22.2.16

La huida


Conoces esa sensación de poner un pie fuera del portal y recorrer las calles con el corazón tiritando. No reconocerte en la mirada de los otros y no saber a ciencia cierta dónde estás. Quedó atrás la meta de conseguir ser perfecta. Ya no lo vas a ser, y principalmente porque no quieres, que es lo importante. Cuántas fracturas crees que puede soportar el alma antes de convertirse en otra cosa. Quizá por eso cuando sales de casa ya no reconoces a nadie, porque ahora eres otra y el pánico no te deja respirar. Tanto ha cambiado tu percepción de comunión que ya sólo te conformas cuando subrayas las pequeñas cosas. Los detalles, los gestos minúsculos, las citas de dos líneas extraídas de libros de tres mil páginas. Juegas a lo diminuto que es ahora tu mundo y ya no te calan las palabras grandilocuentes, ni las gestas ni las hazañas de los héroes con las que los mitómanos se matan a pajas. Ahora no quieres volar fuera del redil que has creado, vas a mantenerte terca defendiendo tu posición. Ya sólo queda abrazar la huida, la ausencia de la que tú misma formas parte incluso de cuerpo presente. Beber, rezar, besar a medias. Estás tan harta. Miras en sus ojos y te revuelves. Vuelves a ser el animal sediento y tienes las manos manchadas de sangre. Cómo vas a explicarle que ahora para ti sobrevivir es reventar uno a uno todos los muelles de su cama y que, si no quiere, no mirarás atrás. No te vas a quedar demasiado tiempo en el mismo sitio porque huir para ti no es una opción, sino una forma de vida, y que eso no te hace más cobarde ni más valiente que los demás. Es un rito como desayunar o como salir airoso de la enfermedad o como respirar, y que más vale huir que quedarse agarrado a la desgracia sonriendo y dejarse hundir, eso sí que es de cobardes. Hay oxígeno más allá del horizonte y queda en otras aguas, en otras manos que no son las mías y por las que mi pecho late. Ojalá supieras la salvación inherente a salir corriendo y la fuerza que tengo cuando me levanto si no aguanto más. Ojalá me vieses así; el pelo electrizado, el paso firme, el sabor a fin del mundo en los labios.

11.2.16

Lengua y hueso



Cansada de luchar contra los monstruos
detengo mis pies en el camino
y sonrío al adversario.
Mido mis fuerzas
-tan ajenas ya y tan propias-
contra el vacío.

Y los veo circular cada día.
Pasan por mi lado y me rozan
lamiendo las botas de cualquiera.
Ellos todo tienen que perder.

En cambio
a mí la boca
sólo me sabe a
pólvora.