28.8.20

Desazón 2020

 

Revolotea una mosca por mi habitación

y no me deja en paz.

Los gatos sin éxito

la intentan cazar

en ágil despropósito.

Es como un chiste redundante

sobre mi estabilidad mental.

Normalizamos

cual replicantes:

colectiva individualidad.

El otro día pasé por tu callejón

y era de noche.

Las salamanquesas del farol

no dibujaron mi sonrisa

como entonces.

El destino no está exento

de los errores del futuro.

Burbujea la poción mientras auguro

el devenir de la estiba.

Es el presente un asno terco

y yo la auriga que debe llevarlo,

sin prisas, a buen puerto.

Cuando poso la mirada sobre el ventilador

en este verano incierto

rememoro los versos del gran Rafa León.

Coincido con él

porque mi casa 

también está llena de muertos.

 

 




 

 

21.5.20

Deseada ataraxia y apatheia





Para alcanzar la ataraxia y la apatheia es necesario alejarse de todo aquello que produce perturbación en la medida de lo posible, así como lidiar y gestionar las perturbaciones allí donde se presenten.

En un mundo dominado por la ideología neoliberal, la perturbación no sólo se presenta de manera natural sino que además se inmiscuye de forma molesta e intrusiva sin que parezca posible evitarla. Sociedades alejadas de la naturaleza, que nacen y crecen rodeadas de cemento tienen muy difícil el desarrollo de la ecuanimidad que les permitirá ser libres. Sociedades construidas en base al deseo y no a la racionalización y análisis de lo que nos rodea nos condena inevitablemente a la infelicidad.

El estoicismo se hermana muy a menudo con el budismo, ya que un punto común es que para que cese el sufrimiento intrínseco a la vida, la renuncia al placer es el único camino.

Sin embargo, desde un punto de vista hedonista ¿tiene sentido venir a este mundo, con todas las complicaciones inherentes y a una misma vez renunciar a lo bueno que pueda ofrecer, placeres que pueden ser motivo para vivir en un sistema dominado por la crueldad? ¿Puede haber placeres que no deriven en sufrimiento? ¿Puede haber placeres buenos en una sociedad acostumbrada a vivir en el hostigamiento y la destrucción?

Difícilmente.

Si el observar y el no juzgar son dos pilares fundamentales de la actitud estoica,  entendemos pues que la aceptación de la vida tal cual viene debería ser una premisa necesaria.

¿Hay diferencia entre aceptación y resignación? ¿Dónde está el límite de una y corre el riesgo de comenzar la otra?

¿Debe ser el miedo al sufrimiento lo que nos empuje a la renuncia del placer, lo cual podría significar, hasta cierto punto, renunciar a la vida?

Hasta el lago más tranquilo en apariencia tiene sus corrientes subterráneas así como la vida que subyace debajo: algas, peces, formas de vida en tamaño micro. Y sin embargo todo se integra en perfecto equilibrio. No tendría sentido un lago muerto y estanco, carente de vida y de movimiento, pues de ese modo correría riesgo notoriamente de desaparecer tarde o temprano. ¿Cuántos charcos se evaporan a lo largo del día y podrían conformar a su vez, en conjunción, un lago completo?

Entonces, ¿cuál es el camino hacia la ecuanimidad? ¿Qué camino te lleva a aceptar la vida tal cual viene, gestionar los envites de la vida y salir ileso o dañado de la menor forma posible?
¿Es posible vivir al margen de la vida?

En otro orden de cosas, ¿es posible aferrarse al presente de tal forma que ni el futuro ni el pasado supongan perturbaciones que intervengan en el desarrollo de la vida? El futuro está por nacer, pero el pasado tiene ramas muy largas que pueden llegar a alcanzar la copa del árbol, desestabilizarlo, torcerlo y finalmente secarlo.

Hay quien dice que en el fondo no importa, porque todas las decisiones que vamos a tomar realmente ya la hemos tomado y el ordenamiento temporal de acontecimientos sólo es necesario para conciencias humanas temporales como las nuestras.

El dominio de las pasiones se presenta como una habilidad a practicar para que estas no nos arrastren y nos hagan profundamente infelices, pero ¿cómo puede alcanzarse la excelencia en este ámbito?

¿Cómo puede alcanzarse la liberación antes de que llegue el momento de morir?

¿Realmente es suficiente el respeto y la confianza en la vida?





5.3.20

Dejar marchar


Hace unos días estaba pensando en el paso del tiempo y en cómo cambia la vida. Recibí una noticia que me sumergió en una profunda introspección y por algún motivo estaba más sensible de la cuenta, así que me puse a pasear y pensar, dos actividades que cada vez se hacen menos por el puro placer de hacerlas.

Dándole vueltas a varios asuntos, me di cuenta de que 2019 ha marcado tanto mi vida porque ha sido un año de bienvenidas y despedidas. Pero creo que la mayor lección que vino a enseñarme fue la de aprender a dejar marchar. Cómo se dice adiós a lo que no quieres decir adiós, ya sea por cuestión de pragmatismo o por amor.

No es sencillo, claro.

A veces, porque a quienes tienes que decir adiós son personas en las que tenías depositadas cierta confianza y te traicionaron; pero era más cómodo vivir ajena y a esta realidad a pesar de la sospecha.

A veces, porque a quienes tienes que decir adiós te dañan y lastiman, queriendo o sin querer, pero el hecho es que te restan y te minan; pero la rutina a veces se plantea como lo único seguro en esta existencia permanentemente cambiante del siglo XXI.

A veces, porque a lo que tienes que decir adiós es a una vida conocida y todo lo que se antoja más allá es lo desconocido; y lo desconocido suele dar miedo y es un reto.

A veces, porque a quien tienes que decir adiós es a un gran amor pero la muerte se cruza en el camino.

A veces, porque tienes todas tus virtudes y defectos encima de la mesa y tienes que aprender a elegir qué llevas contigo y qué quieres dejar atrás. Preguntarte en serio quién quieres llegar a ser.

A veces, porque incluso quienes dicen quererte no te comprenden y lo mejor es separar caminos porque las evoluciones en la vida a veces nos acercan y otras nos alejan.

Que el año pasado haya querido darme una lección no significa sin embargo que la haya aprendido del todo. Aún me quedan cosas que limar. Aún me quedan pérdidas que enfrentar o ganancias que no quiero conmigo.

Y al final del todo, el apego.

Yo lo intento y a veces hasta casi lo consigo. Superar el apego, digo. Consigo horas, días, de crecimiento en soledad, de aprender de mí misma, de silencios que me aportan pensamientos o sensaciones que necesito sin precisar de nada ni nadie. Antes, que era la eterna nostálgica que sentía apego incluso por situaciones no vividas creo que, aquella persona que era, convendrá conmigo que ahora soy una persona más libre. Que sufre menos.

En ocasiones me siento aliviada y en otras me asusto. Es una contraprogramación y reprogramación brutal, porque en esta vida te enseñan a apegarte a todo desde que naces. En psicología, el modo en el que te trata tu familia se supone que enmarca tus relaciones adultas y eso se llama directamente, estilos de apego.

Me repito que lo malo no es “tener” cosas, “vivir” situaciones, sino dejar que eso te domine. ¿Se trata de eso, no? Tampoco debería encerrarme entre cuatro paredes porque me inquiete lo que puede suceder.

En cualquier caso, ahí estaba yo dando vueltas en círculos a un cuadrado (la circunvalación del cuadrado en lugar de la cuadratura del círculo, mucho más flexible, dónde va a parar) y me percataba, por un lado, de lo mucho que he aprendido y por otro lo mucho que me queda por aprender.

Cómo se casa que necesitemos anclajes básicos (agua, alimento, oxígeno) pero también otras circunstancias sociales que te ayuden a florecer, además de que haya anclajes deseables pero no necesarios. Y si bien no podemos decir que sintamos apego por el agua, sino que la necesitamos directamente; cómo se puede distinguir el apego de la necesidad a un nivel muy básico, a pesar de las toneladas de explicaciones racionales que intentamos aportar al respecto.

Reconozco, por otro lado, que cuando me siento débil en algunas situaciones hago barbaridades. Y busco experiencias que me sacudan de arriba abajo sólo para comprender que puedo vivirlas, que es bueno vivirlas y que saldré fortalecida de ella. Que no pasa nada para no ser un poquito kamikaze y liarse la manta a la cabeza. Y de comportamientos kamikazes y más en situaciones de terror, tengo algo de bagaje. Exposición a la fobia, que también dirían los terapeutas.

Total, que después de tantas vueltas me quité los pensamientos y sensaciones sombrías de encima y traté de quedarme con el pellizquito de quien se sabe aprendiz y le da reparo que le pregunten la lección demasiado pronto porque no se la sabe del todo bien. Y tengo tendencia al perfeccionismo, por más que a algunas personas les cueste creérselo porque choca diametralmente con mi otra naturaleza de estoica o de “paso de todo”.

Creo que a veces me gustaría ser la perfecta cínica. Cínica en el sentido de seguidora de la escuela filosófica cínica; el otro cinismo lo dejo para el humor ácido, pero no para la cotianeidad.

Y aunque no haya llegado a muchas conclusiones en este escrito (creo que nunca lo hago de todas formas, como decía Oscar Wilde, ya no soy tan joven como para saberlo todo) , gracias por leerme, quien quiera que seas.