28.6.16

Yo qué sé (o anti-ensayo* sobre el amor)


*Nota: esto es un anti-ensayo porque, más que un ensayo donde se analiza, interpreta y evalúa un tema, es un auténtico canto a la ignorancia.


Hace años iba en el coche con quien era mi pareja de aquel entonces, la persona junto a la cual más tiempo he durado, en uno de nuestros infinitos paseos a las tantas de la noche por carreteras y vías en dudoso estado del Aljarafe sevillano, al principio de la relación. Empezamos a hablar en aquella ocasión de que lo que él y yo teníamos era algo que había nacido entre los dos de forma espontánea y genuina, pero que también era una decisión consciente. La decisión consciente de "voy a estar contigo porque sé que eres la mejor opción, no sólo porque me haya enamorado de ti". Fue entonces cuando yo sentencié: "el amor es una condición necesaria, pero no suficiente, para tener una relación".

Ahora me parece de cajón esa afirmación, pero en su momento fue toda una revelación, ¿por qué? Porque nos criamos con la mierda del amor romántico desde peques, con frases como "el amor lo vence todo", "encuentra a tu media naranja para estar completx", "all you need is love" y toda esa parafernalia pastelosa y falaz que tanto daño hace al sentido común. O a lo que yo creo que es sentido común.

¿Pues sabéis qué? Que maldito el día de mi puñetera revelación porque desde entonces ese axioma me ha perseguido. O más bien, me han perseguido todas y cada una de las puñeteras preguntas que genera.

Preguntas como, yo qué sé:

¿Qué más hace falta además de amor para formar una pareja? ¿Es el sentido del humor compartido? ¿Es la complicidad? ¿El saber llegar a acuerdos en la disensión que más o menos satisfagan a las partes implicadas? ¿Es la confianza? ¿La honestidad? ¿El respeto? ¿Tener un conocimiento profundo de la otra persona? ¿Que funcione la vida sexual compartida? ¿La admiración? ¿Todo eso junto? ¿Se supone que todo eso ya debería de darse por sobreentendido cuando hablamos de amor y que además hacen falta otras cosas?

Ocho años después de aquel día sigo sin las malditas respuestas. Y es que incluso aquel matrimonio tan perfecto entre la razón y el corazón se fue al carajo, y de la forma más estúpida (No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena, ¡jamás!). Pero no por eso he dejado de pensar que el amor es una condición necesaria pero no suficiente para formar una pareja.

Entonces, ¿qué hace falta para tener una relación? Una relación que funcione, añadiría ahora, porque obviamente puedes pasarte por el forro todas estas preguntas y empezar a salir con alguien sin tener claras las respuestas, pero entonces lo que te espera es una prolongada caída por el barranco llena de miedos, dudas, sufrimiento y encontronazos varios. Y yo de relaciones destructivas no sé vosotrxs, pero yo, ya.

¿Qué hace falta pues? Ni puta idea. No sé si el amor se parece más a "vamos a emprender este camino juntxs con cabeza y lo descubrimos poco a poco" o tiene más que ver con  "toma mi mano, sube en mi coche y no miremos cuánto queda en el depósito de gasolina". Seguramente haya algo de ambas. La proporción adecuada sigo sin saberla. O si hace falta algo más.

Yo qué sé.

Me da que mi afirmación categórica me acompañará toda mi puta vida -decida lo que decida- junto con el resto de preguntas que vienen con ella. Elegiré y me equivocaré -o acertaré, se puede acertar alguna vez, ¿no? ¿NO?- y seguiré sin respuestas.

¿Es bueno racionalizar tanto las cosas? ¿Racionalizar es sinónimo de matar "la magia"? ¿Racionalizo porque la puerta de la irracionalidad me da un miedo... irracional? ¿El amor tiene necesariamente que hacerte estúpidx o ciegx porque si no es otra cosa? ¿Hay tantos tipos de amor como personas o sólo reconocemos como "amor de pareja" aquel que se parece a otras cosas ya vividas y que previamente hemos etiquetado como tal, aunque ese amor de pareja que conocemos haya fracasado, esté lleno de errores y queramos mandarlo a dos mil kilómetros? Y eso que no estoy hablando de poliamor porque entonces ya apaga y vámonos. Quizá es que quiero simplificar algo que no se puede simplificar.

Una cosa que suelo decir mucho, que es casi una coletilla para mí por mi modo de vivir es "ya me las apañaré". Y así, improvisando como mejor sé o como me sale, sobrevivo. Y a veces hasta vivo y todo.

Se me viene a la mente una canción de Nacho Vegas y con ella cierro todo este despropósito que acabo de escribir sobre el que puedo divagar horas o decidir hacer borrón y cuenta nueva en un segundo, ya que:

"Miles de sabios antes lo han dicho
y otros lo repetirán:
Hay un deseo que todos tenemos
sentirnos amados y amar.
En este mundo que de tan absurdo
aún nadie ha sabido explicar
hoy los más viejos dan sus consejos
que escuchas antes de olvidar".



Y por cierto, podéis comentar y dar vuestra opinión sobre todo ésto, que aunque me alegra que de vez en cuando en las redes sociales le deis a "me gusta" o Favs o me digáis en persona o abráis el chat para comentarme que os ha gustado algo, está bien tener un feedback más complejo. Más que nada porque escribir es muy solitario y siempre se me pierde la impresión que os dejo cuando me leéis (y me voy a seguir rallando mucho sola y muy fuerte sin que nadie me lo pida, como veis) y creo que es interesante debatir o plantear más cosas y en este caso el tema lo merece.


25.6.16

Jung prefiere follar con la luz apagada

Estoy sentada en el fondo del bar. Casi como las sirenas. Podría decir que estoy sentada en la barra del bar, pero cualquiera que me conozca aunque sólo sea de una noche sabe que a mí no me gustan las barras de los bares. Demasiada exposición a la luz, a la gente, a las conversaciones forzadas. De modo que estoy en el fondo del bar y desde allí observo todo con mis ojos negros.

No quiero que nadie me moleste. Cuando una mujer se sienta en el último lugar de la noche es porque envía un claro mensaje a quienes están a su alrededor: no desea ser encontrada. Por nada, por nadie. No desea siquiera un mero tropezón fortuito. Sólo ella y el bourbon. Aun así siempre está el típico torpe que no entiende de indirectas ni sutilezas. Y se lo localiza rápido. Está a tres mesas de mí, se levanta con seguridad fingida y se va acercando tambaleante. Me lee como lo que soy para alguien que sale de caza: una mujer sola en un bar. Cualquiera sabe que las mujeres solas en los bares no buscan nada bueno, ¿no es eso lo que les enseñan a creer a los niños desde pequeños? Sólo soy objetivo y presa. Soy un tesoro esperando a ser encontrado sin expectativas de noche, sin sueños ni deseos propios. Soy tierra por conquistar, mercancía sin marcar caída en aguas internacionales. Cualquier pirata puede venir a reclamarme.

El tipo sigue avanzando hacia mi mesa y se detiene. Sin ningún alarde de originalidad me suelta aquello de: ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste? No digo nada. Le miro. Le miro largamente y le obligo a escuchar el silencio que queda suspendido en el aire después de su última frase. Cuando hablo de verdad, empleo muchos tipos de silencio. Este es un silencio reflexivo especialmente dedicado a él. Quiero que la estupidez que acaba de decir sea ampliamente reflexionada para que se dé cuenta de lo absurdo de la situación. Ha bajado al fondo del mar para buscarme. En el fondo del bar sólo hay oscuridad. Oscuridad que no desea ser encontrada. Soy oscuridad y él me ha encontrado.

Lo sigo mirando sin decir una palabra. Lo quemo con las pupilas. Es la mirada intensa de quien está encendiendo una cerilla contra su cara. La expresión de él es de desconcierto. No entiende por qué me niego a reaccionar ante su insinuación. Actúo como si no hubiera nadie. Actúo como si sólo hubiese oscuridad. Él parece empezar a comprender. Se asusta. Veo el miedo en sus ojos. Vacila. No sabe si añadir otra idiotez para tratar de excusar o enmascarar la primera o retirarse con dignidad. Y le quedan pocos segundos para hacer esto último. Una gota de sudor le baja por la frente. Carraspea. Traga saliva y se retira. No volverá a intentarlo conmigo esta noche. Me doy cuenta mientras se aleja de no sé ni siquiera si se trataba o no de un hombre atractivo. Así de inmensa es mi oscuridad, que todo lo envuelve y lo nubla.

Respiro.

Respiro tranquila.

La tensión da paso a conseguir relajar mis manos sobre la mesa. No sé qué pensar sobre el hecho de que soy ese tipo de chica que asusta a los hombres. Es más: los aterro. Hago que se enfrenten a sus demonios, a sus miedos más profundos, a esas cosas que prefieren dar por sentadas y no plantearse. A la hora de la verdad salen siempre corriendo. Esos, los que pueden. Los que no se enganchan al embrujo de tal modo que ya no sé si soy yo o lo que ellos proyectan en mí. Suelen mirarme con ojos tiernos: para ellos soy el arquetipo de la Madre. La Madre bella y compasiva, la Madre paciente y servicial que siempre escucha con una sonrisa, la Madre que algún día criará a sus hijos y a ellos mismos en la niñez invertida que representa la vejez. Cuánto se confunden.  Yo no soy la Madre, soy la Sombra. Nunca he sido –no podría ser- la Madre, pero ellos me revisten con sus fantasías masculinas. En mi garganta se me atascan todos los sueños rotos de los hombres, y luego me miran acusadores como si sus sueños los hubiese roto yo. Cómo decirles que yo no tengo la culpa. Sólo quiero extenderme sobre sus cuerpos y hacerlos volar. Confundirme entre las sábanas y que a la mañana siguiente no puedan jurar sin temor a equivocarse si estuve alguna vez allí.

Cuando mi oscuridad se extiende, ya no recuerdan si ellos tuvieron Sombra alguna vez. Y piensan que siempre fueron libres, que siempre fueron seres cargados de luz. Y yo me convierto en Ánima por arte de magia. Pero cuando toman mi mano y caminan a mi lado, termino siendo la Sombra que crece en sus bolsillos. Sombra que llega hasta los bares y guarda las noches de los borrachos tambaleantes que vuelven en mí a proyectar sus sueños.

¿Qué más quieren por esta noche?
Pago el bourbon y me pierdo.










19.6.16

Veintidós son los arcanos








No sé qué me pasa
que no cuando escribo,
mas sí cuando pienso,
lo hago en versos alejandrinos.

Ahora más que nunca
al verme con rima libre
dibujo versos
unidos
en el aire.

Hay algo en tus ojos que me empuja
hacia no sé dónde.

Qué ilusa, yo,
que nunca utilizo manual de instrucciones
por esta caótica vida que me lleva
en la que intento, sin suerte,
poner algo de orden.

No tengo referencias para darte.
Sola estoy, aquí, de pie,
tan pálida, desastrosa y vulnerable
sin recetas o ideas fijas.

Un escalofrío sube por mi cornisa
cuando me abrazas.

¿Dios juega a los dados?
Y yo qué sé.

No sé ser tan frívola
como las de mi generación.
No sé si no soy de medias tintas
o de infinitos matices de gris.

Me da miedo que me agarren
el corazón. Nunca tendría valor
para proponer eso de: vamos a follar
hasta que nos enamoremos.
Hay demasiado en juego
y aún no sé si eres de carta blanca
o de ruleta rusa,
como yo.

Me pierdo en la estética
de este siglo y creo firmemente
en que ningún tiempo pasado fue mejor.

Este es mi momento.
Soy el enigma a resolver.

Francis Bacon decía
que si uno comienza con certezas
terminará con dudas;
mas si se acepta empezar con dudas,
llegará a terminar con certezas.

Y yo, que más que certeza
nací duda
siempre pregunté en clase de Lengua
sobre mi laguna insondable:
¿Había futuro en los condicionales?






16.6.16

Fraternidad







Sólo es un gesto.
Pero es de esos gestos que te hacen sentir que no terminas de vivir en un mundo apático ante el dolor y la injusticia.
Es verdad, no veremos una bandera palestina o cualquier otra que ponga de manifiesto que nos puede doler el ser un país del lado de los que ganan la partida, de los que ganan la partida matando a otros para robarles oportunidades, recursos y así construir con su sangre nuestra "paz". No porque seamos mejores, ni más sabios, ni siquiera más fuertes. Simplemente llegamos primero con las armas afiladas y dispuestas.
En todo caso, esa bandera no se ve en todos los ayuntamientos recordando a las víctimas de Orlando. Agradezco que Sevilla sea una ciudad donde sí se la pueda ver ondeando.

13.6.16

Pensaron que era hippie, pero resulté ser punkie


Yo, como tantos otros antes que yo,
bajé al infierno
-se ha puesto muy de moda bajar al infierno
en hora punta-.

Renací como Afrodita nace,
completamente desnuda,
y calmé la sed de mis labios
con espuma.

Encontré al señor del bosque
que me dio a probar de su jardín
los cítricos –o de su huerto,
serían de su huerto, ya que el jardín
resplandecía en su mirada-.
Hablamos del tiempo y las historias por venir
y a mí me crecieron alas.

Supe que las heridas en la piel pueden hacerse
dos veces
en el mismo sitio
y que esta semana Morfeo me abraza más suavemente
cuando duermo.

Ahora hacia el infierno
subo y bajo cuando quiero,
me concedieron el premio al desconcierto
y una parcela ilegal,
lo hicieron todo tan mal conmigo
que cuando vino la poli a desahuciarme
no tuve más remedio que okupar.