Nadie te dice de pequeña que
crecer es tener que reinventar tu vida una y otra vez. Cuando miras el mundo de
los adultos te los imaginas tan estables, rectilíneos y seguros. Quizá por eso
se inventan tantos cuentos para hacerte dormir por las noches, porque la única realidad
inmutable es la ficticia.
La mitad de las veces nos
obsesiona tanto que el timón se mantenga erguido que no nos damos cuenta de que
la dirección del viento cambia y nos arrastra por una corriente difícil de
prever.
¿Has cambiado tantas veces la
dirección del timón que ya perdiste el norte?
El ritmo de la vida te lleva con
suavidad hacia nuevos puertos y tienes que decidir si bajarte o no. ¿Qué diría
ahora tu yo de cinco años o de
quince, si te viera? Todo está contenido en ti y el fluir de la existencia hace
brotar algunas de las semillas que guardas. ¿Podrás elegir cuáles son las
correctas para hacer crecer y continuar con ellas?
He reinventado mi vida tantas
veces que ya sólo quedan algunos rayos de sol y muchas cenizas con las que me
dedico a hacer dibujos en el suelo.
Un ciclo interminable donde todo
vuelve, donde todo se contiene a sí mismo.
Mi intuición, que pienso trocada
por una brújula torcida, siempre se encoge ante el aglutine de (a)normalidades
cuánticas.
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