16.5.13

Fantasmas de spleen



La tarde me ahoga entre tintes azules y grises. Estoy lo suficientemente ebria a estas horas, sí, de la tarde, como para traer a dos viejos amigos a mi salón y brindar con ellos.

Primero entra Leonard Cohen con su Famous blue raincoat para pegarme dos arañazos con un par de acordes y dejarme tirada en el sofá. Ah, the last time we saw you, you looked so much older... Casi me entran ganas de llorar. Me pasa un gato por al lado.

Ah, qué haría yo sin ti le digo al gato, como tengo por costumbre hacer al menos tres veces en semana. Conozco de sobra la respuesta, la cual no menciono porque sé que no gustaría a nadie.

Leonard, qué duro, joder. And when she came back she was nobody's wife. ¿Y tú por qué escribes tan buenas canciones? Cabrón.

Eres un cabrón recalcitrante, fíjate lo que te digo le comento al altavoz mientras trato de incorporarme del sofá porque mi vaso ya ha quedado vacío.

Y entonces entra Buckley y consigue que me detenga en mitad del salón como una autómata que recibe órdenes, sólo para escucharle. Buckley me deja tan indiferente como si me estuvieran haciendo una operación a corazón abierto sin anestesia. Imposible de ignorar. De hecho está cantando una canción de Cohen, lo cual recrudece el efecto esplínico hasta límites insospechados. Y es que la dulzura de la voz de Buckley unida a la precisión lírica de Cohen es una combinación demoníaca. Prueba a ponerlos juntos, si no te entra una nostalgia propia de siete novelas rusas es que no tienes alma. Baby, I have been here before, I know this room, I've walked this floor, I used to live alone before I knew you....
Y cuando dice lo de: Love is not a victory march, it's a cold and it's a broken Hallelujah se me caen de repente dos lagrimones enormes. Es la única canción con la que soy capaz de llorar. No me preguntes, no sé qué tiene. Ni Johnny Cash versionando Hurt me conmueve tanto.

Y encima estás muertole digo a Jeff como si eso fuera un crimen enorme. Que lo es. Me dirijo a la cocina y lleno el vaso hasta arriba. Me lo bebo tan deprisa que ya está casi por la mitad cuando vuelvo a sentarme en el sofá.

Se cuela Damien Rice con 9 Crimes. Ésa soy yo hace cinco años mirando por la ventana de la facultad. Me dan ganas de viajar al pasado y abrazarme fuerte, muy fuerte, no estás sola, maldita sea. Algún día serás fuerte y podrás escapar de todo eso. Pero ella seguirá escribiendo ese maldito diario que llenará entero de dolor, dudas y miedo, porque se los trajo en el equipaje desde otra ciudad. Me dan ganas de gritar.

Sobresalto. Un gato acaba de saltar a mi regazo. Lo miro y acaricio pensativa. Pero qué.

No tengo nada con qué justificar estas líneas. Me sale todo así, directo, sin filtros ni historias. Todo verdad. ¿Por qué crees que tiene éxito lo que se escribe en los bares, eh, Hemingway? Tú lo sabías mejor que nadie.

Esperáis que os ofrezca una lectura entretenida, cómo si no hubiera por ahí mejores cosas que leer. Ya se ha escrito demasiado sobre el spleen. Baudelaire, ¿por qué me has abandonado?

Bebemos sobre todo cuando estamos cargados de preguntas y reproches. Y con una esperanza propia de un crío de siete años esperamos encontrar una respuesta en el fondo del vaso, respuesta que nunca llegará. El ser humano es empíricamente inepto. Así es la vida. Y no sé a vosotros, a mí no me enseñaron a vivirla mejor.

Por cierto, menudos gustos musicales de mierda tiene la gente.


2 comentarios:

  1. Yo pienso que bebemos para que las preguntas nos innunden y las respuestas se escondan. A veces, saber la verdad no nos hace mejores, y acaba haciéndo herida.

    Tenía unas ganas horrorosas de leer tu blog. Perdón por la tardanza.

    Cuídate.

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  2. De las heridas se aprende, cicatrizan y luego sólo duelen con el paso de las estaciones. Y si no terminan curándose, al menos que sirvan para poder escribir.

    No lo leas todo de golpe, sin prisas, que atragantarse tampoco es bueno. No hay disculpas que pedir. Si acaso yo debería darte las gracias por asomarte por aquí, así que gracias :)

    Un abrazo.

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