6.5.15

N-ésimas conversaciones con el Diablo


Hacerte mayor te hace predecir mejor los golpes que vendrán, pero quizá lo más importante sea distinguir aquellos que sabes a ciencia cierta que no podrás evitar. Entonces te retraes y te preparas como el niño en el rompeolas, rezando porque la fuerza del agua no corte tu respiración.


El Diablo nada dijo.


Ya no siento que dejarme llevar sea inocuo. Ahora tengo la certeza de que en la vida no hay más que inercia, y que ésta no se identifica necesariamente con el orden o el caos, sino que va mucho más allá, planea por encima del conjunto como el sabor de las especias en el fondo del paladar. El orden, el caos, son sólo sombras; lo que queda es la inercia, siempre la inercia, que te arrastra y te lleva consigo, ya sea recorriendo tu ser o tus pedazos.


El Diablo nada dijo.


A veces quisiera continuar con el recurso que tanto repitieron otros antes que yo. Echar la culpa a mis padres porque no pedí esta vida. ¿Qué puede ser más egoísta que hacer que alguien nazca? Puedo comprender el deseo de inmortalidad, ¿pero acaso no es una quimera? Otro tipo de sombra. ¿O es el deseo de cumplir, de normalidad? En todo caso es la voluntad puesta en algo inexistente o a convenir. Sólo que es otro quien asumirá las consecuencias.


El Diablo nada dijo.


No creas que no he deseado fervientemente con todo mi corazón aferrarme a esa normalidad, pero me es detestable alcanzarla porque haría explícita mi propia negación a todo lo que soy. ¿Por qué no puedo regirme por el mismo principio que mis semejantes? ¿Acaso nuestro código es tan distinto?


El Diablo nada dijo.


Son estas manos llenas de sangre. Sólo puedes encarrilar el tren con sangre, construyendo debajo la vía. Arrastrando todos esos hierros que te magullarán hasta la extenuación. Y luego queda recorrer el camino. ¿Alguien sabe de algún pájaro que haya construído así su propia jaula?


El Diablo nada dijo.


Empiezo a entender a los jóvenes suicidas. Fueron inteligentes. Todavía tenían la energía suficiente para proceder con la autoaniquilación. Pero ya no puedo hacer lo mismo conmigo. He pactado con la inercia, aunque no contribuya a que permanezca en mí. Soy un ser pequeño que nada a contracorriente a sabiendas de que igualmente el torrente lo despedazará contra las rocas. Mi única recompensa será llegar más cansada que los demás.


El Diablo me miró.


¿Sabes por qué no me abrazo al consuelo de una religión? Porque quitando la estética, no se diferencia demasiado de hablar contigo. Es el relativismo llevado al extremo: Da igual que adores a Dios o al Diablo. El silencio como respuesta es el mismo para todos.



El Diablo ya no estaba ahí.