle, cuando se encuentra a una pareja hetero y sólo habla con
él mientras la ignora a ella, se ríe de las mujeres que no se
depilan, hace chistes machistas, habla despectivamente de una mujer
porque no le parece atractiva y deja que su madre le prepare siempre
la comida no está siendo machista, mujer, es que ¡es lo normal! El
inconsciente, que si le queda alguna neurona en el fondo no es tan
inconsciente, se ampara en la psicología de grupo para tener la
conciencia tranquila. No le interesan los derechos de las mujeres lo
más mínimo ni se detiene a escuchar lo que las mujeres tienen que
decir, él sólo quiere seguir siendo un cerdo machista sin que le
llamen cerdo machista a la cara ¿tan difícil es de entender? Sus
privilegios no se mencionan, no vaya a ser que a alguien se le ocurra
la idea de quitárselos. Y cuando lo arrinconas salta con esa mierda
de: ¡pero a las mujeres os dejan entrar gratis en la discoteca!
Venga, piensa por qué, machote. Inconsciente e irreflexivo, ¿veis? Un
gilipollas.
El igualitarista:
Yo no soy feminista, creo en la
igualdad.
La igualdad, ese ente tan
invocado como ausente.
Plas plas plas. Tenemos
aquí un hombre que no se ha molestado siquiera en abrir un
diccionario. Tiene la misma idea de feminismo que una patata muerta.
Se le podría sentar y explicar taaantas cosas... pero mejor
ignorarlo, a menos que esté dispuesto a pagarnos la formación
feminista que le hace falta. No se puede ir de educadoras por la vida
de gratis. No, no, si él cree en la igualdad, PERO... sin pasarse, no
vayamos a ser muy iguales que entonces a lo mejor no interesa.
El comumacho:
(o socimacho, anarcomacho, macho queer
o cualquier otra mezcla donde cualquier discurso ideológico deje a
las mujeres como última opción)
Feminismo, sí, pero DE CLASE. Yo no
soy machista, ¿no ves que soy de izquierdas, camarada?
El
comunismo es lo primero, camaradas. Por supuesto, queridas mías, las
reivindicaciones feministas son necesarias en los panfletos
comunistas, somos los que históricamente os hemos defendido, nenas
-las mujeres feministas en la historia, hayan sido comunistas o no,
no cuentan porque son ELLOS los que vienen a salvarnos oé oé- pero
ay... no es una prioridad. Antes que los derechos de la mujer van los
derechos del obrerO. ¿De qué le sirve a la mujer obrera que haya
mujeres burguesas, eh? La mujer burguesa OPRIME a la mujer obrera. Es
por tanto necesario, camaradas, que la liberación sea de clase
PRIMERO. Luego, ya si eso, nos ocupamos del feminismo o de otras
cosas menores como el exceso de ruido en los aeropuertos. Chicas,
cuando abramos un ojo tendremos “La declaración de los derechos
del hombre y del ciudadano II, LA VENGANZA” o “La
declaración de los derechos del obrerO comunistO”. ¡¡Arriba,
falos de la tierra!!
El femimacho:
Espera, que os voy a decir a las
mujeres qué tenéis qué hacer con el feminismo.
Se
declara abiertamente feminista -entre mujeres seguro, ante hombres
quizá ya no tanto-. Puede que haya leído incluso algunos libros
feministas, pero o tiene la compresión lectora de un mapache o
realmente es que no le interesa. Normalmente lo hace para ligar más.
Todo el mundo sabe que las feministas son las más innaccesibles de
las hembras humanas, así que se camufla. Y sí, algunos llegan tan
lejos como para coger un libro feminazi y poner cara de interés
mientra hojea las páginas. Así que, ya que lo hace, pues intenta
darte consejos: “No, a ver, déjame que te explique, que no
estás entendiendo lo que quiere decir Solanas, se trata de una
metáfora bla bla bla”. Son los machos iluminados que se
infiltran entre nosotras para echar un polvo y, ya que están,
revelarnos nuestro verdadero lugar en el mundo. Calladitas y
escuchando, que habla un macho.
El maltratador:
El
machismo es violencia de por sí. Da igual qué forma adopte.
Simplemente es odio, incomprensión o miedo ante el género femenino.
La triste realidad es que, cualquiera de los machirulos arriba
mencionados, puede convertirse en un maltratador o en un asesino.
Es pura lógica patriarcal: Se empieza despreciando, siendo paternalista... luego se
insulta, se humilla, se agrede físicamente... es un efecto bola de
nieve.
Un
maltratador, un asesino de mujeres no es un enfermo: es un hijo sano del
patriarcado. Por eso es tan importante combatirlo en todas y cada una
de sus formas.
Si me animo a lo mejor hago un post
con machistas femeninas, otro gran mundo que descubrir.
Una relación (amistosa,
amorosa, indefinida) no es un contrato, es una relación.
Una relación es unir
lazos con alguien porque te apetece, desde tu libertad personal,
individual e intransferible. Nadie te obliga a permanecer en una
relación, estás porque quieres. Si estás aunque no quieras, ya no
es una relación sana.
Si tú quieres estar para
una persona, allá tú, es tu decisión.
Puedes decidir estar para
lo bueno o para lo bueno y para lo malo (si sólo quieres estar para
lo malo, háztelo mirar, se llama masoquismo).
Esa otra persona, desde
su libertad personal, individual e intransferible puede establecer
contigo los mismos lazos, lazos diferentes o ninguno en absoluto. Y
es libre, como tú, de establecerlos como quiera.
Una vez claras las
reglas, donde lo deseable es jugar ambas personas al mismo juego, se
puede avanzar, retroceder o eliminar de raíz toda relación.
Pero, ¿qué significa
“estar” para una persona?
¿Significa que vas a
estar con ella, para ella, pase lo que pase o sólo si se ciñe a tus
deseos?
Porque existen relaciones
basadas en la libertad y otras basadas en la coacción. Y tenemos un
problema cultural grave, porque se nos enseña de boquilla que
toda relación se basa en la libertad, cuando lo cierto es que la
mayoría se terminan convirtiendo en relaciones coercitivas.
Se nos enseña que las
relaciones son estáticas, como si los deseos de las personas no
pudieran cambiar y evolucionar con ellas, como si por el hecho de
decidir algo en un momento dado, no pudiéramos cambiar de opinión
después.
Las amistades suelen ser
más flexibles en cuanto a ésto último, de ahí que suelan ser más
duraderas que las relaciones de pareja (y más satisfactorias a la
larga).
El problema, convenimos,
está en las relaciones de pareja. Concretamente, en las relaciones
de pareja basadas en el estereotipo del amor romántico, que es el
que manda en el mundo occidental.
Una relación de pareja
basada en el amor romántico establece, básicamente:
-Que el amor de pareja es
necesariamente sinónimo de sacrificio.
-Que el amor de pareja es
eminentemente exclusivista.
-Que el amor de pareja
está por encima de cualquier otro.
Y si te sales de estas
condiciones es que “no quieres a esa persona de verdad”. No,
perdona, a lo mejor es que no te quiere como tu querrías que te
quisiera. Como si se pudiera querer
de mentira.
Es decir que,
objetivamente, el amor romántico aún basándose en la anulación
y/o represión de los deseos personales de dos individuos, es lícito
porque esas dos personas están dispuestas a renunciar a sus derechos
individuales. Se premia a las personas que han elegido libremente
ser esclavos el uno del otro. Y cuando empiezas una relación
con una persona, esto no se dice muchas veces ni se pacta, esto se
supone. Y se supone aunque la relación cambie o sea
insatisfactoria o cualquier otra cosa. Ahí viene la trampa:
mantenemos las “obligaciones” de una relación a pesar de que
haya desaparecido la satisfacción que nos proporcionaba.
Cuando nos enamoramos,
muchas veces esperamos contratar el amor de esa persona para
siempre -o hasta que nos dé la gana-. Y si a los dos meses no
le satisface, le damos de baja sin compromiso ;-)
Contratamos afecto y, en
ocasiones, hasta con compromiso de permanencia (como en el caso del
matrimonio tradicional). Y luego nos frustramos porque las cosas no
salen bien, porque al final esa relación se torna en una fuente
constante de insatisfacción. ¿Por qué? Porque las condiciones han
cambiado, pero no se nos permite modificar las reglas del juego.
Hay una coerción muy
sutil que se establece en una relación de pareja. Una coerción que
personalmente me aterra. El perverso juego es el siguiente: Yo te doy
10... así que dame 10 tú también. Y si no lo haces, no me quieres.
Y si no me quieres, sal de mi vida. Y así es todo de radical.
Vamos por la vida
exigiendo a las personas que nos quieran como nosotras las queremos,
y esto no es así, no puede ser así, por más que nos empeñemos.
Eso por un lado.
Desde mi punto de vista
femenino y heterosexual (creo), las mujeres nos encontramos con otro
problema, además de tener que cumplir con el estereotipo de amor
romántico.
Ahora que los tiempos han
cambiado, los hombres gritan: ¡mujeres sumisas no, mujeres
libres!
Y
eso queda muy guay y muy políticamente correcto. Pero pocos se paran
a pensar qué significa ser una mujer libre. Ser una mujer libre
implica guiarte antes que nada por tus deseos, pensamientos y
sentimientos. Si se diera el caso de tener que elegir, esa mujer
elige por encima de los deseos, pensamientos y sentimientos de los
demás, sí. En cierto momento, esa mujer puede elegir tener más en
cuenta el deseo de otra persona antes que el suyo, pero eso no es una
obligación innata en la mujer como se nos viene inculcando desde
pequeñas, ni es una costumbre sana si se hace a menudo, sino que al
ser una elección individual -y puntual- se llama hacer un
favor enorme. Aunque no
tiene que ser necesariamente sinónimo de amor. De
hecho, muchas veces se hace por puro interés.
En
fin, aquí viene la perversión del sistema heteropatriarcal:
Una
mujer elige satisfacer a un hombre. Aplausos, vítores. Ha elegido lo
correcto, ha elegido anteponer a otras personas antes que a sí
misma.
Una
mujer elige mandar a paseo a un hombre. Abucheos, gritos de
decepción. Es una estrecha... salvo con una honrosa excepción.
Antes, ninguna mujer podía estar con un hombre que no fuera su marido. Ahora se nos permite estar con más de un hombre, pero sólo si al final nos volvemos buenas, sólo si al final terminamos con única compañero al que ser fiel todos los días de nuestra vida. ¿Es eso libertad o nos la están volviendo a dar con queso?
¿Podemos
tener mujeres libres cuando se nos presiona desde la sociedad para
que anulemos y reprimamos lo que somos en pro de los deseos de otro,
preferiblemente varón?
Podemos,
sí, pero conlleva el precio de la estigmatización social, mientras
que los hombres que eligen el camino de ser libres no suelen correr
la misma suerte que nosotras en este aspecto.
Muchos
hombres desean que las mujeres que les interesan sólo para tener
sexo sean muy libres, sean muy putas. Como los están satisfaciendo,
ahí no hay problema y está todo bien.
¿Y
para establecer una relación de pareja? Las cosas cambian. Ellos también
eligen a chicas malas
para enrollarse, pero se casan con las buenas. Es decir, que las malas, las putas, las libres, no son dignas merecedoras de amor.
¿Quiénes son las buenas? Aquellas que aceptan las normas
heteropatriarcales de sumisión por sistema, se supone que de forma
totalmente voluntaria, a los deseos del otro.
La
clave está en qué deseamos ser nosotras. ¿Deseamos ser mujeres
libres para unas cosas y sumisas para otras? (Hipócritas, en otras
palabras) ¿Tenemos que desdoblar nuestra personalidad para contentar
a todo el mundo? ¿Una mujer puede ser
muy puta con otros y muy
fiel con uno? O peor
aún... ¿debe serlo si no está de acuerdo con ello?
¿Cómo
ser libres si la sociedad claramente aplaude el hecho de que pongamos
cadenas a nuestra naturaleza y nos escupe cuando no cumplimos con
unos supuestos? Pues a base de sangre y fuego, no hay otra. ¿Queremos
ser mujeres libres, sumisas o sumisas que aparentan ser libres? Y allá cada una. Todas tienen claras
consecuencias.
Amar
a una mujer es aceptarla con sus deseos, pensamientos y sentimientos.
Gracias a ellos y, a veces, a pesar de ellos. Es lo que hace que una
mujer sea esa y no otra. Si a una mujer le negamos que desee, piense
y sienta como lo hace, es negarle que sea ella misma. Cuántas veces
procuramos negar la realidad de lo que es,
para convertirla en la que deseamos que sea.
No
olvidemos tampoco que ellos no se escapan de las reglas del juego,
aunque si lo hacen no son tan castigados. El estereotipo del amor
romántico no entiende de géneros. A ellos también les pide que,
por cojones, renuncien a una serie de privilegios sólo porque se han
enamorado. Y si quieren, que lo hagan. Pero no deberían tener por
qué hacerlo. Y nosotras tampoco.
Las
relaciones de pareja son difíciles por eso, porque muchas veces no
sabemos distinguir entre nuestro deseo y el de la otra persona. Y ahí
aparece la coacción en ocasiones, lo que termina sin ninguna duda
con la relación.
Una
relación sexual libre se basa en tres cosas, como dice la canción:
confianza, respeto y colchón. Si es amorosa, se añade un plus de
afecto. Pero no hay más. Si cualquiera de esas cosas falla, es el
principio del fin de la relación. Y todo esto, repito, suponiendo
que hay un contexto de libertad, donde no tenemos miedo de decir a la
otra persona que algunas de estas condiciones han cambiado o se han
ampliado a una tercera, o a saber.
Que
nacer paloma hubiera sido más fácil que nacer persona. O no. Como
decía Unamuno, a lo mejor el cangrejo resuelve ecuaciones de segundo
grado.
***
He
elegido la canción que está a continuación porque habla de una
chica libre, una chica que no quiere ser una princesa, que “sola
está mejor” y a la que el chico no entiende y la tacha de ser “un
conflicto mundial” porque no le pone las cosas fáciles. Si bien es
cierto que la chica parece que con esto de la libertad ha perdido un poco el
norte y cae en el error de querer imponer al chico una serie de
cosas, como que deje de hablar con sus amigas: “Me dice que se
acabó esa mierda de charlar/con tus amiguitas en el disco bar”,
aplicándole las reglas exclusivistas del amor romántico, no deja de
llamarme la atención lo conflictiva que le parece al muchacho, como si la chica estuviera loca o algo. El chico claramente es un cobarde y se deja hacer, por eso la mala es ella y hasta le ha hecho una canción y todo. Está compensando, que se dice en Psicología. Tiene miedo de enfrentarse a ella porque ella demuestra ser fuerte, incluso autoritaria.
Hubiera sido más raro que esta canción la hubiera escrito una mujer,
porque el comportamiento del “emperador” se ve más normal. Son
ellos los que se suelen ir al bar con sus amigos mientras ella está
en casa. Son ellos los que nos exigen más a menudo que renunciemos a cosas por estar con ellos. Son ellos, con mayor frecuencia, quienes nos piden que renunciemos a nuestro espacio propio.
En
mi opinión, es mejor dejar los imperios para la historia y empezar a
crear relaciones basadas en el respeto y la confianza, que queda muy
bien decirlo, pero que es difícil en ocasiones porque hay que dejar
el egocentrismo radical a un lado... pero sin perder de vista jamás que YO es la persona más importante de nuestra vida.
"No hay quien os entienda, ¡basta ya!"... pues elige a una borreguita, chico, probablemente te irá mejor.