1.11.18

No rendirse nunca es algo que sólo decimos cuando estamos rotas


Y el dolor se me disfraza de vacío existencial
pero no, no, no; hay que tirar pa´lante 
aunque se escondan las ganas,
se me confunden mil motivos para amar la vida
y odiar este sistema cruel
y un abismo se abre a veces cuando me quedo sola ah, ah, ay...
-Donde duele, La Otra-




Últimamente tengo la sensación de que me voy llenando de tantas cosas que termino desalojándome de mí misma. Hay demasiado ruido y consigue abrir una brecha en el cada vez más pequeño dique que me separa del mundo, y se cuela por ahí y me ensordece. Entonces me entra una sensación de asfixia que sólo se me pasa en los pocos momentos que consigo salir a respirar mientras no pienso en nada.

Existo entre la responsabilidad y la evasión, lo que significa no vivir en absoluto. Se me acorta la mecha de la espontaneidad y oigo de lejos el murmullo de esa conocida enemiga que es la inercia y que me impera rendirme a sus pies mientras le entrego mi vida. Y algo se rebela en mi interior, esa fuerza de salvamento que quiere retirarme de la no-existencia y que asoma la cabeza poco a poco, mientras rezo para tener energía para cuando llegue. Y no sucumbir a este hastío, a los días repetitivos que vas tachando porque no los vives en absoluto. Hay pequeñas chispas en ocasiones, algo que se parece a vivir de verdad, pero son fugaces y apenas las ves.

Miro a mi alrededor y veo a mucha gente inmersa en la inercia. Entre ellas yo, muchos días, muchas semanas. Con la ansiedad apoderándose de mis noches y el insomnio de antes del amanecer. Y vienen ecos del pasado a recordarme que yo plantaba cara a la inercia, incluso cuando no tenía ganas, incluso cuando no tenía fuerzas y que esa era la clave de todo. Romperle el juego a la inercia. Cultivar los momentos que querías vivir y regarlos con mimo. Esa era la vida.

¿Qué será de mi vida?
Desde luego nunca soporté bien el frío.
Ni por dentro, ni por fuera.






10.10.18

Deporte, economía y otros asuntos “masculinos”




No son pocas las conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida acerca de la invisibilización de las mujeres en cualquier sector considerado tradicionalmente como “masculino”, mientras que por otro lado los lugares considerados patriarcalmente como femeninos son relegados al ostracismo social e histórico. Sin embargo, no voy a profundizar en ello, pues gracias a los avances del feminismo esta realidad es un fenómeno ya analizado pormenorizadamente por miles de autoras; fenómeno que, a pesar de ello, no ha desaparecido.

Me gustaría adentrarme en aquello que rodea a las publicaciones destinadas a un público masculino, el entorno que contextualiza esas noticias deportivas desprovistas de mujeres o con tratamientos machistas. Y como digo deportivas, digo de economía, moda, cultura, estilo... destinadas principalmente al género masculino (preferentemente heterosexual). Publicaciones que, no contentas con obviar deliberadamente en aquellas informaciones que se consideran relevantes a la mitad de la humanidad, no tienen problema sin embargo para utilizar el utilizar el cuerpo femenino como reclamo necesario y atractivo inseparable de su línea editorial. Publicaciones como Marca, AS, El Economista... disponen de webs de “ocio” donde los titulares sensacionalistas y las galerías de fotografías de contenido pseudopornográfico se entrecruzan sin ningún tipo de problema.

Cuando comencé a escribir esto, ya había hecho un investigación previa sobre artículos que hablasen de esta situación concretamente. Me quedé sorprendida al comprobar que apenas existen, lo que me lleva a la conclusión de que es una realidad tan normalizada que ni siquiera hay muchas líneas de tinta al respecto (sí en publicaciones más amplias, aunque por lo general lo que analizan es el uso del cuerpo femenino en la publicidad especialmente).

Ese tipo de publicaciones donde capitalismo y patriarcado se dan la mano, que no tienen ningún tipo de pudor a la hora de ganar clics a base de hacer de las mujeres un producto de consumo más, tienen que generar gran parte de los ingresos que ingresan esas empresas, porque de otro modo no tendrían sentido. Y todo esto, por supuesto, con la complicidad de miles de hombres que, cegados por sus privilegios, no tienen ningún reparo en acceder a esos contenidos. Como niños atraídos por caramelos en una tienda, ni se lo piensan a la hora de seguir manteniendo la ideología machista en publicaciones destacadas y cada día más millonarias porque entienden que, efectivamente, han acertado con su público de zombies. Al más leve atisbo de ¡TETAS! incluso mezcladas entre sesudos análisis de economía, ya les hacen virar sin mayor problema de una publicación a otra. Algunas de ellas que incluso deberían ponernos en alerta. En “Los 40”, publicación de contenidos musicales (y otras “cosas”) tienen titulares como “La pequeña bailarina de Sia ya no es tan pequeña” donde sexualizan a una niña de ¡16 años! Muchos de esos hombres que se escandalizan y horrorizan con casos de pederastia, abuso sexual o violaciones, no tienen problema alguno en acceder a contenidos que ¡oh, sorpresa! alimentan esa misma lógica.

Sé que es complicado, pero llevo llamando al boicot de ese tipo de publicaciones desde hace años. Si necesitan enseñarte las tetas de Kim Kardashian o sexualizar actitudes patológicas, no se deberían apoyar esas publicaciones. El deporte, la economia, la música, la moda... no tienen género ¿por qué se empeñan en dejar fuera a la mitad de la humanidad salvo para denigrarlo sin problema alguno? ¿Y no se sostienen tan bien por sí mismos que sería innecesario usar el cuerpo femenino como reclamo?Y hablo de género, y no de orientación sexual, porque como las mujeres sabemos, las mujeres lesbianas o bisexuales son infinitamente más respetuosas que las personas que han crecido bajo la masculinidad tóxica.

No hay nada inocente en entrar en publicaciones que alimentan un patriarcado que nos utiliza, mata y humilla cada día.



10.6.18

Argonauta


Nadie te dice de pequeña que crecer es tener que reinventar tu vida una y otra vez. Cuando miras el mundo de los adultos te los imaginas tan estables, rectilíneos y seguros. Quizá por eso se inventan tantos cuentos para hacerte dormir por las noches, porque la única realidad inmutable es la ficticia.

La mitad de las veces nos obsesiona tanto que el timón se mantenga erguido que no nos damos cuenta de que la dirección del viento cambia y nos arrastra por una corriente difícil de prever.

¿Has cambiado tantas veces la dirección del timón que ya perdiste el norte?

El ritmo de la vida te lleva con suavidad hacia nuevos puertos y tienes que decidir si bajarte o no. ¿Qué diría ahora tu yo de cinco años o de quince, si te viera? Todo está contenido en ti y el fluir de la existencia hace brotar algunas de las semillas que guardas. ¿Podrás elegir cuáles son las correctas para hacer crecer y continuar con ellas?

He reinventado mi vida tantas veces que ya sólo quedan algunos rayos de sol y muchas cenizas con las que me dedico a hacer dibujos en el suelo.

Un ciclo interminable donde todo vuelve, donde todo se contiene a sí mismo.

Mi intuición, que pienso trocada por una brújula torcida, siempre se encoge ante el aglutine de (a)normalidades cuánticas.








20.3.18

Invocación a La Diosa


Ostara



"Isis, Astarté, Diana
Hécate, Démeter, Kali,
Inanna...

La Diosa vive
y la Magia camina.
Todxs venimos de La Diosa
y a Ella deberemos de volver
como una gota de lluvia
fluyendo hacia el océano."





5.3.18

De nacionalidad, extranjera




Yo no pertenezco aquí.
I don’t belong here.
Suena Creep.                           .
Yo no soy de aquí y sin embargo formo parte de estas calles
y efectivamente las paseo como si fueran mías.
Y a veces me digo que sí,
que puedo caminar por aceras cortas,
conocer el nombre de todos los vecinos de los barrios
y que tu amiga sea amiga a su vez de alguien más
que acabas de conocer.
A veces me digo que sí,
que puedo acostumbrarme a esta cercanía,
que no me cansaré de hacer los mismos recorridos
todos los días. Que siempre hay algo diferente
en los ojos de los demás, que la luz no es la misma
que al día siguiente, que sólo hay que saber mirar.
Y me convenzo ¿eh? Exagero mi acento o lo dejo correr
y permito que el sol me queme la piel
porque me gusta sentir el calor del sur
(aunque no tenga melanina suficiente para asimilarlo).
Y cuando casi me he convencido del todo
y sueño con una casa en propiedad
-heredada, eso sí, de algún primo lejano
porque hipotecarme sería suicida-
el viento me susurra al oído
que yo no soy de aquí.
Por mucho que quiera este pedacito como si fuese mío.
Y aunque me obligo a recordar la nostalgia
de estar fuera de la tierra que te vio crecer
y me obligo a pensar en las personas en el exilio
que sueñan con volver,
algo me hierve en el pecho
y las alas que tenía olvidadas
me pesan en la espalda a su vez
y me entra esa fiebre nómada que hace que en mi maleta
sólo quepan algunas personas y animales por doquier.
Y me imagino viajando y viviendo en diez sitios distintos
y me imagino lo que sería nunca volver,
hacer mío lo desconocido,
cambiar de lenguaje y de piel.
Me veo desapareciendo en la marea de una ciudad
donde nadie sepa mi nombre,
o en una casita con huerto en la montaña
y alrededor cien lugareños
o seis habitantes,
pero alejada de todo cuanto conocía de antes.
A veces tengo esta extraña manía
de sólo sentirme segura en

los                                                                                                        extremos.

¿O sería tan osada de vivir en mil sitios
y no sentirme nunca de ninguna parte?
Siempre el diablo está en los detalles.

Y pienso en todo ésto y luego dejo los ensueños
y vuelvo a esta ciudad,
y se me quedan las aceras cortas demasiado cortas,
camino sigilosamente ante caras conocidas
y los turistas pasan por mi lado sin preguntarme direcciones
porque saben que seré de muchas partes
pero que nunca fui de aquí.
Y eso se me nota en los andares,
y eso es lo que siento en los oídos
cuando escucho música de mil lugares
y me pienso descubriéndolos contigo.
Y es que yo sólo vivo en mi cabeza 
con mis sueños y contigo.
En mi mirada siempre pone, de nacionalidad, extranjera
vaya donde vaya;
tengo ojos de universo y en mis labios, la galaxia;
una galaxia tan lejana como en tus pelis de ciencia ficción
donde pasa lo que nunca pasa y ocurre lo que siempre ocurre,
vida, muerte, triunfo, fracaso y amor.

La especie humana y su contradicción.











1.2.18

Cualquiera de estas mañanas


Cada mañana entro en un bar donde los jornaleros se detienen a descansar.
Llevan ropa cómoda, incluso alguno de ellos tiene puesto un mono de trabajo.
Los jornaleros me miran suspicaces en cuanto entro
y yo me siento como una humana abandonada en Marte.
La rutina es siempre la misma: desfilan tostadas junto al café humeante
mientras los jornaleros debaten y se preparan para el resto de la jornada.
Al hombre que tengo a mi lado de pie le tiemblan las manos.
Debe de sufrir alguna enfermedad neurodegenerativa. No es como los demás.
Deja reposar un maletín negro sobre la barra,
seguramente trabajará en algún lugar pulcro que le hará infeliz.
Nadie sueña siendo niño con trabajar en un lugar pulcro.
Soñamos con trabajar con algo que nos manche de vida, de sangre, de polvo,
de arena de hacer castillos a la orilla del mar.
Yo soñaba con ser vulcanóloga y terminar cada día con el pelo lleno de ceniza.
Pero este señor que tengo a mi lado viste un abrigo impoluto
y le tiemblan las manos llenas de sueños contenidos.
Yo sufro por el temblor que él ya tiene normalizado.
Se lleva la tostada a la boca y trata de que le tiemblen los dedos lo menos posible.
Le observo y sospecho que así acabaremos todos. De los nervios.
Echo un vistazo alrededor.
Sólo somos dos mujeres en el bar: la camarera y yo.
Sólo así las mujeres pueden sobrevivir en un bar anclado en los setenta: 
detrás de la barra.
Yo soy el alien discordante en esos desayunos tan bien orquestados
y la camarera me lo hace saber cuando me atiende y me llama “niña”.
Como si viera a través de mi disfraz de mujer.
Como cuando mamá de pequeña me echaba la regañina al haber entrado
en algún sitio donde no debía estar: “Niña, ¿qué haces aquí?”
Los jornaleros me siguen mirando suspicaces e infelices.
Me pregunto cómo será el día en que llegue a formar parte de sus filas
y la vida se me vuelva gris e inhóspita, 
donde la salvación sea sólo estar varada en la barra de un bar
a la hora del desayuno. Salgo, cierro la puerta y me dirijo a casa.
En el portal coincido con una vecina que me sonríe 
de la forma más poco sentida que podáis imaginar.
La sonrisa con que sonríe a su marido al verlo ir a trabajar.
La sonrisa con que sonríe cuando sus hijos no se acuestan 
a la hora que se tienen que acostar.
Pero a mí no puede engañarme: tiene los ojos tristes.
Ella es tan infeliz como lo son los jornaleros, pero con una salvedad:
los jornaleros se tienen entre ellos. Ella está sola.
Me acuerdo de las preguntas que me hacía de pequeña 
y me lo vuelvo ahora a preguntar: 
cuando sea mayor, ¿tendré que inyectarme bótox 
para que no se me caiga la sonrisa de la boca?
¿También esbozaré una extraña mueca?
La vecina se marcha y me deja con mis preguntas.
La gente está muerta por las mañanas (y algunas veces por las tardes, 
y otras por las noches, pero siempre, siempre, está muerta por las mañanas),
por eso no me gusta tener que levantarme temprano.
Yo sólo quiero ser invisible y pasar desapercibida por las calles como un fantasma.
Quiero resguardarme de los ojos tristes y de las manos, de no darse, cansadas.
Quiero irme a otro planeta donde no sea yo la única humana.
O donde pueda ser un alien con ceniza en las membranas.





11.1.18

La juventud dispersa


¿Cómo sienta Londres en enero?
Me comentas lo frío que es aquello,
que la noche trae la niebla
que llueve sin parar.

Tú estás bien; es mi deseo, y lo confirmas
bebiendo pintas junto al fuego
en tu piso de alquiler:
estrenas trabajo nuevo
y siento una sonrisa que no puedo ver
al otro lado del teléfono.
Aunque sufras injusticias
para ti todo es un sueño:
Algo que en la tierra en que nacimos
no podríamos creer.

Me preguntas: ¿Cómo estás?
Por aquí todo va bien.
Ya sabes, soy caña fuerte
que se dobla astutamente
cuando ruge tempestad,
esperando agazapada
una oportunidad.
En mi línea permanente.
Algo más vieja, la verdad.
Ya no estamos los de siempre.
Algunos se fueron al norte,
pero muchos han cruzado el mar
hacia oriente u occidente.


¿El futuro? Inobservable.
Lucho por que la primavera
traiga al menos un poco de paz.
Ya no sé cuánto debe preocuparme,
la verdad,
esta incertidumbre intransigente.

Sabes como yo lo que cuesta
que cada día
no se parezca al siguiente.

Tú echas de menos los lugares comunes,
yo echo de menos a mi gente diaria
(esa de la que formas parte,
esa tan extraordinaria).

Tú haces el exilio en Londres
y yo,
yo hago el exilio en casa.

Sobrevivimos a la novedad acostumbrada.
Tú intentas crear un rincón de siempre
que te arrope en tu nueva ciudad;
yo intento crear otra ciudad
en nuestra ciudad de siempre.
En conjunto, una que nos recuerde
a quienes ya no están.

No es nada fácil, sé cómo te sientes
reinventando un mundo que nos pintaron dulcemente,
cuando en realidad
cada opción se dibujó
de la mayor temeridad.

Marcharse o quedarse, qué más da.
Siempre recogiendo migas
de las generaciones precedentes
que nos miran impacientes
diciéndonos qué hemos de hacer
con nuestra vida.

Si el amor se entierra en vida,
la amistad ¿cómo se olvida?,
escribí una vez que las aceras, envejecidas,
fueron asoladas y marchitas.

¿Eres desarraigada por marcharte?
¿Soy yo una cobarde por quedarme?
Los mayores que todo saben
siempre quieren opinar.
(Pero el terror es sólo nuestro)

Nos mandaron a una guerra
sin armas ni resistencia
bajo la promesa vacía
de que lo bueno 
estaba por llegar.

¿Y hemos de competir entre nosotros
por el sueño neoliberal?
¿Por medirnos en cuentas corrientes el éxito
y la felicidad?

Todos sufrimos el destierro de esperanzas
aunque nunca nos lleguemos a cruzar.
Tú, desde el exilio en Londres;
y yo, desde el exilio en casa.










2.1.18

De Gata a Gata


(De esta Gata de Zinc que deambula por tejados ardientes intentando mantenerse siempre en pie a la Gran Gata Cattana)

Llevo mucho tiempo pensando en escribir esto y nunca termino de saber cómo. Creo que soy capaz ahora por el impuso del año nuevo, por la reflexión casi inevitable del año que ha terminado y las cosas que he vivido y más me han impactado de él. Tú has sido una de ellas.

Supe de ti hace un año y un mes. Viniste a mi ciudad a presentar tu primer libro. Me gustó el título nada más oírlo porque de pequeña me obsesioné levemente con ella “La escala de Mohs”. No llegué a tiempo a la presentación no recuerdo por qué. Supongo que por esas cosas triviales del día a día que te retrasan más de lo debido y hacen que te pierdas cosas importantes. Tengo que aprender a administrar mejor el tiempo. Apenas sabía de ti y ya me diste una lección. Recuerdo que investigué sobre ti, escuché algunas de tus canciones y me sorprendieron. Y mira que el rap nunca ha sido un estilo que haya estado entre mis preferencias, pero ahí estabas tú con canciones que se asemejaban a poemas cuyos nombres me son tan familiares como Lisístrata. ¿Quién hacía ese tipo de cosas? Sólo la Gata. Eras una pionera, una perla brillando en el océano del escaso futuro que tenemos en este país para que la cultura sobreviva.

Recuerdo la tarde en la que me enteré de tu fallecimiento. No nos conocíamos en persona, pero no sé por qué me golpeó como si de algún modo lo hiciéramos. No nos conocíamos, pero no podía dejar de ver ciertas semejanzas entre las dos. La primera, la más obvia, nuestra edad. Las dos teníamos veintiséis años y yo aquí estaba y tú, sin embargo, no. Siempre hay algo de injusticia en algunas muertes, pero en algunas más que en otras. Y la tuya era especialmente injusta. No sólo por tu edad, sino por quien eras y por lo que prometías llegar a ser. Cuando morimos, a todas por igual nos roban el presente; a ti, sin embargo, también te robaron el futuro –porque sólo algunas vidas esconden el rumor, a lo lejos, del Futuro-. Se hace inevitable no sacar a colación ese verso tuyo: Merecerte la vida/ hasta tal punto/ que tu muerte/ parezca una injusticia. Hablabas del oficio del poeta en ese poema, así se llama: “Tu oficio, poeta”. Creo que ha sido tu obra que más me ha impactado, junto con “La Satine”. Me dieron tal puñetazo cuando las leí que casi me caigo de espaldas. En la primera, decías: Tu oficio, poeta, es dignificar la especie/ Hacer que quepa la duda/ decir: “Algunos eran buenos. /Algunos no eran prescindibles”. Si me oyeras a los dieciocho años cavilar sobre ese mismo dilema, devanándome la cabeza acerca de para qué servía todo lo que escribía. Cuando me dio mi primera crisis real con esto de escribir y estuve meses sin hacerlo (yo, que a veces no podía dejar pasar ni un solo día sin sacar la libreta de emergencia que siempre llevaba en el bolso). Y me daba miedo que el tiempo me volviera insensible, que me convirtiera en científica o psicoanalista, que no fuera capaz de escribir relatos o poemas. Aunque no fueran buenos. Era la incapacidad para sacar lo que tenía dentro lo que me daba miedo de verdad. Volverme opaca y ahogarme con todas esas palabras dentro. Porque lo que no dices y se queda en el interior, te devora. Y quizá para mí escribir no sé si era una contribución a dignificar mi especie, pero sí que era una forma de salvarme, de no rendirme… ¿se puede considerar eso dignificar? En “La Satine” lo que reconozco es parte de mi esencia en general, pero sobre todo cuando dices: Venían los días estándar en que lloraba/ como una niña que apenas piensa en imágenes/ y pataleaba como intentando apartar semejante carga/ la nada, el sinsentido que es todo/ y la responsabilidad de andar con la cabeza erguida. En ocasiones es eso lo que me cuesta, andar con la cabeza erguida… y escribir. Con la certeza de que si dejo de hacer cualquiera de las dos me perderé a mí misma. Tendré que retomar esa primera lección que me diste sobre no dejar pasar las cosas importantes por otras más triviales que al final son una trampa.

En tu libro, en otro de los poemas, te reconoces sabionda y repelente. Eso también me suena porque me lo han llamado varias veces a lo largo de mi vida (aunque conforme pasan los años intento disimular ambas, a pesar de saber que a veces es necesario repeler a cierta gente y que ser sabionda es casi un halago y salvavidas en esta realidad donde día sí y día también se le hace un monumento a la ignorancia). Y me reconozco en tantas otras palabras que me hacen sonreír. Y en tu afición de plasmar la cultura grecorromana en tus versos y que te salga tan natural (cosa que a mí no me pasa). Y que hables de Baudelaire. Y que arda el feminismo en tus letras.

No caeré en la trampa de pensar que nos llevaríamos bien. No porque tenga la impresión de que no me fueras a caer bien –que intuyo que sí- , sino porque hablar desde el desconocimiento (y desde lo imposible ahora), nunca es justo. Es como cuando alguien cercano te dice “Tienes que conocer a X, os vais a llevar genial”, y luego resulta que os conocéis y no es para nada así. Pero sí que creo que, de coincidir, podríamos haber tenido debates interesantes y que habría aprendido mucho contigo. Y que te hubiera envidiado desde la admiración (de esto sí que tengo pleno conocimiento, porque creo que envidiarte desde la admiración es algo que he hecho desde que supe de tu existencia).

Resultó que, por una rarísima concatenación de circunstancias, me acerqué a algunas de las personas que formaban parte de tu vida. Conocí donde creciste, conocí a tus padres, a parte de tu familia, a personas con las que tuviste algo, a amigas y amigos tuyos. Leí tus poemas allí, delante de todos ellos. Y fue tan hermoso como extraño, porque no podía evitar preguntarme: ¿qué ocurriría si de pronto una persona que tan sólo me conociese de oídas o desde una vaga intuición de pronto se viera inmersa en mi vida? Que conociera mis aficiones, mis lugares, mis personas queridas, parte de mi forma de estar en el mundo. Sólo puedo desear que, si bien no llegué a tiempo a la presentación de tu libro –lo que me hizo sentir que había fallado en estar donde tenía que estar-, sí que hice bien estando en todo aquello que surgió en torno a ti. Me llevé cosas muy bonitas de aquella experiencia y jamás lo olvidaré.

Quiero ser guerra como tú, renacer en este nuevo año como guerra que seguir dando en este mundo, también hasta el fin de mis días y a pesar de todo. Usar estos veintisiete que no pudiste cumplir para dejar atadas una serie de cosas que tú sí supiste atajar a los veintiséis. Ser Gata en definitiva, aunque tú lo fueras a la ofensiva y yo lo sea a la defensiva.


O simplemente aprender que, a veces, la mejor defensa es un buen ataque.