31.8.13

Cuestión de vicio


Dónde vas,
con sonrisa encendida entre tus labios media luna
y sabor a cigarrillo casual.

Sabes bien
que las noches me perturban
me seducen y me anudan
a la cama de cualquier animal.

Era todo un descontrol,
provocado por los faros de tu coche entre la niebla
y el alcohol.

Vas a ver
que cien besos matan antes que el champán,
es la ciencia savoir faire.

Mis tacones te persiguen por las sombras, como agujas
poseídas tras el humo del jas.

Fóllame,
son mis bragas, tu antifaz sobre la mesa,
entre vodka y alquitrán.

Un zigzag:
mil sonrisas de alquiler,
residencia entre mis piernas sin final.

24.8.13

Lorazepam y tinto de verano

Dime, querido cobarde, qué pensaste al pegar un frenazo de repente dejando las ruedas clavadas en el asfalto. Allí, delante del hotel, me miraste cabizbajo y me susurraste: bájate. Bájate, como diciendo ya no quiero nada más.

Obedecí tu orden con rapidez, asustada por si podría enfadarte siquiera con un débil amago de insurrección. En seguida saliste del coche, para acto seguido abrir el maletero y tirarme unos tacones desgastados de furcia barata que sacaste del interior. Póntelos, dijiste, te quedarán bien.
Volví a obedecerte, esta vez ya sin prisas, adivinando tus deseos. Arrojé los zapatos que llevaba a una papelera, no menos baratos que los que tú me habías dado, y me puse los tacones.

Me agarraste del brazo entonces, no sin cierta violencia, y tiraste de mí con brusquedad hacia el hall del hotel iluminado que se abría ante nosotros. Apenas podía caminar con aquellos tacones de aguja imposibles, pero no parecía importarte. Pediste una habitación como quien pide desganado un par de cervezas a un camarero apático y, una vez obtuviste la llave, me empujaste hacia el ascensor que nos conduciría a la habitación. Mientras subíamos hasta la sexta planta escuché tu respiración entrecortada, y apenas unos segundos más tarde tenía tu aliento que apestaba a tinto de verano de garrafón calentando mi cuello con besos torpes y apretados. Cuando se abrió la puerta me arrancaste las bragas dejándome las piernas marcadas, pero ya nada te importaba, ni siquiera yo.

Casi a patadas abriste la puerta mientras me tenías fuertemente agarrada de la muñeca, y me tiraste al suelo de un empujón. No me diste tiempo de llegar a la cama, intenté arrastrarme en vano hacia ella mientras tú me agarrabas de los pies pidiéndome que me estuviera quieta y que me dejara puestos los tacones. El vestido azul de tirantes que llevaba lo desgarraste en varias partes y me inmovilizaste contra el suelo mientras me tapabas la boca con las manos. En cierto momento quise gritar, pero tus dedos me atenazaban con demasiada fuerza. Escuché el sonido de tu cinturón desabrochándose y en ese momento noté cómo la náusea ascendía por mi garganta.

Sentí que en ese momento, al fin, yo había tocado fondo. Qué decir, estaba contigo en aquel hotel tumbada boca arriba mientras tú te disponías a violarme y yo me moría de asco. Siempre había hecho lo mismo, pero con tipos mucho menos peligrosos, por lo que esa situación en concreto jamás se había dado en mi vida. Sólo era cuestión de tiempo y azar que me encontrase con mi némesis, un hombre dispuesto a destrozarme por fuera y por dentro sólo por sentir que yo era demasiado frágil. Porque lo era, lo era a pesar de los tacones, del perfume, del maquillaje, del estudio en el que vivía y de pagarme las facturas a base de bajarme las bragas ante los niños ricos de los barrios pudientes. Y fíjate ahora, tú, un triste pájaro sin blanca que me encontró herida en la calle y me pagó unas copas, ahora te disponías a hacer de mí lo que querías.

Pero entonces empezaste a tener convulsiones. Te levantaste precipitadamente y te arrojaste sin miramientos hacia el cuarto de baño para vomitar. Me llevé las manos a la cara en cuanto pude respirar con normalidad y noté las lágrimas resbalando por mis mejillas, el rímmel escociéndome en los ojos. Me levanté mareada, escuchando cómo te desahogabas en el lavabo, y casi ni acerté a cubrirme con una sábana mientras avanzaba a duras penas hacia ti. Vomitaste varias pastillas, llenándolo todo de un intenso olor acre. Lorazepam, cómo no.

Sin pensármelo dos veces tiré la sábana y recogí lo que quedaba de mi vestido atándomelo en torno al pecho y los muslos a modo de burdo top y minifalda. Corrí escaleras abajo y no miré atrás.

Me escapé por los pelos de tus manos, tuve suerte. Pero qué quieres que te diga, algo bueno tenía que tener el follar con pacientes psiquiátricos.


21.8.13

Surcos



Se sucedían las noches de verano,
el mundo desaparecía
y al final sólo quedabas tú.





14.8.13

Amante de luna menguante

Adoro el momento justo, el instante breve, en que la brisa es aún demasiado leve para arrastrar desde el alféizar de la ventana los gemidos acumulados que arranco de tus labios, secos y exhaustos de tanto caminar por el desierto de mi piel...

Y despierto. Abro los ojos. Sólo ha sido un sueño.

En la soledad de mi cuarto el aire se densifica entre suspiros mientras permanezco callada y a oscuras, a la espera de alguien que sé que no va a venir. En un segundo cierro los ojos y me permito contestar, con buena dosis de imaginación, al interrogante que supone para mí cómo será que desaparezca tu sonrisa suave entre mis piernas.

Qué culpa podemos tener los pobres mortales como nosotros de caer en la más dulce de las tentaciones y abrazarnos a ella por unas horas, como si la eternidad fuera más una realidad palpable que un ardiente deseo.

Amarás a todas las cosas, dice el nuevo mandamiento, como si tuviéramos tiempo siquiera de plantearlo en nuestras cortas vidas. ¿Cómo se ama lo que se desconoce? Declaremos la guerra del sexo y así hagamos el amor contra todos, y que en lugar de un reguero de sangre queden las almohadas empapadas en sudor. Convirtamos al otro en enemigo íntimo. Marchemos por el mundo sedientos, siendo conscientes de que buscamos un manantial que jamás podremos encontrar, consumiéndonos en la ilusión de la rauda curación del deseo insatisfecho.

Y ahora qué si me apetece quererte, tanto como navegar por tu cuerpo. Déjalo en el hoy, las mañanas tienden a desvirtuar las cosas que la noche guarda. Y no quedarán huellas en tus mejillas de mis dedos, no brillará la marca de mis besos en tus labios, pero allí estará todo, indeleble a pesar del paso del tiempo.

A los seres efímeros siempre nos queda el consuelo de que todo permanece, incluso los amantes que menguamos en las noches de verano y que luego desaparecen, a veces para no volver.

Qué pasará conmigo en unos años, cómo me golpeará la vida y qué forma tendrán mis cicatrices. Sólo es cuestión de añadir más a la colección, tras la vertiginosa carrera que comenzó cuando empecé a respirar el tóxico oxígeno que se llevará todas mis fuerzas consigo, una vez que cierre los ojos para siempre.

La magnificencia de la vida reducida a polvo. Ríete, mañana podrías estar muerto.

Entonces olvídate de todo y entrégate a mí sin reservas. Hoy me apetece quererte. Quizá no mañana, tal vez hasta te odie, pero tranquilo. Si te he amado un sólo día siempre será más fácil que te vuelva a querer cualquier otro.

Ven conmigo y aúllale a la luna cogido de mi mano cuando crezca y cuando mengüe. Los únicos momentos en que se forma una cuna brillante en el cielo para mecer la fragilidad de nuestros sueños.