5.3.20

Dejar marchar


Hace unos días estaba pensando en el paso del tiempo y en cómo cambia la vida. Recibí una noticia que me sumergió en una profunda introspección y por algún motivo estaba más sensible de la cuenta, así que me puse a pasear y pensar, dos actividades que cada vez se hacen menos por el puro placer de hacerlas.

Dándole vueltas a varios asuntos, me di cuenta de que 2019 ha marcado tanto mi vida porque ha sido un año de bienvenidas y despedidas. Pero creo que la mayor lección que vino a enseñarme fue la de aprender a dejar marchar. Cómo se dice adiós a lo que no quieres decir adiós, ya sea por cuestión de pragmatismo o por amor.

No es sencillo, claro.

A veces, porque a quienes tienes que decir adiós son personas en las que tenías depositadas cierta confianza y te traicionaron; pero era más cómodo vivir ajena y a esta realidad a pesar de la sospecha.

A veces, porque a quienes tienes que decir adiós te dañan y lastiman, queriendo o sin querer, pero el hecho es que te restan y te minan; pero la rutina a veces se plantea como lo único seguro en esta existencia permanentemente cambiante del siglo XXI.

A veces, porque a lo que tienes que decir adiós es a una vida conocida y todo lo que se antoja más allá es lo desconocido; y lo desconocido suele dar miedo y es un reto.

A veces, porque a quien tienes que decir adiós es a un gran amor pero la muerte se cruza en el camino.

A veces, porque tienes todas tus virtudes y defectos encima de la mesa y tienes que aprender a elegir qué llevas contigo y qué quieres dejar atrás. Preguntarte en serio quién quieres llegar a ser.

A veces, porque incluso quienes dicen quererte no te comprenden y lo mejor es separar caminos porque las evoluciones en la vida a veces nos acercan y otras nos alejan.

Que el año pasado haya querido darme una lección no significa sin embargo que la haya aprendido del todo. Aún me quedan cosas que limar. Aún me quedan pérdidas que enfrentar o ganancias que no quiero conmigo.

Y al final del todo, el apego.

Yo lo intento y a veces hasta casi lo consigo. Superar el apego, digo. Consigo horas, días, de crecimiento en soledad, de aprender de mí misma, de silencios que me aportan pensamientos o sensaciones que necesito sin precisar de nada ni nadie. Antes, que era la eterna nostálgica que sentía apego incluso por situaciones no vividas creo que, aquella persona que era, convendrá conmigo que ahora soy una persona más libre. Que sufre menos.

En ocasiones me siento aliviada y en otras me asusto. Es una contraprogramación y reprogramación brutal, porque en esta vida te enseñan a apegarte a todo desde que naces. En psicología, el modo en el que te trata tu familia se supone que enmarca tus relaciones adultas y eso se llama directamente, estilos de apego.

Me repito que lo malo no es “tener” cosas, “vivir” situaciones, sino dejar que eso te domine. ¿Se trata de eso, no? Tampoco debería encerrarme entre cuatro paredes porque me inquiete lo que puede suceder.

En cualquier caso, ahí estaba yo dando vueltas en círculos a un cuadrado (la circunvalación del cuadrado en lugar de la cuadratura del círculo, mucho más flexible, dónde va a parar) y me percataba, por un lado, de lo mucho que he aprendido y por otro lo mucho que me queda por aprender.

Cómo se casa que necesitemos anclajes básicos (agua, alimento, oxígeno) pero también otras circunstancias sociales que te ayuden a florecer, además de que haya anclajes deseables pero no necesarios. Y si bien no podemos decir que sintamos apego por el agua, sino que la necesitamos directamente; cómo se puede distinguir el apego de la necesidad a un nivel muy básico, a pesar de las toneladas de explicaciones racionales que intentamos aportar al respecto.

Reconozco, por otro lado, que cuando me siento débil en algunas situaciones hago barbaridades. Y busco experiencias que me sacudan de arriba abajo sólo para comprender que puedo vivirlas, que es bueno vivirlas y que saldré fortalecida de ella. Que no pasa nada para no ser un poquito kamikaze y liarse la manta a la cabeza. Y de comportamientos kamikazes y más en situaciones de terror, tengo algo de bagaje. Exposición a la fobia, que también dirían los terapeutas.

Total, que después de tantas vueltas me quité los pensamientos y sensaciones sombrías de encima y traté de quedarme con el pellizquito de quien se sabe aprendiz y le da reparo que le pregunten la lección demasiado pronto porque no se la sabe del todo bien. Y tengo tendencia al perfeccionismo, por más que a algunas personas les cueste creérselo porque choca diametralmente con mi otra naturaleza de estoica o de “paso de todo”.

Creo que a veces me gustaría ser la perfecta cínica. Cínica en el sentido de seguidora de la escuela filosófica cínica; el otro cinismo lo dejo para el humor ácido, pero no para la cotianeidad.

Y aunque no haya llegado a muchas conclusiones en este escrito (creo que nunca lo hago de todas formas, como decía Oscar Wilde, ya no soy tan joven como para saberlo todo) , gracias por leerme, quien quiera que seas.



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