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24.5.14

Cuidado con lo que deseas...



Ojalá, alguien, alguna vez,
sea capaz de dejar 
una huella profunda y permanente 
en mi corazón,
aunque lo destroce.

***

Ojalá el corazón
fuese como el rosetón de una iglesia,
que puedas tirar una piedra,
romper toda la vidriera,
y, entonces, que sólo pase el aire.

24.4.14

La distancia infinita



"Vienes en un mal momento, pero eres bueno. 
Es complicado levantarse por las mañanas 
y escindir mis sentimientos para odiar al mundo 
sin odiarte a ti."

Cero.
J. Lontano



A veces me resulta imposible luchar contra esta sensación que me devora despacio. Tan sólo es un leve roce, un susurro al oído y mi mente se apodera completamente de mí. Noto un gancho que se agarra a mi estómago y tira hacia abajo -siempre hacia abajo- y me deja sin respiración. Mis ojos quedan entonces muertos y reflejan todo ese pánico, todo ese dolor y miedo guardados bajo llave, de los que no suele apenas quedar rastro visible el resto del tiempo. Emprendo un viaje lejos del mundo y quedo atrapada en mis propios pensamientos, sin capacidad para huir.

De pronto la siento. 
Sé que es ella -oigo sus pasos en mis sienes- y viene a por mí.

///


El mundo sigue girando. Cambia, siempre cambia, pero yo sigo siendo siempre la misma. Cuando sangra el corazón vuelven a doler las cicatrices. Y el corazón no deja nunca de sangrar. Tan sólo puedes pintarte los labios con toda esa sangre y sonreír. 

Ya sabes, guiño, nunca sabes quién se puede enamorar de tu sonrisa.

///


Esquizofrenia significa mente escindida. Es la pandemia de nuestra época. Ya no queda nadie a salvo de la esquizofrenia, nadie que sepa responder a la eterna pregunta de forma veraz y certera: 

¿El infierno son los otros o lo soy yo?

///


Altruismo cristiano. Sálvate a través de mí, sálvame a través de ti. Éste es mi corazón, cáliz de mi sangre. Esto que tengo entre las piernas, carne de Cristo. Redención con canibalismo. Pon otra piel sobre la herida. Mírate. Apenas puedes sostenerte. Cógeme con tus manos y usa mi cuerpo como altar. Ya no tengo nada que perder. Ya no tengo nada, nada, que perder.

///


Son trece, querido. Son trece lunas rojas. Una maldición. Trece lunas rojas son mis ojos. Trece lunas rojas a través de mis labios, vertidas una a una para empaparte con mi dolor y salvarte del tuyo.

Trece lunas rojas es la angustia que me separa del mundo.
Exactamente esa distancia.



12.6.13

Llavero


Llaves maestras, llaves inglesas, llaves magnéticas.

Probablemente, como dice la canción, una de las preguntas que más nos autodirigimos los desastres manifiestos es ¿dónde están las llaves?

Existen llaves que guardan los secretos más íntimos de una persona dentro de un diario. Hay llaves que abren cajones llenos de documentos vitales. Otras llaves, en cambio, sirven para encerrar un montón de cachivaches polvorientos en un trastero a la espera de que nadie los encuentre.

Existen llaves para mantener las bicicletas a salvo de posibles ladrones. Hay llaves que guardan celosas la correspondencia que llega al buzón. Otras llaves, en cambio, sirven para esconder tesoros en baúles y arcones con el paso de los años.

Después están las otras llaves, las metafóricas. Las llaves que nos conducirán a un ascenso laboral. Las llaves de la persistencia que con tesón abren cualquier puerta. Las llaves capaces de abrir un corazón frío y solitario.


Y finalmente, hay llaves tan metafóricas como tangibles, que abren tanto la puerta de una casa como la puerta hacia una nueva vida.







19.5.13

Las hijas de Medusa


Nosotras, las hijas del odio, nacimos de hombres destructivos. Nos enseñaron a amar a hombres destructivos que, haciendo gala de su naturaleza, nos destruyeron. Y cuando todo falló, cuando nos quedamos solas en la oscuridad, comenzamos a autodestruirnos nosotras mismas sólo porque no sabíamos vivir de otra manera.

Tú, que te enganchaste tan rápido al dolor, me preguntabas una y otra vez por qué siempre insistía en huir ante la más mínima duda.

Yo sólo quiero que no me cojan, que no me atrapen, que no me den un motivo más para tener que huir— te decía en aquellas tardes de otoño, disimulando a duras penas las ganas de encender un cigarrillo.

Así te pasaste la vida, aguantando; y yo, huyendo. Las demandas no se hicieron esperar y se llevaron todos nuestros tesoros más preciados en un breve parpadeo. Luego no supimos qué hacer.

Conseguiste vomitar, entre grandes y punzantes arcadas, uno de los clavos que tenías atravesados en el estómago y yo sonreí. Si tú eras fuerte, yo también. Sin embargo no fue nada fácil.

En nuestro camino de putas, tú te dejabas follar por la falsa seguridad que produce la rutina —así nunca podría pasarte nada, a pesar de que te estuviera ocurriendo de todo— y yo por el miedo a que quisiera arrojarme un buen día por la ventana de un piso de ocho plantas y no hubiera nadie allí para detenerme. Cómo íbamos a vivir solas por nuestra cuenta, si éramos dos pájaros suicidas que insistían en dejarse caer al vacío en cuanto les abrías la puerta de la jaula. Cómo dejarnos escapar.

Nos vendieron al mejor postor. Cuando hablabas de verdad, lo hacías en un susurro, y desgraciadamente siempre había demasiado ruido. Así nadie sabrá jamás que eres magnífica. Y te deshacías en lágrimas por las esquinas, las cuáles a veces no comprendía y otras me entraban ganas de secártelas a golpe de rabia. Estabas derrotada antes de empezar porque ignorabas profundamente que te habían declarado la guerra, y cada vez que entrabas en el salón parecía que no veías a los soldados caídos en el campo de batalla, el sofá manchado de sangre y mi esperanza clavada encima del televisor.

Yo lo observaba todo desde lo alto, en silencio. Siempre tan callada. Pero qué iba a decir, si el dolor me atenazaba la garganta. A veces estallaba, completamente furiosa, y no sabías cómo encajarlo porque siempre aparentaba estar tranquila. Será que estás cargada con mi mismo odio a pesar de mirarme y sonreír. Cuando era yo quien hablaba, la cosa era diferente. Todo el mundo escuchaba, aunque jamás me dieran la razón. Sabías que era mucho peor cuando permanecía en silencio durante horas, el mar retirándose de la orilla antes del tsunami, con consecuencias nefastas e impredecibles. Nunca comprendiste que me alejaba de ti no porque no te quisiera, sino para impedir que fueras arrastrada conmigo.

Es aterrador mirar tus ojos durante un momento y ver un abismo de angustia infinito. Me quita las ganas de hablar, de comer, de vivir. Nos arrebataron a la una de la otra, nos vimos crecer cada una desde su invernadero mientras se nos pudrían las flores y se nos secaban las hojas, sin opción de escapar.

Y luego nos quisieron, sí, para exhibirnos como trofeo. Eres despreciable pero haz el esfuerzo de aparentar ser perfecta. Nos preguntaron por qué cogíamos el corazón y lo hacíamos rebotar sobre el agua a la espera de que llegase hasta la otra orilla y no se hundiera por el camino. Por favor, por favor...; pero siempre se hundía y servía de alimento a los peces. Esconde el corazón donde nadie te lo encuentre. Y yo lo cambiaba de sitio una y otra vez para que nadie pudiera agarrarlo y dejarme sin él. Y así lo fui perdiendo y quedé reducida a sombra, a tu reflejo. La misma mujer con dos almas diferentes.

Se morían de miedo nada más vernos, petrificados en tan sólo una mirada.

Apenas existen obras donde nos dibujen hermosas, con un cuerpo sobre el que poder mandar, sonrientes. Sacerdotisas de Atenea que tratan de rendir tributo a la sabiduría desde su belicidad, a veces insana. Que eso jamás salga a la luz.

En cambio, muestran el triunfo de él en casi todas. No hay testigos para nuestra lucha. Perseo fue el héroe, nosotras sólo un monstruo al que había que aniquilar con presteza.

Os voy a contar un secreto: Perseo no fue un héroe, Perseo es un criminal.









16.5.13

Fantasmas de spleen



La tarde me ahoga entre tintes azules y grises. Estoy lo suficientemente ebria a estas horas, sí, de la tarde, como para traer a dos viejos amigos a mi salón y brindar con ellos.

Primero entra Leonard Cohen con su Famous blue raincoat para pegarme dos arañazos con un par de acordes y dejarme tirada en el sofá. Ah, the last time we saw you, you looked so much older... Casi me entran ganas de llorar. Me pasa un gato por al lado.

Ah, qué haría yo sin ti le digo al gato, como tengo por costumbre hacer al menos tres veces en semana. Conozco de sobra la respuesta, la cual no menciono porque sé que no gustaría a nadie.

Leonard, qué duro, joder. And when she came back she was nobody's wife. ¿Y tú por qué escribes tan buenas canciones? Cabrón.

Eres un cabrón recalcitrante, fíjate lo que te digo le comento al altavoz mientras trato de incorporarme del sofá porque mi vaso ya ha quedado vacío.

Y entonces entra Buckley y consigue que me detenga en mitad del salón como una autómata que recibe órdenes, sólo para escucharle. Buckley me deja tan indiferente como si me estuvieran haciendo una operación a corazón abierto sin anestesia. Imposible de ignorar. De hecho está cantando una canción de Cohen, lo cual recrudece el efecto esplínico hasta límites insospechados. Y es que la dulzura de la voz de Buckley unida a la precisión lírica de Cohen es una combinación demoníaca. Prueba a ponerlos juntos, si no te entra una nostalgia propia de siete novelas rusas es que no tienes alma. Baby, I have been here before, I know this room, I've walked this floor, I used to live alone before I knew you....
Y cuando dice lo de: Love is not a victory march, it's a cold and it's a broken Hallelujah se me caen de repente dos lagrimones enormes. Es la única canción con la que soy capaz de llorar. No me preguntes, no sé qué tiene. Ni Johnny Cash versionando Hurt me conmueve tanto.

Y encima estás muertole digo a Jeff como si eso fuera un crimen enorme. Que lo es. Me dirijo a la cocina y lleno el vaso hasta arriba. Me lo bebo tan deprisa que ya está casi por la mitad cuando vuelvo a sentarme en el sofá.

Se cuela Damien Rice con 9 Crimes. Ésa soy yo hace cinco años mirando por la ventana de la facultad. Me dan ganas de viajar al pasado y abrazarme fuerte, muy fuerte, no estás sola, maldita sea. Algún día serás fuerte y podrás escapar de todo eso. Pero ella seguirá escribiendo ese maldito diario que llenará entero de dolor, dudas y miedo, porque se los trajo en el equipaje desde otra ciudad. Me dan ganas de gritar.

Sobresalto. Un gato acaba de saltar a mi regazo. Lo miro y acaricio pensativa. Pero qué.

No tengo nada con qué justificar estas líneas. Me sale todo así, directo, sin filtros ni historias. Todo verdad. ¿Por qué crees que tiene éxito lo que se escribe en los bares, eh, Hemingway? Tú lo sabías mejor que nadie.

Esperáis que os ofrezca una lectura entretenida, cómo si no hubiera por ahí mejores cosas que leer. Ya se ha escrito demasiado sobre el spleen. Baudelaire, ¿por qué me has abandonado?

Bebemos sobre todo cuando estamos cargados de preguntas y reproches. Y con una esperanza propia de un crío de siete años esperamos encontrar una respuesta en el fondo del vaso, respuesta que nunca llegará. El ser humano es empíricamente inepto. Así es la vida. Y no sé a vosotros, a mí no me enseñaron a vivirla mejor.

Por cierto, menudos gustos musicales de mierda tiene la gente.


13.5.13

Equilibrio





Venus, la gata de dos caras




"Justo aquí está el equilibrio perfecto.
El encuentro de cielo y tierra. 
No demasiado dios, no demasiado egoísta,
de otro modo la vida se vuelve una locura.
Si pierdes equilibrio, pierdes poder"
Come, reza, ama


Hoy es un día como cualquier otro, por lo tanto, un día especial.

Antes, llegada a este punto, solía mirar hacia atrás, comprobar cuánto había cambiado, había crecido y toda esa parafernalia de comparación a la que los seres humanos estamos tan acostumbrados.

El problema de mirar hacia atrás demasiado a menudo es que terminas con tortícolis. Si hubiésemos nacido para estar constantemente mirando hacia nuestra espalda, lo hubiéramos hecho con la cabeza al revés.

A veces la naturaleza descubre enseñanzas importantes desde la simplicidad que damos por sentado y a la que no prestamos atención. Ésta podría ser una: hemos nacido para mirar hacia adelante. Por curiosidad no puedo evitar preguntarme dónde estaré dentro de un año, pero esa duda realmente carece de importancia. Estoy hecha para caminar hacia adelante. Ya llegará.

Sin embargo, importa más mirar a tu alrededor, ahora mismo, en este preciso instante y ver quiénes están a tu lado. Es bonito ver cómo cada vez hay más personas y de mejor calidad, siendo ésto último lo importante. Junto a personas que merecen la pena, uno no suma, multiplica. En este mundo la belleza necesita urgentemente ser multiplicada y ésta es nuestra misión, si es que hay alguna que merezca la pena autoimponerse.

Me miro a mí misma, tarea crucial en todo esto, y descubro esas pequeñas cosas que me hacen ser como soy. Aprendo a comprenderme, a respetarme y a perdonarme.
Entender mis cambios de humor, por ejemplo, y saber respetarlos. Tomar una decisión y ser consecuente. Comprender que da igual lo que haga la mayoría de las veces, si una persona quiere permanecer a mi lado lo hará y si no quiere, se irá. Preocuparme menos por el futuro. Dejar de intentar complacer a los demás cuando no me apetece. Disfrutar de los pequeños placeres que me ofrece el día: una taza de café, el ronroneo de un gato, palabras de alguien que se preocupa por mí, el atardecer que se ve desde mi ventana. La vida merecería la pena sólo por estas cosas, pero resulta que hay mucho más. Hay días en los que necesito comunicarme urgentemente con alguien y días en los que me necesito a mí, sólo a mí, desesperadamente. Y todo lo demás desaparece. Ésto último no todo el mundo lo entiende, pero es lo que hay. Soy solitaria, siempre lo he sido, y no lo veo como algo malo. Ser solitaria me ayuda a pensar, a saber prestar atención a la música, a leer, a poner en orden quién soy. A las personas les gusta sentirse necesarias para otros, pero no nos engañemos, lo único necesario para una persona es ella misma. Lo demás es opcional, accesorio y, muchas veces, pasajero.

Vengo de una familia de mujeres inteligentes, fuertes, valientes, creativas, soñadoras, risueñas, obstinadas, luchadoras, curiosas, sensibles... en una palabra: sabias. Ellas son mi referente. Aprendo de sus errores porque también han sido los míos, sus batallas son las mías y su forma de vivir es un ejemplo para mí. Y todo esto, siendo cada una maravillosamente diferente a todas las demás. Yo también soy diferente y sólo aspiro a alcanzar algún día la calidad humana que ellas poseen.

Hoy puedo permitirme pedir un deseo. Un deseo que me hará feliz y que hará feliz a quien quiera cumplirlo:

Si son mis pequeñas particularidades las que me hacen ser yo, pido a quienes quieran quedarse a mi lado que si me eligieron por ser diferente, nunca esperen de mí que siga una trayectoria “normal”. Ni con ellos, ni en mi vida. Ya intenté colmar las expectativas de los demás y el resultado sólo fue que herí, me hice daño y me hicieron daño.

Yo soy como un gato: voy y vengo, aparezco y desaparezco, caigo de pie, me lamo sola las heridas. Me gusta el silencio, la curiosidad me puede, mi felicidad es tumbarme junto a quien quiero, prefiero la noche al día, maúllo cuando hace falta, siempre miro al mundo con los ojos muy abiertos.

Nunca doy lo que se espera de mí, suelo dar lo que de mí no se espera. Esta impredicibilidad puede sacar de quicio, pero quien me quiera, que se aguante. Así de claro. Igual que yo aguanto en todo lo demás y, creedme, aguanto mucho, muchas cosas. La vida siempre depara sufrimiento y alegría, y esto es así invariablemente. Sólo puedes elegir a quienes aliviarán el primero y potenciarán lo segundo, y sólo lo harán si se sabe elegir bien. Una tarea tan jodida como apasionante. Lo bueno (y malo) del asunto es que esto depende sobre todo de uno mismo. Así son las cosas.

Lo siento. Gracias. Miau. Hasta siempre.



11.4.13

Cuestión de vértigo


Hay un acantilado frente a mí. Lo sé.

El agua está ahí, a sólo un salto de distancia. Oigo las olas romper contra las rocas. La arena, pulverizada en el vaivén del mar enfurecido, se mezcla sin permiso entre mis cabellos y los vuelve terrosos. La brisa silba dulcemente mi nombre, invitándome a dejarme caer de improviso. Casi puedo escuchar una voz de mafioso italiano susurrándome al oído: pon un pie en el vacío, no lo pienses, haz que parezca un accidente.

Nunca me dieron miedo las alturas. De hecho, casi se me podría tachar de temeraria. Siempre me gustó la adrenalina. Esa sensación recorriéndome las arterias con una furia inusitada, consiguiendo que me dé vueltas la cabeza mientras mi corazón se asemeja al pico de un pájaro carpintero construyendo su hogar a contrarreloj, como si le fuera la vida en ello.

Nunca me dieron miedo las alturas, reitero, hasta hace poco. 

Ahora estaba encima de un nuevo acantilado, con la adrenalina mordiéndome hasta lo más oscuro de mis eritrocitos. Mis pasos me habían llevado hasta allí, como en un descuido, guiados quizá por una extraña intuición. Estando de pie, contemplativa, respiraba tranquila. Admiraba la belleza del paisaje, suspiraba descubriendo una visión nueva, un mundo del que sólo disfrutaban los pájaros más intrépidos que se arriesgaban a llegar hasta allí volando sin vacilar, a pesar de los inesperados golpes de viento. Y me sentía afortunada, porque era consciente de esa exclusividad. A pesar de ser una vista prometedora, nunca arriesgaba demasiado. Miraba mis pies de reojo, los cuales siempre tocaban tierra firme. El vacío ante mí. Qué vértigo.

Me gustaba volver una y otra vez para ver qué nuevo paisaje se ofrecía ante mis ojos, pues nunca era lo mismo por la noche que por el día. Se apreciaban distintos detalles que no escapaban a mi visión, a pesar de la evidente falta de claridad que existía en ciertos momentos. Y sentía el mar rugiendo allí abajo, las gotas de agua que salpicaban mi piel a cada nueva embestida de las olas, y entonces se apoderaba de mi mente un único pensamiento: no seas cobarde, salta de una vez.

A veces jugaba a poner un pie en el vacío sólo para ver qué ocurría entonces. Sentía la gravedad tirando de mí hacia abajo, dulce y maldita gravedad. Y entonces, ponía el pie a salvo y no sabía con exactitud si, el haberlo escondido de nuevo entre las piedras, estaba bien o estaba mal. A qué tenía miedo. Me lo preguntaba sin saber qué responderme. Quizá sólo tenía miedo a que se materializara algo que no existía. O que si existía, no sabía bien cómo manejar. Las rocas parecen doblemente afiladas desde la distancia, y mi inseguridad siempre ha rayado en el neuroticismo más radical. Y si bien yo estaba loca, o precisamente por eso, me había acercado hasta un acantilado con reiteración, nocturnidad y alevosía. Casi me faltaba irme allí a vivir con las gaviotas, de tanto que visitaba aquel lugar. No saltar, a pesar de la tentación, era ciertamente una falta imperdonable. Era una diversión que me negaba por pura obstinación.

La voz de mi cabeza tenía razón -la simpática, no la otra-. No se puede tener miedo toda la vida porque si no, uno se olvida de vivir. Y para eso estamos, que son dos días. O tres. O los que hagan falta.

¿Cómo sería la temperatura del agua allí abajo? ¿Y si sufría una hipotermia? ¿Habría peces peligrosos esperándome? Rápido, tres canciones que me hagan sentir segura. Se me ocurre solamente Highway to hell, pero con esa me vale. ¿Y si caía en la parte que cubría menos? ¿Y si la arena del fondo era demasiado absorbente y me quedaba allí atrapada, y me ahogaba, porque sí, porque yo tengo esa suerte?

Podría hacerme todas las preguntas del mundo porque el acantilado despertaba en mí inquietud y fascinación, pero se quedan cortas cuando realmente lo que uno quiere hacer es dejar de preguntar y empezar a saber. Saber por uno mismo, sin dar lugar a nuevas hipótesis que generarán, irremediablemente, más cuestiones que nunca serán convenientemente satisfechas desde tierra firme.

Saltar, bucear hasta lo más profundo de las aguas, coger arena del fondo y disfrutar de su tacto mientras se deshace entre mis dedos. 

 Hacerlo, sin más. Sin preguntas.


31.1.13

Te hablaré de mis pesadillas...



¿Cómo lo haces, aprovechar cualquier rendija para colarte a pesar de que sellé hace años todas las entradas...?

Sólo te basta una palabra, tal vez ni siquiera eso, y apareces en mi sueño sonriendo como siempre. Y no ha pasado el tiempo, yo sigo siendo la chiquilla tímida y torpe de antaño escondida bajo el pintalabios, y a ti sólo te basta mirarme para hacerme sentir que haría cualquier cosa por ti.

Me hablas de tu futuro, de tus proyectos, y yo te doy alas y te insuflo ánimo deseando que si te vas al otro extremo del mundo, tal y como deseas, no me dejes en el camino y me lleves contigo.

...me hubiera gustado tanto ver el mundo a tu lado.

Una vez te tuve y te perdí, así de rápido, como un parpadeo de labios: dos inconscientes jugando al amor, apostando besos por mera diversión. 

Y cómo no, hago gala de mi inexperiencia y, queriendo arriesgar en el juego, apuesto el corazón y pierdo.


Por eso ya no tengo miedo a mis pesadillas, me persigue una manada de lobos y casi esbozo una sonrisa, me caigo por un acantilado y mi único deseo es llegar al final para seguir soñando algo más interesante... pero apareces tú por las rendijas de mi inconsciente, sin ser llamado, y apenas me atrevo a retenerte entre mis brazos. Durante el sueño estoy segura de que mi respiración se hace más pausada, intentando detener un tiempo que se me escapa entre los dedos.

Y me despierto temblando, a veces ruedan lágrimas por la almohada, vuelvo a tener la misma sensación de pérdida y derrota que me acompañará siempre, de que te he tenido unos segundos y te he vuelto a perder sin poder hacer nada.

Y ese es mi temor más profundo, por eso mis sueños ya no me dan miedo y casi me producen carcajadas... porque mi peor pesadilla es cotidiana. 
Lo que realmente me encoge el corazón y me hace desear la muerte es despertarme cada día en un mundo en el jamás encontraré tu sonrisa al otro lado de la cama.

24.1.13

Munición


Déjame prestarte por un momento mis ojos. Verte como yo te veo cuando me miras con esas pupilas, divididas entre la amargura y la indecisión, que tanto te caracterizan. Te presto mis ojos para que te observes con atención, la forma en la que escupes las palabras que me diriges, fugaces y precisas como proyectiles, en un vano intento de hacerme daño.

Todos los hombres no son iguales; en cambio, los vengadores como tú sois todos despreciables, sin distinción.

Te veo como a un niño que intenta someter mi voluntad apuntándome a la cabeza con una pistola de juguete, totalmente convencido de que surtirá efecto porque lo ha visto en las películas.

Tu error es sencillo: apenas me conoces en el largo tiempo que has estado conmigo. Vengarse es complicado, porque para empezar hay que ser inteligente, conocer bien a la persona a la que intentas dañar y luego no resultar patético.

0 de 3.

Sólo quiero ayudarte.

De nada.

18.1.13

Juegos de azar


A veces juego las cartas demasiado deprisa, sin pensar (lo que pocas veces es mi estilo), y eso conlleva el riesgo, en ocasiones, de perder la partida antes de empezar. 

Siempre queda la otra cara de la moneda por enseñar, apostar al negro en lugar de al rojo, o arriesgarme a sonreír a la gelidez de tus ojos desde la distancia para infundirles algo de calor.

Déjame limpiar el tablero y elegir otro juego, empezar de nuevo. 

Siempre preferí los dados porque, si no acierto a la primera, puedo volver a tirar.

15.1.13

De tus soledades infinitas


Estás ahí, al otro lado de la pantalla, recorriendo estas líneas con la mirada y desgastando mis palabras mientras el monitor hace lo mismo con tus pupilas.

Sé de ti y de tu soledad infinita; de todas esas punzadas que te impiden concebir el sueño por la noche, de las miradas perdidas y anhelantes que envías por la ventana esperando a que la suerte las recoja.

¿Sabes cuánto puede durar la caída de un cubito de hielo en el vaso, el incesante tintineo contra el vidrio hasta que por fin se apaga el licor?

Cuánto te puede matar el silencio en un instante. Como esa luna por la noche, como la almohada de tu cuarto ahogando tu respiración. Casi tanto como las palabras vacías.

Qué me puedes decir que desconozca. Tantas cosas y ninguna.

Tal vez ahora sea lo mejor callar.

Tus soledades infinitas también son las mías. Qué más da encontrarse en lugares distantes si al final lo que resulta es una soledad compartida.

Mira ahora por la ventana y dime si no sientes mi mirada contra el cristal; impresa en tus huellas a cada paso que das; guardada entre tus sábanas por la noche.

Dime ahora si la soledad no es ficticia, si sólo la inventas para excusar tu nostalgia y tu melancolía.

Siempre te acompañarán los recuerdos y las palabras. Las palabras que apacigüen tus soledades infinitas. Tal vez, si quieres, las mías. Y entre ellas, elige aquellas nunca dichas, pues esas siempre serán las más importantes.