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5.3.20

Dejar marchar


Hace unos días estaba pensando en el paso del tiempo y en cómo cambia la vida. Recibí una noticia que me sumergió en una profunda introspección y por algún motivo estaba más sensible de la cuenta, así que me puse a pasear y pensar, dos actividades que cada vez se hacen menos por el puro placer de hacerlas.

Dándole vueltas a varios asuntos, me di cuenta de que 2019 ha marcado tanto mi vida porque ha sido un año de bienvenidas y despedidas. Pero creo que la mayor lección que vino a enseñarme fue la de aprender a dejar marchar. Cómo se dice adiós a lo que no quieres decir adiós, ya sea por cuestión de pragmatismo o por amor.

No es sencillo, claro.

A veces, porque a quienes tienes que decir adiós son personas en las que tenías depositadas cierta confianza y te traicionaron; pero era más cómodo vivir ajena y a esta realidad a pesar de la sospecha.

A veces, porque a quienes tienes que decir adiós te dañan y lastiman, queriendo o sin querer, pero el hecho es que te restan y te minan; pero la rutina a veces se plantea como lo único seguro en esta existencia permanentemente cambiante del siglo XXI.

A veces, porque a lo que tienes que decir adiós es a una vida conocida y todo lo que se antoja más allá es lo desconocido; y lo desconocido suele dar miedo y es un reto.

A veces, porque a quien tienes que decir adiós es a un gran amor pero la muerte se cruza en el camino.

A veces, porque tienes todas tus virtudes y defectos encima de la mesa y tienes que aprender a elegir qué llevas contigo y qué quieres dejar atrás. Preguntarte en serio quién quieres llegar a ser.

A veces, porque incluso quienes dicen quererte no te comprenden y lo mejor es separar caminos porque las evoluciones en la vida a veces nos acercan y otras nos alejan.

Que el año pasado haya querido darme una lección no significa sin embargo que la haya aprendido del todo. Aún me quedan cosas que limar. Aún me quedan pérdidas que enfrentar o ganancias que no quiero conmigo.

Y al final del todo, el apego.

Yo lo intento y a veces hasta casi lo consigo. Superar el apego, digo. Consigo horas, días, de crecimiento en soledad, de aprender de mí misma, de silencios que me aportan pensamientos o sensaciones que necesito sin precisar de nada ni nadie. Antes, que era la eterna nostálgica que sentía apego incluso por situaciones no vividas creo que, aquella persona que era, convendrá conmigo que ahora soy una persona más libre. Que sufre menos.

En ocasiones me siento aliviada y en otras me asusto. Es una contraprogramación y reprogramación brutal, porque en esta vida te enseñan a apegarte a todo desde que naces. En psicología, el modo en el que te trata tu familia se supone que enmarca tus relaciones adultas y eso se llama directamente, estilos de apego.

Me repito que lo malo no es “tener” cosas, “vivir” situaciones, sino dejar que eso te domine. ¿Se trata de eso, no? Tampoco debería encerrarme entre cuatro paredes porque me inquiete lo que puede suceder.

En cualquier caso, ahí estaba yo dando vueltas en círculos a un cuadrado (la circunvalación del cuadrado en lugar de la cuadratura del círculo, mucho más flexible, dónde va a parar) y me percataba, por un lado, de lo mucho que he aprendido y por otro lo mucho que me queda por aprender.

Cómo se casa que necesitemos anclajes básicos (agua, alimento, oxígeno) pero también otras circunstancias sociales que te ayuden a florecer, además de que haya anclajes deseables pero no necesarios. Y si bien no podemos decir que sintamos apego por el agua, sino que la necesitamos directamente; cómo se puede distinguir el apego de la necesidad a un nivel muy básico, a pesar de las toneladas de explicaciones racionales que intentamos aportar al respecto.

Reconozco, por otro lado, que cuando me siento débil en algunas situaciones hago barbaridades. Y busco experiencias que me sacudan de arriba abajo sólo para comprender que puedo vivirlas, que es bueno vivirlas y que saldré fortalecida de ella. Que no pasa nada para no ser un poquito kamikaze y liarse la manta a la cabeza. Y de comportamientos kamikazes y más en situaciones de terror, tengo algo de bagaje. Exposición a la fobia, que también dirían los terapeutas.

Total, que después de tantas vueltas me quité los pensamientos y sensaciones sombrías de encima y traté de quedarme con el pellizquito de quien se sabe aprendiz y le da reparo que le pregunten la lección demasiado pronto porque no se la sabe del todo bien. Y tengo tendencia al perfeccionismo, por más que a algunas personas les cueste creérselo porque choca diametralmente con mi otra naturaleza de estoica o de “paso de todo”.

Creo que a veces me gustaría ser la perfecta cínica. Cínica en el sentido de seguidora de la escuela filosófica cínica; el otro cinismo lo dejo para el humor ácido, pero no para la cotianeidad.

Y aunque no haya llegado a muchas conclusiones en este escrito (creo que nunca lo hago de todas formas, como decía Oscar Wilde, ya no soy tan joven como para saberlo todo) , gracias por leerme, quien quiera que seas.



1.11.18

No rendirse nunca es algo que sólo decimos cuando estamos rotas


Y el dolor se me disfraza de vacío existencial
pero no, no, no; hay que tirar pa´lante 
aunque se escondan las ganas,
se me confunden mil motivos para amar la vida
y odiar este sistema cruel
y un abismo se abre a veces cuando me quedo sola ah, ah, ay...
-Donde duele, La Otra-




Últimamente tengo la sensación de que me voy llenando de tantas cosas que termino desalojándome de mí misma. Hay demasiado ruido y consigue abrir una brecha en el cada vez más pequeño dique que me separa del mundo, y se cuela por ahí y me ensordece. Entonces me entra una sensación de asfixia que sólo se me pasa en los pocos momentos que consigo salir a respirar mientras no pienso en nada.

Existo entre la responsabilidad y la evasión, lo que significa no vivir en absoluto. Se me acorta la mecha de la espontaneidad y oigo de lejos el murmullo de esa conocida enemiga que es la inercia y que me impera rendirme a sus pies mientras le entrego mi vida. Y algo se rebela en mi interior, esa fuerza de salvamento que quiere retirarme de la no-existencia y que asoma la cabeza poco a poco, mientras rezo para tener energía para cuando llegue. Y no sucumbir a este hastío, a los días repetitivos que vas tachando porque no los vives en absoluto. Hay pequeñas chispas en ocasiones, algo que se parece a vivir de verdad, pero son fugaces y apenas las ves.

Miro a mi alrededor y veo a mucha gente inmersa en la inercia. Entre ellas yo, muchos días, muchas semanas. Con la ansiedad apoderándose de mis noches y el insomnio de antes del amanecer. Y vienen ecos del pasado a recordarme que yo plantaba cara a la inercia, incluso cuando no tenía ganas, incluso cuando no tenía fuerzas y que esa era la clave de todo. Romperle el juego a la inercia. Cultivar los momentos que querías vivir y regarlos con mimo. Esa era la vida.

¿Qué será de mi vida?
Desde luego nunca soporté bien el frío.
Ni por dentro, ni por fuera.






2.1.18

De Gata a Gata


(De esta Gata de Zinc que deambula por tejados ardientes intentando mantenerse siempre en pie a la Gran Gata Cattana)

Llevo mucho tiempo pensando en escribir esto y nunca termino de saber cómo. Creo que soy capaz ahora por el impuso del año nuevo, por la reflexión casi inevitable del año que ha terminado y las cosas que he vivido y más me han impactado de él. Tú has sido una de ellas.

Supe de ti hace un año y un mes. Viniste a mi ciudad a presentar tu primer libro. Me gustó el título nada más oírlo porque de pequeña me obsesioné levemente con ella “La escala de Mohs”. No llegué a tiempo a la presentación no recuerdo por qué. Supongo que por esas cosas triviales del día a día que te retrasan más de lo debido y hacen que te pierdas cosas importantes. Tengo que aprender a administrar mejor el tiempo. Apenas sabía de ti y ya me diste una lección. Recuerdo que investigué sobre ti, escuché algunas de tus canciones y me sorprendieron. Y mira que el rap nunca ha sido un estilo que haya estado entre mis preferencias, pero ahí estabas tú con canciones que se asemejaban a poemas cuyos nombres me son tan familiares como Lisístrata. ¿Quién hacía ese tipo de cosas? Sólo la Gata. Eras una pionera, una perla brillando en el océano del escaso futuro que tenemos en este país para que la cultura sobreviva.

Recuerdo la tarde en la que me enteré de tu fallecimiento. No nos conocíamos en persona, pero no sé por qué me golpeó como si de algún modo lo hiciéramos. No nos conocíamos, pero no podía dejar de ver ciertas semejanzas entre las dos. La primera, la más obvia, nuestra edad. Las dos teníamos veintiséis años y yo aquí estaba y tú, sin embargo, no. Siempre hay algo de injusticia en algunas muertes, pero en algunas más que en otras. Y la tuya era especialmente injusta. No sólo por tu edad, sino por quien eras y por lo que prometías llegar a ser. Cuando morimos, a todas por igual nos roban el presente; a ti, sin embargo, también te robaron el futuro –porque sólo algunas vidas esconden el rumor, a lo lejos, del Futuro-. Se hace inevitable no sacar a colación ese verso tuyo: Merecerte la vida/ hasta tal punto/ que tu muerte/ parezca una injusticia. Hablabas del oficio del poeta en ese poema, así se llama: “Tu oficio, poeta”. Creo que ha sido tu obra que más me ha impactado, junto con “La Satine”. Me dieron tal puñetazo cuando las leí que casi me caigo de espaldas. En la primera, decías: Tu oficio, poeta, es dignificar la especie/ Hacer que quepa la duda/ decir: “Algunos eran buenos. /Algunos no eran prescindibles”. Si me oyeras a los dieciocho años cavilar sobre ese mismo dilema, devanándome la cabeza acerca de para qué servía todo lo que escribía. Cuando me dio mi primera crisis real con esto de escribir y estuve meses sin hacerlo (yo, que a veces no podía dejar pasar ni un solo día sin sacar la libreta de emergencia que siempre llevaba en el bolso). Y me daba miedo que el tiempo me volviera insensible, que me convirtiera en científica o psicoanalista, que no fuera capaz de escribir relatos o poemas. Aunque no fueran buenos. Era la incapacidad para sacar lo que tenía dentro lo que me daba miedo de verdad. Volverme opaca y ahogarme con todas esas palabras dentro. Porque lo que no dices y se queda en el interior, te devora. Y quizá para mí escribir no sé si era una contribución a dignificar mi especie, pero sí que era una forma de salvarme, de no rendirme… ¿se puede considerar eso dignificar? En “La Satine” lo que reconozco es parte de mi esencia en general, pero sobre todo cuando dices: Venían los días estándar en que lloraba/ como una niña que apenas piensa en imágenes/ y pataleaba como intentando apartar semejante carga/ la nada, el sinsentido que es todo/ y la responsabilidad de andar con la cabeza erguida. En ocasiones es eso lo que me cuesta, andar con la cabeza erguida… y escribir. Con la certeza de que si dejo de hacer cualquiera de las dos me perderé a mí misma. Tendré que retomar esa primera lección que me diste sobre no dejar pasar las cosas importantes por otras más triviales que al final son una trampa.

En tu libro, en otro de los poemas, te reconoces sabionda y repelente. Eso también me suena porque me lo han llamado varias veces a lo largo de mi vida (aunque conforme pasan los años intento disimular ambas, a pesar de saber que a veces es necesario repeler a cierta gente y que ser sabionda es casi un halago y salvavidas en esta realidad donde día sí y día también se le hace un monumento a la ignorancia). Y me reconozco en tantas otras palabras que me hacen sonreír. Y en tu afición de plasmar la cultura grecorromana en tus versos y que te salga tan natural (cosa que a mí no me pasa). Y que hables de Baudelaire. Y que arda el feminismo en tus letras.

No caeré en la trampa de pensar que nos llevaríamos bien. No porque tenga la impresión de que no me fueras a caer bien –que intuyo que sí- , sino porque hablar desde el desconocimiento (y desde lo imposible ahora), nunca es justo. Es como cuando alguien cercano te dice “Tienes que conocer a X, os vais a llevar genial”, y luego resulta que os conocéis y no es para nada así. Pero sí que creo que, de coincidir, podríamos haber tenido debates interesantes y que habría aprendido mucho contigo. Y que te hubiera envidiado desde la admiración (de esto sí que tengo pleno conocimiento, porque creo que envidiarte desde la admiración es algo que he hecho desde que supe de tu existencia).

Resultó que, por una rarísima concatenación de circunstancias, me acerqué a algunas de las personas que formaban parte de tu vida. Conocí donde creciste, conocí a tus padres, a parte de tu familia, a personas con las que tuviste algo, a amigas y amigos tuyos. Leí tus poemas allí, delante de todos ellos. Y fue tan hermoso como extraño, porque no podía evitar preguntarme: ¿qué ocurriría si de pronto una persona que tan sólo me conociese de oídas o desde una vaga intuición de pronto se viera inmersa en mi vida? Que conociera mis aficiones, mis lugares, mis personas queridas, parte de mi forma de estar en el mundo. Sólo puedo desear que, si bien no llegué a tiempo a la presentación de tu libro –lo que me hizo sentir que había fallado en estar donde tenía que estar-, sí que hice bien estando en todo aquello que surgió en torno a ti. Me llevé cosas muy bonitas de aquella experiencia y jamás lo olvidaré.

Quiero ser guerra como tú, renacer en este nuevo año como guerra que seguir dando en este mundo, también hasta el fin de mis días y a pesar de todo. Usar estos veintisiete que no pudiste cumplir para dejar atadas una serie de cosas que tú sí supiste atajar a los veintiséis. Ser Gata en definitiva, aunque tú lo fueras a la ofensiva y yo lo sea a la defensiva.


O simplemente aprender que, a veces, la mejor defensa es un buen ataque.







2.11.16

Plan anti-noviembre


Este escrito no va dirigido a nadie en particular, pero podría ir dirigido a ti. Y va dirigido a ti si detestas noviembre tanto como yo.

Noviembre es el mes en el que empieza el frío y la noche eterna a las seis de la tarde. La luz desaparece súbitamente y sólo te entran ganas de hacerte un ovillo en el sofá y, si acaso, que alguien te abrace sin hablarte. La soledad, que durante el resto del año es una grata compañera, por momentos se vuelve hiriente y lacerante, y te susurra al oído que ese agujero negro que hay dentro de cada uno de nosotros no se cierra, y que por mucho que no le hagas caso sigue ahí. Y se vuelve, en la oscuridad de noviembre, un poquito más grande.

En noviembre mis escritos se cargan de furia, de muerte pero, sobre todo, de nostalgia. He hecho el experimento: te invito a leer algunas de las entradas de noviembre del blog de años anteriores. Cómo me reconozco en las de 2013. Casi todas, no sólo ésas, hablan desde la nostalgia de ausencia o de pérdida.

No es de extrañar que noviembre ya nazca noviembre porque su antesala es, de por sí, triste: comienza recordando a quienes ya no están. Y si las pérdidas son recientes o se despunta una posible en las proximidades eso la hace más dolorosa. Es difícil dar un significado positivo al hecho de que hay un pedacito de ti que ya no está. A veces no hay suficientes velas en el mundo para iluminar ese hueco. Y escuece.

Quizá por eso me guste celebrar Halloween: porque puedes dejar de ser tú por unas horas y no reconocer como tuya la tristeza que te ronda desde cerca. Tienes excusa para divertirte, dejar los pensamientos en el armario por unas horas, y a carcajadas ya no hay lugar para estar triste. No hay sitio para pensar que noviembre ya extiende la mano y te roza.

¿Y luego qué queda? Treinta días para habituarte a la falta de sol. Con lo poco que nos gusta a quienes somos muy sensibles al frío. Y es cierto que el frío no es bueno aunque trae cosas que sí lo son: se hace más grata la presencia de alguien bajo las sábanas gracias al frío; el frío nos invita a caminar abrazados por las calles; el frío cambia la cerveza por el vino –más reposado, más tranquilo, más íntimo… una cerveza te la puedes tomar con cualquiera, pero el vino sólo se toma con los buenos amigos… la cerveza exalta la amistad, pero in vino veritas y la verdad no es para todo el mundo-; el frío nos incita a tomar café caliente más a menudo o chocolate con churros –y nadie que esté tomando chocolate con churros puede ser infeliz-. El frío nos hace, en definitiva, acercarnos unos a otros para encontrar el calor que nos falta.

Así que hagamos un plan anti-noviembre, anti-frío, anti-oscuridad.

Riámonos más. Prohibámonos los libros, las películas, las canciones tristes en noviembre. Ocupemos el tiempo con actividades y personas que nos hagan sonreír. Abraza con más ganas. Llama a quien te falte. Sacude a los indecisos y arrástralos fuera de sus casas si hace falta. Sal a la calle aunque no te apetezca. Haz esa cosa odiosa que tienes pendiente y siéntete satisfecho por quitártela de encima. Dedícate tiempo. Mímate. Cómprate esa cazadora que te gusta y póntela. Lleva chocolatinas e invita a cualquier persona que tengas cerca. Si puedes viajar, viaja; el tiempo pasará más rápido.

Y que le den. Que le den a noviembre, a su oscuridad y a su frío. Contrarrestémoslo llevando con nosotros el calor del verano para abrigar a quien haga falta o encender una sonrisa.


Pocas cosas buenas pasan en noviembre, así que empecemos a crearlas nosotros.

25.7.16

Medicina alternativa


Dedicado con cariño 
a los compas y las compas 
del Camping Rojo 2016 celebrado en Tarifa. 
Gracias por vuestra calidez y calidad humanas.




Recuerdas el frío del invierno.
Pues ya no.
Ya no.

A veces hay cosas que curan.
No sé.
Qué sé yo.

Enfrentarse a situaciones nuevas.
Notar el cansancio en la piel.
Sentir el zumbido de las abejas.

Agradecer la bondad de las extrañas.
De los extraños.

Beber de fuentes frescas.
Caer también,
por qué no.
Mirar sin temor al prejuicio.
Sonreír y vencer.

Equivocarse. Aprender.
La adrenalina de la palabra
que se adentra en el silencio.

La curiosidad no mata al gato
y le prolonga la vida.
Más mata la ignorancia
que el tabaco.

Abrazar.
Abrazar un gesto.
Nutrirse de alimento
y de miradas.

Sororidades.
Complicidad futura
y complicidad pasada.

La electricidad de las risas
que no saben qué decirse.
Amistad hasta los números.

La oscuridad.
El vodka con limón.
El amor en las voces
de quienes bien te conocen
y te hacen crecer.

Madrugar.
Esquivar las quemaduras del sol.
Reconocer tu hogar
en las nacionalidades distintas.

Crear marcos sin opresión.
Rezar siempre convencida
desde el escepticismo.

El mar,
la arena y la sal.
Rascarse las rodillas en las rocas
y que no duela.
Jugar a las sirenas por un día.

Cantar entre gritos al viento
y que no salga la voz
para decir adiós.
Sentir los hasta siempre
en el vacío.

Quemar las ruedas
y que sarna con gusto
no pique.

Mirar atrás
desde la sensación –revolución-
permanente
de que por más que des
siempre será mucho más
lo que te lleves.










 Y en especial gracias a ti.
Porque caminar contigo es siempre aprender.







28.6.16

Yo qué sé (o anti-ensayo* sobre el amor)


*Nota: esto es un anti-ensayo porque, más que un ensayo donde se analiza, interpreta y evalúa un tema, es un auténtico canto a la ignorancia.


Hace años iba en el coche con quien era mi pareja de aquel entonces, la persona junto a la cual más tiempo he durado, en uno de nuestros infinitos paseos a las tantas de la noche por carreteras y vías en dudoso estado del Aljarafe sevillano, al principio de la relación. Empezamos a hablar en aquella ocasión de que lo que él y yo teníamos era algo que había nacido entre los dos de forma espontánea y genuina, pero que también era una decisión consciente. La decisión consciente de "voy a estar contigo porque sé que eres la mejor opción, no sólo porque me haya enamorado de ti". Fue entonces cuando yo sentencié: "el amor es una condición necesaria, pero no suficiente, para tener una relación".

Ahora me parece de cajón esa afirmación, pero en su momento fue toda una revelación, ¿por qué? Porque nos criamos con la mierda del amor romántico desde peques, con frases como "el amor lo vence todo", "encuentra a tu media naranja para estar completx", "all you need is love" y toda esa parafernalia pastelosa y falaz que tanto daño hace al sentido común. O a lo que yo creo que es sentido común.

¿Pues sabéis qué? Que maldito el día de mi puñetera revelación porque desde entonces ese axioma me ha perseguido. O más bien, me han perseguido todas y cada una de las puñeteras preguntas que genera.

Preguntas como, yo qué sé:

¿Qué más hace falta además de amor para formar una pareja? ¿Es el sentido del humor compartido? ¿Es la complicidad? ¿El saber llegar a acuerdos en la disensión que más o menos satisfagan a las partes implicadas? ¿Es la confianza? ¿La honestidad? ¿El respeto? ¿Tener un conocimiento profundo de la otra persona? ¿Que funcione la vida sexual compartida? ¿La admiración? ¿Todo eso junto? ¿Se supone que todo eso ya debería de darse por sobreentendido cuando hablamos de amor y que además hacen falta otras cosas?

Ocho años después de aquel día sigo sin las malditas respuestas. Y es que incluso aquel matrimonio tan perfecto entre la razón y el corazón se fue al carajo, y de la forma más estúpida (No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena, ¡jamás!). Pero no por eso he dejado de pensar que el amor es una condición necesaria pero no suficiente para formar una pareja.

Entonces, ¿qué hace falta para tener una relación? Una relación que funcione, añadiría ahora, porque obviamente puedes pasarte por el forro todas estas preguntas y empezar a salir con alguien sin tener claras las respuestas, pero entonces lo que te espera es una prolongada caída por el barranco llena de miedos, dudas, sufrimiento y encontronazos varios. Y yo de relaciones destructivas no sé vosotrxs, pero yo, ya.

¿Qué hace falta pues? Ni puta idea. No sé si el amor se parece más a "vamos a emprender este camino juntxs con cabeza y lo descubrimos poco a poco" o tiene más que ver con  "toma mi mano, sube en mi coche y no miremos cuánto queda en el depósito de gasolina". Seguramente haya algo de ambas. La proporción adecuada sigo sin saberla. O si hace falta algo más.

Yo qué sé.

Me da que mi afirmación categórica me acompañará toda mi puta vida -decida lo que decida- junto con el resto de preguntas que vienen con ella. Elegiré y me equivocaré -o acertaré, se puede acertar alguna vez, ¿no? ¿NO?- y seguiré sin respuestas.

¿Es bueno racionalizar tanto las cosas? ¿Racionalizar es sinónimo de matar "la magia"? ¿Racionalizo porque la puerta de la irracionalidad me da un miedo... irracional? ¿El amor tiene necesariamente que hacerte estúpidx o ciegx porque si no es otra cosa? ¿Hay tantos tipos de amor como personas o sólo reconocemos como "amor de pareja" aquel que se parece a otras cosas ya vividas y que previamente hemos etiquetado como tal, aunque ese amor de pareja que conocemos haya fracasado, esté lleno de errores y queramos mandarlo a dos mil kilómetros? Y eso que no estoy hablando de poliamor porque entonces ya apaga y vámonos. Quizá es que quiero simplificar algo que no se puede simplificar.

Una cosa que suelo decir mucho, que es casi una coletilla para mí por mi modo de vivir es "ya me las apañaré". Y así, improvisando como mejor sé o como me sale, sobrevivo. Y a veces hasta vivo y todo.

Se me viene a la mente una canción de Nacho Vegas y con ella cierro todo este despropósito que acabo de escribir sobre el que puedo divagar horas o decidir hacer borrón y cuenta nueva en un segundo, ya que:

"Miles de sabios antes lo han dicho
y otros lo repetirán:
Hay un deseo que todos tenemos
sentirnos amados y amar.
En este mundo que de tan absurdo
aún nadie ha sabido explicar
hoy los más viejos dan sus consejos
que escuchas antes de olvidar".



Y por cierto, podéis comentar y dar vuestra opinión sobre todo ésto, que aunque me alegra que de vez en cuando en las redes sociales le deis a "me gusta" o Favs o me digáis en persona o abráis el chat para comentarme que os ha gustado algo, está bien tener un feedback más complejo. Más que nada porque escribir es muy solitario y siempre se me pierde la impresión que os dejo cuando me leéis (y me voy a seguir rallando mucho sola y muy fuerte sin que nadie me lo pida, como veis) y creo que es interesante debatir o plantear más cosas y en este caso el tema lo merece.


16.6.16

Fraternidad







Sólo es un gesto.
Pero es de esos gestos que te hacen sentir que no terminas de vivir en un mundo apático ante el dolor y la injusticia.
Es verdad, no veremos una bandera palestina o cualquier otra que ponga de manifiesto que nos puede doler el ser un país del lado de los que ganan la partida, de los que ganan la partida matando a otros para robarles oportunidades, recursos y así construir con su sangre nuestra "paz". No porque seamos mejores, ni más sabios, ni siquiera más fuertes. Simplemente llegamos primero con las armas afiladas y dispuestas.
En todo caso, esa bandera no se ve en todos los ayuntamientos recordando a las víctimas de Orlando. Agradezco que Sevilla sea una ciudad donde sí se la pueda ver ondeando.

11.10.15

En Standby frente al mar mientras el mundo gira




Era muy joven cuando descubrí la canción Standby de Extremoduro. Tendría quince años recién cumplidos. Y aunque me gustaba, por aquel entonces prefería otras de la misma banda o de tantas otras. Al final se terminó convirtiendo en una de mis favoritas sólo porque muchas personas cercanas a mí me decían aquello de esta canción parece escrita para ti. Y con el paso del tiempo y escuchándola con atención me dí cuenta de que era cierto. Que aunque yo sea más de whisky que de ginebra, ya fuera por mi pelo rubio oscuro, mi insomne dipsomanía, mi tendencia a esperar algo que nunca llega, que deje entrar ratones -gatos- en mi casa para tener quien me espere o pasarme la vida entre andenes, entiendo que se me pueda ver reflejada. Así que en el concierto de Octubre del año pasado en Sevilla me desgañité cantando Standby como si me fuera la vida en ello.

Sin embargo, lo que me enamoraba de verdad era el poema con el que abre la canción en algunas ediciones. Cuando lo descubrí, lo primero que hice fue buscarlo y resultó que su autor era Francismo M. Ortega Palomares. Descubrí su blog al que me enganché inmediatamente y cuando abrí el mío propio hace ya ocho años, mi antiguo Sapere Aude, lo primero que hice fue enlazarlo. Y ahí sigue, en la columnita de la derecha de este mismo blog para mí misma o para quien quiera leerlo. Luego tuve la suerte de conocerlo un poco más a través de las redes sociales y descubrí que además de escribir muy bien, es una persona involucrada en temas de justicia social, que suele hacer siempre críticas constructivas y que inunda las redes con maravillosas citas de escritores y filósofos. Así que si tenéis oportunidad, fijáos en él. Muchas veces los escritores que son contemporáneos a nosotros no obtienen el reconocimiento que deberían. Será por aquello de que el día que estés muerto sabrás cuánto te quieren o, en este caso, descubrirán el talento que tenías.

Pero yo venía a hablar aquí de ese poema con el que conocí el principio de la obra del señor Ortega Palomares, Ideario. Quizá haya tanta gente enganchada a él porque es, además de una obra de impacto, la primera que hemos conocido suya. Y cuando conoces a un autor que te gusta, aunque luego leas otros poemas o relatos que te llegan más o te parecen mejores, siempre recuerdas la primera obra con la que lo conociste y se crea un vínculo especial con ella.

A veces me gustaría escucharlo en bucle, sin interrupciones. Cuando era adolescente me ponía el principio de Standby varias veces sólo para escucharlo. Cuando entiendes que a ti también te da vértigo el punto muerto y la marcha atrás, te angustia el cruce de miradas y la doble dirección de las palabras; que te ríes al saber que te arruinan las prisas y las faltas de estilo; que te tiembla el corazón ante los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales sobre cualquiera; que te cansas de tanto tráfico y tanto sin sentido, parada frente al mar mientras el mundo gira (aunque cuando estoy abrumada, mi inconsciente me hace un guiño cruel y me susurra varada frente al mar mientras el mundo gira).

Si tuviera una puerta tras la que refugiarme, en ella estaría escrita el Ideario completo, el cual se puede encontrar en su poemario Cuenta atrás. Y aquí os lo dejo, por si os faltan palabras tras las que manifestaros o esconderos.

Gracias Francisco M. Ortega Palomares.


Me da vértigo el punto muerto
y la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.

Me angustia el cruce de miradas,
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.

Me da pena la vida, los cambios de sentido,
las señales de stop y los pasos perdidos.

Me agobian las medianas,
las frases que están hechas,
los que nunca saludan y los malos profetas.

Me fatigan los dioses bajados del Olimpo
a conquistar la Tierra
y los necios de espíritu.

Me entristecen quienes me venden clines
en los pasos de cebra,
los que enferman de cáncer
y los que sólo son simples marionetas.

Me aplasta la hermosura
de los cuerpos perfectos,
las sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los códigos de barras,
el baile de etiquetas.

Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.

Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.

Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras el mundo gira.





17.9.15

De exilio, ruinas y fantasmas

Hay veces que estoy sola en casa y sin previo aviso me cabreo, así, sin más. Me cabreo mucho y muy fuerte y doy vueltas por la salita, por el pasillo, voy entrando de una habitación a otra sin saber por qué, sin saber si busco algo que he olvidado o si simplemente es un deje obsesivo de quien se sabe animal encerrado. Doy vueltas por mi casa, por la casa de mi madre, por mis pisos anteriores, da igual; mi madre me pregunta que qué busco y se ríe ante mis respuestas dramáticas, que ya son solamente sarcásticas porque están provistas de cotidianeidad, y ya sabe que soy pasto del pesimismo desde que a los cinco años le dije a una amiga de la infancia que su luz de noche no la protegería si un asesino entraba en su cuarto; y mis gatos me miran asustados y se ponen ansiosos con mis paseos y empiezan a correr por la casa como si mis demonios los persiguieran a ellos y yo tengo que inventarme aficiones torpes para no morirme deprisa a los veinticinco. Y ya me pasa esto desde hace tres años y no puedo, no puedo, no puedo, porque aunque me tranquilice da igual, siempre aparece el mismo cabreo sordo que me hace dar vueltas donde quiera que esté y algo me oprime los pulmones. Antes siempre me preguntaba ¿pero qué me pasa? Y seguía cabreada dándole vueltas al asunto y a la casa sin encontrar respuesta.

Y entonces hace unos meses la encontré. Encontré la respuesta por casualidad en un texto de César de Luna llamado El exilio en casa, y leí eso de yo nunca me marché, y sin embargo estoy desarraigado. Y seguí leyendo y entonces lo supe. 

Era eso. 
Era justamente eso.

Era el cabreo por saber que mi vida se divide en piezas, cada vez más, cada vez más y no puedo hacer nada para que los pedazos no salgan volando. Es saber que la gente se va y descubre ciudades por escribir y yo me quedo con trozos de pasado viejo que se me marchitan entre las manos. Es que la misma ciudad, tan grande como siempre, se llena de huecos y al final no queda nada: sólo caras desconocidas que me hacen más consciente del vacío de quienes ya no están. Y es así como el corazón se desmorona y se convierte en internacional y se llena de banderas de ciudades y países: Córdoba, Sevilla, Oviedo, Salamanca, Barcelona, Francia, Escocia, Alemania, Brasil... y ya no queda sitio para el terreno propio porque todo está disgregado en una maraña de espacios no compartidos. Como una mancha de tinta que se dispersa poco a poco en el agua hasta perder su esencia. Entonces las calles ya no son los lugares acogedores de antaño, las aceras se vuelven extrañas y frías hasta el punto de parecer que nunca caminaste por allí. El tiempo sigue pasando y todo cambia, y ya no reconoces los bares porque ya no son, no pueden ser, los mismos. Ahí quedan los huecos de los que se fueron, los ecos de risas pasadas, las conversaciones, los surcos invisibles de las copas... y todo se llena de fantasmas y no hay sonrisas nuevas con las que llenarlo todo otra vez para que el aire sea un poco más denso y te dé la sensación de que puedes seguir respirando con facilidad.

Quizá es cierto que me he ido a una ciudad reconocible pero que ya no es la mía. Que mis mapas no se hicieron de localizaciones, sino de personas, y ahora tengo entre los dedos un mapa desconocido sin lugares que visitar. Y entonces paseo por mi casa cabreada buscándoos de manera inconsciente porque dónde coño estáis, dónde coño vais a estar, que faltáis, que me faltáis a mí, joder. Me faltáis incluso estando en la ciudad de al lado, imaginad.

Hemos envejecido todos de forma prematura y de golpe. Sólo queda quemar ruinas y brindar por fantasmas, tal vez huir de aquí también.

Pero no hay lugar a dudas: estas calles que una vez lo fueron todo ya no las reconoce nadie.