Una vez, por Navidad, me regalaste una libreta.
En la portada, a modo de dedicatoria, escribiste:
Te quiero más de lo que imaginas.
El problema fue
que no tuviste valor para escribir:
Te quiero mucho
—porque ya no era
verdad—.
El problema fue
que no tuve coraje para decirte:
Sé que no me quieres
—porque temía que fuese cierto—.
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