Soy líquida, sabes, como la
cerveza. Fluyo como fluyen los ríos, creando senderos, sorteando diques y
trazando caminos que se alejan del cauce que pensaron para mí. Sin embargo, a
veces me vuelvo sólida y mi cuerpo –mis piernas, mis brazos, mi cuello- se
queda rígido y no sé si sabes que quedarse rígida significa estar un poco más
cerca de la muerte. Mi propia trayectoria a veces me lleva contra las rocas y
entonces, rígida como estoy, me golpeo contra ellas y me astillo –aunque sin
llegar a romperme-, me astillo y las astillas aparecen en los dedos de mis
manos; y cuando intento quitarme con la boca las astillas de mis manos se me
clavan en los labios; y al tratar de quitarme las astillas de los labios, se me
clavan en el dorso de la mano y entonces todo duele y mi piel se transforma en
diminutas gotas de sangre apenas perceptibles para el ojo humano. Últimamente
hago saltos dimensionales a través de mis sueños y aparezco en realidades nunca
vistas. Hay algo que tira de mí y me aparta de la cotidianeidad y en ocasiones
me miras y te piensas que soy yo, pero te equivocas, porque yo ya no estoy y no
sé si me suple otra yo o en cambio soy una cáscara vacía. Es cuestión de un
segundo: notas el brillo en mis ojos y de pronto yo ya no soy yo, soy otra
criatura, más lejana, más fría, que toca tu mano pero ya no es verdad. Yo estoy
lejos, muy lejos, y cuanto más intentas atraerme hacia ti, más me alejo porque
oigo el rumor de las estrellas y tengo que salir de mí para contemplarlas y ver
que todo funciona con normalidad. Y entonces vuelvo y no te percatas de que no he
estado ahí y tengo que preguntarme de forma obligada si de algo servirá mi
presencia cuando no sientes mi ausencia y le pregunto a las estrellas sobre ti
y éstas nunca me responden.
15.12.16
29.11.16
Entre la inocencia y el cinismo
Esto podría haber sido un poema,
pero luego recordé que prefieres aquellos de extensiones pequeñas y que
reflejan palabras sencillas y rotundas como agua o nieve o mañana y yo siempre
tengo demasiadas cosas que decirte como para detenerme en haikus que hablen de
fenómenos temporales o meteorológicos.
Fuiste la primera persona que
conocí con la que compartir cumpleaños –el trece es un número afortunado que
sólo nos sonríe a algunos–. Apenas eras unos años más joven que yo, pero a mí
me parecía que nos separaban infinitos años-luz y que los intereses comunes nos
unían pero nos separaban todas esas cosas que intuías y que yo tampoco podía
poner en palabras. Sin embargo, siendo más joven, me diste una lección valiosa que ni
imaginaba porque estaba demasiado ocupada en protegerme del mundo en lugar de
contemplarlo, como hacías tú. Solías decir que llegaba un momento en el que, de
tan cínico, te habías vuelto inocente otra vez, dispuesto a maravillarte con la
belleza del mundo y a disfrutar de las cosas sencillas y a reírte de lo que te
quisieras reír y que malpensaran los demás. Y yo admiraba esa libertad
impertinente tan característica tuya, pero se me hacía impensable darme la
vuelta como un calcetín, pegarle una patada a todo, desaprender lo aprendido y
exponerme a pecho descubierto ante el sol como si no fuese suficiente lo que me
habían lastimado ya. Se me antojaba que mantenías esa ilusión perenne porque,
al contrario que a mí, a ti por fortuna no te la habían arrebatado y eras el
eterno hombre-niño que me tendía la mano mientras mis ojos te miraban
reflejando una inocencia ya perdida. Yo también era demasiado joven como para
saber que los sistemas de creencias no sólo se construyen, se destruyen, se
construyen de nuevo y se deconstruyen, sino que este ciclo es eterno y vayapordiós que las cosas que antes eran
blancas ahora son negras y después grises, y después tricolores para terminar
descubriendo que todo es un arcoíris o no, que el blanco y el negro no son
colores y que, maldita sea, yo debo ser daltónica. Así que tuvo que pasar
tiempo para que me diera cuenta de que no podía ir siempre haciendo gala de
cinismo por la vida, y que cuando llega un punto en el que la realidad te
asquea tanto y te hace sufrir o, por el contrario; cuando la realidad es tan
bella que te eclipsa pero no tienes el valor de alcanzarla, lo único que puedes
hacer si no quieres terminar tirándote por un puente es darle a la pausa,
rebobinar y construirte una realidad diferente. Y las realidades distintas
comienzan siempre por forjar una actitud distinta. Así que un buen día me
desperté ya harta y decidí que darme la vuelta como un calcetín era lo menos
malo dentro de todo. Y lo hice. Y me sentí tan jodidamente bien que me entraron
ganas de volver años atrás, a enseñarle a tu antiguo tú mi nuevo yo.
También es cierto que noto el
efecto contrario: cuando partes desde la inocencia, antes o después te llevas
un golpe que te hace retrotraerte y vuelve el cinismo, a veces más calmado y a
veces más salvaje; pero ya sabes que del cinismo también se sale, que el dolor,
el miedo y la ira son circunstanciales y que dejarles espacio para que puedan
engullir la cálida sencillez que nos rodea nos condena a la infelicidad para
siempre.
Así que lo inteligente al final
es el equilibrio, el cinismo bajo llave y moderado y la inocencia para quien se
la merezca. Pero, definitivamente, ya que la mente por definición nunca será
inocente, el corazón jamás debe mirar con los ojos del cinismo.
28.11.16
G&R (C)
Ahora somos dos desconocidos
que se conocen muy bien,
que no se miran a los ojos
pero se besan al saludarse en la mejilla
mientras el silencio nos atrapa
desde el estruendo de las cosas que dejamos por decir…
o que dijimos demasiado.
Siempre quise advertirte
de que algo no iba muy bien en mí,
y yo creo que en el fondo lo sabías
pero preferías jugar a no darte cuenta,
y a mí el miedo a veces se me olvidaba ante tu risa
y en ti crecía la esperanza de que al fin,
como en los cuentos, todo saldría bien.
Pero el veneno se reveló una vez más en mí
-yo era yo con mis problemas, con los tuyos
y con los que dejaron en mi puerta otros mil-
y entonces no pudiste
aguantarme la mirada,
y me prometí callar hasta que volvieses a buscarme,
para cuando te hubieras curado,
para cuando mi ponzoña no te afectase,
para cuando pudieras perdonarme,
sin saber si en algún caso,
lograría perdonarme yo.
Y vi pasar dos semanas,
y un mes, y otro mes,
y te echaba de menos
y me acordaba de ti
cuando veía cualquiera de las infinitas
estupideces que podría compartir contigo.
Pero cuando miraba de reojo mi teléfono
me imponía con rigidez glacial:
“dale tiempo, ojalá sea cierto eso
de que no hay mal que cien años dure”.
Y tal vez sea egoísta escribir todo ésto
y debería guardarlo en un cajón
junto con el resto de las cosas
que realmente son importantes para mí
y que, si no es de mis labios,
no verán jamás la luz del sol.
Quizá sólo necesite escribirte un recordatorio
sin tanta palabrería
para que cuando te acuerdes de mí
no te engañe mi ausencia de palabras
ni que dudes por un instante que me cuesta fingir
que no quiero salir corriendo para abrazarte.
Para que tengas la certeza de lo que siento
aunque permanezca obstinada en silencio
hasta que el toque de queda llegue a su fin,
cuando así tú lo quieras o necesites,
y deseando que, en tu ausencia, al menos,
esto pueda hacerte sentir mejor:
te echo mucho de menos.
26.11.16
Don't be a maybe
Son extraños estos derroteros por
dónde nos lleva la vida. Siento como si alguien me hubiese dado la mano para
transitar por los distintos caminos y ahora me soltara y me susurrara al oído:
muy bien, pequeña, a partir de ahora sin mapa. Mi mirada de reproche sería
clara y directa, incluso punzante, pero no podría hacer nada. Me guardaría las
manos en los bolsillos y seguiría yo sola, sin mapa, haciendo como que sé a
dónde quiero llegar. Fingiendo como que voy a alguna parte. Intentando que la
trayectoria sea en línea recta, pero sólo caminando en círculos. Mis eternos
círculos concéntricos. Y es que no sé qué hay más allá y nadie quiere
decírmelo. Pero mientras voy girando y girando, me doy cuenta de algo: ya no
huyo. Me mantengo en pie con firmeza, soy capaz de hilar pasos tranquilos y ese
sosiego es el necesario para llegar a alguna parte. Al menos hasta la siguiente,
sea cual sea. El futuro es una promesa que no me preocupa, sólo quiero sentir
el tacto de las certezas. Quiero brindar en voz alta por mí dentro de dos días
y decir que he ganado, que me he ganado a mí misma. Y que ahora sí recuerdo lo
que son las risas a medianoche y los cafés a las cinco de la tarde y los besos
bajo el frío –y el calor– y no notar esa escarcha anidando en mi piel o ese
agujero en el centro del pecho que me devoraba implacable tras noches y noches
llenas de dolor y silencio. Sé que una vez viví a medias y que respondía que
estaba bien cuando sólo quería vomitar, que me iba a las tres de la mañana a
escribir en un cuaderno toda la tormenta que se conjuraba en mi cabeza y que me
obligaba a tragar como mi píldora diaria con los primeros rayos de sol, para
después preparar el café y sonreír. Olvidé por completo que aunque sea fuerte
sólo puedo con un apocalipsis a la vez. Y a mi alrededor había unos cinco. O
seis. Por eso cuando me miraba frente al espejo no me reconocía: no sabía por
dónde estaba más muerta, si por dentro o por fuera.
Así que cuando sobreviva a
noviembre me sentiré bien porque el frío ya no estará dentro de mí. Ahora ni el
más temible de los meses del calendario puede reducirme a la nada. No hay
fantasmas, no hay cicatrices. Mi piel se regenera y con ella todo lo que
protege. Así que dentro de dos días brindaré por mí y porque cuando yo digo te quiero, al contrario de quien usa palabras vacías, siempre es de verdad.
14.11.16
No era un cuento zen
A Fiodor.
Me haces sentir
la soledad
de la noche
desde una dimensión
desconocida.
Soy la garza que en tu río
se yergue tranquila
y esbelta
por encima del agua,
orgullosa.
Y, sin embargo,
sufre.
8.11.16
Mi accidentado mapa estelar
Fíjate en la oscuridad que nos envuelve
agitando la furia gravitacional
que nos hace tropezar y revelarnos
como estaciones de paso.
¿No estás cansado de que tus monstruos decidan por ti?
Creo que no te basta
la luz que en mí habita
porque las intermitencias me traicionan
-soy tu faro invertido en el espacio-
y consiguen que te alejes de mí
cada vez más.
Sé que no deseas alcanzar mi centro,
mi núcleo de sílice y magnesio;
te conformas con mis mareas como otro cualquiera.
Y si ahogo a los intrépidos a mi paso te da igual;
estás a salvo en otra galaxia ajena a mí
que no te paga en materia oscura
tus gélidos pasos.
¿Llegará el día en que me busques
y yo no sea más que la onda extinta
de una estrella muerta?
Es este frío el que me hace preguntarme
si creyéndome un planeta
no seré más que otro cometa desgastándome
contra tu atmósfera incandescente
llena de polvos estelares
y fragmentos de satélite
-y todos, lo sé,
aún te duelen-.
2.11.16
Plan anti-noviembre
Este escrito no va dirigido a
nadie en particular, pero podría ir dirigido a ti. Y va dirigido a ti si
detestas noviembre tanto como yo.
Noviembre es el mes en el que
empieza el frío y la noche eterna a las seis de la tarde. La luz desaparece
súbitamente y sólo te entran ganas de hacerte un ovillo en el sofá y, si acaso,
que alguien te abrace sin hablarte. La soledad, que durante el resto del año es
una grata compañera, por momentos se vuelve hiriente y lacerante, y te susurra
al oído que ese agujero negro que hay dentro de cada uno de nosotros no se
cierra, y que por mucho que no le hagas caso sigue ahí. Y se vuelve, en la
oscuridad de noviembre, un poquito más grande.
En noviembre mis escritos se
cargan de furia, de muerte pero, sobre todo, de nostalgia. He hecho el
experimento: te invito a leer algunas de las entradas de noviembre del blog de
años anteriores. Cómo me reconozco en las de 2013. Casi todas, no sólo ésas,
hablan desde la nostalgia de ausencia o de pérdida.
No es de extrañar que noviembre
ya nazca noviembre porque su antesala es, de por sí, triste: comienza
recordando a quienes ya no están. Y si las pérdidas son recientes o se despunta
una posible en las proximidades eso la hace más dolorosa. Es difícil dar un
significado positivo al hecho de que hay un pedacito de ti que ya no está. A
veces no hay suficientes velas en el mundo para iluminar ese hueco. Y escuece.
Quizá por eso me guste celebrar
Halloween: porque puedes dejar de ser tú por unas horas y no reconocer como
tuya la tristeza que te ronda desde cerca. Tienes excusa para divertirte, dejar
los pensamientos en el armario por unas horas, y a carcajadas ya no hay lugar
para estar triste. No hay sitio para pensar que noviembre ya extiende la mano y
te roza.
¿Y luego qué queda? Treinta días
para habituarte a la falta de sol. Con lo poco que nos gusta a quienes somos
muy sensibles al frío. Y es cierto que el frío no es bueno aunque trae cosas
que sí lo son: se hace más grata la presencia de alguien bajo las sábanas
gracias al frío; el frío nos invita a caminar abrazados por las calles; el frío
cambia la cerveza por el vino –más reposado, más tranquilo, más íntimo… una
cerveza te la puedes tomar con cualquiera, pero el vino sólo se toma con los
buenos amigos… la cerveza exalta la amistad, pero in vino veritas y la verdad no es para todo el mundo-; el frío nos incita a tomar café
caliente más a menudo o chocolate con churros –y nadie que esté tomando
chocolate con churros puede ser infeliz-. El frío nos hace, en definitiva, acercarnos
unos a otros para encontrar el calor que nos falta.
Así que hagamos un plan anti-noviembre,
anti-frío, anti-oscuridad.
Riámonos más. Prohibámonos los
libros, las películas, las canciones tristes en noviembre. Ocupemos el tiempo
con actividades y personas que nos hagan sonreír. Abraza con más ganas. Llama a
quien te falte. Sacude a los indecisos y arrástralos fuera de sus casas si hace
falta. Sal a la calle aunque no te apetezca. Haz esa cosa odiosa que tienes
pendiente y siéntete satisfecho por quitártela de encima. Dedícate tiempo.
Mímate. Cómprate esa cazadora que te gusta y póntela. Lleva chocolatinas e
invita a cualquier persona que tengas cerca. Si puedes viajar, viaja; el tiempo
pasará más rápido.
Y que le den. Que le den a
noviembre, a su oscuridad y a su frío. Contrarrestémoslo llevando con nosotros
el calor del verano para abrigar a quien haga falta o encender una sonrisa.
Pocas cosas buenas pasan en
noviembre, así que empecemos a crearlas nosotros.
30.10.16
Relato de un error
Aún no ha comenzado la noche,
pero presiento que voy a cometer un error. No podría decir por qué ni cómo,
pero tengo un ligero temblor en las rodillas, un crujido sutil que, sin
embargo, me hace instigar a mis piernas para mitigar su cadencia in crescendo. Mis amigas me esperan
donde siempre, en la cafetería que hay al lado del parque donde crecí. Ríen,
conversan y revolotean como mariposas excitadas por las flores. Me toman por el
brazo y yo me dejo conducir a una de esas horribles discotecas inundadas de
gente con la que odiaría conversar. La noche, ahora sí, comienza, y varias
parejas se entrechocan en la pista de baile. Algunos murmuran con nuestra
llegada, yo me aproximo a la barra para pedir un gintonic, que es la perfecta
bebida anodina para acompañar una noche anodina. Mis amigas están animadas y
ponen ojitos a un grupo de chicos que acaba de entrar por la puerta. Son altos,
musculados y arrogantes: de su estilo. Mientras conversan, yo hago un par de
apariciones por allí, las justas y necesarias que presupone la cortersía; pero
cuando empiezan a intercambiarse los números de teléfono yo me pierdo al fondo
de la barra. La música es tan impersonal que casi no puedo escucharla a pesar
de que retumba en mis oídos. De pronto, la camarera me pone otro gintonic
delante de mis ojos y me comenta divertida “de parte del chico de allí”. Le
sonrío y le doy las gracias. Joder. Pensaba que ésto ya sólo pasaba en las
películas. Levanto la vista para ver quién es el que me invita. Mi vista
tropieza con un chico alto de facciones agraciadas pero que difícilmente podría
considerar guapo; ojos claros, pelo rubio largo rematado con dos rastas. La
pinta de extranjero es innegable. Entonces me doy cuenta: ahí está mi error de
la noche.
Me aproximo a él y hablamos de
naderías: él es un estudiante Erasmus sueco que busca algo de diversión. Yo soy
residente española que no busca nada, pero sin saber por qué termina
encontrando muchas cosas. Le hago reír, porque a pesar de que no comprende mi
idioma al cien por cien sí entiende la astucia bajo mis palabras. “Eres muy
bonita”, me dice con su extraño acento. Acierto a agradecérselo y terminar mi
gintonic.
Mis amigas no pueden dar crédito
a lo que están viendo. Saben que no me gustan los chicos altos porque no puedo
mirarles bien a los ojos. Saben que no me gustan los rubios llamativamente
rubios, sino, si acaso, los rubios camuflados como yo: esos cuyos mechones no
sabes a ciencia cierta si son de un rubio oscuro o de un castaño claro. Y sin
embargo ahí estoy, con un rubio casi albino de metro noventa. El sueco, con una
mala excusa, me invita a su casa. A veces los hombres pueden ser tan
predecibles como el agua a punto de hervir. En cualquier otro momento, en
cualquier otra situación le diría que no. No tengo motivos para decirle que sí.
También me doy cuenta de que no tengo motivos para decirle que no. O no se me
ocurren. Él me sonríe esperanzado y yo estoy demasiado lúcida para saber que
tengo que cometer un error. Y así es. Le acompaño a su casa.
Su apartamento es espacioso,
cuidado y sobrio. Me dice que lo comparte con una portuguesa y un italiano. La
conversación sigue versando sobre nada. Mañana no sabré de qué hablaba.
Finalmente me dice que es tarde, que me puedo quedar a dormir. Así, como si
fuera un accidente fortuito en lugar de la intención final de todo este baile
absurdo, este intercambio de palabras que sólo lleva a la acción siguiente.
Asiento, sabiendo que es un error. Realmente no sé si me gusta. Realmente no sé
qué hago allí, salvo tener la firme certeza de que todo aquello es un error y
de que lo voy a cometer lúcidamente, sin remordimiento, pero también sin deseo.
El sueco me enseña su cuarto. Un
escritorio, un ordenador, dos sillas, un armario, una cama, fotografías de sus
amigos suecos llenando la pared. Me ofrece sentarme en su cama y acepto. A los
cinco minutos ya me está besando. No sé si besa bien o mal. No sé cómo iniciar
el ritual que viene a continuación. Él me sigue besando y apaga la luz. Pienso
que así es mejor. Es más fácil cometer errores siendo incapaz de ver con
claridad.
Cuando me penetra no siento nada.
Soy consciente de que está encima de mí, pero estoy completamente anestesiada.
Ni siquiera soy capaz de gemir. Él se mueve y me besa. Yo sigo sin saber muy
bien qué hago allí. No sé si él culmina o no, me da la impresión de que no. Al
poco cae a mi lado y me abraza. Parece tan necesitado de cariño que lo abrazo a
mi vez. Pero no entiendo por qué no evoca mi compasión. Debe de ser terrible
acostarse con una mujer androide. Es como cuando me acostaba con mi ex marido
pero no me acostaba yo: se acostaba esa parte escindida de mí que lo amaba. La
otra parte nunca lo amó. Puede que fuera algo parecido.
A la mañana siguiente despierto y
al girarme lo descubro durmiendo a mi lado. A mi mente me vienen todos los
pasos dados para haber acabado allí. Qué surrealista es todo esto, pienso. Sin
hacer ruido me levanto y empiezo a vestirme. Él entreabre los ojos: ¿ya vas a
salir corriendo? Le respondo que tengo mucho que hacer, trabajo atrasado de
oficina. Él asiente poco convencido, pero me deja vestirme por completo sin
oponer resistencia. No siento remordimiento. No siento miedo. No siento nada.
La anestesia sigue haciendo su trabajo. Él hace un amago de levantarse, pero le
digo que debe de estar cansado y lo invito a seguir durmiendo. Qué decepción
llevarse a una chica española a la cama y encontrarse conmigo: no he sido
cariñosa, no he sido ardiente, no he sido dulce, no he sido apasionada, no he
sido nada de esas cosas que sí pueden decir convencidos, sobre mí, mis amantes
y no he dado pábulo a los clichés que suelen decirse sobre mis paisanas. Soy
una replicante que ha cometido un error y que ha incurrido en decepción para
con otro. El chico se levanta y me pregunta si me volverá a ver. No sé si lo
hace por cortesía o porque realmente espera algo más de mí que mi desabrida
actuación nocturna. Me dice que aún le quedan cinco meses en España y que eso
da para mucho. Tenso las comisuras en un intento de sonrisa. Le beso como
besaría una madre a su hijo demasiado pequeño como para entender: con
paternalismo y suficiencia. No sé qué le digo, pero desaparezco por la puerta.
La luz del sol me hace daño y no tengo gafas tras las que ocultarme.
Camino por la calle y parece que
han cambiado todo de sitio. Casi consigo perderme por aceras que conozco muy
bien. He cometido un error de forma perfectamente lúcida y no sé qué pensar o
sentir. No se me ha acelerado el corazón ni una sola vez a lo largo de la
noche. No he sentido la adrenalina que conlleva el abrazar un placer prohibido.
¿Los errores no saben más dulces? Esos deben ser los que se comenten sin saber
que son errores. Pero yo lo sabía. Quizá por eso no me siento estúpida, no
siento que me haya traicionado a mí misma, no tengo el sabor de la culpabilidad
en la boca. Una mano negra, un pensamiento anómalo se ha apoderado de mí y me
ha hecho ser como cualquier otra chica en la noche. Mis amigas dicen que se
acuestan con desconocidos para sentirse deseadas, especiales, como las diosas.
En cambio, yo tengo la percepción de que me he acostado con el sueco sólo por
sentirme humana. Y ya ves el resultado: me siento más inhumana que nunca. O más
bien, deshumanizada. Las copas, el cortejo, el consentimiento, el baile, el
sueño, la luz de la mañana, mi insípida despedida. Soy un animal cumpliendo el
ritual como se acercaría a una charca a beber: sólo que yo no tengo ni sed. Lo
he hecho porque sí. Ni siquiera he sudado durante el acto sexual. Cuando llego
a casa no tengo la imperiosa necesidad de ducharme. Quizá es porque ha jugado
con mi cuerpo, pero mi alma permanece intacta. Me he despertado con la misma
inapetencia que si lo hubiera hecho en mi cama.
Cuando me siento en el sofá noto,
ahora sí, que algo me araña el corazón. Es dolor. Noto la sangre brotar
despacio. Me llevo las manos heladas al pecho. Éstas se manchan con la sangre
que mana. Quizá el invierno no termina de romper porque lo tengo atrapado en mi
pecho. Es escarcha lo que tengo por dentro. Por eso no siento nada.
Salgo a por el pan en un intento
de aparentar normalidad. A los trece pasos tropiezo y me caigo. Noto el dolor
físico en la sien y las rodillas. Permanezco impasible. Oigo el revuelo de los
comentarios de una cafetería cercana por mi caída y decido levantarme. Supongo
que hacer lo que me apetece, esto es, dejarme en el suelo, permitir que me
apague como un televisor viejo sería motivo de alarma para el resto.
Tal vez debo enfrentarme a una
realidad que no estoy dispuesta a admitir: estoy triste… y el mundo, sin
embargo, vuelve a girar otra vez más.
11.10.16
Lo dejamos a la imaginación... y se nos escapó la realidad
Una vez, por Navidad, me regalaste una libreta.
En la portada, a modo de dedicatoria, escribiste:
Te quiero más de lo que imaginas.
El problema fue
que no tuviste valor para escribir:
Te quiero mucho
—porque ya no era
verdad—.
El problema fue
que no tuve coraje para decirte:
Sé que no me quieres
—porque temía que fuese cierto—.
9.10.16
Movimientos espejo
El universo parece estar en
silencio, pero en realidad está lleno de ruido.
Piensa en los electrones girando
en torno al núcleo del átomo. La fusión de dos elementos. El agua rebajando el
alcohol. Casi se oyen los suspiros prenderse en el aire, como cuando se hace el
amor.
Piensa en el sonido que hace una
hormiga cuando camina. O un ciempiés. El aleteo de una mariposa. O mejor: el de
una libélula.
Piensa en la sangre fluyendo por
tu cuerpo. El movimiento de tus ojos cuando me lees.
Mercurio girando en torno al Sol…
¿No debe tener un sonido burbujeante, como de lava? Y Marte, ¿no debería tener
un sonido metálico, como cuando doblas una vara de hierro por la mitad? Y
piensa en el gélido Neptuno, como si deslizase su trayectoria sobre una pista
de hielo.
A veces necesito desprenderme del
ruido, como si se tratase de quitar la cáscara que suele envolver al silencio.
Como a los gatos, me molestan los ruidos fuertes, las personas que no saben
modular su tono de voz y están siempre gritando, las que invaden tu espacio con
música que no has pedido, las que hacen sonar el claxon del coche repetidamente
ensuciando el aire de la ciudad…
En ocasiones necesito quedarme
sola, en silencio. Escuchar tan sólo el sonido de mi respiración para darme
cuenta de que realmente nunca sabré a qué suena el silencio. Y ya que el
silencio es una idea inaprensible, abrazarme a la soledad como la máxima
expresión de silencio que jamás conoceré: el silencio en mí misma.
Sí. A veces necesito el silencio
de mí misma, necesito desprenderme de los ruidos de los otros, del sonido de
sus palabras, de sus respiraciones, de sus miradas. A veces necesito estar tan
sólo yo, envuelta en mi propio ruido. Poder acogerme en mi propio regazo, como
quien toma aire por un instante para sumergirse en las profundidades del mar:
la compañía de otras personas. Entonces sí, tras el período adecuado, nunca
conocido de antemano, puedo ofrecer mi música al mundo y no tan sólo ruido:
puedo reír más fuerte, mirar con más brillo, sonreír desde el alma y no sólo
con los labios, abrazar con fuego hasta llegar a quemar.
En otros momentos necesito el
ruido de fuera para no escuchar mi propio ruido y me pierdo en el mundo
exterior: las luces, las conversaciones en espiral, las miradas silenciosas que
acallan por un momento, cualquier sonido…
Y son en estos movimientos espejo
en los que me reconozco, este doble interruptor, este sí pero no, no pero sí…
que me hace ser quien soy.
Hay quien se extraña por mi forma
de proceder en ocasiones: cómo es posible poder estar tres días en movimiento
perpetuo, abrazándome a cualquier crispación en el ambiente, para luego sumergirme
durante días en un silencio abrumador, en una soledad tan afilada… Como la gárgola que necesita
volver a ser de piedra para despertar por la noche revestida de piel y huesos,
así necesito yo al ruido y a la soledad.
En la soledad, como máxima
expresión de silencio, se encuentran las respuestas a nuestras plegarias. Los
debates internos, las preguntas sin resolver y, finalmente, la respuesta al
amor.
Si la soledad es la necesidad de
ser uno, el amor es la necesidad de unión; de formar algo más grande que uno
mismo. La soledad nos hace mirar al amor; el amor, a la soledad.
¿Cómo integrar silencio y ruido,
amor y soledad?
Un amigo solía decir que sabías
que habías encontrado a una persona adecuada –no necesariamente una pareja-,
simplemente a una persona adecuada, cuando podías pasar tres días con sus tres
noches encerrada con ella en una habitación a oscuras, tan sólo hablando, y que
el flujo de conversación pudiese durar esos tres días.
Yo añadiría una prueba algo más
difícil: ser capaz de estar con una persona dos días con sus dos noches en
silencio. Comunicar sólo por gestos y miradas. Entonces sí, aquella era una
persona adecuada.
Poder decirle a alguien: no me invades,
no me molesta tu presencia, tu compañía me mece suavemente entre sus brazos…
eres lo más parecido que tengo a mi soledad, a mi propio silencio… a mi propio
ruido, a mi propia música…
A mis propios movimientos espejo,
al fin y al cabo.
25.9.16
Vislumbré Ítaca a lo lejos
1.
No había roto el verano, pero ahí estaba yo recolectando palos y piedras. Aterida y en los huesos, una parte de mí quería apostar por ver qué había más allá de los mares de fuego. Saber si todo lo que quedaba era conformarse con cenizas y un corazón muerto. Me preparé como se preparan quienes nada tienen que perder: sin miedo. Construí una balsa ignífuga y subí a ella esperando a que el monstruo despertase para poder salir corriendo. Cuando vio mis intenciones me miró a los ojos y rugió enfurecido. No esperé ni un segundo más. Huí.
2.
No tardé demasiado en disfrutar de la victoria. Una vez llegada a tierra firme descansé sobre la hierba y permití que el rocío de la mañana humedeciese mis manos. Cerré los ojos. No había nadie a mi alrededor. Del bolsillo izquierdo saqué una manzana y la mordí. Como Eva, hice del fruto el símbolo del triunfo de la libertad. Y, por supuesto, me maldijeron por ello. Estaba completamente sola. Sin embargo, me sentí más acompañada que nunca.
3.
De mi boca comenzó a manar agua y se acercaron los sedientos. Les di de beber, pero luego quisieron quedarse prendidos a mis labios y no sólo beber mi agua, sino agotar también mi savia y arañar mi tiempo. A eso lo llamaron amor. A cortar árboles, envenenar fuentes, secar ríos y llevarse mis joyas producidas con tanto mimo a sus cuevas oscuras para autoproclamarse reyes de la nada, lo llamaron amor. Yo retrocedí asustada. Si de mis labios brotaba agua era porque estaba haciendo al fin las cosas bien. Recién había comenzado y ya querían arrebatarme mi magia. Hay quien mucho entiende de avaricia y poco de admiración y permitir el espacio necesario para crear y crecer. Tras tropezar varias veces, dejé que el silencio desplegase las velas de mi barco y me dirigí hacia aires más limpios.
4.
Llamaron a la puerta. Las sombras me cerraron el paso, pero ya había enfrentado demasiados peligros por el camino y amedrentarse no era opción. Planté cara y les prendí fuego una a una. Me crecieron un par de alas y pude alzar la vista al cielo. El barco ya no me hacía falta, quedó reducido a nada junto a las sombras que aún aullaban de dolor. Ascendí y ascendí hasta encontrar el lugar donde debían habitar los ángeles. Knocking on Heaven's Door.
5.
El extraño baile entre asteroides nos mantiene ágiles para no caer. A veces, siempre, dura sólo un instante. El tiempo se pliega, nosotros permanecemos. Tu azul brillante me salvó aquella noche. Como todas las demás. Hasta hoy. Cuando te pierdas, correré a buscarte.
6.
Hay trenes que pasan por tu cama y no se detienen hasta que las perseidas aparecen en el firmamento. El calendario siempre se equivoca. Fuimos nosotros quienes invocamos a la lluvia. Si era el universo corriéndose de emoción o llorando de placer, ya es cosa suya.
7.
Al aterrizar hice un agujero enorme en el suelo debido a la fuerza del impacto. Hubo múltiples heridos. La energía se escapaba de mis manos. Cosí, vendé, curé almas fragmentadas con la paciencia de un sastre experto. Volvieron a aparecer otros sedientos. Esta vez guardé la savia y el tiempo.
8.
La vida volvió a llamarme al orden. Un foco me iluminaba desde el techo. Hice todo lo mejor que pude. Aún así algo se revolvía en mi interior. Me avisaron para acudir al campo de batalla. Cogí las armas y me defendí con todas mis fuerzas. Los caballos echaron a correr, impertinentes. Fueron benévolos, pasó la tormenta y retornó la calma.
9.
La bestia rugió entre mis brazos y luego se aplacó. No sabía bien qué necesitaba. No parecía tomarme en serio. Dudaba y yo la acariciaba con mis ojos serenos. Tiré mis manuales de zoología. Ya no entendía nada.
10.
Me tomó de la mano y parecía feliz. Feliz con mi mera existencia. Cuánto sufre el hombre tras la máscara. Destrocé su máscara. No retrocedió. Y yo, por fin, le vi.
11.
Ítaca es un principio al que siempre volver, porque nunca se termina de llegar. Ítaca se me escapa de las manos cuando intento alcanzarla. Y sin embargo, Ítaca está en mí. Y, quizás, yo en ella.
18.8.16
16.8.16
Descensum
Oyó cómo la llamaba por su nombre. Supo que no podía escapar. Él apareció de improviso, alargando sus garras. Ella retrocedió a tiempo, no obstante, y las garras no llegaron a alcanzarla. Su piel estaba intacta, sólo destrozó su camisa. Él sonrió con la sonrisa de media luna, su boca llena de cuchillos se entreabrió hasta marcar sus arrugas en una mueca infernal.
—Tienes una deuda que pagar —graznó.
—Lo sé.
—El precio es tu sangre.
—Lo sé.
—Y vas a volver a caer.
—Lo sé... pero... hoy no.
Los ojos de él relampaguearon en la oscuridad.
7.8.16
Límite interdimensional
Quien escriba
deberá reconocer,
desde la más absoluta honestidad,
que las letras siempre tendrán sus límites:
hay miradas que nunca podrán expresarse con palabras.
27.7.16
Aposté por el rock and roll (y perdí)
Te amé.
Te amé tanto que me dolía ser yo.
O quizás no te amé tanto
como dicen en las novelas románticas
porque precisamente
me dolía ser yo.
No lo sé.
Sí sé que me dolía el cuerpo tanto
cuando no estabas conmigo.
Y sé que deseaba ser un recuerdo
cuando decías a la noche adiós
y al día dabas la bienvenida.
Te quise tanto que,
tristemente al igual que tú,
nadie lo entenderá.
Date cuenta de una vez:
Nadie entiende mis sentimientos.
Te quise tanto que te maté en dos partes
porque no era capaz de dejarte ir
y decirte adiós.
Y ahora que sí te digo adiós
definitivamente
me duele que no vayas a saber nunca
cuantísimo te quise.
Y es en parte
culpa mía
y es en parte
prejuicio tuyo.
Pero sí.
Doy fe de que hubo un momento
breve
dulce
pero intenso
en que lo nuestro fue de verdad
y con eso me quedo.
Creo que lo tuyo
es siempre ser amado
desde la distancia
y eres adicto a ello.
Te amé hasta doler.
Hasta dejarme en los huesos.
Pero ahora necesito amarme yo.
Tal y como te quise a ti.
Desesperadamente.
Y eso has de entenderlo.
25.7.16
Medicina alternativa
Dedicado con cariño
a los compas y las compas
del Camping
Rojo 2016 celebrado en Tarifa.
Gracias por vuestra calidez y calidad humanas.
Recuerdas el frío del invierno.
Pues ya no.
Ya no.
A veces hay cosas que curan.
No sé.
Qué sé yo.
Enfrentarse a situaciones nuevas.
Notar el cansancio en la piel.
Sentir el zumbido de las abejas.
Agradecer la bondad de las
extrañas.
De los extraños.
Beber de fuentes frescas.
Caer también,
por qué no.
Mirar sin temor al prejuicio.
Sonreír y vencer.
Equivocarse. Aprender.
La adrenalina de la palabra
que se adentra en el silencio.
La curiosidad no mata al gato
y le prolonga la vida.
Más mata la ignorancia
que el tabaco.
Abrazar.
Abrazar un gesto.
Nutrirse de alimento
y de miradas.
Sororidades.
Complicidad futura
y complicidad pasada.
La electricidad de las risas
que no saben qué decirse.
Amistad hasta los números.
La oscuridad.
El vodka con limón.
El amor en las voces
de quienes bien te conocen
y te hacen crecer.
Madrugar.
Esquivar las quemaduras del sol.
Reconocer tu hogar
en las nacionalidades distintas.
Crear marcos sin opresión.
Rezar siempre convencida
desde el escepticismo.
El mar,
la arena y la sal.
Rascarse las rodillas en las
rocas
y que no duela.
Jugar a las sirenas por un día.
Cantar entre gritos al viento
y que no salga la voz
para decir adiós.
Sentir los hasta siempre
en el vacío.
Quemar las ruedas
y que sarna con gusto
no pique.
Mirar atrás
desde la sensación –revolución-
permanente
de que por más que des
siempre será mucho más
lo que te lleves.
Y en especial gracias a ti.
Porque caminar contigo es siempre aprender.
18.7.16
Las cosas que no sé decirte
Quería decirte que.
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Ahora te contaré…
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Lo que yo te iba a decir es...
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Si supieras lo que tú.
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Ay.
Entre tanta mancha de tinta,
y tanta letra inacabada
te juro que iba a escribirte un poema
pero salió un cuadro impresionista.
Borrón y cuenta nueva.
Ahora te contaré…
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Lo que yo te iba a decir es...
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Si supieras lo que tú.
No.
Espera.
Borrón y cuenta nueva.
Ay.
Entre tanta mancha de tinta,
y tanta letra inacabada
te juro que iba a escribirte un poema
pero salió un cuadro impresionista.
Amantes.
Leonid Afremov.
12.7.16
Si Lisístrata hablase... (Sexodrama pedagógico)
Será
que el verano se presta siempre a hablar de sexo. Hay más tiempo libre, más
cerveza o más ganas de charlar sobre banalidades o no banalidades, pero en
efecto cobran importancia: las desastrosas relaciones pasadas o actuales, los
ligues, los rollos, los amigos con derecho a roce o
esa-cosa-que-no-sabes-cómo-llamarla-pero-que-está-ahí.
Hay
conversaciones que surgen entre chicas y de las que un hombre bi o hetero
aprendería una barbaridad sólo escuchando. El problema reside en que cuando hay
un hombre escuchando nos cortamos o, de no hacerlo, ellos se sienten heridos en
su orgullo masculino. En mi opinión el ego masculino es de esas cosas que
debería irse retrete abajo, la verdad, porque así nos va.
El
caso es que como creo que la lectura merece la pena, ellas se van a echar unas
risas y ellos pueden hasta aprender, me voy a atrever por primera vez con un
género en el que soy novatísima: el teatro. Esta
mini-obra está basada en conversaciones reales que he mantenido a lo largo de
mi vida.
Hay
una canción que resume, en parte, lo que diré a continuación. Os animo a
convertirla en un estandarte para las relaciones sexuales de este siglo, porque
aún hay quien no se entera.
Y
sin más dilación...
Subimos
el telón y aparecen dos amigas: Claudia y Sara. Están sentadas en una de esas
terracitas de verano, en una mesa de plástico rojo con sillas ídem. Delante de
cada una hay una cerveza espumosa bien fría. Queda una silla libre, y de pronto
aparece una tercera amiga, Marlén, que se sienta con ellas.
MARLÉN:
Hola chicas, disculpad que llegue tarde, pero llevo toda la tarde hablando con
mi primo porque estaba flipando con lo que le ha contado su mejor amigo.
CLAUDIA:
¿Y eso? ¿Qué ha pasado?
MARLÉN:
Resulta que el mejor amigo tiene una nueva novia. Pues bien, ella le ha contado
que la primera vez que se corrió tenía treinta años. Ella tiene ahora treinta y
cinco, y el novio ha flipado y se lo ha contado a mi primo.
SARA:
¿Treinta años sin correrse? No sé por qué no me sorprende.
CLAUDIA:
Pues a mí sí. ¿Tanto tiempo acostándote con tíos y ni un orgasmo?
SARA:
Es más habitual de lo que se cree. Hay chicas que se acuestan con chicos y
hasta que no prueban varios no empiezan a tener orgasmos. O eso, o el tío con
el que están se pone las pilas y aprende.
MARLÉN:
Sí, tú piensa en tu vida sexual, Claudia. ¿No crees que, y estoy siendo
generosa, aproximadamente el 70% de los tíos con los que te has acostado eran
unos auténticos mantas?
CLAUDIA:
Pues… no lo había pensado, pero ahora que lo dices… Con algunos he tenido
suerte, no te creas, y han sido buenos amantes o han intentado aprender si no
lo eran. Pero así, en general… la cosa da bastante pena, sí.
SARA:
A ver, por poner un ejemplo. Ahora la mayoría de los tíos ven mucho porno. Hay quien lo justifica diciendo que así se cogen ideas y
tal. Pero es mentira. El porno les mata la imaginación. Cuanto más porno ven,
más lelos se vuelven en la cama. Tuve un novio que veía mucho porno y cada vez
que lo hacía me daba cuenta porque venía sugiriendo una postura imposible o una
garganta profunda o me azotaba al estilo pornográfico o mierdas de esas. Se
vuelven lelos y predecibles, como robots. De modo que cuanto más porno veía él,
más malo se volvía en la cama. Y cuanto peor se volvía en la cama, menos ganas
tenía yo de acostarme con él. Y él lo arreglaba viendo más porno. Al final
cortamos, claro.
CLAUDIA:
¿Dónde quedan esos hombres que usan su imaginación para masturbarse? Aquellos
que piensan en lo que les excita hacer o que les hagan y son capaces de correrse
sin necesidad de imágenes explícitas.
MARLÉN:
Sí, yo los llamo amantes mentales. Los que se masturban sin necesidad de ver
porno son mejores en la cama, exploran el mundo de las ideas y eso enriquece la
experiencia sexual. Y se les nota. Y es que el porno que hay es en su mayoría
malísimo, aburrido y además machista. No digo que no haya que ver porno pero, joder, la mayoría es una auténtica basura. Así salen luego ellos con esas ideas
estrafalarias.
SARA:
Sí, como lo de la garganta profunda. Habrá alguna chica a la que le guste
hacerlo, yo no digo que no. Pero, sinceramente ¿a cuántas les gusta asociar el
placer sexual a la náusea? ¿No son experiencias contradictorias? Es como si te
pusiera bruta marearte en el coche y potar. A mí me pasó una vez con un ex
novio. Al tío no se le ocurre otra cosa que, después de haber cenado los dos en
un italiano, llevarme a su casa y en un descuido metérmela hasta la garganta.
CLAUDIA:
¿Y qué ocurrió?
SARA:
Pues que poté toda la pizza en su cama, claro. El olor a vómito no se fue de su
cuarto en diez días.
MARLÉN:
Y, hablando de sexo oral, ¿os ha tocado alguna vez un amante egoísta, de esos
que quieres que tú se la comas pero él no va ahí abajo ni loco?
CLAUDIA:
Calla, calla. Ni me lo menciones. Más de lo que parece. Y es absurdo. Vamos a
ver, ¿a ti te gusta que te la coman? SÍ. A día de hoy no he encontrado un solo tío
al que no le guste. Y ya sabéis que mi lista es extensa. Ahora, que ellos sean
igual de generosos y bajen… No sólo que bajen, sino que lo hagan con la misma
frecuencia con la que bajas tú. Más o menos, ¿no? ¿Por qué si yo bajo una media
de dos veces por polvo, él al menos no baja una? O qué coño. Que baje dos
también. Equidad.
SARA:
Sí. En la serie ésta, “Sexo en Nueva York” llamaban al acto de ir a hacer un
cunilingus “bajar al pilón”.
MARLÉN:
Jajajaja. Bajar al pilón. Me parto.
CLAUDIA:
Sí… Pues ya sabéis chicas, si ellos no bajan al pilón, vosotras tampoco. Que
aquí los hay muy listos.
MARLÉN:
Quid pro quo.
SARA:
Eso. (Bebe cerveza)
MARLÉN:
Y ya que mencionamos el cunilingus… ¿no os da la sensación de que la mayoría
cuando lo hacen están más perdidos que un pulpo en un garaje?
CLAUDIA:
Desde luego. (Bebe cerveza)
SARA:
Uf… Si te contase. Los hay que se pierden en los alrededores y no encuentran
nunca el clítoris.
CLAUDIA:
Y también los que se centran en el clítoris y olvidan lo demás, ¡que el
clítoris no es un timbre, hombre!
MARLÉN:
Jajajaja. Y los que ponen la lengua en plan puntiagudo y parece que te están
pinchando. O los que meten demasiado la cabeza y te raspan con la barba, que no sabes si te están haciendo un peeling o qué.
SARA:
O los que, como decíais antes, han visto demasiado porno y parece que tienen en
la lengua un cuentakilómetros y van tan rápido que no sientes nada porque
parece que quieren ser Induráin con la velocidad. ¡Que es un clítoris, no un
flan!
CLAUDIA:
Lo de la lengua puntiaguda es un caso. Con lo que mola que la dejen plana y
vayan con suavidad…
MARLÉN:
Despacito… (Bebe cerveza)
SARA:
Uf, callaos que me estoy poniendo cachondísima.
CLAUDIA:
Jajajaja. Claro. Que la cosa es ir explorando poco a poco, no comerse todo el
pastel de golpe. (Bebe cerveza)
MARLÉN:
Y también están los que sin mediar palabra te meten los dedos. Pero vamos a
ver, ¿acaso te lo he pedido?
SARA:
Eso. Qué manía con los dedos. Y más los que parece que tienen una bomba de
extracción, o que te están metiendo algo muy hasta el fondo y van súper fuerte. Así te
insensibilizan y cuando te penetran ya sólo tienes ganas de irte a tu casa y
que te dejen en paz.
CLAUDIA:
Bueno, y los que te meten los dedos directamente, sin hacerte sexo oral antes ni nada, y
se van a por el punto G como si no hubiera mañana, y para colmo no lo encuentran, y es como… ¿perdona?
¿tengo el clítoris de adorno? SE SUPONE QUE LA VAGINA NO TIENE MUCHAS TERMINACIONES NERVIOSAS. Sobre todo porque está diseñada para que el día de mañana saque un niño de tres kilos por ahí.
MARLÉN:
Jajajaja. Con las manos son unos torpes la mayoría. Sólo he conseguido correrme
con un par de tíos mientras me masturbaban. Como están empeñados en meterla
casi siempre, no se paran a jugar con las manos. Y a mí que un hombre me meta
las manos en las bragas y me acaricie con suavidad me pone perrísima.
SARA:
Pero con suavidad y sin hacer mucha presión, que si no duele.
CLAUDIA:
Desde luego. A mí más de uno me ha dejado dolorida durante días por darme
demasiado fuerte con la mano. Y con infección urinaria incluida.
SARA:
Qué bestias son. Se creen que somos muñecas hinchables.
MARLÉN:
¿Y qué me decís del tema “posturitas”?
SARA:
Da auténtico miedo. (Bebe cerveza)
CLAUDIA:
Es como… pero vamos a ver, tío… no quiero hacer el kamasutra en cinco minutos.
¿De qué me sirve poner 500 posturas? Encuentra UNA que me guste. UNA. Al menos.
Por favor.
MARLÉN:
Jajajajaja. Es que a veces no sabes si estás en una clase de gimnasia o en la
cama con un tío.
SARA:
Y a veces te estiras tanto o te ponen las piernas en Pekín… Y es como… se me
está subiendo la sangre a la cabeza, NO ME CONCENTRO.
CLAUDIA:
Venga, tema peliagudo donde los haya. Sexo anal.
MARLÉN:
Buenooo…
SARA:
A mí no me miréis. Lo odio. Me duele sólo de imaginarlo. Y algunos se ponen
pesadísimos con el tema.
CLAUDIA:
El sexo anal es delicado. ¿Por qué no se habla? Algunos tíos parecen con este
tema soldados estadounidenses, que primero disparan y luego preguntan. Es para
decirles: ¿HOLA, TENGO PINTA DE FORTALEZA MEDIEVAL? ¿A QUE NO? Pues tu polla
tampoco es un ariete.
MARLÉN:
Exacto. ¿Te imaginas que fuera al revés? ¿Que nos estuviésemos enrollando con
ellos y de pronto sacásemos un vibrador del bolso y se lo encasquetásemos en el
culo? Yo creo que les daría un infarto.
SARA:
Claro, pero si tú lo haces eres una rara pervertida y si lo hacen ellos es que “es
normal que quieran dar por detrás”. Una vez estaba yo a cuatro patas y el chico
maniobrando por ahí detrás, y no sabía si es que quería darme por el culo o se
estaba haciendo la picha un lío y no sabía por qué agujero era. ¿Sabéis que hay
tíos que creen que meamos por la vagina?
MARLÉN:
Anda ya…
SARA:
Que sí, que sí. Que un tío una vez me preguntó si meábamos por la vagina.
CLAUDIA:
Pues no es tan raro. Yo una vez le hice esa misma pregunta a un ex que tuve, ¿y
sabéis cuál fue su respuesta? “Nunca me lo había planteado, la verdad”.
MARLÉN:
Les dejamos ponerse al volante sin conocer la máquina. Sin tener ni puta idea
de la máquina.
CLAUDIA:
Yo les hacía un examen de anatomía femenina antes de follar, la verdad. Y unas
cuántas preguntillas más, por si acaso.
SARA:
Pero bueno, volviendo al tema del sexo anal… Yo creo que si el culo no está
directamente relacionado con el sexo por algo será…
CLAUDIA:
Pues yo creo que es interesante, pero hablándolo primero y con preparación
previa. Es decir, a mí me gusta que me hagan sexo oral primero y que me
acaricien poco a poco por la zona, y entonces despacito y con mimo la cosa
puede ir bien. Las veces que me he corrido con el sexo anal han sido muy
intensas.
MARLÉN:
Pues a mí, además de que tienen que ser cómo y cuándo yo quiero tengo una cosa
muy clara: que si ellos no están dispuestos a poner el culo, yo tampoco. Si
pedimos reciprocidad en el sexo oral, ¿por qué no en el anal también? ¿Qué
pasa, que su culo es de porcelana pero el nuestro está siempre a la venta?
CLAUDIA:
Eso digo yo. Si tú quieres dar pero que no te den, que no cuenten conmigo
tampoco. ¿Por qué querría dejarme hacer algo que el otro no quiere que le
hagan? O todos o ninguno.
SARA:
A mí lo que sí me gusta mucho es la postura de la cowgirl, yo encima. Desde ahí
lo controlo todo y el chico se puede relajar.
MARLÉN:
Claro, pero si tú quieres estar todo el rato encima se rallan y empiezan a
dudar de si son buenos o no.
CLAUDIA:
Es que es eso, el ego por querer demostrarte lo buenos que son o el miedo a
cagarla son trabas enormes. La primera norma debería ser que dejasen el ego
fuera de la cama. Y que explorasen.
SARA:
Y que preguntaran. ¿Por qué soy yo siempre la que pregunta: cómo te gusta,
tienes alguna sugerencia, lo estoy haciendo bien, prefieres otra cosa? ¿Por qué
ellos nunca me preguntan qué me gusta a mí?
MARLÉN:
Porque se cortan y les hace parecer vulnerables.
CLAUDIA:
Sí, pero para bajarte las bragas ahí no se cortan ¿eh?
SARA:
Es que el sexo es comunicación. Es preguntar, corregir, probar, explorar,
volver a preguntar, redirigir, aprender…
MARLÉN:
Hay una leyenda urbana que dice que los tíos que follan con muchas tías son
mejores en la cama. Pero es mentira. Pueden estar acostándose con mil y
haciéndolo mal con las mil. Cuando empiezas con una persona nueva nunca sabes
qué te vas a encontrar.
CLAUDIA:
Es como si fueras muy bueno en un deporte de riesgo, pongamos rafting, y de
pronto te da por hacer puenting. ¿Te tirarías por un puente con el mismo equipo
y con la misma confianza con la que haces rafting? No, ¿por qué? Porque es una
cosa nueva. Tienes que estar con los ojos abiertos y alerta para aprender a
hacerlo bien. ¿Por qué con nosotras no pasa lo mismo? ¿Por qué se creen que
follando con una es lo mismo que si follara con cualquier otra?
SARA:
Hay que acercarse con humildad y sin dar las cosas por supuesto. Y con mimo.
Aunque sólo sea cosa de un día. Vale que no te vayas a casar con un tío, pero
joder, ¿no puede ser un poco cariñoso y no hacerte sentir un queso gruyère? UN
POCO DE DULZURA, COÑO.
MARLÉN:
Qué raro, Sara gritando. Por segunda vez.
SARA:
Es que me cansa mucho. Yo no digo que tengas que ser un romántico ni la persona
más empalagosa del mundo, pero si se acuesta contigo qué menos que te trate con
algo de mimo ¿no?
CLAUDIA:
Tienen miedo a que si lo hacen te pienses que están enamorados de ti o algo.
MARLÉN:
Pues que les den. Te levantas y te vas.
SARA:
Una vez tuve un amante, el mejor amante que he tenido, que nunca se levantaba
de la cama sin asegurarse de que yo estuviera bien satisfecha. Y que al menos
me hubiese corrido dos veces. No es como la mayoría de los tíos, que ellos se
corren y ya si eso te apañas tú o te duermes.
MARLÉN:
¿Pero existen ángeles así, que te dejan satisfecha siempre?
SARA:
Existen, pero es más difícil encontrarlos que vomitar por una pajita. Yo
sinceramente creo que si se quiere, se puede. Pero ellos tienen que poner de su
parte.
CLAUDIA:
Creo que los tíos deberían tener al menos una habilidad en la que sean muy
buenos.
MARLÉN:
Sí. Que si son buenos con la penetración, adelante. Que si se manejan bien con
la lengua, adelante. Y si son hábiles con las manos, adelante. Porque si fallan
en alguna de esas cosas, pueden hacer otras para compensar.
SARA:
Y así tú no te quedas cachonda perdida y con cara de idiota.
CLAUDIA:
Si por eso, chicas, el sexo es comunicación. Intercambias miradas, suspiros,
fluidos, olores, una cama… y también palabras y cariño, ¿por qué no?
MARLÉN:
Hay que hablar y preguntarse mucho. Y darse indicaciones. (Bebe cerveza)
SARA:
Así sí.
CLAUDIA:
Y si no a cerrar las piernas hasta que follen mejor. Tanta prepotencia, tanto
ego y tanto querer demostrar.
MARLÉN:
Una amiga mía lesbiana dice que si nos organizamos entre nosotras, follamos
todas.
SARA:
Jajajajaja. Pues como no se pongan los tíos las pilas igual pruebo y todo.
CLAUDIA:
Con todo y con eso, no estaría mal que aprendiesen a manejarse los chicos un
poco.
MARLÉN:
Ya te digo: Comunicación, comunicación y comunicación. No querer hablar estas
cosas es de catetos.
CLAUDIA:
Y si no, ya se sabe: El día en que los vibradores inviten a copas, los hombres
se extinguen.
SARA:
JAJAJAJAJA. Hay que ver, Claudia, qué bruta eres.
CLAUDIA:
¿Qué? Los hombres hacen chistes machistas todo el tiempo. ¡Autodefensa
feminista!
MARLÉN:
Si no fuera por el feminismo, estaríamos perdidas…
SARA: Imaginaos... ¡ni sabríamos que tenemos clítoris!
Se
cierra el telón.
Que
cada unx saque las conclusiones que tenga que sacar. Antes de que me vengan los
machirulos con el orgullo herido diré: no está mal equivocarse, en el sexo
tampoco, lo que es un problema es no rectificar. Espero que las chicas bi y
hetero os hayáis sentido identificadas –o mejor, que no lo hayáis hecho porque
os follen en la actualidad como las diosas que sois- y al menos que sepáis que
no estáis solas y que necesitamos compartir estas cosas entre nosotras y
también con ellos. Las chicas también fallamos en la cama, por eso la idea es que
nos digan qué gusta y qué no. Cada persona es diferente.
Si
la gente hubiese escuchado a los Lujuria en la adolescencia –grupo muy
feminista en sus letras toscas, por cierto- mejor nos iría a todxs.
Y
si no, pinchad aquí.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)