(De esta Gata de Zinc que deambula por tejados ardientes
intentando mantenerse siempre en pie a la Gran Gata Cattana)
Llevo mucho tiempo pensando en
escribir esto y nunca termino de saber cómo. Creo que soy capaz ahora por el
impuso del año nuevo, por la reflexión casi inevitable del año que ha terminado
y las cosas que he vivido y más me han impactado de él. Tú has sido una de
ellas.
Supe de ti hace un año y un mes.
Viniste a mi ciudad a presentar tu primer libro. Me gustó el título nada más
oírlo porque de pequeña me obsesioné levemente con ella “La escala de Mohs”. No
llegué a tiempo a la presentación no recuerdo por qué. Supongo que por esas
cosas triviales del día a día que te retrasan más de lo debido y hacen que te
pierdas cosas importantes. Tengo que aprender a administrar mejor el tiempo.
Apenas sabía de ti y ya me diste una lección. Recuerdo que investigué sobre ti,
escuché algunas de tus canciones y me sorprendieron. Y mira que el rap nunca ha
sido un estilo que haya estado entre mis preferencias, pero ahí estabas tú con
canciones que se asemejaban a poemas cuyos nombres me son tan familiares como Lisístrata. ¿Quién hacía ese tipo de
cosas? Sólo la Gata. Eras una pionera, una perla brillando en el océano del
escaso futuro que tenemos en este país para que la cultura sobreviva.
Recuerdo la tarde en la que me
enteré de tu fallecimiento. No nos conocíamos en persona, pero no sé por qué me
golpeó como si de algún modo lo hiciéramos. No nos conocíamos, pero no podía
dejar de ver ciertas semejanzas entre las dos. La primera, la más obvia,
nuestra edad. Las dos teníamos veintiséis años y yo aquí estaba y tú, sin
embargo, no. Siempre hay algo de injusticia en algunas muertes, pero en algunas
más que en otras. Y la tuya era especialmente injusta. No sólo por tu edad,
sino por quien eras y por lo que prometías llegar a ser. Cuando morimos, a
todas por igual nos roban el presente; a ti, sin embargo, también te robaron el
futuro –porque sólo algunas vidas esconden el rumor, a lo lejos, del Futuro-.
Se hace inevitable no sacar a colación ese verso tuyo: Merecerte la vida/ hasta tal punto/ que tu muerte/ parezca una
injusticia. Hablabas del oficio del poeta en ese poema, así se llama: “Tu
oficio, poeta”. Creo que ha sido tu obra que más me ha impactado, junto con “La
Satine”. Me dieron tal puñetazo cuando las leí que casi me caigo de espaldas.
En la primera, decías: Tu oficio, poeta,
es dignificar la especie/ Hacer que quepa la duda/ decir: “Algunos eran buenos.
/Algunos no eran prescindibles”. Si me oyeras a los dieciocho años cavilar
sobre ese mismo dilema, devanándome la cabeza acerca de para qué servía todo lo
que escribía. Cuando me dio mi primera crisis real con esto de escribir y
estuve meses sin hacerlo (yo, que a veces no podía dejar pasar ni un solo día
sin sacar la libreta de emergencia que siempre llevaba en el bolso). Y me daba
miedo que el tiempo me volviera insensible, que me convirtiera en científica o psicoanalista, que no fuera capaz de escribir relatos o poemas.
Aunque no fueran buenos. Era la incapacidad para sacar lo que tenía dentro lo
que me daba miedo de verdad. Volverme opaca y ahogarme con todas esas palabras
dentro. Porque lo que no dices y se queda en el interior, te devora. Y quizá
para mí escribir no sé si era una contribución a dignificar mi especie, pero sí
que era una forma de salvarme, de no rendirme… ¿se puede considerar eso
dignificar? En “La Satine” lo que reconozco es parte de mi esencia en general,
pero sobre todo cuando dices: Venían los
días estándar en que lloraba/ como una niña que apenas piensa en imágenes/ y
pataleaba como intentando apartar semejante carga/ la nada, el sinsentido que
es todo/ y la responsabilidad de andar con la cabeza erguida. En ocasiones
es eso lo que me cuesta, andar con la cabeza erguida… y escribir. Con la
certeza de que si dejo de hacer cualquiera de las dos me perderé a mí misma. Tendré
que retomar esa primera lección que me diste sobre no dejar pasar las cosas
importantes por otras más triviales que al final son una trampa.
En tu libro, en otro de los
poemas, te reconoces sabionda y repelente.
Eso también me suena porque me lo han llamado varias veces a lo largo de mi
vida (aunque conforme pasan los años intento disimular ambas, a pesar de saber
que a veces es necesario repeler a cierta gente y que ser sabionda es casi un
halago y salvavidas en esta realidad donde día sí y día también se le hace un
monumento a la ignorancia). Y me reconozco en tantas otras palabras que me
hacen sonreír. Y en tu afición de plasmar la cultura grecorromana en tus versos
y que te salga tan natural (cosa que a mí no me pasa). Y que hables de
Baudelaire. Y que arda el feminismo en tus letras.
No caeré en la trampa de pensar
que nos llevaríamos bien. No porque tenga la impresión de que no me fueras a
caer bien –que intuyo que sí- , sino porque hablar desde el desconocimiento (y
desde lo imposible ahora), nunca es justo. Es como cuando alguien cercano te
dice “Tienes que conocer a X, os vais a llevar genial”, y luego resulta que os
conocéis y no es para nada así. Pero sí que creo que, de coincidir, podríamos
haber tenido debates interesantes y que habría aprendido mucho contigo. Y que
te hubiera envidiado desde la admiración (de esto sí que tengo pleno
conocimiento, porque creo que envidiarte desde la admiración es algo que he
hecho desde que supe de tu existencia).
Resultó que, por una rarísima
concatenación de circunstancias, me acerqué a algunas de las personas que
formaban parte de tu vida. Conocí donde creciste, conocí a tus padres, a parte
de tu familia, a personas con las que tuviste algo, a amigas y amigos tuyos. Leí
tus poemas allí, delante de todos ellos. Y fue tan hermoso como extraño, porque
no podía evitar preguntarme: ¿qué ocurriría si de pronto una persona que tan
sólo me conociese de oídas o desde una vaga intuición de pronto se viera
inmersa en mi vida? Que conociera mis aficiones, mis lugares, mis personas
queridas, parte de mi forma de estar en el mundo. Sólo puedo desear que, si
bien no llegué a tiempo a la presentación de tu libro –lo que me hizo sentir
que había fallado en estar donde tenía que estar-, sí que hice bien estando en
todo aquello que surgió en torno a ti. Me llevé cosas muy bonitas de aquella
experiencia y jamás lo olvidaré.
Quiero ser guerra como tú,
renacer en este nuevo año como guerra que seguir dando en este mundo, también
hasta el fin de mis días y a pesar de todo. Usar estos veintisiete que no
pudiste cumplir para dejar atadas una serie de cosas que tú sí supiste atajar a
los veintiséis. Ser Gata en definitiva, aunque tú lo fueras a la ofensiva y yo
lo sea a la defensiva.
O simplemente aprender que, a
veces, la mejor defensa es un buen ataque.
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