Nosotras,
las hijas del odio, nacimos de hombres destructivos. Nos enseñaron a
amar a hombres destructivos que, haciendo gala de su naturaleza, nos
destruyeron. Y cuando todo falló, cuando nos quedamos solas en la
oscuridad, comenzamos a autodestruirnos nosotras mismas sólo porque
no sabíamos vivir de otra manera.
Tú,
que te enganchaste tan rápido al dolor, me preguntabas una y otra
vez por qué siempre insistía en huir ante la más mínima duda.
—Yo
sólo quiero que no me cojan, que no me atrapen, que no me den un
motivo más para tener que huir— te decía en aquellas tardes de
otoño, disimulando a duras penas las ganas de encender un
cigarrillo.
Así
te pasaste la vida, aguantando; y yo, huyendo. Las demandas no se
hicieron esperar y se llevaron todos nuestros tesoros más preciados
en un breve parpadeo. Luego no supimos qué hacer.
Conseguiste
vomitar, entre grandes y punzantes arcadas, uno de los clavos que
tenías atravesados en el estómago y yo sonreí. Si tú eras fuerte,
yo también. Sin embargo no fue nada fácil.
En
nuestro camino de putas, tú te dejabas follar por la falsa seguridad
que produce la rutina —así nunca podría pasarte nada, a pesar de
que te estuviera ocurriendo de todo— y yo por el miedo a que
quisiera arrojarme un buen día por la ventana de un piso de ocho
plantas y no hubiera nadie allí para detenerme. Cómo íbamos a
vivir solas por nuestra cuenta, si éramos dos pájaros suicidas que
insistían en dejarse caer al vacío en cuanto les abrías la puerta
de la jaula. Cómo dejarnos escapar.
Nos
vendieron al mejor postor. Cuando hablabas de verdad, lo hacías en
un susurro, y desgraciadamente siempre había demasiado ruido. Así
nadie sabrá jamás que eres magnífica. Y te deshacías en
lágrimas por las esquinas, las cuáles a veces no comprendía y
otras me entraban ganas de secártelas a golpe de rabia. Estabas
derrotada antes de empezar porque ignorabas profundamente que te
habían declarado la guerra, y cada vez que entrabas en el salón
parecía que no veías a los soldados caídos en el campo de batalla,
el sofá manchado de sangre y mi esperanza clavada encima del
televisor.
Yo
lo observaba todo desde lo alto, en silencio. Siempre tan
callada. Pero qué iba a decir, si el dolor me atenazaba la
garganta. A veces estallaba, completamente furiosa, y no sabías cómo
encajarlo porque siempre aparentaba estar tranquila. Será
que estás cargada con mi mismo odio a pesar de mirarme y
sonreír. Cuando era yo quien hablaba, la cosa era
diferente. Todo el mundo escuchaba, aunque jamás me dieran la razón.
Sabías que era mucho peor cuando permanecía en silencio durante
horas, el mar retirándose de la orilla antes del tsunami, con
consecuencias nefastas e impredecibles. Nunca comprendiste que me
alejaba de ti no porque no te quisiera, sino para impedir que fueras
arrastrada conmigo.
Es
aterrador mirar tus ojos durante un momento y ver un abismo de
angustia infinito. Me quita las ganas de hablar, de comer, de vivir.
Nos arrebataron a la una de la otra, nos vimos crecer cada una desde
su invernadero mientras se nos pudrían las flores y se nos secaban
las hojas, sin opción de escapar.
Y
luego nos quisieron, sí, para exhibirnos como trofeo. Eres
despreciable pero haz el esfuerzo de aparentar ser perfecta. Nos
preguntaron por qué cogíamos el corazón y lo hacíamos rebotar
sobre el agua a la espera de que llegase hasta la otra orilla y no se
hundiera por el camino. Por favor, por favor...; pero siempre se
hundía y servía de alimento a los peces. Esconde el corazón
donde nadie te lo encuentre. Y yo lo cambiaba de sitio una y
otra vez para que nadie pudiera agarrarlo y dejarme sin él. Y así
lo fui perdiendo y quedé reducida a sombra, a tu reflejo. La misma
mujer con dos almas diferentes.
Se morían de miedo nada más vernos, petrificados en tan sólo una mirada.
Se morían de miedo nada más vernos, petrificados en tan sólo una mirada.
Apenas
existen obras donde nos dibujen hermosas, con un cuerpo sobre el que
poder mandar, sonrientes. Sacerdotisas de Atenea que tratan de rendir
tributo a la sabiduría desde su belicidad, a veces insana. Que eso
jamás salga a la luz.
En
cambio, muestran el triunfo de él en casi todas. No hay testigos
para nuestra lucha. Perseo fue el héroe, nosotras sólo un monstruo
al que había que aniquilar con presteza.
Os
voy a contar un secreto: Perseo no fue un héroe, Perseo es un
criminal.
La leche puta. Qué pedazo de texto. Flipo en colores contigo. :O
ResponderEliminarAlucinada me hallo.
Un beso.
Estoy con Naar, impresionante. No puedo decir nada más. Me has quitado las palabras.
ResponderEliminarCuídate.
Fantástico. Sentimientos hechos palabras.
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