El universo parece estar en
silencio, pero en realidad está lleno de ruido.
Piensa en los electrones girando
en torno al núcleo del átomo. La fusión de dos elementos. El agua rebajando el
alcohol. Casi se oyen los suspiros prenderse en el aire, como cuando se hace el
amor.
Piensa en el sonido que hace una
hormiga cuando camina. O un ciempiés. El aleteo de una mariposa. O mejor: el de
una libélula.
Piensa en la sangre fluyendo por
tu cuerpo. El movimiento de tus ojos cuando me lees.
Mercurio girando en torno al Sol…
¿No debe tener un sonido burbujeante, como de lava? Y Marte, ¿no debería tener
un sonido metálico, como cuando doblas una vara de hierro por la mitad? Y
piensa en el gélido Neptuno, como si deslizase su trayectoria sobre una pista
de hielo.
A veces necesito desprenderme del
ruido, como si se tratase de quitar la cáscara que suele envolver al silencio.
Como a los gatos, me molestan los ruidos fuertes, las personas que no saben
modular su tono de voz y están siempre gritando, las que invaden tu espacio con
música que no has pedido, las que hacen sonar el claxon del coche repetidamente
ensuciando el aire de la ciudad…
En ocasiones necesito quedarme
sola, en silencio. Escuchar tan sólo el sonido de mi respiración para darme
cuenta de que realmente nunca sabré a qué suena el silencio. Y ya que el
silencio es una idea inaprensible, abrazarme a la soledad como la máxima
expresión de silencio que jamás conoceré: el silencio en mí misma.
Sí. A veces necesito el silencio
de mí misma, necesito desprenderme de los ruidos de los otros, del sonido de
sus palabras, de sus respiraciones, de sus miradas. A veces necesito estar tan
sólo yo, envuelta en mi propio ruido. Poder acogerme en mi propio regazo, como
quien toma aire por un instante para sumergirse en las profundidades del mar:
la compañía de otras personas. Entonces sí, tras el período adecuado, nunca
conocido de antemano, puedo ofrecer mi música al mundo y no tan sólo ruido:
puedo reír más fuerte, mirar con más brillo, sonreír desde el alma y no sólo
con los labios, abrazar con fuego hasta llegar a quemar.
En otros momentos necesito el
ruido de fuera para no escuchar mi propio ruido y me pierdo en el mundo
exterior: las luces, las conversaciones en espiral, las miradas silenciosas que
acallan por un momento, cualquier sonido…
Y son en estos movimientos espejo
en los que me reconozco, este doble interruptor, este sí pero no, no pero sí…
que me hace ser quien soy.
Hay quien se extraña por mi forma
de proceder en ocasiones: cómo es posible poder estar tres días en movimiento
perpetuo, abrazándome a cualquier crispación en el ambiente, para luego sumergirme
durante días en un silencio abrumador, en una soledad tan afilada… Como la gárgola que necesita
volver a ser de piedra para despertar por la noche revestida de piel y huesos,
así necesito yo al ruido y a la soledad.
En la soledad, como máxima
expresión de silencio, se encuentran las respuestas a nuestras plegarias. Los
debates internos, las preguntas sin resolver y, finalmente, la respuesta al
amor.
Si la soledad es la necesidad de
ser uno, el amor es la necesidad de unión; de formar algo más grande que uno
mismo. La soledad nos hace mirar al amor; el amor, a la soledad.
¿Cómo integrar silencio y ruido,
amor y soledad?
Un amigo solía decir que sabías
que habías encontrado a una persona adecuada –no necesariamente una pareja-,
simplemente a una persona adecuada, cuando podías pasar tres días con sus tres
noches encerrada con ella en una habitación a oscuras, tan sólo hablando, y que
el flujo de conversación pudiese durar esos tres días.
Yo añadiría una prueba algo más
difícil: ser capaz de estar con una persona dos días con sus dos noches en
silencio. Comunicar sólo por gestos y miradas. Entonces sí, aquella era una
persona adecuada.
Poder decirle a alguien: no me invades,
no me molesta tu presencia, tu compañía me mece suavemente entre sus brazos…
eres lo más parecido que tengo a mi soledad, a mi propio silencio… a mi propio
ruido, a mi propia música…
A mis propios movimientos espejo,
al fin y al cabo.
Me gusta mucho, mucho, mucho. Un besito.
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