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12.7.16

Si Lisístrata hablase... (Sexodrama pedagógico)


Será que el verano se presta siempre a hablar de sexo. Hay más tiempo libre, más cerveza o más ganas de charlar sobre banalidades o no banalidades, pero en efecto cobran importancia: las desastrosas relaciones pasadas o actuales, los ligues, los rollos, los amigos con derecho a roce o esa-cosa-que-no-sabes-cómo-llamarla-pero-que-está-ahí.

Hay conversaciones que surgen entre chicas y de las que un hombre bi o hetero aprendería una barbaridad sólo escuchando. El problema reside en que cuando hay un hombre escuchando nos cortamos o, de no hacerlo, ellos se sienten heridos en su orgullo masculino. En mi opinión el ego masculino es de esas cosas que debería irse retrete abajo, la verdad, porque así nos va.

El caso es que como creo que la lectura merece la pena, ellas se van a echar unas risas y ellos pueden hasta aprender, me voy a atrever por primera vez con un género en el que soy novatísima: el teatro. Esta mini-obra está basada en conversaciones reales que he mantenido a lo largo de mi vida.

Hay una canción que resume, en parte, lo que diré a continuación. Os animo a convertirla en un estandarte para las relaciones sexuales de este siglo, porque aún hay quien no se entera.








Y sin más dilación...


Subimos el telón y aparecen dos amigas: Claudia y Sara. Están sentadas en una de esas terracitas de verano, en una mesa de plástico rojo con sillas ídem. Delante de cada una hay una cerveza espumosa bien fría. Queda una silla libre, y de pronto aparece una tercera amiga, Marlén, que se sienta con ellas.

MARLÉN: Hola chicas, disculpad que llegue tarde, pero llevo toda la tarde hablando con mi primo porque estaba flipando con lo que le ha contado su mejor amigo.

CLAUDIA: ¿Y eso? ¿Qué ha pasado?

MARLÉN: Resulta que el mejor amigo tiene una nueva novia. Pues bien, ella le ha contado que la primera vez que se corrió tenía treinta años. Ella tiene ahora treinta y cinco, y el novio ha flipado y se lo ha contado a mi primo.

SARA: ¿Treinta años sin correrse? No sé por qué no me sorprende.

CLAUDIA: Pues a mí sí. ¿Tanto tiempo acostándote con tíos y ni un orgasmo?

SARA: Es más habitual de lo que se cree. Hay chicas que se acuestan con chicos y hasta que no prueban varios no empiezan a tener orgasmos. O eso, o el tío con el que están se pone las pilas y aprende.

MARLÉN: Sí, tú piensa en tu vida sexual, Claudia. ¿No crees que, y estoy siendo generosa, aproximadamente el 70% de los tíos con los que te has acostado eran unos auténticos mantas?

CLAUDIA: Pues… no lo había pensado, pero ahora que lo dices… Con algunos he tenido suerte, no te creas, y han sido buenos amantes o han intentado aprender si no lo eran. Pero así, en general… la cosa da bastante pena, sí.

SARA: A ver, por poner un ejemplo. Ahora la mayoría de los tíos ven mucho porno. Hay quien lo justifica diciendo que así se cogen ideas y tal. Pero es mentira. El porno les mata la imaginación. Cuanto más porno ven, más lelos se vuelven en la cama. Tuve un novio que veía mucho porno y cada vez que lo hacía me daba cuenta porque venía sugiriendo una postura imposible o una garganta profunda o me azotaba al estilo pornográfico o mierdas de esas. Se vuelven lelos y predecibles, como robots. De modo que cuanto más porno veía él, más malo se volvía en la cama. Y cuanto peor se volvía en la cama, menos ganas tenía yo de acostarme con él. Y él lo arreglaba viendo más porno. Al final cortamos, claro.

CLAUDIA: ¿Dónde quedan esos hombres que usan su imaginación para masturbarse? Aquellos que piensan en lo que les excita hacer o que les hagan y son capaces de correrse sin necesidad de imágenes explícitas.

MARLÉN: Sí, yo los llamo amantes mentales. Los que se masturban sin necesidad de ver porno son mejores en la cama, exploran el mundo de las ideas y eso enriquece la experiencia sexual. Y se les nota. Y es que el porno que hay es en su mayoría malísimo, aburrido y además machista. No digo que no haya que ver porno pero, joder, la mayoría es una auténtica basura. Así salen luego ellos con esas ideas estrafalarias.

SARA: Sí, como lo de la garganta profunda. Habrá alguna chica a la que le guste hacerlo, yo no digo que no. Pero, sinceramente ¿a cuántas les gusta asociar el placer sexual a la náusea? ¿No son experiencias contradictorias? Es como si te pusiera bruta marearte en el coche y potar. A mí me pasó una vez con un ex novio. Al tío no se le ocurre otra cosa que, después de haber cenado los dos en un italiano, llevarme a su casa y en un descuido metérmela hasta la garganta.

CLAUDIA: ¿Y qué ocurrió?

SARA: Pues que poté toda la pizza en su cama, claro. El olor a vómito no se fue de su cuarto en diez días.

MARLÉN: Y, hablando de sexo oral, ¿os ha tocado alguna vez un amante egoísta, de esos que quieres que tú se la comas pero él no va ahí abajo ni loco?

CLAUDIA: Calla, calla. Ni me lo menciones. Más de lo que parece. Y es absurdo. Vamos a ver, ¿a ti te gusta que te la coman? SÍ. A día de hoy no he encontrado un solo tío al que no le guste. Y ya sabéis que mi lista es extensa. Ahora, que ellos sean igual de generosos y bajen… No sólo que bajen, sino que lo hagan con la misma frecuencia con la que bajas tú. Más o menos, ¿no? ¿Por qué si yo bajo una media de dos veces por polvo, él al menos no baja una? O qué coño. Que baje dos también. Equidad.

SARA: Sí. En la serie ésta, “Sexo en Nueva York” llamaban al acto de ir a hacer un cunilingus “bajar al pilón”.

MARLÉN: Jajajaja. Bajar al pilón. Me parto.

CLAUDIA: Sí… Pues ya sabéis chicas, si ellos no bajan al pilón, vosotras tampoco. Que aquí los hay muy listos.

MARLÉN: Quid pro quo.

SARA: Eso. (Bebe cerveza)

MARLÉN: Y ya que mencionamos el cunilingus… ¿no os da la sensación de que la mayoría cuando lo hacen están más perdidos que un pulpo en un garaje?

CLAUDIA: Desde luego. (Bebe cerveza)

SARA: Uf… Si te contase. Los hay que se pierden en los alrededores y no encuentran nunca el clítoris.

CLAUDIA: Y también los que se centran en el clítoris y olvidan lo demás, ¡que el clítoris no es un timbre, hombre!

MARLÉN: Jajajaja. Y los que ponen la lengua en plan puntiagudo y parece que te están pinchando. O los que meten demasiado la cabeza y te raspan con la barba, que no sabes si te están haciendo un peeling o qué.

SARA: O los que, como decíais antes, han visto demasiado porno y parece que tienen en la lengua un cuentakilómetros y van tan rápido que no sientes nada porque parece que quieren ser Induráin con la velocidad. ¡Que es un clítoris, no un flan!

CLAUDIA: Lo de la lengua puntiaguda es un caso. Con lo que mola que la dejen plana y vayan con suavidad…

MARLÉN: Despacito… (Bebe cerveza)

SARA: Uf, callaos que me estoy poniendo cachondísima.

CLAUDIA: Jajajaja. Claro. Que la cosa es ir explorando poco a poco, no comerse todo el pastel de golpe. (Bebe cerveza)

MARLÉN: Y también están los que sin mediar palabra te meten los dedos. Pero vamos a ver, ¿acaso te lo he pedido?

SARA: Eso. Qué manía con los dedos. Y más los que parece que tienen una bomba de extracción, o que te están metiendo algo muy hasta el fondo y van súper fuerte. Así te insensibilizan y cuando te penetran ya sólo tienes ganas de irte a tu casa y que te dejen en paz.

CLAUDIA: Bueno, y los que te meten los dedos directamente, sin hacerte sexo oral antes ni nada, y se van a por el punto G como si no hubiera mañana, y para colmo no lo encuentran, y es como… ¿perdona? ¿tengo el clítoris de adorno? SE SUPONE QUE LA VAGINA NO TIENE MUCHAS TERMINACIONES NERVIOSAS. Sobre todo porque está diseñada para que el día de mañana saque un niño de tres kilos por ahí.

MARLÉN: Jajajaja. Con las manos son unos torpes la mayoría. Sólo he conseguido correrme con un par de tíos mientras me masturbaban. Como están empeñados en meterla casi siempre, no se paran a jugar con las manos. Y a mí que un hombre me meta las manos en las bragas y me acaricie con suavidad me pone perrísima.

SARA: Pero con suavidad y sin hacer mucha presión, que si no duele.

CLAUDIA: Desde luego. A mí más de uno me ha dejado dolorida durante días por darme demasiado fuerte con la mano. Y con infección urinaria incluida.

SARA: Qué bestias son. Se creen que somos muñecas hinchables.

MARLÉN: ¿Y qué me decís del tema “posturitas”?

SARA: Da auténtico miedo. (Bebe cerveza)

CLAUDIA: Es como… pero vamos a ver, tío… no quiero hacer el kamasutra en cinco minutos. ¿De qué me sirve poner 500 posturas? Encuentra UNA que me guste. UNA. Al menos. Por favor.

MARLÉN: Jajajajaja. Es que a veces no sabes si estás en una clase de gimnasia o en la cama con un tío.

SARA: Y a veces te estiras tanto o te ponen las piernas en Pekín… Y es como… se me está subiendo la sangre a la cabeza, NO ME CONCENTRO.

CLAUDIA: Venga, tema peliagudo donde los haya. Sexo anal.

MARLÉN: Buenooo…

SARA: A mí no me miréis. Lo odio. Me duele sólo de imaginarlo. Y algunos se ponen pesadísimos con el tema.

CLAUDIA: El sexo anal es delicado. ¿Por qué no se habla? Algunos tíos parecen con este tema soldados estadounidenses, que primero disparan y luego preguntan. Es para decirles: ¿HOLA, TENGO PINTA DE FORTALEZA MEDIEVAL? ¿A QUE NO? Pues tu polla tampoco es un ariete.

MARLÉN: Exacto. ¿Te imaginas que fuera al revés? ¿Que nos estuviésemos enrollando con ellos y de pronto sacásemos un vibrador del bolso y se lo encasquetásemos en el culo? Yo creo que les daría un infarto.

SARA: Claro, pero si tú lo haces eres una rara pervertida y si lo hacen ellos es que “es normal que quieran dar por detrás”. Una vez estaba yo a cuatro patas y el chico maniobrando por ahí detrás, y no sabía si es que quería darme por el culo o se estaba haciendo la picha un lío y no sabía por qué agujero era. ¿Sabéis que hay tíos que creen que meamos por la vagina?

MARLÉN: Anda ya…

SARA: Que sí, que sí. Que un tío una vez me preguntó si meábamos por la vagina.

CLAUDIA: Pues no es tan raro. Yo una vez le hice esa misma pregunta a un ex que tuve, ¿y sabéis cuál fue su respuesta? “Nunca me lo había planteado, la verdad”.

MARLÉN: Les dejamos ponerse al volante sin conocer la máquina. Sin tener ni puta idea de la máquina.

CLAUDIA: Yo les hacía un examen de anatomía femenina antes de follar, la verdad. Y unas cuántas preguntillas más, por si acaso.

SARA: Pero bueno, volviendo al tema del sexo anal… Yo creo que si el culo no está directamente relacionado con el sexo por algo será…

CLAUDIA: Pues yo creo que es interesante, pero hablándolo primero y con preparación previa. Es decir, a mí me gusta que me hagan sexo oral primero y que me acaricien poco a poco por la zona, y entonces despacito y con mimo la cosa puede ir bien. Las veces que me he corrido con el sexo anal han sido muy intensas.

MARLÉN: Pues a mí, además de que tienen que ser cómo y cuándo yo quiero tengo una cosa muy clara: que si ellos no están dispuestos a poner el culo, yo tampoco. Si pedimos reciprocidad en el sexo oral, ¿por qué no en el anal también? ¿Qué pasa, que su culo es de porcelana pero el nuestro está siempre a la venta?

CLAUDIA: Eso digo yo. Si tú quieres dar pero que no te den, que no cuenten conmigo tampoco. ¿Por qué querría dejarme hacer algo que el otro no quiere que le hagan? O todos o ninguno.

SARA: A mí lo que sí me gusta mucho es la postura de la cowgirl, yo encima. Desde ahí lo controlo todo y el chico se puede relajar.

MARLÉN: Claro, pero si tú quieres estar todo el rato encima se rallan y empiezan a dudar de si son buenos o no.

CLAUDIA: Es que es eso, el ego por querer demostrarte lo buenos que son o el miedo a cagarla son trabas enormes. La primera norma debería ser que dejasen el ego fuera de la cama. Y que explorasen.

SARA: Y que preguntaran. ¿Por qué soy yo siempre la que pregunta: cómo te gusta, tienes alguna sugerencia, lo estoy haciendo bien, prefieres otra cosa? ¿Por qué ellos nunca me preguntan qué me gusta a mí?

MARLÉN: Porque se cortan y les hace parecer vulnerables.

CLAUDIA: Sí, pero para bajarte las bragas ahí no se cortan ¿eh?

SARA: Es que el sexo es comunicación. Es preguntar, corregir, probar, explorar, volver a preguntar, redirigir, aprender…

MARLÉN: Hay una leyenda urbana que dice que los tíos que follan con muchas tías son mejores en la cama. Pero es mentira. Pueden estar acostándose con mil y haciéndolo mal con las mil. Cuando empiezas con una persona nueva nunca sabes qué te vas a encontrar.

CLAUDIA: Es como si fueras muy bueno en un deporte de riesgo, pongamos rafting, y de pronto te da por hacer puenting. ¿Te tirarías por un puente con el mismo equipo y con la misma confianza con la que haces rafting? No, ¿por qué? Porque es una cosa nueva. Tienes que estar con los ojos abiertos y alerta para aprender a hacerlo bien. ¿Por qué con nosotras no pasa lo mismo? ¿Por qué se creen que follando con una es lo mismo que si follara con cualquier otra?

SARA: Hay que acercarse con humildad y sin dar las cosas por supuesto. Y con mimo. Aunque sólo sea cosa de un día. Vale que no te vayas a casar con un tío, pero joder, ¿no puede ser un poco cariñoso y no hacerte sentir un queso gruyère? UN POCO DE DULZURA, COÑO.

MARLÉN: Qué raro, Sara gritando. Por segunda vez.

SARA: Es que me cansa mucho. Yo no digo que tengas que ser un romántico ni la persona más empalagosa del mundo, pero si se acuesta contigo qué menos que te trate con algo de mimo ¿no?

CLAUDIA: Tienen miedo a que si lo hacen te pienses que están enamorados de ti o algo.

MARLÉN: Pues que les den. Te levantas y te vas.

SARA: Una vez tuve un amante, el mejor amante que he tenido, que nunca se levantaba de la cama sin asegurarse de que yo estuviera bien satisfecha. Y que al menos me hubiese corrido dos veces. No es como la mayoría de los tíos, que ellos se corren y ya si eso te apañas tú o te duermes.

MARLÉN: ¿Pero existen ángeles así, que te dejan satisfecha siempre?

SARA: Existen, pero es más difícil encontrarlos que vomitar por una pajita. Yo sinceramente creo que si se quiere, se puede. Pero ellos tienen que poner de su parte.

CLAUDIA: Creo que los tíos deberían tener al menos una habilidad en la que sean muy buenos.

MARLÉN: Sí. Que si son buenos con la penetración, adelante. Que si se manejan bien con la lengua, adelante. Y si son hábiles con las manos, adelante. Porque si fallan en alguna de esas cosas, pueden hacer otras para compensar.

SARA: Y así tú no te quedas cachonda perdida y con cara de idiota.

CLAUDIA: Si por eso, chicas, el sexo es comunicación. Intercambias miradas, suspiros, fluidos, olores, una cama… y también palabras y cariño, ¿por qué no?

MARLÉN: Hay que hablar y preguntarse mucho. Y darse indicaciones. (Bebe cerveza)

SARA: Así sí.

CLAUDIA: Y si no a cerrar las piernas hasta que follen mejor. Tanta prepotencia, tanto ego y tanto querer demostrar.

MARLÉN: Una amiga mía lesbiana dice que si nos organizamos entre nosotras, follamos todas.

SARA: Jajajajaja. Pues como no se pongan los tíos las pilas igual pruebo y todo.

CLAUDIA: Con todo y con eso, no estaría mal que aprendiesen a manejarse los chicos un poco.

MARLÉN: Ya te digo: Comunicación, comunicación y comunicación. No querer hablar estas cosas es de catetos.

CLAUDIA: Y si no, ya se sabe: El día en que los vibradores inviten a copas, los hombres se extinguen.

SARA: JAJAJAJAJA. Hay que ver, Claudia, qué bruta eres.

CLAUDIA: ¿Qué? Los hombres hacen chistes machistas todo el tiempo. ¡Autodefensa feminista!

MARLÉN: Si no fuera por el feminismo, estaríamos perdidas…

SARA: Imaginaos... ¡ni sabríamos que tenemos clítoris!

Se cierra el telón.



Que cada unx saque las conclusiones que tenga que sacar. Antes de que me vengan los machirulos con el orgullo herido diré: no está mal equivocarse, en el sexo tampoco, lo que es un problema es no rectificar. Espero que las chicas bi y hetero os hayáis sentido identificadas –o mejor, que no lo hayáis hecho porque os follen en la actualidad como las diosas que sois- y al menos que sepáis que no estáis solas y que necesitamos compartir estas cosas entre nosotras y también con ellos. Las chicas también fallamos en la cama, por eso la idea es que nos digan qué gusta y qué no. Cada persona es diferente.

Si la gente hubiese escuchado a los Lujuria en la adolescencia –grupo muy feminista en sus letras toscas, por cierto- mejor nos iría a todxs.

Y si no, pinchad aquí.





11.5.14

Tipos de machirulos y machiruladas varias


El objetivo de este post es facilitar la identificación de actitudes machistas de modo que genere reflexión y ganas para que sean combatidas. Si te ofende, es que probablemente estés en la lista y te hayas visto reflejado. Tranquilo, no es el fin del mundo, con esfuerzo, dosis de reflexión y, sobre todo, escucha activa hacia lo que demandan las mujeres podrás darte cuenta de tus fallos como ser humano en este aspecto.

Aviso: Las categorías no son exclusivas entre sí y algunas tienen mucho que ver unas con otras.



El macho guacho:

Las mujeres se clasifican en guarras y novias.

Es el macho orgulloso de ser macho y, por ende, misógino. Probablemente se denomine a sí mismo políticamente incorrecto (en lugar de decir "soy una basura humana", y ya). No tiene conflictos con la idea de ser un australopiteco, está encantado de conocerse y de reconocerse como del sexo superior. Trata a las mujeres como objetos, las denigra, las humilla, las insulta... Todas putas, está claro, pase lo que pase y hagas lo que hagas. Es el machista al descubierto, ¿lo bueno? que no deja dudas de su forma de pensar y se identifica a tres metros de distancia. El resto son, por lo general, más difíciles de descubrir.

El paternalista:

A ver, cielo, ¿no ves que no puedes sola? Déjame, que ya lo hago yo.

Él adora a las mujeres. Las adora. Y no quieren que se hagan daño, son criaturas débiles y delicadas a las que cuidar. Ya no es sólo que les abra la puerta siempre para que pasen ellas primero, es que les quita el martillo de las manos cuando hacen bricomanías, las aconseja aunque no hayan pedido su opinión y pretende tomar las decisiones de las mujeres él mismo. Piensa en las mujeres como seres infantiles que no saben qué hacer con su cuerpo o con su vida, así que ahí está él para salvarlas y tratarlas como las flores que son. Te llama cielo, cariño o encanto sin conocerte. Amparándose en la caballerosidad -no confundir con educación- trata a las mujeres como seres incapaces y lelos. Si es educado, aplicará las mismas normas con hombres y mujeres. Si no es así, es un machista paternalista. Un ejemplo muy arraigado en Andalucía es la costumbre de llamar a las mujeres -sólo a las mujeres- niñas. Te lo llama hasta un desconocido cualquiera por la calle para referirse a ti, aunque tenga tu misma edad. Ya se sabe, somos seres infantiles, incompletos y dependientes sea cual sea nuestra edad y experiencia. ¿Os lo tengo que explicar mejor, niñas?

El inconsciente:

Yo no he sido machista en mi vida, qué sabrás tú, mujer.

Él no es machista. ¡Que no, que no, que tú eres una exagerada que no lo entiende! Es que cuando él acosa con la mirada a las mujeres por la calle, cuando se encuentra a una pareja hetero y sólo habla con él mientras la ignora a ella, se ríe de las mujeres que no se depilan, hace chistes machistas, habla despectivamente de una mujer porque no le parece atractiva y deja que su madre le prepare siempre la comida no está siendo machista, mujer, es que ¡es lo normal! El inconsciente, que si le queda alguna neurona en el fondo no es tan inconsciente, se ampara en la psicología de grupo para tener la conciencia tranquila. No le interesan los derechos de las mujeres lo más mínimo ni se detiene a escuchar lo que las mujeres tienen que decir, él sólo quiere seguir siendo un cerdo machista sin que le llamen cerdo machista a la cara ¿tan difícil es de entender? Sus privilegios no se mencionan, no vaya a ser que a alguien se le ocurra la idea de quitárselos. Y cuando lo arrinconas salta con esa mierda de: ¡pero a las mujeres os dejan entrar gratis en la discoteca! Venga, piensa por qué, machote. Inconsciente e irreflexivo, ¿veis? Un gilipollas.


El igualitarista:

Yo no soy feminista, creo en la igualdad.

La igualdad, ese ente tan invocado como ausente.

Plas plas plas. Tenemos aquí un hombre que no se ha molestado siquiera en abrir un diccionario. Tiene la misma idea de feminismo que una patata muerta. Se le podría sentar y explicar taaantas cosas... pero mejor ignorarlo, a menos que esté dispuesto a pagarnos la formación feminista que le hace falta. No se puede ir de educadoras por la vida de gratis. No, no, si él cree en la igualdad, PERO... sin pasarse, no vayamos a ser muy iguales que entonces a lo mejor no interesa.

El comumacho:

(o socimacho, anarcomacho, macho queer o cualquier otra mezcla donde cualquier discurso ideológico deje a las mujeres como última opción)

Feminismo, sí, pero DE CLASE. Yo no soy machista, ¿no ves que soy de izquierdas, camarada?

El comunismo es lo primero, camaradas. Por supuesto, queridas mías, las reivindicaciones feministas son necesarias en los panfletos comunistas, somos los que históricamente os hemos defendido, nenas -las mujeres feministas en la historia, hayan sido comunistas o no, no cuentan porque son ELLOS los que vienen a salvarnos oé oé- pero ay... no es una prioridad. Antes que los derechos de la mujer van los derechos del obrerO. ¿De qué le sirve a la mujer obrera que haya mujeres burguesas, eh? La mujer burguesa OPRIME a la mujer obrera. Es por tanto necesario, camaradas, que la liberación sea de clase PRIMERO. Luego, ya si eso, nos ocupamos del feminismo o de otras cosas menores como el exceso de ruido en los aeropuertos. Chicas, cuando abramos un ojo tendremos “La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano II, LA VENGANZA” o “La declaración de los derechos del obrerO comunistO”. ¡¡Arriba, falos de la tierra!!

El femimacho:

Espera, que os voy a decir a las mujeres qué tenéis qué hacer con el feminismo.

Se declara abiertamente feminista -entre mujeres seguro, ante hombres quizá ya no tanto-. Puede que haya leído incluso algunos libros feministas, pero o tiene la compresión lectora de un mapache o realmente es que no le interesa. Normalmente lo hace para ligar más. Todo el mundo sabe que las feministas son las más innaccesibles de las hembras humanas, así que se camufla. Y sí, algunos llegan tan lejos como para coger un libro feminazi y poner cara de interés mientra hojea las páginas. Así que, ya que lo hace, pues intenta darte consejos: “No, a ver, déjame que te explique, que no estás entendiendo lo que quiere decir Solanas, se trata de una metáfora bla bla bla”. Son los machos iluminados que se infiltran entre nosotras para echar un polvo y, ya que están, revelarnos nuestro verdadero lugar en el mundo. Calladitas y escuchando, que habla un macho.


El maltratador:

El machismo es violencia de por sí. Da igual qué forma adopte. Simplemente es odio, incomprensión o miedo ante el género femenino. La triste realidad es que, cualquiera de los machirulos arriba mencionados, puede convertirse en un maltratador o en un asesino. Es pura lógica patriarcal: Se empieza despreciando, siendo paternalista... luego se insulta, se humilla, se agrede físicamente... es un efecto bola de nieve.

Un maltratador, un asesino de mujeres no es un enfermo: es un hijo sano del patriarcado. Por eso es tan importante combatirlo en todas y cada una de sus formas.




Si me animo a lo mejor hago un post con machistas femeninas, otro gran mundo que descubrir.

25.4.13

Encuentros en la segunda fase


Jorge es tranquilo, simpático y tiene una conversación que, sin resultar excesivamente interesante, no hace que caiga en el tedio más absoluto. Eso permite que no me importe caminar a su lado aunque el frío del invierno empiece a arreciar.

No es remarcadamente guapo, aunque sí especialmente bajito. Tanto es así que, cuando me invita a comer en un restaurante, me detengo en la elección de mis zapatos. Aunque elija unas zapatillas completamente planas, voy a seguir sacándole tres o cuatro centímetros como mínimo. Y eso que yo no soy especialmente alta. Por un lado, pienso que si le importara nuestra diferencia de altura sería algo completamente estúpido, ilógico y absurdo, pero algo me dice que le gustará no tener que coger un taburete para auparse cada vez que me dirija la palabra, así que descarto los tacones y me calzo unas zapatillas sin cuña. Al fin y al cabo, no podré decidir voluntariamente que le gusten o le molesten otras cosas, y este no deja de ser un detalle sin importancia. Además, me va a invitar a comer, qué mínimo que hacer que no tenga tortícolis después de nuestro encuentro. Es una cuestión práctica sobre todo.

La conversación empieza de forma agradable una vez estamos sentados a la mesa, y él pide un buen vino para acompañar la comida, cosa que hace que momentáneamente me relaje. Hablamos de detalles sin importancia, aunque estoy intentando buscar un tema de conversación común. No tardo en sacarle el de la literatura que, dado mi trabajo como editora, es mi vida.

Me gusta leer. Yo leo todos los días.

¿Ah, sí? pregunto esperanzada mientras cruzo los dedos por debajo de la mesa para que no me diga que lee la saga Millenium o que El código Da Vinci le parece el súmmun de la literatura contemporánea.

Sí, siempre leo la Biblia, todos los días antes de acostarme.

(Sonido de aguja de fonógrafo rápidamente retirada de un vinilo)

Sorbo de vino por mi parte.

No estoy segura, pero creo... creo que hubiera preferido lo otro. Sí. Es como si alguien te confiesa que lee el Mein Kampf todos los días en lugar de sólo para su tesis “El Mein Kampf abordado desde una perspectiva psicológica y social” en la que concluyes que, efectivamente, Hitler estaba loco y más vale que Freud lo hubiera pillado a tiempo y lo hubiera puesto de farlopa hasta el culo. Y hay quien pensará que relacionar ambos libros es una burrada, que no es lo mismo, pero ¿qué conclusiones se pueden extraer de un libro lleno de genocidio, apología de la muerte, violencia y guerra? Y no me valen los que se quedan sólo con la segunda parte, que el libro está conformado así por algo. Además, San Pablo era un cabrón, las epístolas que escribe son del todo inexcusables. Leedlas si no me creéis.

Dándome cuenta de que mi silencio se está prolongando más de lo debido, intento quitar hierro al asunto:

Ah, pero... ¿eres creyente?

Sí, pero no católico.

¿Entonces?

Soy creyente sin más. Leo la Biblia, es un libro cargado de razón, que no pasa de moda aunque pase el tiempo. Jesús es la fuente de fe verdadera.

Creo que hubiera preferido que fuera Testigo de Jehová.

Sorbo de vino por mi parte.

¿Entonces piensas que el mundo tiene seis mil años de antigüedad, que un señor barbudo hizo el mundo en seis días, para luego convertirse en paloma, tirarse a su madre, para que dos mil años después todavía nos acordemos de él? No le pregunto nada de eso. En lugar de atacar directamente sus ¿creencias? intento encauzar la conversación por el lado racional. Al fin y al cabo es arquitecto, ha tenido que dar Física a punta pala en la carrera.

Entonces... ¿tú crees que lo que dice la Biblia es la fe verdadera?

Asiente.

¿Y te das cuenta de que si hubieras nacido en cualquier otro país, pongamos la India, ahora probablemente serías hindú y defenderías también a capa y espada que ésa, y no otra, es la fe verdadera?

Claro que no.

¿Claro que no?

Sería lector de la Biblia igualmente. Terminaría llegando de todos modos a la fe verdadera.

Sorbo de vino por mi parte.

Uh, uh. Esto es más peligroso. Se me enciende la alarma de “pirado a las doce”. Intento expresar lo mismo con otras palabras.

¿Entonces no crees que la religión es, más que una verdad dogmática, absoluta e inamovible, un tipo de doctrina eminentemente cultural, como cualquier otra de carácter no religioso?

No. Dios me ha elegido.

Sorbo de vino por mi parte.

Ah... entonces, si yo soy atea, es porque no me ha elegido a mí, ¿no?

(Breve mueca de decepción por su parte al escuchar de mi boca esas palabras)

Exacto.

¿Y hay que ser de alguna forma en especial para que dios me elija?

Sólo él lo sabe. Nosotros para él no somos más que gusanos, no más importantes que una piedra. Pero a veces, a unos pocos, nos elige.

Se me ha acabado el vino. Mierda. ¿Quedaría demasiado brusco coger la botella como en un saloon del lejano oeste y llenármela hasta el borde? Qué forma de arruinar un buen vino. Me limpio con la servilleta de tela que tengo sobre las rodillas y la dejo encima de la mesa.

Llegados a este punto de la conversación estoy tentada de preguntarle cómo sabe que dios le ha elegido a él, si habla con él y, lo que es más importante, si él le responde, pero pudiera ser tachada de descortés por mi interlocutor y no hay que olvidar que yo sigo atrapada en un restaurante con él.

Evito el tema de religión y empiezo a hablar de cosas para que diga palabras que lo hagan parecer momentáneamente más normal.

A pesar de mi falta de fe y de su biblieísmo fanático, no parece que sea un obstáculo insalvable para dejar de cortejarme, eso sí, a la antigua usanza. De modo que cuando terminamos de comer, alabar el color de mi pelo y decir que se alegra de que sea una chica dulce con la que se puede hablar, me compra un ramo de flores a pesar de mis quejas para que no lo haga. Me pregunto qué espera de mí cuando hace esas cosas.

Me pide que nos veamos al día siguiente y como tengo interés en averiguar si los gnomos de jardín le responden cuando les habla, acepto la oferta.

El segundo día es más peliagudo.

En cierto momento ensalza mi forma de vestir:

-Me gusta la ropa que llevas. No vas vestida como esas tías que van de zorronas por la calle con minifalda y botas de puta.

Mis ojos se abren como platos y trago saliva para hacer más llevaderas sus palabras. Ya sabía yo que a falta de vino tendría que haberme traído una petaca.

¿No crees que las mujeres deben ser libres de vestirse como quieran?

Como quieran sí, pero dentro de unos límites.

O sea, con libertad, pero sin pasarse, ¿no?

Claro.

Ignoro lo horrible que suena esa respuesta.

¿Si yo me vistiera con minifalda y escote, sería menos interesante?

Perderías muchos puntos.

Cómo no. Imagino que la misoginia es una parte fundamental de leer la Biblia cada noche, si no, con qué estomago lo haces, teniendo en cuenta que te la tomas en serio. Puedo soportar a un esquizofrénico con los ojos cerrados, pero a un misógino me cuesta más.

Noto que le molestan mis réplicas. Estoy empezando a ser agresiva con mi discurso, arrinconando sus argumentos a base de lógica aplastante y él sólo rebate mis argumentos repitiéndome los suyos.

Cuando me monto en su coche para que me lleve a casa, la situación es más tensa. Él intenta relajarla con preguntas poco comprometidas, en principio:

¿Entonces no sueles salir mucho?

No respondo mis amigas viven lejos y eso hace que no salga tan a menudo como quiero. Si hubiera más bares interesantes, no me importaría ir sola.

Una mujer, ¿sola en un bar? Menuda imagen darías. Mejor ve con una amiga.

¿Y por qué necesito una carabina, si lo que quiero es tomarme una cerveza sola en un bar, sin que nadie me moleste? ¿No soy libre de hacerlo?

Puedes hacerlo, pero entonces no te quejes si los hombres empiezan a querer algo contigo. Sería natural. Eso es lo que hacen las mujeres solas en los bares, buscar la compañía de un hombre.

A estas alturas empiezo a plantearme si sería buena idea tirarme del coche en marcha con tal de no escuchar esa sarta de estupideces. Ahogarlo sería otra opción, pero va conduciendo y si nos estrellamos no me gustaría implicar a más gente en un accidente.

Cuando bajo del coche le digo que nada, que un placer la velada y que ya le llamaré “si eso”, siempre y cuando “si eso” sea que de camino a mi casa me cojan una banda de psiquiatras escapados de un manicomio de principios de siglo XX y me practiquen una lobotomía. Esto último no se lo menciono.

A pesar de estar tentada a quedar con él una vez más, aparecer maquillada como una puerta y vestida como la más vulgar de las prostitutas, decido no perder más mi tiempo con él. Aunque me encantaría ver qué cara pone si le suelto algo así como: “oye, cariño, ¿sabías que no llevo bragas?”.

Tal vez lo haga algún día.

Por teléfono.

Y así poder decir que me he equivocado de número, que le estaba devolviendo la llamada a un cliente de la línea erótica para la que trabajo.

Joder, al final me he quedado con la duda de si llevarlo a la planta de salud mental más cercana. Desde luego recibir unas clases de ética no le vendría mal.

Lo malo de jugar conmigo a Sir Lancelot es que yo no doy el perfil de Lady Ginebra. Soy más bien una cierrabares adicta a la cerveza, el vodka y el tequila. Y claro, así no hay quien se concentre para leer la Biblia. Me pregunto en qué parte pone eso de que las mujeres no podemos ir solas a los bares. Probablemente en el Apocalipsis.

Es que este San Juan siempre está en todo.

Lo malo de no ser superficial es que puedes correr el peligro de ahondar demasiado. Si era así en la segunda cita, madre mía. Tal vez en la quinta me hubiera exigido que vistiera burka y me sentara con las piernas cerradas.

Resulta que debería haber llevado unos tacones de aguja. Quien ha terminado con agujetas, pero mentales, he sido yo. Parece que sí, que plantearme la cuestión de la altura era algo completamente estúpido, ilógico y absurdo.



13.4.13

Diario de una sapiosexual (II). Por qué los machos alfas para nosotras son analfas.



Este post está inspirado en una consulta que me hicieron hace poco.
¿Qué atrae a una sapiosexual?
Si la primera parte se la dediqué a las chicas incomprendidas,
ésta se la dedico a los chicos
independientemente de su condición.


El tema de las atracciones, las hormonas y las historias varias es peligroso para todos. Se abre ante ti un mundo desconocido de posibilidades infinitas. El problema está en que cuando empiezas a conocerlo en tus tiernos años de adolescencia, hay cosas que te impresionan. Si además eres sapiosexual, te detienes a analizar una serie de comportamientos que no entiendes del todo bien, aunque comprendas la utilidad final de los mismos.

Sin pretender hacer un manual acerca de cómo atraer a una sapiosexual, ciertamente hay una serie de cosas que nunca se deberían hacer. Esto afortunadamente no lo sabe todo el mundo, por lo que es fácil para una sapio descartar a posibles candidatos que pretendan seducirla con semejantes técnicas.

A saber, los piropos. Hay que saber que los piropos los carga el diablo y es recomendable tener extremo cuidado con ellos. Algunos están muy manidos de tanto usarlos, como “guapa”. “Guapa” es el piropo por defecto. Se puede usar, claro, pero no conviene abusar porque pierde el significado rápido. Cuando llamas guapa a la chica que te gusta, pero también a tus amigas, a tu madre y a tu perra, pues como que ya no es lo mismo. Por otro lado, un error común es, en un pretendido alarde de originalidad, complicar los piropos hasta convertirlos en frases de ligoteo (también manidas), que no sé qué es peor: “Ten cuidado que se te cae el papel... el que te envuelve, bombón”, “Eres tan dulce que haces que el azúcar sepa a sal”... a nivel personal incluso llegué a sufrir ese de “Si fueras bollicao, te comía hasta la pegatina”. Cómo se te queda el cuerpo.
Un piropo debe ser sincero, sencillo y estar dicho en el momento adecuado, evitando que se transforme en una coletilla o apelativo, porque pierde su efecto. Hay que tener en cuenta que para una sapio, alabar constantemente algo que ella no ha elegido es un error. Y me refiero al aspecto físico. Si tienes una personalidad que te has currado, ¿por qué sólo comentan lo guapa que eres? Puede llegar a ser frustrante.

Hay que mantener a raya los comportamientos robóticos. Si estás en la discoteca con tus amigas y se te acerca un chico con un Ey, qué pasa guapa (El ola k ase del messenger) te está dejando claras sus intenciones, pero también lo hace con una originalidad cuestionable. Cuando ve que contigo no tiene éxito, pasa a preguntar a otra eso mismito que te acaba de decir a ti y así se mueve por esos lugares, como en un bucle. Si empiezas a observar el comportamiento del muchacho en cuestión, recuerda a esas máquinas de tu infancia a las que echas una moneda, te subes encima, te da un paseo y te bajas, hasta que llega otra persona que echa una moneda y también se sube al hacerla funcionar. Porque da igual que te subas tú o que se suba otra, entiéndase el eufemismo. El Ey qué pasa guapa es mecánico, es ese cochecito que espera deslumbrarte con sus colores y su baño en colonia de dudoso gusto, esperando que eches la moneda y te subas. Con una sapiosexual no suele funcionar esta técnica. El maromo de discoteca debe buscar a la maroma de discoteca, que por si alguien tiene dudas, es esa chica a la que preguntas ey, qué pasa guapa y te responde con un jiji. Cada oveja con su pareja, ha sido así desde tiempos inmemoriales. Los mecanismos lingüísticos de selección natural están ahí, para qué negarlo.

Otro aspecto a tener en cuenta son las técnicas aversivas. Lo que comúnmente se denomina picar a la otra persona. Utilizado con mesura, tiene gracia. Es estimulante. Lanzar una pulla tras otra, como disparando proyectiles a discreción no mola. Puede cansar, cabrear o hacerte pensar que la otra persona es gilipollas y no entiende las señales de: tío, para ya. Quitarle la goma de borrar a la chica que te gusta y escondérsela tiene gracia una, dos, tres veces, espaciadas en el tiempo. Basar en la goma de borrar el 90% de tu relación con ella es tener muchas ganas de que te mande a la mierda.

Un tema delicado de tratar es el acoso. Hay personas que no entienden la sutil diferencia entre mostrar interés en alguien y perseguirlo hasta la puerta de su casa. Es difícil de distinguir, lo sé, pero hay que hacer un esfuerzo. Otra modalidad es enviar mensajes a todas horas o no entender que esa persona tiene vida propia, pudiéndote convertir en una molestia más que en una presencia agradable. En el equilibrio está la virtud, decía Aristóteles, y por más mal que me caiga, ahí (y en otras cosas) llevaba razón.

Así que, en definitiva, hay que usar el sentido común. No sólo con las y los sapiosexuales, sino con cualquier persona en general. Y si resulta que es el menos común de los sentidos, hay que ser cauto para no meter la pata.

O si no, tampoco hay que amargarse. Hay que tener en cuenta la selección natural, si pasa de ti es que no te conviene. Y así todo.

También te puede interesar la primera parte de esta entrega.


12.3.13

Diario de una sapiosexual (I). Presentación.



Dedicado a las mujeres eternamente incomprendidas



Tener trece años nunca es fácil. La tormenta hormonal puede convertirse en un problema, sobre todo cuando empiezas a darte cuenta de que, además de tu propia inseguridad, tienes algunos rasgos que hacen que no te sientas identificada con tus amigas.

Empiezas a escuchar comentarios que no entiendes como, por ejemplo, que Fulanito es un tío que está muy bueno. Lo que en principio parece un hecho aislado se convierte en una norma en la que, de un modo u otro, te encuentras atrapada.

A saber, Fulanito es un idiota. No hace falta conocerlo muy a fondo para darse cuenta de ese pequeño detalle. Pero Fulanito es rubio y eso a algunas chicas les parece el colmo de la fascinación, por lo tanto Fulanito se transforma mágicamente en el centro de todas las conversaciones. De repente, tus amigas parecen haber sido abducidas por extraños marcianos que se han introducido en sus cuerpos, y empiezas a plantearte qué tipo de amigas tienes porque ¿cómo puede volverlas locas a todas, a absolutamente todas, el mismo imbécil? Un imbécil que no es ni simpático, por cierto.

Este hecho siempre será uno de los grandes misterios de mi adolescencia.

Sin embargo, la cosa no termina ahí y, antes o después, a ti te termina gustando un chico. Pero, por supuesto, es un chico fuera de la norma estética de tu grupo de amigas. Es un chico que no es especialmente guapo -incluso no lo es en absoluto- pero que tiene encanto, sabe hablar de muchos temas y a menudo es tan incomprendido por los chicos como tú por las chicas. No estoy hablando del típico empollón pedante que necesita demostrar algo a los demás constantemente, sino de una persona curiosa por naturaleza que se interesa sinceramente por el mundo que le rodea. Si tienes el valor de confesar que ese es el chico que te gusta, te convertirás en una tía de lo más rara a los ojos de tus amigas. Y ahí vienen los reproches: ¡pero si no es guapo! ¡pero si Fulanito le da mil vueltas!
Sin embargo, tú a Fulanito no le darías ni la hora, eso es así. Y a ti te quedarán varios meses de escuchar comentarios absurdos por parte de ellas acerca de Fulanito, hasta que la moda de los rubios se pase y venga, por ejemplo, la de los que parecen unos chuloplayas.

Un par de años después, cuando vayas de discotecas, tus amigas aprenderán que eres una valiosa aliada porque al tener gustos diferentes, nunca te liarás con ninguno de los chicos que a ellas les gustan. Entonces llega ese bello momento en el que observas cómo tus amigas empiezan a pegarse puñaladas entre ellas porque les mola el mismo chico y quieren llamar su atención. No te queda más que hacer de mediadora para que no se maten entre ellas y empezar a presentarles chicos de ámbitos distintos para que el objeto de deseo no coincida.

Luego es probable que descubras otros pequeños detalles que os diferencian, como que tú eres más de cervezas y ellas más de malibú con piña. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...


28.1.13

Paradoja


Mi abuela solía decirme, 
en nuestras charlas confidenciales, 
que lo que tenía que hacer cuando creciera 
era encontrar a un hombre 
que fuera bueno, 
trabajador 
y que me quisiera.

Ese futuro llegó 
y encontré, tras mucho buscar, 
a ese hombre bueno, trabajador, 
que me amaba con locura. 

Ironías de la vida, 
entonces fui yo la que no lo quiso a él.

Final alternativo:

Años después me di cuenta de que era lesbiana.