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10.10.18

Deporte, economía y otros asuntos “masculinos”




No son pocas las conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida acerca de la invisibilización de las mujeres en cualquier sector considerado tradicionalmente como “masculino”, mientras que por otro lado los lugares considerados patriarcalmente como femeninos son relegados al ostracismo social e histórico. Sin embargo, no voy a profundizar en ello, pues gracias a los avances del feminismo esta realidad es un fenómeno ya analizado pormenorizadamente por miles de autoras; fenómeno que, a pesar de ello, no ha desaparecido.

Me gustaría adentrarme en aquello que rodea a las publicaciones destinadas a un público masculino, el entorno que contextualiza esas noticias deportivas desprovistas de mujeres o con tratamientos machistas. Y como digo deportivas, digo de economía, moda, cultura, estilo... destinadas principalmente al género masculino (preferentemente heterosexual). Publicaciones que, no contentas con obviar deliberadamente en aquellas informaciones que se consideran relevantes a la mitad de la humanidad, no tienen problema sin embargo para utilizar el utilizar el cuerpo femenino como reclamo necesario y atractivo inseparable de su línea editorial. Publicaciones como Marca, AS, El Economista... disponen de webs de “ocio” donde los titulares sensacionalistas y las galerías de fotografías de contenido pseudopornográfico se entrecruzan sin ningún tipo de problema.

Cuando comencé a escribir esto, ya había hecho un investigación previa sobre artículos que hablasen de esta situación concretamente. Me quedé sorprendida al comprobar que apenas existen, lo que me lleva a la conclusión de que es una realidad tan normalizada que ni siquiera hay muchas líneas de tinta al respecto (sí en publicaciones más amplias, aunque por lo general lo que analizan es el uso del cuerpo femenino en la publicidad especialmente).

Ese tipo de publicaciones donde capitalismo y patriarcado se dan la mano, que no tienen ningún tipo de pudor a la hora de ganar clics a base de hacer de las mujeres un producto de consumo más, tienen que generar gran parte de los ingresos que ingresan esas empresas, porque de otro modo no tendrían sentido. Y todo esto, por supuesto, con la complicidad de miles de hombres que, cegados por sus privilegios, no tienen ningún reparo en acceder a esos contenidos. Como niños atraídos por caramelos en una tienda, ni se lo piensan a la hora de seguir manteniendo la ideología machista en publicaciones destacadas y cada día más millonarias porque entienden que, efectivamente, han acertado con su público de zombies. Al más leve atisbo de ¡TETAS! incluso mezcladas entre sesudos análisis de economía, ya les hacen virar sin mayor problema de una publicación a otra. Algunas de ellas que incluso deberían ponernos en alerta. En “Los 40”, publicación de contenidos musicales (y otras “cosas”) tienen titulares como “La pequeña bailarina de Sia ya no es tan pequeña” donde sexualizan a una niña de ¡16 años! Muchos de esos hombres que se escandalizan y horrorizan con casos de pederastia, abuso sexual o violaciones, no tienen problema alguno en acceder a contenidos que ¡oh, sorpresa! alimentan esa misma lógica.

Sé que es complicado, pero llevo llamando al boicot de ese tipo de publicaciones desde hace años. Si necesitan enseñarte las tetas de Kim Kardashian o sexualizar actitudes patológicas, no se deberían apoyar esas publicaciones. El deporte, la economia, la música, la moda... no tienen género ¿por qué se empeñan en dejar fuera a la mitad de la humanidad salvo para denigrarlo sin problema alguno? ¿Y no se sostienen tan bien por sí mismos que sería innecesario usar el cuerpo femenino como reclamo?Y hablo de género, y no de orientación sexual, porque como las mujeres sabemos, las mujeres lesbianas o bisexuales son infinitamente más respetuosas que las personas que han crecido bajo la masculinidad tóxica.

No hay nada inocente en entrar en publicaciones que alimentan un patriarcado que nos utiliza, mata y humilla cada día.



2.1.18

De Gata a Gata


(De esta Gata de Zinc que deambula por tejados ardientes intentando mantenerse siempre en pie a la Gran Gata Cattana)

Llevo mucho tiempo pensando en escribir esto y nunca termino de saber cómo. Creo que soy capaz ahora por el impuso del año nuevo, por la reflexión casi inevitable del año que ha terminado y las cosas que he vivido y más me han impactado de él. Tú has sido una de ellas.

Supe de ti hace un año y un mes. Viniste a mi ciudad a presentar tu primer libro. Me gustó el título nada más oírlo porque de pequeña me obsesioné levemente con ella “La escala de Mohs”. No llegué a tiempo a la presentación no recuerdo por qué. Supongo que por esas cosas triviales del día a día que te retrasan más de lo debido y hacen que te pierdas cosas importantes. Tengo que aprender a administrar mejor el tiempo. Apenas sabía de ti y ya me diste una lección. Recuerdo que investigué sobre ti, escuché algunas de tus canciones y me sorprendieron. Y mira que el rap nunca ha sido un estilo que haya estado entre mis preferencias, pero ahí estabas tú con canciones que se asemejaban a poemas cuyos nombres me son tan familiares como Lisístrata. ¿Quién hacía ese tipo de cosas? Sólo la Gata. Eras una pionera, una perla brillando en el océano del escaso futuro que tenemos en este país para que la cultura sobreviva.

Recuerdo la tarde en la que me enteré de tu fallecimiento. No nos conocíamos en persona, pero no sé por qué me golpeó como si de algún modo lo hiciéramos. No nos conocíamos, pero no podía dejar de ver ciertas semejanzas entre las dos. La primera, la más obvia, nuestra edad. Las dos teníamos veintiséis años y yo aquí estaba y tú, sin embargo, no. Siempre hay algo de injusticia en algunas muertes, pero en algunas más que en otras. Y la tuya era especialmente injusta. No sólo por tu edad, sino por quien eras y por lo que prometías llegar a ser. Cuando morimos, a todas por igual nos roban el presente; a ti, sin embargo, también te robaron el futuro –porque sólo algunas vidas esconden el rumor, a lo lejos, del Futuro-. Se hace inevitable no sacar a colación ese verso tuyo: Merecerte la vida/ hasta tal punto/ que tu muerte/ parezca una injusticia. Hablabas del oficio del poeta en ese poema, así se llama: “Tu oficio, poeta”. Creo que ha sido tu obra que más me ha impactado, junto con “La Satine”. Me dieron tal puñetazo cuando las leí que casi me caigo de espaldas. En la primera, decías: Tu oficio, poeta, es dignificar la especie/ Hacer que quepa la duda/ decir: “Algunos eran buenos. /Algunos no eran prescindibles”. Si me oyeras a los dieciocho años cavilar sobre ese mismo dilema, devanándome la cabeza acerca de para qué servía todo lo que escribía. Cuando me dio mi primera crisis real con esto de escribir y estuve meses sin hacerlo (yo, que a veces no podía dejar pasar ni un solo día sin sacar la libreta de emergencia que siempre llevaba en el bolso). Y me daba miedo que el tiempo me volviera insensible, que me convirtiera en científica o psicoanalista, que no fuera capaz de escribir relatos o poemas. Aunque no fueran buenos. Era la incapacidad para sacar lo que tenía dentro lo que me daba miedo de verdad. Volverme opaca y ahogarme con todas esas palabras dentro. Porque lo que no dices y se queda en el interior, te devora. Y quizá para mí escribir no sé si era una contribución a dignificar mi especie, pero sí que era una forma de salvarme, de no rendirme… ¿se puede considerar eso dignificar? En “La Satine” lo que reconozco es parte de mi esencia en general, pero sobre todo cuando dices: Venían los días estándar en que lloraba/ como una niña que apenas piensa en imágenes/ y pataleaba como intentando apartar semejante carga/ la nada, el sinsentido que es todo/ y la responsabilidad de andar con la cabeza erguida. En ocasiones es eso lo que me cuesta, andar con la cabeza erguida… y escribir. Con la certeza de que si dejo de hacer cualquiera de las dos me perderé a mí misma. Tendré que retomar esa primera lección que me diste sobre no dejar pasar las cosas importantes por otras más triviales que al final son una trampa.

En tu libro, en otro de los poemas, te reconoces sabionda y repelente. Eso también me suena porque me lo han llamado varias veces a lo largo de mi vida (aunque conforme pasan los años intento disimular ambas, a pesar de saber que a veces es necesario repeler a cierta gente y que ser sabionda es casi un halago y salvavidas en esta realidad donde día sí y día también se le hace un monumento a la ignorancia). Y me reconozco en tantas otras palabras que me hacen sonreír. Y en tu afición de plasmar la cultura grecorromana en tus versos y que te salga tan natural (cosa que a mí no me pasa). Y que hables de Baudelaire. Y que arda el feminismo en tus letras.

No caeré en la trampa de pensar que nos llevaríamos bien. No porque tenga la impresión de que no me fueras a caer bien –que intuyo que sí- , sino porque hablar desde el desconocimiento (y desde lo imposible ahora), nunca es justo. Es como cuando alguien cercano te dice “Tienes que conocer a X, os vais a llevar genial”, y luego resulta que os conocéis y no es para nada así. Pero sí que creo que, de coincidir, podríamos haber tenido debates interesantes y que habría aprendido mucho contigo. Y que te hubiera envidiado desde la admiración (de esto sí que tengo pleno conocimiento, porque creo que envidiarte desde la admiración es algo que he hecho desde que supe de tu existencia).

Resultó que, por una rarísima concatenación de circunstancias, me acerqué a algunas de las personas que formaban parte de tu vida. Conocí donde creciste, conocí a tus padres, a parte de tu familia, a personas con las que tuviste algo, a amigas y amigos tuyos. Leí tus poemas allí, delante de todos ellos. Y fue tan hermoso como extraño, porque no podía evitar preguntarme: ¿qué ocurriría si de pronto una persona que tan sólo me conociese de oídas o desde una vaga intuición de pronto se viera inmersa en mi vida? Que conociera mis aficiones, mis lugares, mis personas queridas, parte de mi forma de estar en el mundo. Sólo puedo desear que, si bien no llegué a tiempo a la presentación de tu libro –lo que me hizo sentir que había fallado en estar donde tenía que estar-, sí que hice bien estando en todo aquello que surgió en torno a ti. Me llevé cosas muy bonitas de aquella experiencia y jamás lo olvidaré.

Quiero ser guerra como tú, renacer en este nuevo año como guerra que seguir dando en este mundo, también hasta el fin de mis días y a pesar de todo. Usar estos veintisiete que no pudiste cumplir para dejar atadas una serie de cosas que tú sí supiste atajar a los veintiséis. Ser Gata en definitiva, aunque tú lo fueras a la ofensiva y yo lo sea a la defensiva.


O simplemente aprender que, a veces, la mejor defensa es un buen ataque.







25.7.16

Medicina alternativa


Dedicado con cariño 
a los compas y las compas 
del Camping Rojo 2016 celebrado en Tarifa. 
Gracias por vuestra calidez y calidad humanas.




Recuerdas el frío del invierno.
Pues ya no.
Ya no.

A veces hay cosas que curan.
No sé.
Qué sé yo.

Enfrentarse a situaciones nuevas.
Notar el cansancio en la piel.
Sentir el zumbido de las abejas.

Agradecer la bondad de las extrañas.
De los extraños.

Beber de fuentes frescas.
Caer también,
por qué no.
Mirar sin temor al prejuicio.
Sonreír y vencer.

Equivocarse. Aprender.
La adrenalina de la palabra
que se adentra en el silencio.

La curiosidad no mata al gato
y le prolonga la vida.
Más mata la ignorancia
que el tabaco.

Abrazar.
Abrazar un gesto.
Nutrirse de alimento
y de miradas.

Sororidades.
Complicidad futura
y complicidad pasada.

La electricidad de las risas
que no saben qué decirse.
Amistad hasta los números.

La oscuridad.
El vodka con limón.
El amor en las voces
de quienes bien te conocen
y te hacen crecer.

Madrugar.
Esquivar las quemaduras del sol.
Reconocer tu hogar
en las nacionalidades distintas.

Crear marcos sin opresión.
Rezar siempre convencida
desde el escepticismo.

El mar,
la arena y la sal.
Rascarse las rodillas en las rocas
y que no duela.
Jugar a las sirenas por un día.

Cantar entre gritos al viento
y que no salga la voz
para decir adiós.
Sentir los hasta siempre
en el vacío.

Quemar las ruedas
y que sarna con gusto
no pique.

Mirar atrás
desde la sensación –revolución-
permanente
de que por más que des
siempre será mucho más
lo que te lleves.










 Y en especial gracias a ti.
Porque caminar contigo es siempre aprender.







18.9.14

Si te vistes como una guarra (Reflexiones muy íntimas)

Si te vistes como una guarra, no esperes que te traten como a una princesa. Si te vistes como una guarra, no esperes que te escriban cartas de amor. Si te vistes como una guarra, no esperes a que te quiten la ropa en la tercera cita. Si te vistes como una guarra, no esperes que nadie se enamore de quién eres porque, querida, si te vistes como una guarra sólo vales la tela que te falta.

Las mujeres somos expertas en vigilarnos las unas a las otras para que no nos salgamos de la norma y por eso hacemos nuestros los mismos estigmas que nos colocan los hombres, las mismas etiquetas que ellos nos cuelgan y que nos dividen en buenas y malas, en decentes... y luego estamos las guarras, las putas, las zorras (porque las malas mujeres somos así de contundentes). Las mujeres que no nos medimos por los mismos raseros que las demás ni nos preguntamos en todo momento cómo nos verán los hombres, las que sabemos ya de entrada que somos mucho más que una etiqueta y que si te van a llamar puta -tienes un coño entre las piernas, lo harán de todas formas- que al menos puedas hacer lo que te venga en gana.

Yo soy de esas, yo soy de las putas porque me dijeron que si me comportaba como un sujeto activo y deseante en lugar de como un maniquí que sólo puede aspirar a que lo deseen en la lejanía me iban a incorporar a ese grupo. Tal vez sea más feliz de esta manera que siendo una recatada que se limita a esperar, no lo sé. Nunca entendí qué había de romántico en la idea de desperdiciar las oportunidades que se te presentan porque se supone que no puedes coger las riendas de tu vida. En realidad las princesas me aburrieron hace mucho, más o menos en el mismo momento en el que descubrí que los príncipes eran igualmente una invención.

Los hombres me hacen bostezar en ocasiones. Me abruma de tedio el hecho de que puedan pensar que pueden instrumentalizarme a través de mi deseo y reducirme a un simple cuerpo. Mi deseo es sólo mío, nace de mí como lo hacen mis letras, mi ternura y mis observaciones ingeniosas. Y siempre puedo decidir si lo comparto con alguien o no: mi deseo me hace libre. Mi deseo es amplio, variado y diverso. Por eso hay hombres que tienen miedo de mí y se esconden o se las dan de sobrados y las mujeres bajan la voz cuando entro en escena y me miran con desagrado. No me malinterpretéis cuando me inspiráis el vacío, la nada: nunca supe tratar con las personas que están llenas de prejuicios.

A veces sólo necesito un cuerpo caliente junto al mío por unas horas, me hace olvidar que algún día no sentiré una respiración junto a la mía nunca más. Pero no me vale cualquier persona al contrario de lo que se suele creer, del imaginario colectivo que les hace pensar que me bajaría las bragas delante de una persona que no me inspirase o que crean que cualquiera me inspira. Realmente es difícil encontrar al candidato apropiado. Porque a veces es complicado dar a entender que soy tímida y que tiemblo demasiado desde mis ojos castaños y necesito que alguien los abrace sin reparos. Me gusta que el otro sepa quién soy, cómo respiro, por eso me gusta conocer a las personas con las que me acuesto. Follar es siempre un signo de confianza y no podría simplemente acercarme a una sonrisa bonita y decir: venga, aquí mismo. De igual manera también huyo de las personas que siento que pueden convertir el sexo en una garantía de compra: que pueden exigirme más placer en sacrificio del mío o un proyecto en común por haber compartido un colchón. Las estelas de corazones rotos están demasiado vistas en las series y películas de pésimo guión.

Si me visto como una guarra lo que menos se esperan es que realmente querría besarlas a ellas. Que mientras un hombre está esperando ante el grupo de amigas para ver con cuál se lía, yo pasaría de él y las besaría con dulzura, a sabiendas de que no hay nada tan suave en este mundo como los labios de una chica. Quizá llamen a esto el colmo de la depravación, pero cuántas veces he soñado con acariciar una espalda femenina y perderme entre las dunas de un cabello tan largo como el mío. Sería tan feliz paseando de la mano de una mujer por las calles, creo que hay pocas experiencias que te llenen tanto de adrenalina como eso porque es un grito de libertad a la vista de todos: la quiero a ella y no me escondo.

Me gusta llevar escotes y faldas cortas, pero por encima de todo me gusta la elegancia. Lo explícito tiene su momento, pero lo que me vuelve loca es la sensualidad inherente a los secretos de debajo de la ropa. Me atrae ir descubriéndolos poco a poco, paladear cada milímetro de piel como se merece. Es como una buena conversación o una taza de café caliente en una mañana de invierno. Odio las prisas y los lugares incómodos. Si la anarquía conlleva horizontalidad, confieso que soy una enamorada del sexo anárquico.

Si me visto como una puta habrá quien piense que no soy exigente, cuando es justo todo lo contrario. Qué complejo es decirle a alguien: ámame tal como soy, ni se te ocurra enamorarte de mí, pero fóllame como si fuera lo último que haces en la vida. Implica una confianza desmedida, una aceptación sin prejuicios y la tranquilidad de que la pasión puede caminar con plena libertad. Sin conocimiento del otro no tendría el mismo sentido, sin saber dónde hacerle cosquillas para que sonría, qué zona del cuello acariciar para ponerlo nervioso o cómo hacerlo reír en un momento de timidez. Sí, la risa es importante porque implica la máxima conexión con la mente del otro, sólo semejante a la complicidad que subyace al orgasmo visualmente compartido. Quizá es por eso que el sexo me gusta tanto: porque para mí implica comunión y placer a partes iguales.

Si me visto como una zorra -o como lo que pueda considerarse así por gente mentecata-, por otro lado, imagino que hay cosas que digo de mí que realmente son verdad. Supongo que si me visto como una guarra el mundo entiende que no soy una delicada princesa, pero es que yo jamás fui partidaria de la monarquía. Que si las cosas están claras y la conversación ha sido intensa no tengo por qué esperar a la tercera cita para aferrarme a otra piel. Que hay tantas cosas que querría decir que para hacerlo no encuentro mejor manera que dar un beso. Que me gustan los juegos y las miradas furtivas. Quedarme largos minutos en los brazos de otra persona sintiendo su respiración. Beber hasta que la botella se termine. Bailar con despreocupación. Me gusta ser libre y amar cuando y como me da la gana. Y cuando hablo de amar, me refiero a amar en su máxima expresión, sin connotaciones sexuales necesariamente. Me gusta amar sin imposiciones, sin obligaciones y sin tener que dar explicaciones a nadie.


Si me visto como una guarra al parecer no puedo esperar muchas cosas de los demás. Aunque lo cierto es que si vistiese de otro modo probablemente tampoco pensarían nada distinto de mí. Mi ropa no es más que una excusa para condenar mi libertad. Pero la cuestión de colgar etiquetas conlleva una paradoja: cuantas más te ponen, más puedes escandalizar haciendo lo que no se espera de ti. Cuanto más quieren sujetarte, más te escapas. Y cuanto menos tienes que ver con las normas de otros... es cuando disfrutas de los mejores amantes.

11.5.14

Tipos de machirulos y machiruladas varias


El objetivo de este post es facilitar la identificación de actitudes machistas de modo que genere reflexión y ganas para que sean combatidas. Si te ofende, es que probablemente estés en la lista y te hayas visto reflejado. Tranquilo, no es el fin del mundo, con esfuerzo, dosis de reflexión y, sobre todo, escucha activa hacia lo que demandan las mujeres podrás darte cuenta de tus fallos como ser humano en este aspecto.

Aviso: Las categorías no son exclusivas entre sí y algunas tienen mucho que ver unas con otras.



El macho guacho:

Las mujeres se clasifican en guarras y novias.

Es el macho orgulloso de ser macho y, por ende, misógino. Probablemente se denomine a sí mismo políticamente incorrecto (en lugar de decir "soy una basura humana", y ya). No tiene conflictos con la idea de ser un australopiteco, está encantado de conocerse y de reconocerse como del sexo superior. Trata a las mujeres como objetos, las denigra, las humilla, las insulta... Todas putas, está claro, pase lo que pase y hagas lo que hagas. Es el machista al descubierto, ¿lo bueno? que no deja dudas de su forma de pensar y se identifica a tres metros de distancia. El resto son, por lo general, más difíciles de descubrir.

El paternalista:

A ver, cielo, ¿no ves que no puedes sola? Déjame, que ya lo hago yo.

Él adora a las mujeres. Las adora. Y no quieren que se hagan daño, son criaturas débiles y delicadas a las que cuidar. Ya no es sólo que les abra la puerta siempre para que pasen ellas primero, es que les quita el martillo de las manos cuando hacen bricomanías, las aconseja aunque no hayan pedido su opinión y pretende tomar las decisiones de las mujeres él mismo. Piensa en las mujeres como seres infantiles que no saben qué hacer con su cuerpo o con su vida, así que ahí está él para salvarlas y tratarlas como las flores que son. Te llama cielo, cariño o encanto sin conocerte. Amparándose en la caballerosidad -no confundir con educación- trata a las mujeres como seres incapaces y lelos. Si es educado, aplicará las mismas normas con hombres y mujeres. Si no es así, es un machista paternalista. Un ejemplo muy arraigado en Andalucía es la costumbre de llamar a las mujeres -sólo a las mujeres- niñas. Te lo llama hasta un desconocido cualquiera por la calle para referirse a ti, aunque tenga tu misma edad. Ya se sabe, somos seres infantiles, incompletos y dependientes sea cual sea nuestra edad y experiencia. ¿Os lo tengo que explicar mejor, niñas?

El inconsciente:

Yo no he sido machista en mi vida, qué sabrás tú, mujer.

Él no es machista. ¡Que no, que no, que tú eres una exagerada que no lo entiende! Es que cuando él acosa con la mirada a las mujeres por la calle, cuando se encuentra a una pareja hetero y sólo habla con él mientras la ignora a ella, se ríe de las mujeres que no se depilan, hace chistes machistas, habla despectivamente de una mujer porque no le parece atractiva y deja que su madre le prepare siempre la comida no está siendo machista, mujer, es que ¡es lo normal! El inconsciente, que si le queda alguna neurona en el fondo no es tan inconsciente, se ampara en la psicología de grupo para tener la conciencia tranquila. No le interesan los derechos de las mujeres lo más mínimo ni se detiene a escuchar lo que las mujeres tienen que decir, él sólo quiere seguir siendo un cerdo machista sin que le llamen cerdo machista a la cara ¿tan difícil es de entender? Sus privilegios no se mencionan, no vaya a ser que a alguien se le ocurra la idea de quitárselos. Y cuando lo arrinconas salta con esa mierda de: ¡pero a las mujeres os dejan entrar gratis en la discoteca! Venga, piensa por qué, machote. Inconsciente e irreflexivo, ¿veis? Un gilipollas.


El igualitarista:

Yo no soy feminista, creo en la igualdad.

La igualdad, ese ente tan invocado como ausente.

Plas plas plas. Tenemos aquí un hombre que no se ha molestado siquiera en abrir un diccionario. Tiene la misma idea de feminismo que una patata muerta. Se le podría sentar y explicar taaantas cosas... pero mejor ignorarlo, a menos que esté dispuesto a pagarnos la formación feminista que le hace falta. No se puede ir de educadoras por la vida de gratis. No, no, si él cree en la igualdad, PERO... sin pasarse, no vayamos a ser muy iguales que entonces a lo mejor no interesa.

El comumacho:

(o socimacho, anarcomacho, macho queer o cualquier otra mezcla donde cualquier discurso ideológico deje a las mujeres como última opción)

Feminismo, sí, pero DE CLASE. Yo no soy machista, ¿no ves que soy de izquierdas, camarada?

El comunismo es lo primero, camaradas. Por supuesto, queridas mías, las reivindicaciones feministas son necesarias en los panfletos comunistas, somos los que históricamente os hemos defendido, nenas -las mujeres feministas en la historia, hayan sido comunistas o no, no cuentan porque son ELLOS los que vienen a salvarnos oé oé- pero ay... no es una prioridad. Antes que los derechos de la mujer van los derechos del obrerO. ¿De qué le sirve a la mujer obrera que haya mujeres burguesas, eh? La mujer burguesa OPRIME a la mujer obrera. Es por tanto necesario, camaradas, que la liberación sea de clase PRIMERO. Luego, ya si eso, nos ocupamos del feminismo o de otras cosas menores como el exceso de ruido en los aeropuertos. Chicas, cuando abramos un ojo tendremos “La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano II, LA VENGANZA” o “La declaración de los derechos del obrerO comunistO”. ¡¡Arriba, falos de la tierra!!

El femimacho:

Espera, que os voy a decir a las mujeres qué tenéis qué hacer con el feminismo.

Se declara abiertamente feminista -entre mujeres seguro, ante hombres quizá ya no tanto-. Puede que haya leído incluso algunos libros feministas, pero o tiene la compresión lectora de un mapache o realmente es que no le interesa. Normalmente lo hace para ligar más. Todo el mundo sabe que las feministas son las más innaccesibles de las hembras humanas, así que se camufla. Y sí, algunos llegan tan lejos como para coger un libro feminazi y poner cara de interés mientra hojea las páginas. Así que, ya que lo hace, pues intenta darte consejos: “No, a ver, déjame que te explique, que no estás entendiendo lo que quiere decir Solanas, se trata de una metáfora bla bla bla”. Son los machos iluminados que se infiltran entre nosotras para echar un polvo y, ya que están, revelarnos nuestro verdadero lugar en el mundo. Calladitas y escuchando, que habla un macho.


El maltratador:

El machismo es violencia de por sí. Da igual qué forma adopte. Simplemente es odio, incomprensión o miedo ante el género femenino. La triste realidad es que, cualquiera de los machirulos arriba mencionados, puede convertirse en un maltratador o en un asesino. Es pura lógica patriarcal: Se empieza despreciando, siendo paternalista... luego se insulta, se humilla, se agrede físicamente... es un efecto bola de nieve.

Un maltratador, un asesino de mujeres no es un enfermo: es un hijo sano del patriarcado. Por eso es tan importante combatirlo en todas y cada una de sus formas.




Si me animo a lo mejor hago un post con machistas femeninas, otro gran mundo que descubrir.

8.4.13

¿Emperatrices o sumisas? El difícil ejercicio de la libertad femenina y de por qué las relaciones basadas en el amor romántico no funcionan o se terminan yendo a la mierda



Ya me estoy empezando a hartar
de ser tu princesa nada más.
[...]
Y apuntando con el secador me dice
que no joda, que sola está mejor

Emperatriz
Supersubmarina



Una relación (amistosa, amorosa, indefinida) no es un contrato, es una relación.

Una relación es unir lazos con alguien porque te apetece, desde tu libertad personal, individual e intransferible. Nadie te obliga a permanecer en una relación, estás porque quieres. Si estás aunque no quieras, ya no es una relación sana.

Si tú quieres estar para una persona, allá tú, es tu decisión.

Puedes decidir estar para lo bueno o para lo bueno y para lo malo (si sólo quieres estar para lo malo, háztelo mirar, se llama masoquismo).

Esa otra persona, desde su libertad personal, individual e intransferible puede establecer contigo los mismos lazos, lazos diferentes o ninguno en absoluto. Y es libre, como tú, de establecerlos como quiera.

Una vez claras las reglas, donde lo deseable es jugar ambas personas al mismo juego, se puede avanzar, retroceder o eliminar de raíz toda relación.

Pero, ¿qué significa “estar” para una persona?

¿Significa que vas a estar con ella, para ella, pase lo que pase o sólo si se ciñe a tus deseos?

Porque existen relaciones basadas en la libertad y otras basadas en la coacción. Y tenemos un problema cultural grave, porque se nos enseña de boquilla que toda relación se basa en la libertad, cuando lo cierto es que la mayoría se terminan convirtiendo en relaciones coercitivas.

Se nos enseña que las relaciones son estáticas, como si los deseos de las personas no pudieran cambiar y evolucionar con ellas, como si por el hecho de decidir algo en un momento dado, no pudiéramos cambiar de opinión después.

Las amistades suelen ser más flexibles en cuanto a ésto último, de ahí que suelan ser más duraderas que las relaciones de pareja (y más satisfactorias a la larga).

El problema, convenimos, está en las relaciones de pareja. Concretamente, en las relaciones de pareja basadas en el estereotipo del amor romántico, que es el que manda en el mundo occidental.

Una relación de pareja basada en el amor romántico establece, básicamente:

-Que el amor de pareja es necesariamente sinónimo de sacrificio.
-Que el amor de pareja es eminentemente exclusivista.
-Que el amor de pareja está por encima de cualquier otro.

Y si te sales de estas condiciones es que “no quieres a esa persona de verdad”. No, perdona, a lo mejor es que no te quiere como tu querrías que te quisiera. Como si se pudiera querer de mentira.

Es decir que, objetivamente, el amor romántico aún basándose en la anulación y/o represión de los deseos personales de dos individuos, es lícito porque esas dos personas están dispuestas a renunciar a sus derechos individuales. Se premia a las personas que han elegido libremente ser esclavos el uno del otro. Y cuando empiezas una relación con una persona, esto no se dice muchas veces ni se pacta, esto se supone. Y se supone aunque la relación cambie o sea insatisfactoria o cualquier otra cosa. Ahí viene la trampa: mantenemos las “obligaciones” de una relación a pesar de que haya desaparecido la satisfacción que nos proporcionaba.

Cuando nos enamoramos, muchas veces esperamos contratar el amor de esa persona para siempre -o hasta que nos dé la gana-. Y si a los dos meses no le satisface, le damos de baja sin compromiso ;-)

Contratamos afecto y, en ocasiones, hasta con compromiso de permanencia (como en el caso del matrimonio tradicional). Y luego nos frustramos porque las cosas no salen bien, porque al final esa relación se torna en una fuente constante de insatisfacción. ¿Por qué? Porque las condiciones han cambiado, pero no se nos permite modificar las reglas del juego.

Hay una coerción muy sutil que se establece en una relación de pareja. Una coerción que personalmente me aterra. El perverso juego es el siguiente: Yo te doy 10... así que dame 10 tú también. Y si no lo haces, no me quieres. Y si no me quieres, sal de mi vida. Y así es todo de radical.

Vamos por la vida exigiendo a las personas que nos quieran como nosotras las queremos, y esto no es así, no puede ser así, por más que nos empeñemos.

Eso por un lado.

Desde mi punto de vista femenino y heterosexual (creo), las mujeres nos encontramos con otro problema, además de tener que cumplir con el estereotipo de amor romántico.

Ahora que los tiempos han cambiado, los hombres gritan: ¡mujeres sumisas no, mujeres libres!
Y eso queda muy guay y muy políticamente correcto. Pero pocos se paran a pensar qué significa ser una mujer libre. Ser una mujer libre implica guiarte antes que nada por tus deseos, pensamientos y sentimientos. Si se diera el caso de tener que elegir, esa mujer elige por encima de los deseos, pensamientos y sentimientos de los demás, sí. En cierto momento, esa mujer puede elegir tener más en cuenta el deseo de otra persona antes que el suyo, pero eso no es una obligación innata en la mujer como se nos viene inculcando desde pequeñas, ni es una costumbre sana si se hace a menudo, sino que al ser una elección individual -y puntual- se llama hacer un favor enorme. Aunque no tiene que ser necesariamente sinónimo de amor. De hecho, muchas veces se hace por puro interés.

En fin, aquí viene la perversión del sistema heteropatriarcal:

Una mujer elige satisfacer a un hombre. Aplausos, vítores. Ha elegido lo correcto, ha elegido anteponer a otras personas antes que a sí misma.

Una mujer elige mandar a paseo a un hombre. Abucheos, gritos de decepción. Es una estrecha... salvo con una honrosa excepción.

Antes, ninguna mujer podía estar con un hombre que no fuera su marido. Ahora se nos permite estar con más de un hombre, pero sólo si al final nos volvemos buenas, sólo si al final terminamos con única compañero al que ser fiel todos los días de nuestra vida. ¿Es eso libertad o nos la están volviendo a dar con queso?

¿Podemos tener mujeres libres cuando se nos presiona desde la sociedad para que anulemos y reprimamos lo que somos en pro de los deseos de otro, preferiblemente varón?

Podemos, sí, pero conlleva el precio de la estigmatización social, mientras que los hombres que eligen el camino de ser libres no suelen correr la misma suerte que nosotras en este aspecto.

Muchos hombres desean que las mujeres que les interesan sólo para tener sexo sean muy libres, sean muy putas. Como los están satisfaciendo, ahí no hay problema y está todo bien.

¿Y para establecer una relación de pareja? Las cosas cambian. Ellos también eligen a chicas malas para enrollarse, pero se casan con las buenas. Es decir, que las malas, las putas, las libres, no son dignas merecedoras de amor.

¿Quiénes son las buenas? Aquellas que aceptan las normas heteropatriarcales de sumisión por sistema, se supone que de forma totalmente voluntaria, a los deseos del otro.

La clave está en qué deseamos ser nosotras. ¿Deseamos ser mujeres libres para unas cosas y sumisas para otras? (Hipócritas, en otras palabras) ¿Tenemos que desdoblar nuestra personalidad para contentar a todo el mundo? ¿Una mujer puede ser muy puta con otros y muy fiel con uno? O peor aún... ¿debe serlo si no está de acuerdo con ello?

¿Cómo ser libres si la sociedad claramente aplaude el hecho de que pongamos cadenas a nuestra naturaleza y nos escupe cuando no cumplimos con unos supuestos? Pues a base de sangre y fuego, no hay otra. ¿Queremos ser mujeres libres, sumisas o sumisas que aparentan ser libres? Y allá cada una. Todas tienen claras consecuencias.

Amar a una mujer es aceptarla con sus deseos, pensamientos y sentimientos. Gracias a ellos y, a veces, a pesar de ellos. Es lo que hace que una mujer sea esa y no otra. Si a una mujer le negamos que desee, piense y sienta como lo hace, es negarle que sea ella misma. Cuántas veces procuramos negar la realidad de lo que es, para convertirla en la que deseamos que sea.

No olvidemos tampoco que ellos no se escapan de las reglas del juego, aunque si lo hacen no son tan castigados. El estereotipo del amor romántico no entiende de géneros. A ellos también les pide que, por cojones, renuncien a una serie de privilegios sólo porque se han enamorado. Y si quieren, que lo hagan. Pero no deberían tener por qué hacerlo. Y nosotras tampoco.

Las relaciones de pareja son difíciles por eso, porque muchas veces no sabemos distinguir entre nuestro deseo y el de la otra persona. Y ahí aparece la coacción en ocasiones, lo que termina sin ninguna duda con la relación.

Una relación sexual libre se basa en tres cosas, como dice la canción: confianza, respeto y colchón. Si es amorosa, se añade un plus de afecto. Pero no hay más. Si cualquiera de esas cosas falla, es el principio del fin de la relación. Y todo esto, repito, suponiendo que hay un contexto de libertad, donde no tenemos miedo de decir a la otra persona que algunas de estas condiciones han cambiado o se han ampliado a una tercera, o a saber.

Que nacer paloma hubiera sido más fácil que nacer persona. O no. Como decía Unamuno, a lo mejor el cangrejo resuelve ecuaciones de segundo grado.


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He elegido la canción que está a continuación porque habla de una chica libre, una chica que no quiere ser una princesa, que “sola está mejor” y a la que el chico no entiende y la tacha de ser “un conflicto mundial” porque no le pone las cosas fáciles. Si bien es cierto que la chica parece que con esto de la libertad ha perdido un poco el norte y cae en el error de querer imponer al chico una serie de cosas, como que deje de hablar con sus amigas: “Me dice que se acabó esa mierda de charlar/con tus amiguitas en el disco bar”, aplicándole las reglas exclusivistas del amor romántico, no deja de llamarme la atención lo conflictiva que le parece al muchacho, como si la chica estuviera loca o algo. El chico claramente es un cobarde y se deja hacer, por eso la mala es ella y hasta le ha hecho una canción y todo. Está compensando, que se dice en Psicología. Tiene miedo de enfrentarse a ella porque ella demuestra ser fuerte, incluso autoritaria.

Hubiera sido más raro que esta canción la hubiera escrito una mujer, porque el comportamiento del “emperador” se ve más normal. Son ellos los que se suelen ir al bar con sus amigos mientras ella está en casa. Son ellos los que nos exigen más a menudo que renunciemos a cosas por estar con ellos. Son ellos, con mayor frecuencia, quienes nos piden que renunciemos a nuestro espacio propio.

En mi opinión, es mejor dejar los imperios para la historia y empezar a crear relaciones basadas en el respeto y la confianza, que queda muy bien decirlo, pero que es difícil en ocasiones porque hay que dejar el egocentrismo radical a un lado... pero sin perder de vista jamás que YO es la persona más importante de nuestra vida.






"No hay quien os entienda, ¡basta ya!"... pues elige a una borreguita, chico, probablemente te irá mejor.