La tarde me ahoga entre
tintes azules y grises. Estoy lo suficientemente ebria a estas horas,
sí, de la tarde, como para traer a dos viejos amigos a mi salón y
brindar con ellos.
Primero entra Leonard
Cohen con su Famous blue raincoat para
pegarme dos arañazos con un par de acordes y dejarme tirada en el
sofá. Ah, the last time we saw you, you looked so much
older... Casi me entran ganas de
llorar. Me pasa un gato por al lado.
—Ah,
qué haría yo sin ti—
le digo al gato, como tengo por costumbre hacer al
menos tres veces en
semana. Conozco de sobra la respuesta, la cual no menciono porque sé
que no gustaría a nadie.
Leonard,
qué duro, joder. And when she came back she was nobody's
wife. ¿Y tú por qué escribes
tan buenas canciones? Cabrón.
—Eres
un cabrón recalcitrante, fíjate lo que te digo—
le comento al altavoz mientras trato de incorporarme del sofá porque
mi vaso ya ha quedado vacío.
Y
entonces entra Buckley y consigue que me detenga en mitad del salón como una autómata que recibe órdenes, sólo para escucharle. Buckley me deja tan indiferente como si me
estuvieran haciendo una operación a corazón abierto sin anestesia.
Imposible de ignorar. De hecho está cantando una canción de Cohen, lo cual recrudece el efecto esplínico hasta límites insospechados. Y
es que la dulzura de la voz
de Buckley unida a la precisión lírica de Cohen es una combinación
demoníaca. Prueba a ponerlos juntos, si no te entra una nostalgia
propia de siete novelas rusas es que no tienes alma. Baby,
I have been here before, I know this room, I've walked this floor, I
used to live alone before I knew you....
Y
cuando dice lo de: Love is not a victory march, it's a cold and
it's a broken Hallelujah se me caen de repente dos lagrimones
enormes. Es la única canción con la que soy capaz de llorar. No me
preguntes, no sé qué tiene. Ni Johnny Cash versionando Hurt me
conmueve tanto.
—Y
encima estás muerto—
le
digo a Jeff como si eso fuera un crimen enorme. Que lo es. Me dirijo
a la cocina y lleno el vaso hasta arriba. Me lo bebo tan deprisa que
ya está casi por la mitad cuando vuelvo a sentarme en el sofá.
Se
cuela Damien Rice con
9
Crimes.
Ésa
soy yo hace cinco años mirando por la ventana de la facultad. Me dan
ganas de viajar al pasado y abrazarme fuerte, muy fuerte, no estás
sola, maldita sea. Algún día serás fuerte y podrás escapar de
todo eso. Pero ella seguirá escribiendo ese maldito diario que
llenará entero de dolor, dudas y miedo, porque se los trajo en el
equipaje desde otra ciudad. Me dan ganas de gritar.
Sobresalto.
Un gato acaba de saltar a
mi regazo. Lo miro y acaricio pensativa. Pero qué.
No
tengo nada con qué justificar estas líneas. Me
sale todo así, directo, sin filtros ni historias. Todo verdad. ¿Por
qué crees que tiene éxito lo que se escribe en los bares, eh,
Hemingway? Tú lo sabías mejor que nadie.
Esperáis
que os ofrezca una lectura entretenida,
cómo
si no hubiera por ahí mejores cosas que leer. Ya se ha escrito
demasiado sobre el spleen.
Baudelaire,
¿por qué me has abandonado?
Bebemos
sobre todo cuando estamos cargados de preguntas y reproches. Y con
una esperanza propia de un crío de siete años esperamos encontrar
una respuesta en el fondo del vaso, respuesta que nunca llegará. El ser humano es empíricamente inepto. Así es la vida.
Y no sé a vosotros, a mí no me enseñaron a vivirla mejor.
Por
cierto, menudos gustos musicales de mierda tiene la gente.
Yo pienso que bebemos para que las preguntas nos innunden y las respuestas se escondan. A veces, saber la verdad no nos hace mejores, y acaba haciéndo herida.
ResponderEliminarTenía unas ganas horrorosas de leer tu blog. Perdón por la tardanza.
Cuídate.
De las heridas se aprende, cicatrizan y luego sólo duelen con el paso de las estaciones. Y si no terminan curándose, al menos que sirvan para poder escribir.
ResponderEliminarNo lo leas todo de golpe, sin prisas, que atragantarse tampoco es bueno. No hay disculpas que pedir. Si acaso yo debería darte las gracias por asomarte por aquí, así que gracias :)
Un abrazo.