Adoro el momento justo,
el instante breve, en que la brisa es aún demasiado leve para
arrastrar desde el alféizar de la ventana los gemidos acumulados que
arranco de tus labios, secos y exhaustos de tanto caminar por el
desierto de mi piel...
Y despierto. Abro los
ojos. Sólo ha sido un sueño.
En la soledad de mi
cuarto el aire se densifica entre suspiros mientras permanezco
callada y a oscuras, a la espera de alguien que sé que no va a venir. En un
segundo cierro los ojos y me permito contestar, con buena dosis de
imaginación, al interrogante que supone para mí cómo será que
desaparezca tu sonrisa suave entre mis piernas.
Qué culpa podemos tener
los pobres mortales como nosotros de caer en la más dulce de las
tentaciones y abrazarnos a ella por unas horas, como si la eternidad
fuera más una realidad palpable que un ardiente deseo.
Amarás a todas las
cosas, dice el nuevo mandamiento, como si tuviéramos tiempo siquiera
de plantearlo en nuestras cortas vidas. ¿Cómo se ama lo que se desconoce? Declaremos la guerra del sexo y así
hagamos el amor contra todos, y que en lugar de un reguero de sangre
queden las almohadas empapadas en sudor. Convirtamos al otro en
enemigo íntimo. Marchemos por el mundo sedientos, siendo conscientes
de que buscamos un manantial que jamás podremos encontrar, consumiéndonos en la ilusión de la rauda curación del deseo insatisfecho.
Y ahora qué si me
apetece quererte, tanto como navegar por tu cuerpo. Déjalo en el
hoy, las mañanas tienden a desvirtuar las cosas que la noche guarda.
Y no quedarán huellas en tus mejillas de mis dedos, no brillará la
marca de mis besos en tus labios, pero allí estará todo, indeleble
a pesar del paso del tiempo.
A los seres efímeros
siempre nos queda el consuelo de que todo permanece, incluso los
amantes que menguamos en las noches de verano y que luego
desaparecen, a veces para no volver.
Qué pasará conmigo en
unos años, cómo me golpeará la vida y qué forma tendrán mis
cicatrices. Sólo es cuestión de añadir más a la colección, tras
la vertiginosa carrera que comenzó cuando empecé a respirar el
tóxico oxígeno que se llevará todas mis fuerzas consigo, una vez que cierre los ojos para siempre.
La magnificencia de la
vida reducida a polvo. Ríete, mañana podrías estar muerto.
Entonces olvídate de
todo y entrégate a mí sin reservas. Hoy me apetece quererte. Quizá
no mañana, tal vez hasta te odie, pero tranquilo. Si te he amado un
sólo día siempre será más fácil que te vuelva a querer cualquier
otro.
Ven conmigo y aúllale a la luna cogido de mi mano cuando crezca y cuando mengüe. Los únicos momentos en que se forma una cuna brillante en el cielo para mecer la fragilidad de nuestros sueños.
Sentimientos muy impulsivos...
ResponderEliminar¡Poesía en estado puro!
ResponderEliminarMuy bello. Sólo un leve reproche, si me lo permites: dudo mucho que la piel de una mujer, sin duda, joven, como la que retratas sea un "desierto"
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