Déjame prestarte por un
momento mis ojos. Verte como yo te veo cuando me miras con esas
pupilas, divididas entre la amargura y la indecisión, que tanto te
caracterizan. Te presto mis ojos para que te observes con atención,
la forma en la que escupes las palabras que me diriges, fugaces y
precisas como proyectiles, en un vano intento de hacerme daño.
Todos los hombres no son
iguales; en cambio, los vengadores como tú sois todos despreciables, sin distinción.
Te veo como a un niño
que intenta someter mi voluntad apuntándome a la cabeza con una
pistola de juguete, totalmente convencido de que surtirá efecto
porque lo ha visto en las películas.
Tu error es sencillo:
apenas me conoces en el largo tiempo que has estado conmigo. Vengarse
es complicado, porque para empezar hay que ser inteligente, conocer
bien a la persona a la que intentas dañar y luego no resultar
patético.
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Sólo quiero ayudarte.
De nada.
Es dificil imaginar un mayor desprecio que ridiculizar así los intentos de quien trata de llamar tu atención.
ResponderEliminarLe has dejado sin armas de una forma entre magistral y cruel.
Un abrazo!