Para alcanzar la ataraxia y la apatheia
es necesario alejarse de todo aquello que produce perturbación en la medida de
lo posible, así como lidiar y gestionar las perturbaciones allí donde se
presenten.
En un mundo dominado por la
ideología neoliberal, la perturbación no sólo se presenta de manera natural
sino que además se inmiscuye de forma molesta e intrusiva sin que parezca
posible evitarla. Sociedades alejadas de la naturaleza, que nacen y crecen
rodeadas de cemento tienen muy difícil el desarrollo de la ecuanimidad que les
permitirá ser libres. Sociedades construidas en base al deseo y no a la
racionalización y análisis de lo que nos rodea nos condena inevitablemente a la
infelicidad.
El estoicismo se hermana muy a
menudo con el budismo, ya que un punto común es que para que cese el
sufrimiento intrínseco a la vida, la renuncia al placer es el único camino.
Sin embargo, desde un punto de
vista hedonista ¿tiene sentido venir a este mundo, con todas las complicaciones
inherentes y a una misma vez renunciar a lo bueno que pueda ofrecer, placeres que pueden ser motivo para vivir en un sistema dominado por la crueldad? ¿Puede haber placeres que no deriven en
sufrimiento? ¿Puede haber placeres buenos en una sociedad acostumbrada a vivir
en el hostigamiento y la destrucción?
Difícilmente.
Si el observar y el no juzgar son
dos pilares fundamentales de la actitud estoica, entendemos pues que la aceptación de la vida
tal cual viene debería ser una premisa necesaria.
¿Hay diferencia entre aceptación
y resignación? ¿Dónde está el límite de una y corre el riesgo de comenzar la
otra?
¿Debe ser el miedo al sufrimiento
lo que nos empuje a la renuncia del placer, lo cual podría significar, hasta
cierto punto, renunciar a la vida?
Hasta el lago más tranquilo en
apariencia tiene sus corrientes subterráneas así como la vida que subyace
debajo: algas, peces, formas de vida en tamaño micro. Y sin embargo todo se
integra en perfecto equilibrio. No tendría sentido un lago muerto y estanco,
carente de vida y de movimiento, pues de ese modo correría riesgo notoriamente
de desaparecer tarde o temprano. ¿Cuántos charcos se evaporan a lo largo del
día y podrían conformar a su vez, en conjunción, un lago completo?
Entonces, ¿cuál es el camino
hacia la ecuanimidad? ¿Qué camino te lleva a aceptar la vida tal cual viene,
gestionar los envites de la vida y salir ileso o dañado de la menor forma
posible?
¿Es posible vivir al
margen de la vida?
En otro orden de cosas, ¿es
posible aferrarse al presente de tal forma que ni el futuro ni el pasado
supongan perturbaciones que intervengan en el desarrollo de la vida? El futuro
está por nacer, pero el pasado tiene ramas muy largas que pueden llegar a
alcanzar la copa del árbol, desestabilizarlo, torcerlo y finalmente secarlo.
Hay quien dice que en el fondo no
importa, porque todas las decisiones que vamos a tomar realmente ya la hemos tomado
y el ordenamiento temporal de acontecimientos sólo es necesario para
conciencias humanas temporales como las nuestras.
El dominio de las pasiones se presenta como una habilidad a
practicar para que estas no nos arrastren y nos hagan profundamente infelices,
pero ¿cómo puede alcanzarse la excelencia en este ámbito?
¿Cómo puede alcanzarse la liberación antes de que llegue el
momento de morir?
¿Realmente es suficiente el respeto y la confianza en la vida?
Hace unos días estaba pensando en
el paso del tiempo y en cómo cambia la vida. Recibí una noticia que me sumergió
en una profunda introspección y por algún motivo estaba más sensible de la
cuenta, así que me puse a pasear y pensar, dos actividades que cada vez se
hacen menos por el puro placer de hacerlas.
Dándole vueltas a varios asuntos,
me di cuenta de que 2019 ha marcado tanto mi vida porque ha sido un año de
bienvenidas y despedidas. Pero creo que la mayor lección que vino a enseñarme
fue la de aprender a dejar marchar. Cómo se dice adiós a lo que no quieres
decir adiós, ya sea por cuestión de pragmatismo o por amor.
No es sencillo, claro.
A veces, porque a quienes tienes
que decir adiós son personas en las que tenías depositadas cierta confianza y
te traicionaron; pero era más cómodo vivir ajena y a esta realidad a pesar de
la sospecha.
A veces, porque a quienes tienes
que decir adiós te dañan y lastiman, queriendo o sin querer, pero el hecho es
que te restan y te minan; pero la rutina a veces se plantea como lo único seguro
en esta existencia permanentemente cambiante del siglo XXI.
A veces, porque a lo que tienes
que decir adiós es a una vida conocida y todo lo que se antoja más allá es lo
desconocido; y lo desconocido suele dar miedo y es un reto.
A veces, porque a quien tienes
que decir adiós es a un gran amor pero la muerte se cruza en el camino.
A veces, porque tienes todas tus
virtudes y defectos encima de la mesa y tienes que aprender a elegir qué llevas
contigo y qué quieres dejar atrás. Preguntarte en serio quién quieres llegar a
ser.
A veces, porque incluso quienes
dicen quererte no te comprenden y lo mejor es separar caminos porque las
evoluciones en la vida a veces nos acercan y otras nos alejan.
Que el año pasado haya querido darme
una lección no significa sin embargo que la haya aprendido del todo. Aún me
quedan cosas que limar. Aún me quedan pérdidas que enfrentar o ganancias que no
quiero conmigo.
Y al final del todo, el apego.
Yo lo intento y a veces hasta
casi lo consigo. Superar el apego, digo. Consigo horas, días, de crecimiento en
soledad, de aprender de mí misma, de silencios que me aportan pensamientos o
sensaciones que necesito sin precisar de nada ni nadie. Antes, que era la eterna nostálgica que sentía apego
incluso por situaciones no vividas creo que, aquella persona que era, convendrá
conmigo que ahora soy una persona más libre. Que sufre menos.
En ocasiones me siento aliviada y
en otras me asusto. Es una contraprogramación y reprogramación brutal, porque
en esta vida te enseñan a apegarte a todo desde que naces. En psicología, el
modo en el que te trata tu familia se supone que enmarca tus relaciones adultas
y eso se llama directamente, estilos de apego.
Me repito que lo malo no es “tener”
cosas, “vivir” situaciones, sino dejar que eso te domine. ¿Se trata de eso, no?
Tampoco debería encerrarme entre cuatro paredes porque me inquiete lo que puede
suceder.
En cualquier caso, ahí estaba yo
dando vueltas en círculos a un cuadrado (la circunvalación del cuadrado en
lugar de la cuadratura del círculo, mucho más flexible, dónde va a parar) y me percataba,
por un lado, de lo mucho que he aprendido y por otro lo mucho que me queda por
aprender.
Cómo se casa que necesitemos
anclajes básicos (agua, alimento, oxígeno) pero también otras circunstancias
sociales que te ayuden a florecer, además de que haya anclajes deseables pero
no necesarios. Y si bien no podemos decir que sintamos apego por el agua, sino
que la necesitamos directamente; cómo se puede distinguir el apego de la
necesidad a un nivel muy básico, a pesar de las toneladas de explicaciones
racionales que intentamos aportar al respecto.
Reconozco, por otro lado, que
cuando me siento débil en algunas situaciones hago barbaridades. Y busco
experiencias que me sacudan de arriba abajo sólo para comprender que puedo
vivirlas, que es bueno vivirlas y que saldré fortalecida de ella. Que no pasa
nada para no ser un poquito kamikaze y liarse la manta a la cabeza. Y de comportamientos
kamikazes y más en situaciones de terror, tengo algo de bagaje. Exposición a la fobia, que también dirían los terapeutas.
Total, que después de tantas
vueltas me quité los pensamientos y sensaciones sombrías de encima y traté de
quedarme con el pellizquito de quien se sabe aprendiz y le da reparo que le
pregunten la lección demasiado pronto porque no se la sabe del todo bien. Y
tengo tendencia al perfeccionismo, por más que a algunas personas les cueste
creérselo porque choca diametralmente con mi otra naturaleza de estoica o de “paso
de todo”.
Creo que a veces me gustaría ser
la perfecta cínica. Cínica en el sentido de seguidora de la escuela filosófica
cínica; el otro cinismo lo dejo para el humor ácido, pero no para la cotianeidad.
Y aunque no haya llegado a muchas
conclusiones en este escrito (creo que nunca lo hago de todas formas, como decía
Oscar Wilde, ya no soy tan joven como para saberlo todo) , gracias por leerme,
quien quiera que seas.