Son extraños estos derroteros por
dónde nos lleva la vida. Siento como si alguien me hubiese dado la mano para
transitar por los distintos caminos y ahora me soltara y me susurrara al oído:
muy bien, pequeña, a partir de ahora sin mapa. Mi mirada de reproche sería
clara y directa, incluso punzante, pero no podría hacer nada. Me guardaría las
manos en los bolsillos y seguiría yo sola, sin mapa, haciendo como que sé a
dónde quiero llegar. Fingiendo como que voy a alguna parte. Intentando que la
trayectoria sea en línea recta, pero sólo caminando en círculos. Mis eternos
círculos concéntricos. Y es que no sé qué hay más allá y nadie quiere
decírmelo. Pero mientras voy girando y girando, me doy cuenta de algo: ya no
huyo. Me mantengo en pie con firmeza, soy capaz de hilar pasos tranquilos y ese
sosiego es el necesario para llegar a alguna parte. Al menos hasta la siguiente,
sea cual sea. El futuro es una promesa que no me preocupa, sólo quiero sentir
el tacto de las certezas. Quiero brindar en voz alta por mí dentro de dos días
y decir que he ganado, que me he ganado a mí misma. Y que ahora sí recuerdo lo
que son las risas a medianoche y los cafés a las cinco de la tarde y los besos
bajo el frío –y el calor– y no notar esa escarcha anidando en mi piel o ese
agujero en el centro del pecho que me devoraba implacable tras noches y noches
llenas de dolor y silencio. Sé que una vez viví a medias y que respondía que
estaba bien cuando sólo quería vomitar, que me iba a las tres de la mañana a
escribir en un cuaderno toda la tormenta que se conjuraba en mi cabeza y que me
obligaba a tragar como mi píldora diaria con los primeros rayos de sol, para
después preparar el café y sonreír. Olvidé por completo que aunque sea fuerte
sólo puedo con un apocalipsis a la vez. Y a mi alrededor había unos cinco. O
seis. Por eso cuando me miraba frente al espejo no me reconocía: no sabía por
dónde estaba más muerta, si por dentro o por fuera.
Así que cuando sobreviva a
noviembre me sentiré bien porque el frío ya no estará dentro de mí. Ahora ni el
más temible de los meses del calendario puede reducirme a la nada. No hay
fantasmas, no hay cicatrices. Mi piel se regenera y con ella todo lo que
protege. Así que dentro de dos días brindaré por mí y porque cuando yo digo te quiero, al contrario de quien usa palabras vacías, siempre es de verdad.
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