1.11.18

No rendirse nunca es algo que sólo decimos cuando estamos rotas


Y el dolor se me disfraza de vacío existencial
pero no, no, no; hay que tirar pa´lante 
aunque se escondan las ganas,
se me confunden mil motivos para amar la vida
y odiar este sistema cruel
y un abismo se abre a veces cuando me quedo sola ah, ah, ay...
-Donde duele, La Otra-




Últimamente tengo la sensación de que me voy llenando de tantas cosas que termino desalojándome de mí misma. Hay demasiado ruido y consigue abrir una brecha en el cada vez más pequeño dique que me separa del mundo, y se cuela por ahí y me ensordece. Entonces me entra una sensación de asfixia que sólo se me pasa en los pocos momentos que consigo salir a respirar mientras no pienso en nada.

Existo entre la responsabilidad y la evasión, lo que significa no vivir en absoluto. Se me acorta la mecha de la espontaneidad y oigo de lejos el murmullo de esa conocida enemiga que es la inercia y que me impera rendirme a sus pies mientras le entrego mi vida. Y algo se rebela en mi interior, esa fuerza de salvamento que quiere retirarme de la no-existencia y que asoma la cabeza poco a poco, mientras rezo para tener energía para cuando llegue. Y no sucumbir a este hastío, a los días repetitivos que vas tachando porque no los vives en absoluto. Hay pequeñas chispas en ocasiones, algo que se parece a vivir de verdad, pero son fugaces y apenas las ves.

Miro a mi alrededor y veo a mucha gente inmersa en la inercia. Entre ellas yo, muchos días, muchas semanas. Con la ansiedad apoderándose de mis noches y el insomnio de antes del amanecer. Y vienen ecos del pasado a recordarme que yo plantaba cara a la inercia, incluso cuando no tenía ganas, incluso cuando no tenía fuerzas y que esa era la clave de todo. Romperle el juego a la inercia. Cultivar los momentos que querías vivir y regarlos con mimo. Esa era la vida.

¿Qué será de mi vida?
Desde luego nunca soporté bien el frío.
Ni por dentro, ni por fuera.






No hay comentarios:

Publicar un comentario