“Nos mataron muchas veces,
pero siempre fuimos libres
y al final lo demostramos:
nuestro sueño era posible”
Esto está dirigido a las personas que siguen soñando a pesar de los tiempos que vivimos y que se (nos) mueren (morimos) de las ganas por participar en todo lo que hay que (re)/(de)/construir.
Lo que más echo de menos del período pre-pandemia es el AMOR POLÍTICO y MILITANTE, el que me hacía vibrar y reconocerme en los ojos de las y los compañeros. Organizarse de cerca, entre gente que después de un debate político interesante (cuánto los añoro) terminaba por hacerse compañera y amiga en las birras de después.
Echo de menos el tirarse al suelo y pringarnos de pintura hasta las cejas mientras dos, cuatro, seis u ocho fabricábamos una pancarta con el cartón que hubiéramos reunido, sin mascarillas, para acabar pintándonos la cara unxs a otrxs a carcajadas. Extraño el cogernos de la cintura y cagarnos en la conferencia episcopal, en el gobierno (en cualquiera sin excepción), en el banco que desahuciaba, en la empresa que despedía a sus trabajadores de la noche al día o que recortaba sus derechos laborales, en el periódico al servicio de los putos señoritos del partido de turno, en los neofascistas que por aquel entonces sólo parecían ser niñatos sin preocupaciones con ganas de figurar como nazis anglosajones venidos a menos (nunca hay que tomarse a guasa el fascismo, ni siquiera el aparentemente más inocuo). Echo de menos hacer rebosar las calles y obligar a los politicuchos que nos escucharan, paralizar reformas de ley. Echo de menos acompañar a una compañera a los juzgados para darle calor porque en su trabajo le hacían bullying por pertenecer al colectivo LGTBI o llevarla en coche para que pudiera abortar sin que nadie se enterase. Extraño organizarnos nocturnamente para poner pegatinas reivindicativas a altas hora de la noche mientras esquivábamos patrullas de la policía. Echo de menos comernos la boca en besadas en contra de las agresiones homófobas y bífobas. Extraño hablar de resistencia y desobediencia civil y ver cómo podíamos buscarle las fallas al sistema para salir indemnes (y lo conseguíamos). Echo de menos coger un autobús para irte al quinto pino a manifestarte y volver con familia militante nueva en esa ciudad que habías conocido en ese día o en ese fin de semana. Extraño la solidaridad que crecía entre personas desconocidas en una sentada, con los brazos puestos en cadena y con el corazón a mil por hora porque no sabías si la policía iba o no a cargar, pero tú protegías con tu cuerpo si hacía falta a quien estuviera al lado.
Extraño la ignorancia en la que vivía sin saber que mi vecino de al lado o el camarero que me atiende preferiría verme en la cárcel, violada o muerta que libre por ser quien soy, con toda la ranciedad y sangre que acumula una bandera en su mascarilla: es decir, que no me rodea una panda de psicópatas. Echo de menos que la policía de balcón fuera sólo una intuición y no una realidad grabada por cámaras. Echo de menos no encontrar al virus del neoliberalismo, con su individualismo y clasismo atroz, en tanta conversación: en la boca de familia, amigos, parejas, conocidos, desconocidos que se acumulan en la cola del supermercado... a veces hasta sientes que lo puedes asimilar si no estás en guardia. Extraño que no me dijera la gente con tanta convicción que esto es la puta ley de la selva y que si no te aprovechas de los demás o de ofertas de dudosa moral es que eres tonta y no entiendes de qué va la vida.
Así que como echo de menos tantas cosas, mientras me quede AMOR en el pecho y la mirada seguiré diciendo que no estáis solas, que no estáis solos, que estamos juntas y juntos en esto pero desorganizados, por eso toca resistir. Nos dicen que la solución viene de las instituciones y sigue siendo mentira tanto ahora como lo fue en la Transición. Que nunca fue tan importante crear y mantener redes de solidaridad, pelear por la trinchera de la alegría, alegría que nunca debemos dejar que maquillen de falsa paz social. Pelear por cada trozo de tierra antes de que caiga en manos privadas.
Os echo mucho de menos hermanos y hermanas militantes, no de organización, sino de corazón, de convicciones, de cultura. Eso es mi propio rock and roll, que a pesar de lo aplastante que es este sistema de mierda que juega con tu vida y la de todas, no puede apagarse.
Sirva este texto de pequeño grito en esta soledad abrumadora en la que estamos inmersas e inmersos por responsabilidad social, para dar el aliento que yo misma ni siquiera tengo en ocasiones, pero por eso es necesario regalárnoslo unas a otros cuando sí lo tenemos.
Seguimos aquí comadres y compadres, no nos hemos ido y continuaremos hasta que nos quede el último suspiro a pesar del sistema, de los falsos compañeros y, a veces, hasta de nosotras mismas.
Nunca fue tan cierto que sólo el pueblo salva al pueblo.
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