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10.10.18

Deporte, economía y otros asuntos “masculinos”




No son pocas las conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida acerca de la invisibilización de las mujeres en cualquier sector considerado tradicionalmente como “masculino”, mientras que por otro lado los lugares considerados patriarcalmente como femeninos son relegados al ostracismo social e histórico. Sin embargo, no voy a profundizar en ello, pues gracias a los avances del feminismo esta realidad es un fenómeno ya analizado pormenorizadamente por miles de autoras; fenómeno que, a pesar de ello, no ha desaparecido.

Me gustaría adentrarme en aquello que rodea a las publicaciones destinadas a un público masculino, el entorno que contextualiza esas noticias deportivas desprovistas de mujeres o con tratamientos machistas. Y como digo deportivas, digo de economía, moda, cultura, estilo... destinadas principalmente al género masculino (preferentemente heterosexual). Publicaciones que, no contentas con obviar deliberadamente en aquellas informaciones que se consideran relevantes a la mitad de la humanidad, no tienen problema sin embargo para utilizar el utilizar el cuerpo femenino como reclamo necesario y atractivo inseparable de su línea editorial. Publicaciones como Marca, AS, El Economista... disponen de webs de “ocio” donde los titulares sensacionalistas y las galerías de fotografías de contenido pseudopornográfico se entrecruzan sin ningún tipo de problema.

Cuando comencé a escribir esto, ya había hecho un investigación previa sobre artículos que hablasen de esta situación concretamente. Me quedé sorprendida al comprobar que apenas existen, lo que me lleva a la conclusión de que es una realidad tan normalizada que ni siquiera hay muchas líneas de tinta al respecto (sí en publicaciones más amplias, aunque por lo general lo que analizan es el uso del cuerpo femenino en la publicidad especialmente).

Ese tipo de publicaciones donde capitalismo y patriarcado se dan la mano, que no tienen ningún tipo de pudor a la hora de ganar clics a base de hacer de las mujeres un producto de consumo más, tienen que generar gran parte de los ingresos que ingresan esas empresas, porque de otro modo no tendrían sentido. Y todo esto, por supuesto, con la complicidad de miles de hombres que, cegados por sus privilegios, no tienen ningún reparo en acceder a esos contenidos. Como niños atraídos por caramelos en una tienda, ni se lo piensan a la hora de seguir manteniendo la ideología machista en publicaciones destacadas y cada día más millonarias porque entienden que, efectivamente, han acertado con su público de zombies. Al más leve atisbo de ¡TETAS! incluso mezcladas entre sesudos análisis de economía, ya les hacen virar sin mayor problema de una publicación a otra. Algunas de ellas que incluso deberían ponernos en alerta. En “Los 40”, publicación de contenidos musicales (y otras “cosas”) tienen titulares como “La pequeña bailarina de Sia ya no es tan pequeña” donde sexualizan a una niña de ¡16 años! Muchos de esos hombres que se escandalizan y horrorizan con casos de pederastia, abuso sexual o violaciones, no tienen problema alguno en acceder a contenidos que ¡oh, sorpresa! alimentan esa misma lógica.

Sé que es complicado, pero llevo llamando al boicot de ese tipo de publicaciones desde hace años. Si necesitan enseñarte las tetas de Kim Kardashian o sexualizar actitudes patológicas, no se deberían apoyar esas publicaciones. El deporte, la economia, la música, la moda... no tienen género ¿por qué se empeñan en dejar fuera a la mitad de la humanidad salvo para denigrarlo sin problema alguno? ¿Y no se sostienen tan bien por sí mismos que sería innecesario usar el cuerpo femenino como reclamo?Y hablo de género, y no de orientación sexual, porque como las mujeres sabemos, las mujeres lesbianas o bisexuales son infinitamente más respetuosas que las personas que han crecido bajo la masculinidad tóxica.

No hay nada inocente en entrar en publicaciones que alimentan un patriarcado que nos utiliza, mata y humilla cada día.



12.7.16

Si Lisístrata hablase... (Sexodrama pedagógico)


Será que el verano se presta siempre a hablar de sexo. Hay más tiempo libre, más cerveza o más ganas de charlar sobre banalidades o no banalidades, pero en efecto cobran importancia: las desastrosas relaciones pasadas o actuales, los ligues, los rollos, los amigos con derecho a roce o esa-cosa-que-no-sabes-cómo-llamarla-pero-que-está-ahí.

Hay conversaciones que surgen entre chicas y de las que un hombre bi o hetero aprendería una barbaridad sólo escuchando. El problema reside en que cuando hay un hombre escuchando nos cortamos o, de no hacerlo, ellos se sienten heridos en su orgullo masculino. En mi opinión el ego masculino es de esas cosas que debería irse retrete abajo, la verdad, porque así nos va.

El caso es que como creo que la lectura merece la pena, ellas se van a echar unas risas y ellos pueden hasta aprender, me voy a atrever por primera vez con un género en el que soy novatísima: el teatro. Esta mini-obra está basada en conversaciones reales que he mantenido a lo largo de mi vida.

Hay una canción que resume, en parte, lo que diré a continuación. Os animo a convertirla en un estandarte para las relaciones sexuales de este siglo, porque aún hay quien no se entera.








Y sin más dilación...


Subimos el telón y aparecen dos amigas: Claudia y Sara. Están sentadas en una de esas terracitas de verano, en una mesa de plástico rojo con sillas ídem. Delante de cada una hay una cerveza espumosa bien fría. Queda una silla libre, y de pronto aparece una tercera amiga, Marlén, que se sienta con ellas.

MARLÉN: Hola chicas, disculpad que llegue tarde, pero llevo toda la tarde hablando con mi primo porque estaba flipando con lo que le ha contado su mejor amigo.

CLAUDIA: ¿Y eso? ¿Qué ha pasado?

MARLÉN: Resulta que el mejor amigo tiene una nueva novia. Pues bien, ella le ha contado que la primera vez que se corrió tenía treinta años. Ella tiene ahora treinta y cinco, y el novio ha flipado y se lo ha contado a mi primo.

SARA: ¿Treinta años sin correrse? No sé por qué no me sorprende.

CLAUDIA: Pues a mí sí. ¿Tanto tiempo acostándote con tíos y ni un orgasmo?

SARA: Es más habitual de lo que se cree. Hay chicas que se acuestan con chicos y hasta que no prueban varios no empiezan a tener orgasmos. O eso, o el tío con el que están se pone las pilas y aprende.

MARLÉN: Sí, tú piensa en tu vida sexual, Claudia. ¿No crees que, y estoy siendo generosa, aproximadamente el 70% de los tíos con los que te has acostado eran unos auténticos mantas?

CLAUDIA: Pues… no lo había pensado, pero ahora que lo dices… Con algunos he tenido suerte, no te creas, y han sido buenos amantes o han intentado aprender si no lo eran. Pero así, en general… la cosa da bastante pena, sí.

SARA: A ver, por poner un ejemplo. Ahora la mayoría de los tíos ven mucho porno. Hay quien lo justifica diciendo que así se cogen ideas y tal. Pero es mentira. El porno les mata la imaginación. Cuanto más porno ven, más lelos se vuelven en la cama. Tuve un novio que veía mucho porno y cada vez que lo hacía me daba cuenta porque venía sugiriendo una postura imposible o una garganta profunda o me azotaba al estilo pornográfico o mierdas de esas. Se vuelven lelos y predecibles, como robots. De modo que cuanto más porno veía él, más malo se volvía en la cama. Y cuanto peor se volvía en la cama, menos ganas tenía yo de acostarme con él. Y él lo arreglaba viendo más porno. Al final cortamos, claro.

CLAUDIA: ¿Dónde quedan esos hombres que usan su imaginación para masturbarse? Aquellos que piensan en lo que les excita hacer o que les hagan y son capaces de correrse sin necesidad de imágenes explícitas.

MARLÉN: Sí, yo los llamo amantes mentales. Los que se masturban sin necesidad de ver porno son mejores en la cama, exploran el mundo de las ideas y eso enriquece la experiencia sexual. Y se les nota. Y es que el porno que hay es en su mayoría malísimo, aburrido y además machista. No digo que no haya que ver porno pero, joder, la mayoría es una auténtica basura. Así salen luego ellos con esas ideas estrafalarias.

SARA: Sí, como lo de la garganta profunda. Habrá alguna chica a la que le guste hacerlo, yo no digo que no. Pero, sinceramente ¿a cuántas les gusta asociar el placer sexual a la náusea? ¿No son experiencias contradictorias? Es como si te pusiera bruta marearte en el coche y potar. A mí me pasó una vez con un ex novio. Al tío no se le ocurre otra cosa que, después de haber cenado los dos en un italiano, llevarme a su casa y en un descuido metérmela hasta la garganta.

CLAUDIA: ¿Y qué ocurrió?

SARA: Pues que poté toda la pizza en su cama, claro. El olor a vómito no se fue de su cuarto en diez días.

MARLÉN: Y, hablando de sexo oral, ¿os ha tocado alguna vez un amante egoísta, de esos que quieres que tú se la comas pero él no va ahí abajo ni loco?

CLAUDIA: Calla, calla. Ni me lo menciones. Más de lo que parece. Y es absurdo. Vamos a ver, ¿a ti te gusta que te la coman? SÍ. A día de hoy no he encontrado un solo tío al que no le guste. Y ya sabéis que mi lista es extensa. Ahora, que ellos sean igual de generosos y bajen… No sólo que bajen, sino que lo hagan con la misma frecuencia con la que bajas tú. Más o menos, ¿no? ¿Por qué si yo bajo una media de dos veces por polvo, él al menos no baja una? O qué coño. Que baje dos también. Equidad.

SARA: Sí. En la serie ésta, “Sexo en Nueva York” llamaban al acto de ir a hacer un cunilingus “bajar al pilón”.

MARLÉN: Jajajaja. Bajar al pilón. Me parto.

CLAUDIA: Sí… Pues ya sabéis chicas, si ellos no bajan al pilón, vosotras tampoco. Que aquí los hay muy listos.

MARLÉN: Quid pro quo.

SARA: Eso. (Bebe cerveza)

MARLÉN: Y ya que mencionamos el cunilingus… ¿no os da la sensación de que la mayoría cuando lo hacen están más perdidos que un pulpo en un garaje?

CLAUDIA: Desde luego. (Bebe cerveza)

SARA: Uf… Si te contase. Los hay que se pierden en los alrededores y no encuentran nunca el clítoris.

CLAUDIA: Y también los que se centran en el clítoris y olvidan lo demás, ¡que el clítoris no es un timbre, hombre!

MARLÉN: Jajajaja. Y los que ponen la lengua en plan puntiagudo y parece que te están pinchando. O los que meten demasiado la cabeza y te raspan con la barba, que no sabes si te están haciendo un peeling o qué.

SARA: O los que, como decíais antes, han visto demasiado porno y parece que tienen en la lengua un cuentakilómetros y van tan rápido que no sientes nada porque parece que quieren ser Induráin con la velocidad. ¡Que es un clítoris, no un flan!

CLAUDIA: Lo de la lengua puntiaguda es un caso. Con lo que mola que la dejen plana y vayan con suavidad…

MARLÉN: Despacito… (Bebe cerveza)

SARA: Uf, callaos que me estoy poniendo cachondísima.

CLAUDIA: Jajajaja. Claro. Que la cosa es ir explorando poco a poco, no comerse todo el pastel de golpe. (Bebe cerveza)

MARLÉN: Y también están los que sin mediar palabra te meten los dedos. Pero vamos a ver, ¿acaso te lo he pedido?

SARA: Eso. Qué manía con los dedos. Y más los que parece que tienen una bomba de extracción, o que te están metiendo algo muy hasta el fondo y van súper fuerte. Así te insensibilizan y cuando te penetran ya sólo tienes ganas de irte a tu casa y que te dejen en paz.

CLAUDIA: Bueno, y los que te meten los dedos directamente, sin hacerte sexo oral antes ni nada, y se van a por el punto G como si no hubiera mañana, y para colmo no lo encuentran, y es como… ¿perdona? ¿tengo el clítoris de adorno? SE SUPONE QUE LA VAGINA NO TIENE MUCHAS TERMINACIONES NERVIOSAS. Sobre todo porque está diseñada para que el día de mañana saque un niño de tres kilos por ahí.

MARLÉN: Jajajaja. Con las manos son unos torpes la mayoría. Sólo he conseguido correrme con un par de tíos mientras me masturbaban. Como están empeñados en meterla casi siempre, no se paran a jugar con las manos. Y a mí que un hombre me meta las manos en las bragas y me acaricie con suavidad me pone perrísima.

SARA: Pero con suavidad y sin hacer mucha presión, que si no duele.

CLAUDIA: Desde luego. A mí más de uno me ha dejado dolorida durante días por darme demasiado fuerte con la mano. Y con infección urinaria incluida.

SARA: Qué bestias son. Se creen que somos muñecas hinchables.

MARLÉN: ¿Y qué me decís del tema “posturitas”?

SARA: Da auténtico miedo. (Bebe cerveza)

CLAUDIA: Es como… pero vamos a ver, tío… no quiero hacer el kamasutra en cinco minutos. ¿De qué me sirve poner 500 posturas? Encuentra UNA que me guste. UNA. Al menos. Por favor.

MARLÉN: Jajajajaja. Es que a veces no sabes si estás en una clase de gimnasia o en la cama con un tío.

SARA: Y a veces te estiras tanto o te ponen las piernas en Pekín… Y es como… se me está subiendo la sangre a la cabeza, NO ME CONCENTRO.

CLAUDIA: Venga, tema peliagudo donde los haya. Sexo anal.

MARLÉN: Buenooo…

SARA: A mí no me miréis. Lo odio. Me duele sólo de imaginarlo. Y algunos se ponen pesadísimos con el tema.

CLAUDIA: El sexo anal es delicado. ¿Por qué no se habla? Algunos tíos parecen con este tema soldados estadounidenses, que primero disparan y luego preguntan. Es para decirles: ¿HOLA, TENGO PINTA DE FORTALEZA MEDIEVAL? ¿A QUE NO? Pues tu polla tampoco es un ariete.

MARLÉN: Exacto. ¿Te imaginas que fuera al revés? ¿Que nos estuviésemos enrollando con ellos y de pronto sacásemos un vibrador del bolso y se lo encasquetásemos en el culo? Yo creo que les daría un infarto.

SARA: Claro, pero si tú lo haces eres una rara pervertida y si lo hacen ellos es que “es normal que quieran dar por detrás”. Una vez estaba yo a cuatro patas y el chico maniobrando por ahí detrás, y no sabía si es que quería darme por el culo o se estaba haciendo la picha un lío y no sabía por qué agujero era. ¿Sabéis que hay tíos que creen que meamos por la vagina?

MARLÉN: Anda ya…

SARA: Que sí, que sí. Que un tío una vez me preguntó si meábamos por la vagina.

CLAUDIA: Pues no es tan raro. Yo una vez le hice esa misma pregunta a un ex que tuve, ¿y sabéis cuál fue su respuesta? “Nunca me lo había planteado, la verdad”.

MARLÉN: Les dejamos ponerse al volante sin conocer la máquina. Sin tener ni puta idea de la máquina.

CLAUDIA: Yo les hacía un examen de anatomía femenina antes de follar, la verdad. Y unas cuántas preguntillas más, por si acaso.

SARA: Pero bueno, volviendo al tema del sexo anal… Yo creo que si el culo no está directamente relacionado con el sexo por algo será…

CLAUDIA: Pues yo creo que es interesante, pero hablándolo primero y con preparación previa. Es decir, a mí me gusta que me hagan sexo oral primero y que me acaricien poco a poco por la zona, y entonces despacito y con mimo la cosa puede ir bien. Las veces que me he corrido con el sexo anal han sido muy intensas.

MARLÉN: Pues a mí, además de que tienen que ser cómo y cuándo yo quiero tengo una cosa muy clara: que si ellos no están dispuestos a poner el culo, yo tampoco. Si pedimos reciprocidad en el sexo oral, ¿por qué no en el anal también? ¿Qué pasa, que su culo es de porcelana pero el nuestro está siempre a la venta?

CLAUDIA: Eso digo yo. Si tú quieres dar pero que no te den, que no cuenten conmigo tampoco. ¿Por qué querría dejarme hacer algo que el otro no quiere que le hagan? O todos o ninguno.

SARA: A mí lo que sí me gusta mucho es la postura de la cowgirl, yo encima. Desde ahí lo controlo todo y el chico se puede relajar.

MARLÉN: Claro, pero si tú quieres estar todo el rato encima se rallan y empiezan a dudar de si son buenos o no.

CLAUDIA: Es que es eso, el ego por querer demostrarte lo buenos que son o el miedo a cagarla son trabas enormes. La primera norma debería ser que dejasen el ego fuera de la cama. Y que explorasen.

SARA: Y que preguntaran. ¿Por qué soy yo siempre la que pregunta: cómo te gusta, tienes alguna sugerencia, lo estoy haciendo bien, prefieres otra cosa? ¿Por qué ellos nunca me preguntan qué me gusta a mí?

MARLÉN: Porque se cortan y les hace parecer vulnerables.

CLAUDIA: Sí, pero para bajarte las bragas ahí no se cortan ¿eh?

SARA: Es que el sexo es comunicación. Es preguntar, corregir, probar, explorar, volver a preguntar, redirigir, aprender…

MARLÉN: Hay una leyenda urbana que dice que los tíos que follan con muchas tías son mejores en la cama. Pero es mentira. Pueden estar acostándose con mil y haciéndolo mal con las mil. Cuando empiezas con una persona nueva nunca sabes qué te vas a encontrar.

CLAUDIA: Es como si fueras muy bueno en un deporte de riesgo, pongamos rafting, y de pronto te da por hacer puenting. ¿Te tirarías por un puente con el mismo equipo y con la misma confianza con la que haces rafting? No, ¿por qué? Porque es una cosa nueva. Tienes que estar con los ojos abiertos y alerta para aprender a hacerlo bien. ¿Por qué con nosotras no pasa lo mismo? ¿Por qué se creen que follando con una es lo mismo que si follara con cualquier otra?

SARA: Hay que acercarse con humildad y sin dar las cosas por supuesto. Y con mimo. Aunque sólo sea cosa de un día. Vale que no te vayas a casar con un tío, pero joder, ¿no puede ser un poco cariñoso y no hacerte sentir un queso gruyère? UN POCO DE DULZURA, COÑO.

MARLÉN: Qué raro, Sara gritando. Por segunda vez.

SARA: Es que me cansa mucho. Yo no digo que tengas que ser un romántico ni la persona más empalagosa del mundo, pero si se acuesta contigo qué menos que te trate con algo de mimo ¿no?

CLAUDIA: Tienen miedo a que si lo hacen te pienses que están enamorados de ti o algo.

MARLÉN: Pues que les den. Te levantas y te vas.

SARA: Una vez tuve un amante, el mejor amante que he tenido, que nunca se levantaba de la cama sin asegurarse de que yo estuviera bien satisfecha. Y que al menos me hubiese corrido dos veces. No es como la mayoría de los tíos, que ellos se corren y ya si eso te apañas tú o te duermes.

MARLÉN: ¿Pero existen ángeles así, que te dejan satisfecha siempre?

SARA: Existen, pero es más difícil encontrarlos que vomitar por una pajita. Yo sinceramente creo que si se quiere, se puede. Pero ellos tienen que poner de su parte.

CLAUDIA: Creo que los tíos deberían tener al menos una habilidad en la que sean muy buenos.

MARLÉN: Sí. Que si son buenos con la penetración, adelante. Que si se manejan bien con la lengua, adelante. Y si son hábiles con las manos, adelante. Porque si fallan en alguna de esas cosas, pueden hacer otras para compensar.

SARA: Y así tú no te quedas cachonda perdida y con cara de idiota.

CLAUDIA: Si por eso, chicas, el sexo es comunicación. Intercambias miradas, suspiros, fluidos, olores, una cama… y también palabras y cariño, ¿por qué no?

MARLÉN: Hay que hablar y preguntarse mucho. Y darse indicaciones. (Bebe cerveza)

SARA: Así sí.

CLAUDIA: Y si no a cerrar las piernas hasta que follen mejor. Tanta prepotencia, tanto ego y tanto querer demostrar.

MARLÉN: Una amiga mía lesbiana dice que si nos organizamos entre nosotras, follamos todas.

SARA: Jajajajaja. Pues como no se pongan los tíos las pilas igual pruebo y todo.

CLAUDIA: Con todo y con eso, no estaría mal que aprendiesen a manejarse los chicos un poco.

MARLÉN: Ya te digo: Comunicación, comunicación y comunicación. No querer hablar estas cosas es de catetos.

CLAUDIA: Y si no, ya se sabe: El día en que los vibradores inviten a copas, los hombres se extinguen.

SARA: JAJAJAJAJA. Hay que ver, Claudia, qué bruta eres.

CLAUDIA: ¿Qué? Los hombres hacen chistes machistas todo el tiempo. ¡Autodefensa feminista!

MARLÉN: Si no fuera por el feminismo, estaríamos perdidas…

SARA: Imaginaos... ¡ni sabríamos que tenemos clítoris!

Se cierra el telón.



Que cada unx saque las conclusiones que tenga que sacar. Antes de que me vengan los machirulos con el orgullo herido diré: no está mal equivocarse, en el sexo tampoco, lo que es un problema es no rectificar. Espero que las chicas bi y hetero os hayáis sentido identificadas –o mejor, que no lo hayáis hecho porque os follen en la actualidad como las diosas que sois- y al menos que sepáis que no estáis solas y que necesitamos compartir estas cosas entre nosotras y también con ellos. Las chicas también fallamos en la cama, por eso la idea es que nos digan qué gusta y qué no. Cada persona es diferente.

Si la gente hubiese escuchado a los Lujuria en la adolescencia –grupo muy feminista en sus letras toscas, por cierto- mejor nos iría a todxs.

Y si no, pinchad aquí.





13.4.13

Diario de una sapiosexual (II). Por qué los machos alfas para nosotras son analfas.



Este post está inspirado en una consulta que me hicieron hace poco.
¿Qué atrae a una sapiosexual?
Si la primera parte se la dediqué a las chicas incomprendidas,
ésta se la dedico a los chicos
independientemente de su condición.


El tema de las atracciones, las hormonas y las historias varias es peligroso para todos. Se abre ante ti un mundo desconocido de posibilidades infinitas. El problema está en que cuando empiezas a conocerlo en tus tiernos años de adolescencia, hay cosas que te impresionan. Si además eres sapiosexual, te detienes a analizar una serie de comportamientos que no entiendes del todo bien, aunque comprendas la utilidad final de los mismos.

Sin pretender hacer un manual acerca de cómo atraer a una sapiosexual, ciertamente hay una serie de cosas que nunca se deberían hacer. Esto afortunadamente no lo sabe todo el mundo, por lo que es fácil para una sapio descartar a posibles candidatos que pretendan seducirla con semejantes técnicas.

A saber, los piropos. Hay que saber que los piropos los carga el diablo y es recomendable tener extremo cuidado con ellos. Algunos están muy manidos de tanto usarlos, como “guapa”. “Guapa” es el piropo por defecto. Se puede usar, claro, pero no conviene abusar porque pierde el significado rápido. Cuando llamas guapa a la chica que te gusta, pero también a tus amigas, a tu madre y a tu perra, pues como que ya no es lo mismo. Por otro lado, un error común es, en un pretendido alarde de originalidad, complicar los piropos hasta convertirlos en frases de ligoteo (también manidas), que no sé qué es peor: “Ten cuidado que se te cae el papel... el que te envuelve, bombón”, “Eres tan dulce que haces que el azúcar sepa a sal”... a nivel personal incluso llegué a sufrir ese de “Si fueras bollicao, te comía hasta la pegatina”. Cómo se te queda el cuerpo.
Un piropo debe ser sincero, sencillo y estar dicho en el momento adecuado, evitando que se transforme en una coletilla o apelativo, porque pierde su efecto. Hay que tener en cuenta que para una sapio, alabar constantemente algo que ella no ha elegido es un error. Y me refiero al aspecto físico. Si tienes una personalidad que te has currado, ¿por qué sólo comentan lo guapa que eres? Puede llegar a ser frustrante.

Hay que mantener a raya los comportamientos robóticos. Si estás en la discoteca con tus amigas y se te acerca un chico con un Ey, qué pasa guapa (El ola k ase del messenger) te está dejando claras sus intenciones, pero también lo hace con una originalidad cuestionable. Cuando ve que contigo no tiene éxito, pasa a preguntar a otra eso mismito que te acaba de decir a ti y así se mueve por esos lugares, como en un bucle. Si empiezas a observar el comportamiento del muchacho en cuestión, recuerda a esas máquinas de tu infancia a las que echas una moneda, te subes encima, te da un paseo y te bajas, hasta que llega otra persona que echa una moneda y también se sube al hacerla funcionar. Porque da igual que te subas tú o que se suba otra, entiéndase el eufemismo. El Ey qué pasa guapa es mecánico, es ese cochecito que espera deslumbrarte con sus colores y su baño en colonia de dudoso gusto, esperando que eches la moneda y te subas. Con una sapiosexual no suele funcionar esta técnica. El maromo de discoteca debe buscar a la maroma de discoteca, que por si alguien tiene dudas, es esa chica a la que preguntas ey, qué pasa guapa y te responde con un jiji. Cada oveja con su pareja, ha sido así desde tiempos inmemoriales. Los mecanismos lingüísticos de selección natural están ahí, para qué negarlo.

Otro aspecto a tener en cuenta son las técnicas aversivas. Lo que comúnmente se denomina picar a la otra persona. Utilizado con mesura, tiene gracia. Es estimulante. Lanzar una pulla tras otra, como disparando proyectiles a discreción no mola. Puede cansar, cabrear o hacerte pensar que la otra persona es gilipollas y no entiende las señales de: tío, para ya. Quitarle la goma de borrar a la chica que te gusta y escondérsela tiene gracia una, dos, tres veces, espaciadas en el tiempo. Basar en la goma de borrar el 90% de tu relación con ella es tener muchas ganas de que te mande a la mierda.

Un tema delicado de tratar es el acoso. Hay personas que no entienden la sutil diferencia entre mostrar interés en alguien y perseguirlo hasta la puerta de su casa. Es difícil de distinguir, lo sé, pero hay que hacer un esfuerzo. Otra modalidad es enviar mensajes a todas horas o no entender que esa persona tiene vida propia, pudiéndote convertir en una molestia más que en una presencia agradable. En el equilibrio está la virtud, decía Aristóteles, y por más mal que me caiga, ahí (y en otras cosas) llevaba razón.

Así que, en definitiva, hay que usar el sentido común. No sólo con las y los sapiosexuales, sino con cualquier persona en general. Y si resulta que es el menos común de los sentidos, hay que ser cauto para no meter la pata.

O si no, tampoco hay que amargarse. Hay que tener en cuenta la selección natural, si pasa de ti es que no te conviene. Y así todo.

También te puede interesar la primera parte de esta entrega.


8.4.13

¿Emperatrices o sumisas? El difícil ejercicio de la libertad femenina y de por qué las relaciones basadas en el amor romántico no funcionan o se terminan yendo a la mierda



Ya me estoy empezando a hartar
de ser tu princesa nada más.
[...]
Y apuntando con el secador me dice
que no joda, que sola está mejor

Emperatriz
Supersubmarina



Una relación (amistosa, amorosa, indefinida) no es un contrato, es una relación.

Una relación es unir lazos con alguien porque te apetece, desde tu libertad personal, individual e intransferible. Nadie te obliga a permanecer en una relación, estás porque quieres. Si estás aunque no quieras, ya no es una relación sana.

Si tú quieres estar para una persona, allá tú, es tu decisión.

Puedes decidir estar para lo bueno o para lo bueno y para lo malo (si sólo quieres estar para lo malo, háztelo mirar, se llama masoquismo).

Esa otra persona, desde su libertad personal, individual e intransferible puede establecer contigo los mismos lazos, lazos diferentes o ninguno en absoluto. Y es libre, como tú, de establecerlos como quiera.

Una vez claras las reglas, donde lo deseable es jugar ambas personas al mismo juego, se puede avanzar, retroceder o eliminar de raíz toda relación.

Pero, ¿qué significa “estar” para una persona?

¿Significa que vas a estar con ella, para ella, pase lo que pase o sólo si se ciñe a tus deseos?

Porque existen relaciones basadas en la libertad y otras basadas en la coacción. Y tenemos un problema cultural grave, porque se nos enseña de boquilla que toda relación se basa en la libertad, cuando lo cierto es que la mayoría se terminan convirtiendo en relaciones coercitivas.

Se nos enseña que las relaciones son estáticas, como si los deseos de las personas no pudieran cambiar y evolucionar con ellas, como si por el hecho de decidir algo en un momento dado, no pudiéramos cambiar de opinión después.

Las amistades suelen ser más flexibles en cuanto a ésto último, de ahí que suelan ser más duraderas que las relaciones de pareja (y más satisfactorias a la larga).

El problema, convenimos, está en las relaciones de pareja. Concretamente, en las relaciones de pareja basadas en el estereotipo del amor romántico, que es el que manda en el mundo occidental.

Una relación de pareja basada en el amor romántico establece, básicamente:

-Que el amor de pareja es necesariamente sinónimo de sacrificio.
-Que el amor de pareja es eminentemente exclusivista.
-Que el amor de pareja está por encima de cualquier otro.

Y si te sales de estas condiciones es que “no quieres a esa persona de verdad”. No, perdona, a lo mejor es que no te quiere como tu querrías que te quisiera. Como si se pudiera querer de mentira.

Es decir que, objetivamente, el amor romántico aún basándose en la anulación y/o represión de los deseos personales de dos individuos, es lícito porque esas dos personas están dispuestas a renunciar a sus derechos individuales. Se premia a las personas que han elegido libremente ser esclavos el uno del otro. Y cuando empiezas una relación con una persona, esto no se dice muchas veces ni se pacta, esto se supone. Y se supone aunque la relación cambie o sea insatisfactoria o cualquier otra cosa. Ahí viene la trampa: mantenemos las “obligaciones” de una relación a pesar de que haya desaparecido la satisfacción que nos proporcionaba.

Cuando nos enamoramos, muchas veces esperamos contratar el amor de esa persona para siempre -o hasta que nos dé la gana-. Y si a los dos meses no le satisface, le damos de baja sin compromiso ;-)

Contratamos afecto y, en ocasiones, hasta con compromiso de permanencia (como en el caso del matrimonio tradicional). Y luego nos frustramos porque las cosas no salen bien, porque al final esa relación se torna en una fuente constante de insatisfacción. ¿Por qué? Porque las condiciones han cambiado, pero no se nos permite modificar las reglas del juego.

Hay una coerción muy sutil que se establece en una relación de pareja. Una coerción que personalmente me aterra. El perverso juego es el siguiente: Yo te doy 10... así que dame 10 tú también. Y si no lo haces, no me quieres. Y si no me quieres, sal de mi vida. Y así es todo de radical.

Vamos por la vida exigiendo a las personas que nos quieran como nosotras las queremos, y esto no es así, no puede ser así, por más que nos empeñemos.

Eso por un lado.

Desde mi punto de vista femenino y heterosexual (creo), las mujeres nos encontramos con otro problema, además de tener que cumplir con el estereotipo de amor romántico.

Ahora que los tiempos han cambiado, los hombres gritan: ¡mujeres sumisas no, mujeres libres!
Y eso queda muy guay y muy políticamente correcto. Pero pocos se paran a pensar qué significa ser una mujer libre. Ser una mujer libre implica guiarte antes que nada por tus deseos, pensamientos y sentimientos. Si se diera el caso de tener que elegir, esa mujer elige por encima de los deseos, pensamientos y sentimientos de los demás, sí. En cierto momento, esa mujer puede elegir tener más en cuenta el deseo de otra persona antes que el suyo, pero eso no es una obligación innata en la mujer como se nos viene inculcando desde pequeñas, ni es una costumbre sana si se hace a menudo, sino que al ser una elección individual -y puntual- se llama hacer un favor enorme. Aunque no tiene que ser necesariamente sinónimo de amor. De hecho, muchas veces se hace por puro interés.

En fin, aquí viene la perversión del sistema heteropatriarcal:

Una mujer elige satisfacer a un hombre. Aplausos, vítores. Ha elegido lo correcto, ha elegido anteponer a otras personas antes que a sí misma.

Una mujer elige mandar a paseo a un hombre. Abucheos, gritos de decepción. Es una estrecha... salvo con una honrosa excepción.

Antes, ninguna mujer podía estar con un hombre que no fuera su marido. Ahora se nos permite estar con más de un hombre, pero sólo si al final nos volvemos buenas, sólo si al final terminamos con única compañero al que ser fiel todos los días de nuestra vida. ¿Es eso libertad o nos la están volviendo a dar con queso?

¿Podemos tener mujeres libres cuando se nos presiona desde la sociedad para que anulemos y reprimamos lo que somos en pro de los deseos de otro, preferiblemente varón?

Podemos, sí, pero conlleva el precio de la estigmatización social, mientras que los hombres que eligen el camino de ser libres no suelen correr la misma suerte que nosotras en este aspecto.

Muchos hombres desean que las mujeres que les interesan sólo para tener sexo sean muy libres, sean muy putas. Como los están satisfaciendo, ahí no hay problema y está todo bien.

¿Y para establecer una relación de pareja? Las cosas cambian. Ellos también eligen a chicas malas para enrollarse, pero se casan con las buenas. Es decir, que las malas, las putas, las libres, no son dignas merecedoras de amor.

¿Quiénes son las buenas? Aquellas que aceptan las normas heteropatriarcales de sumisión por sistema, se supone que de forma totalmente voluntaria, a los deseos del otro.

La clave está en qué deseamos ser nosotras. ¿Deseamos ser mujeres libres para unas cosas y sumisas para otras? (Hipócritas, en otras palabras) ¿Tenemos que desdoblar nuestra personalidad para contentar a todo el mundo? ¿Una mujer puede ser muy puta con otros y muy fiel con uno? O peor aún... ¿debe serlo si no está de acuerdo con ello?

¿Cómo ser libres si la sociedad claramente aplaude el hecho de que pongamos cadenas a nuestra naturaleza y nos escupe cuando no cumplimos con unos supuestos? Pues a base de sangre y fuego, no hay otra. ¿Queremos ser mujeres libres, sumisas o sumisas que aparentan ser libres? Y allá cada una. Todas tienen claras consecuencias.

Amar a una mujer es aceptarla con sus deseos, pensamientos y sentimientos. Gracias a ellos y, a veces, a pesar de ellos. Es lo que hace que una mujer sea esa y no otra. Si a una mujer le negamos que desee, piense y sienta como lo hace, es negarle que sea ella misma. Cuántas veces procuramos negar la realidad de lo que es, para convertirla en la que deseamos que sea.

No olvidemos tampoco que ellos no se escapan de las reglas del juego, aunque si lo hacen no son tan castigados. El estereotipo del amor romántico no entiende de géneros. A ellos también les pide que, por cojones, renuncien a una serie de privilegios sólo porque se han enamorado. Y si quieren, que lo hagan. Pero no deberían tener por qué hacerlo. Y nosotras tampoco.

Las relaciones de pareja son difíciles por eso, porque muchas veces no sabemos distinguir entre nuestro deseo y el de la otra persona. Y ahí aparece la coacción en ocasiones, lo que termina sin ninguna duda con la relación.

Una relación sexual libre se basa en tres cosas, como dice la canción: confianza, respeto y colchón. Si es amorosa, se añade un plus de afecto. Pero no hay más. Si cualquiera de esas cosas falla, es el principio del fin de la relación. Y todo esto, repito, suponiendo que hay un contexto de libertad, donde no tenemos miedo de decir a la otra persona que algunas de estas condiciones han cambiado o se han ampliado a una tercera, o a saber.

Que nacer paloma hubiera sido más fácil que nacer persona. O no. Como decía Unamuno, a lo mejor el cangrejo resuelve ecuaciones de segundo grado.


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He elegido la canción que está a continuación porque habla de una chica libre, una chica que no quiere ser una princesa, que “sola está mejor” y a la que el chico no entiende y la tacha de ser “un conflicto mundial” porque no le pone las cosas fáciles. Si bien es cierto que la chica parece que con esto de la libertad ha perdido un poco el norte y cae en el error de querer imponer al chico una serie de cosas, como que deje de hablar con sus amigas: “Me dice que se acabó esa mierda de charlar/con tus amiguitas en el disco bar”, aplicándole las reglas exclusivistas del amor romántico, no deja de llamarme la atención lo conflictiva que le parece al muchacho, como si la chica estuviera loca o algo. El chico claramente es un cobarde y se deja hacer, por eso la mala es ella y hasta le ha hecho una canción y todo. Está compensando, que se dice en Psicología. Tiene miedo de enfrentarse a ella porque ella demuestra ser fuerte, incluso autoritaria.

Hubiera sido más raro que esta canción la hubiera escrito una mujer, porque el comportamiento del “emperador” se ve más normal. Son ellos los que se suelen ir al bar con sus amigos mientras ella está en casa. Son ellos los que nos exigen más a menudo que renunciemos a cosas por estar con ellos. Son ellos, con mayor frecuencia, quienes nos piden que renunciemos a nuestro espacio propio.

En mi opinión, es mejor dejar los imperios para la historia y empezar a crear relaciones basadas en el respeto y la confianza, que queda muy bien decirlo, pero que es difícil en ocasiones porque hay que dejar el egocentrismo radical a un lado... pero sin perder de vista jamás que YO es la persona más importante de nuestra vida.






"No hay quien os entienda, ¡basta ya!"... pues elige a una borreguita, chico, probablemente te irá mejor.

12.3.13

Diario de una sapiosexual (I). Presentación.



Dedicado a las mujeres eternamente incomprendidas



Tener trece años nunca es fácil. La tormenta hormonal puede convertirse en un problema, sobre todo cuando empiezas a darte cuenta de que, además de tu propia inseguridad, tienes algunos rasgos que hacen que no te sientas identificada con tus amigas.

Empiezas a escuchar comentarios que no entiendes como, por ejemplo, que Fulanito es un tío que está muy bueno. Lo que en principio parece un hecho aislado se convierte en una norma en la que, de un modo u otro, te encuentras atrapada.

A saber, Fulanito es un idiota. No hace falta conocerlo muy a fondo para darse cuenta de ese pequeño detalle. Pero Fulanito es rubio y eso a algunas chicas les parece el colmo de la fascinación, por lo tanto Fulanito se transforma mágicamente en el centro de todas las conversaciones. De repente, tus amigas parecen haber sido abducidas por extraños marcianos que se han introducido en sus cuerpos, y empiezas a plantearte qué tipo de amigas tienes porque ¿cómo puede volverlas locas a todas, a absolutamente todas, el mismo imbécil? Un imbécil que no es ni simpático, por cierto.

Este hecho siempre será uno de los grandes misterios de mi adolescencia.

Sin embargo, la cosa no termina ahí y, antes o después, a ti te termina gustando un chico. Pero, por supuesto, es un chico fuera de la norma estética de tu grupo de amigas. Es un chico que no es especialmente guapo -incluso no lo es en absoluto- pero que tiene encanto, sabe hablar de muchos temas y a menudo es tan incomprendido por los chicos como tú por las chicas. No estoy hablando del típico empollón pedante que necesita demostrar algo a los demás constantemente, sino de una persona curiosa por naturaleza que se interesa sinceramente por el mundo que le rodea. Si tienes el valor de confesar que ese es el chico que te gusta, te convertirás en una tía de lo más rara a los ojos de tus amigas. Y ahí vienen los reproches: ¡pero si no es guapo! ¡pero si Fulanito le da mil vueltas!
Sin embargo, tú a Fulanito no le darías ni la hora, eso es así. Y a ti te quedarán varios meses de escuchar comentarios absurdos por parte de ellas acerca de Fulanito, hasta que la moda de los rubios se pase y venga, por ejemplo, la de los que parecen unos chuloplayas.

Un par de años después, cuando vayas de discotecas, tus amigas aprenderán que eres una valiosa aliada porque al tener gustos diferentes, nunca te liarás con ninguno de los chicos que a ellas les gustan. Entonces llega ese bello momento en el que observas cómo tus amigas empiezan a pegarse puñaladas entre ellas porque les mola el mismo chico y quieren llamar su atención. No te queda más que hacer de mediadora para que no se maten entre ellas y empezar a presentarles chicos de ámbitos distintos para que el objeto de deseo no coincida.

Luego es probable que descubras otros pequeños detalles que os diferencian, como que tú eres más de cervezas y ellas más de malibú con piña. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...