30.6.14

A las putas de verdad no las invitan a copas

Siempre se han alabado los encontronazos en bares, en discotecas, en parques. Rápido y eficaz, sin mucho miramiento, sin pensar. No me gusta recordar el encuentro con otra piel desde los arañazos, la resaca y los moratones de después. Y no porque no me guste el sexo desenfrenado, pero desde luego no me gusta follar con la sensación de estar haciéndome la cera: que sea rápido, por favor, y a ser posible indoloro, que no lo sienta. Cualquiera diría que a esas personas realmente no les gusta el sexo, sólo quieren un Frenadol, alivio rápido y sintomático de un calentón. Qué aburrimiento. Quizá por eso haya que tener en una gran estima a esos amantes que no desean embotar tus sentidos sino realzarlos, dejar alcohol y psicotrópicos varios de lado y compartirse con el otro sólo con el escudo del sudor y la saliva. Las obras de arte requieren su tiempo y dedicación. Ellos lo saben, por eso no me invitan a copas, sino que me dan libros para leer y despertar. Las putas de verdad no necesitamos dinero, utilizamos algo más intangible. Todo el mundo sabe que no me vendería por tres tequilas baratos en cualquier antro. Ni por cinco. Ni por diez. Reivindico ser puta desde la piel, desde el sentimiento. Sexo como experiencia, no como analgésico. Me aburren las relaciones de poder en la cama, escuchar cada dos por tres en la calle cómeme el coño, como si eso no fuera un privilegio en lugar de un castigo.

Cómemelo despacito, por favor, esta noche es sólo tuyo. Hazme sentir que estás ahí. Hazme sentir que no necesito respirar durante unos segundos más para seguir existiendo.

Adoro la vulnerabilidad de un hombre al despertar. La erección de las siete de la mañana. Ese momento de dicotomía cartesiana cuerpo-mente que me hace escindir al amante en dos: el ser que duerme y el ser que me espera bajo las sábanas que cubren hasta la cintura. Poder decidir sin prisas y en silencio si besar su mejilla y continuar durmiendo, o meter una mano hábil en su ropa interior. Me niego a contar las noches de pasión, demasiado fútiles, demasiado desgastadas, demasiado desvividas. No así las mañanas. Las mañanas son una prueba de confianza, de no echar a correr por la puerta nada más sale el sol. Mirar los ojos adormilados del otro y decir: te reconozco profundamente humano, para lo bueno y para lo malo.


No, damas y caballeros. A las putas de verdad no nos invitan a copas porque, como saben los que saben, tenemos la maldita costumbre de intentar llevarnos de propina el corazón.


25.6.14

Alien like you


Admirarla tan de cerca era una extraña paradoja, parecida a tomar un cubito de hielo entre las manos y que te abrase la piel. Siempre había pensado en ella como en lo que era, una mujer a la que invitas a un helado en las tardes de verano para escapar del calor, con la que pasear de la mano y aprender de sus conocimientos de ornitología en el lecho del río, a la que llevas a cenar a un restaurante y compartes una botella de vino para terminar haciendo el amor suavemente después de una ardiente discusión entre lo que hay de Schopenhauer en Borges, y de que la mayoría de los seguidores de Borges deberían estar encerrados en un manicomio. Y los de Schopenhauer también, por qué no.

En cambio me acercaba a ella por la espalda, besaba su hombro izquierdo y preguntaba, tal y como me tenía domesticado:

—¿Me follas contra la pared?
—Sí, como de costumbre.

Y ahí comenzaba un enzarzamiento sexual despótico como no se había dado en otras épocas, donde todo era para el pueblo pero sin el pueblo, donde todo era para ella pero sin ella, porque ella nunca estaba allí cuando la tomaba entre mis brazos.

—Eres un idiota.

Nunca he recordado una palabra dulce de sus labios. Sólamente recuerdo cómo pronunciaba la palabra idiota, paladeándola un momento para luego escupírmela a la cara sin mucha consideración. Sin embargo había algo en su sonrisa de después, de inmediatamente después de decírmelo, que me hacía pensar que simplemente no decía algo más significativo porque no le daba la gana, y que rebajarme a ser un idiota era el único modo existente de tenerla más cerca.

La conocía mejor de lo que ella pensaba y sabía que su desapego provenía más de experiencias pasadas que de convicción propia. Tenía esa maldita manía de confiar siempre a ciegas, y en cada ocasión en que recibía algo inesperado, no dejaba de preguntarse qué empujaba a un desconocido a abrazar el odio con la misma furia con la que ella se entregaba a sus amantes de una sola noche, los cuales siempre formaban un número reducido. Como decía, todo en ella era paradójico, y aunque siempre daba la impresión de caminar al filo, detestaba con toda su alma los acantilados. Ojalá hubiese aprendido de ella ese modo de jugar con la paz y la adrenalina hasta el justo equilibrio.

—Siempre me enamoro del mismo tipo de hombre —me confesó una vez— hombres que no se dejan amar o que se empeñan en destruírme llevándome a su territorio. Después, cuando tengo uno frente a mis ojos sólo tengo que preguntarme de qué clase es, pero es una variable dentro de la misma caja de incertidumbre.

Cuanto más tiempo pasaba con ella, más se me escapaba. Y yo me escapaba de ella. Éramos tan conscientes de la temporalidad a la que estábamos sometidos que ni siquiera malgastamos el tiempo en hacernos promesas, en susurrarnos te quieros o intercambiar el número de teléfono. Incapaces de hacer algo sencillo o sin calcular. Nos mirábamos reconociéndonos sin tocarnos, porque sabíamos que en cualquier momento nos podíamos romper entre las manos del otro. Los proscritos no precisan de palabras para encontrar el reflejo en los ojos del otro. Y aún con eso, no dejaba de perseguirme una duda que me quemaba en lo más profundo y que tragué a cada ocasión.

Nunca me atreví a preguntarle qué tipo de hombre pensaba que era yo.


21.6.14

Libélula II


Viajar hacia el pasado es ir hacia atrás, caminar por el futuro es ir hacia atrás y el presente sólo sirve para herirte. Nunca nos lo dijeron durante las horas que duraba el colegio, ¿te acuerdas? Se dejaron tantas lecciones en el tintero. Pero yo disfrutaba mirándote a hurtadillas en las horas de clase. Ojear tus carpetas llenas de canciones, todas nuevas para mí, y tú siempre con esa sonrisa que me hacía temblar dentro, muy dentro de mí. Yo lloraba en el recreo porque me sentía muy pequeña, sin saber que llegaría un día en el que no podría dejar de crecer. Ignoraba tantas cosas entonces. Continúo sin saber otras tantas, claro, cada día me hago una pregunta como... ¿cómo se acuna una piel huérfana de besos cuando llega la noche? Pero tranquila, ya no es como otras veces, en las que sólo quería que alguien me abrazase fuerte y me hundiera las manos en el pecho. Ahora simplemente me mantengo encima del barco en precario equilibrio. Nunca nos dijeron que cuando caminas sola necesitarás el aliento que dejaste en otra parte, nadie te cuenta que vivir es, básicamente, reinventar el aire. Yo nunca quise escribir, ¿sabes? Quise ser tan egoísta como los demás. Quiero ser tan egoísta como tú y no lo consigo. Quiero jugar únicamente a perderme en las letras que escriban los otros.

9.6.14

Libélula I


Te gusta pensar que siempre todo me va bien. Ya sabes, a mí siempre todo me va bien, incluso cuando todo me va mal. Dices que soy una superviviente nata y yo respondo que tal vez. Sobreviví a los ojos azules, a las manchas de tinta, a los lobos hambrientos, a las embestidas en mi portal, a los tacones de aguja. Pero cómo iba a limitarme a sobrevivir. Yo quería algo más. Y lo tuve, porque no sé respirar sin entrar en guerra. Por eso siempre tengo el corazón hecho polvo. Me dices que sonría, que sobreviviremos a Johnny Cash y se lo contaremos a nuestros sobrinos. Si no nos matamos juntos por el camino, añado y sonrío. Cuando sonríes nunca desaparece de tu mirada ese brillo de nostalgia, me dices, de niña perdida en una estrella de adopción. Y tú, tú te has pasado demasiado tiempo respirando el frío de Dinamarca, y ya no sabes cómo caminar en invierno sin apartar de ti la nieve permitiendo que nos acerquemos los demás. Qué va, nunca te diré eso. Te lo insinuaré con la mirada y tú lo adivinarás. Todo puede pasar en un sueño.

1.6.14

Transparencias



Me gusta cuando me besas
porque, contigo,
son las cerezas
de un color infinito.