Era muy joven cuando
descubrí la canción Standby de Extremoduro. Tendría quince años
recién cumplidos. Y aunque me gustaba, por aquel entonces prefería
otras de la misma banda o de tantas otras. Al final se terminó
convirtiendo en una de mis favoritas sólo porque muchas personas
cercanas a mí me decían aquello de esta canción parece escrita
para ti. Y con el paso del tiempo y escuchándola con atención
me dí cuenta de que era cierto. Que aunque yo sea más de whisky que
de ginebra, ya fuera por mi pelo rubio oscuro, mi
insomne dipsomanía, mi tendencia a esperar algo que nunca llega, que
deje entrar ratones -gatos- en mi casa para tener quien
me espere o pasarme la vida entre andenes, entiendo que se me pueda
ver reflejada. Así que en el concierto de Octubre del año pasado en
Sevilla me desgañité cantando Standby como si me fuera la vida en
ello.
Sin
embargo, lo que me enamoraba de verdad era el poema con el que abre
la canción en algunas ediciones. Cuando lo descubrí, lo primero que
hice fue buscarlo y resultó que su autor era Francismo M. Ortega
Palomares. Descubrí su blog al que me enganché inmediatamente y
cuando abrí el mío propio hace ya ocho años, mi antiguo Sapere
Aude, lo primero que hice fue enlazarlo. Y ahí sigue, en la
columnita de la derecha de este mismo blog para mí misma o para
quien quiera leerlo. Luego tuve la suerte de conocerlo un poco más a
través de las redes sociales y descubrí que además de escribir muy
bien, es una persona involucrada en temas de justicia social, que
suele hacer siempre críticas constructivas y que inunda las redes
con maravillosas citas de escritores y filósofos. Así
que si tenéis oportunidad, fijáos en él. Muchas veces los
escritores que son contemporáneos a nosotros no obtienen el
reconocimiento que deberían. Será por aquello de que el día que
estés muerto sabrás cuánto te quieren o, en este caso, descubrirán
el talento que tenías.
Pero
yo venía a hablar aquí de ese poema con el que conocí el principio
de la obra del señor Ortega Palomares, Ideario. Quizá haya tanta
gente enganchada a él porque es, además de una obra de impacto, la
primera que hemos conocido suya. Y cuando conoces a un autor que te
gusta, aunque luego leas otros poemas o relatos que te llegan más o
te parecen mejores, siempre recuerdas la primera obra con la que lo
conociste y se crea un vínculo especial con ella.
A
veces me gustaría escucharlo en bucle, sin interrupciones. Cuando
era adolescente me ponía el principio de Standby varias veces sólo
para escucharlo. Cuando entiendes que a ti también te da vértigo el
punto muerto y la marcha atrás, te angustia el cruce de miradas y la
doble dirección de las palabras; que te ríes al saber que te
arruinan las prisas y las faltas de estilo; que te tiembla el corazón
ante los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales
sobre cualquiera; que te cansas de tanto tráfico y tanto sin
sentido, parada frente al mar mientras el mundo gira (aunque cuando
estoy abrumada, mi inconsciente me hace un guiño
cruel y me susurra varada
frente al mar mientras el mundo gira).
Si
tuviera una puerta tras la que refugiarme, en ella estaría escrita
el Ideario completo, el cual se puede encontrar en su poemario Cuenta
atrás. Y aquí os lo dejo, por si os faltan palabras tras las que
manifestaros o esconderos.
Gracias
Francisco M. Ortega Palomares.
Me
da vértigo el punto muerto
y
la marcha atrás,
vivir
en los atascos,
los
frenos automáticos y el olor a gasoil.
Me
angustia el cruce de miradas,
la
doble dirección de las palabras
y
el obsceno guiñar de los semáforos.
Me
da pena la vida, los cambios de sentido,
las
señales de stop y los pasos perdidos.
Me
agobian las medianas,
las
frases que están hechas,
los
que nunca saludan y los malos profetas.
Me
fatigan los dioses bajados del Olimpo
a
conquistar la Tierra
y
los necios de espíritu.
Me
entristecen quienes me venden clines
en
los pasos de cebra,
los
que enferman de cáncer
y
los que sólo son simples marionetas.
Me
aplasta la hermosura
de
los cuerpos perfectos,
las
sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los
códigos de barras,
el
baile de etiquetas.
Me
arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el
paso obligatorio, las tardes de domingo
y
hasta la línea recta.
Me
enervan los que no tienen dudas
y
aquellos que se aferran
a
sus ideales sobre los de cualquiera.
Me
cansa tanto tráfico
y
tanto sinsentido,
parado
frente al mar mientras el mundo gira.
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