Si te vistes como una
guarra, no esperes que te traten como a una princesa. Si te vistes
como una guarra, no esperes que te escriban cartas de amor. Si te
vistes como una guarra, no esperes a que te quiten la ropa en la
tercera cita. Si te vistes como una guarra, no esperes que nadie se
enamore de quién eres porque, querida, si te vistes como una guarra
sólo vales la tela que te falta.
Las mujeres somos
expertas en vigilarnos las unas a las otras para que no nos salgamos
de la norma y por eso hacemos nuestros los mismos estigmas que nos colocan los hombres, las
mismas etiquetas que ellos nos cuelgan y que nos dividen en buenas y
malas, en decentes... y luego estamos las guarras, las putas, las zorras
(porque las malas mujeres somos así de contundentes). Las mujeres
que no nos medimos por los mismos raseros que las demás ni nos
preguntamos en todo momento cómo nos verán los hombres, las que
sabemos ya de entrada que somos mucho más que una etiqueta y que si
te van a llamar puta -tienes un coño entre las piernas, lo harán de
todas formas- que al menos puedas hacer lo que te venga en gana.
Yo soy de esas, yo soy de
las putas porque me dijeron que si me comportaba como un sujeto
activo y deseante en lugar de como un maniquí que sólo puede
aspirar a que lo deseen en la lejanía me iban a incorporar a ese
grupo. Tal vez sea más feliz de esta manera que siendo una recatada
que se limita a esperar, no lo sé. Nunca entendí qué había de romántico en la idea de desperdiciar las oportunidades que se te presentan porque se supone que no puedes coger las riendas de tu vida. En realidad las princesas me
aburrieron hace mucho, más o menos en el mismo momento en el que
descubrí que los príncipes eran igualmente una invención.
Los hombres me hacen
bostezar en ocasiones. Me abruma de tedio el hecho de que puedan
pensar que pueden instrumentalizarme a través de mi deseo y
reducirme a un simple cuerpo. Mi deseo es sólo mío, nace de mí
como lo hacen mis letras, mi ternura y mis observaciones ingeniosas.
Y siempre puedo decidir si lo comparto con alguien o no: mi deseo me
hace libre. Mi deseo es amplio, variado y diverso. Por eso hay
hombres que tienen miedo de mí y se esconden o se las dan de
sobrados y las mujeres bajan la voz cuando entro en escena y me miran
con desagrado. No me malinterpretéis cuando me inspiráis el vacío,
la nada: nunca supe tratar con las personas que están llenas de
prejuicios.
A veces sólo necesito un
cuerpo caliente junto al mío por unas horas, me hace olvidar que
algún día no sentiré una respiración junto a la mía nunca más.
Pero no me vale cualquier persona al contrario de lo que se suele
creer, del imaginario colectivo que les hace pensar que me bajaría
las bragas delante de una persona que no me inspirase o que crean que
cualquiera me inspira. Realmente es difícil encontrar al candidato
apropiado. Porque a veces es complicado dar a entender que soy tímida
y que tiemblo demasiado desde mis ojos castaños y necesito que
alguien los abrace sin reparos. Me gusta que el otro sepa quién soy,
cómo respiro, por eso me gusta conocer a las personas con las que me
acuesto. Follar es siempre un signo de confianza y no podría
simplemente acercarme a una sonrisa bonita y decir: venga, aquí
mismo. De igual manera también huyo de las personas que siento que
pueden convertir el sexo en una garantía de compra: que pueden
exigirme más placer en sacrificio del mío o un proyecto en común
por haber compartido un colchón. Las estelas de corazones rotos
están demasiado vistas en las series y películas de pésimo guión.
Si me visto como una
guarra lo que menos se esperan es que realmente querría besarlas a
ellas. Que mientras un hombre está esperando ante el grupo de amigas
para ver con cuál se lía, yo pasaría de él y las besaría con
dulzura, a sabiendas de que no hay nada tan suave en este mundo como
los labios de una chica. Quizá llamen a esto el colmo de la
depravación, pero cuántas veces he soñado con acariciar una
espalda femenina y perderme entre las dunas de un cabello tan
largo como el mío. Sería tan feliz paseando de la mano de una mujer
por las calles, creo que hay pocas experiencias que te llenen tanto
de adrenalina como eso porque es un grito de libertad a la vista de
todos: la quiero a ella y no me escondo.
Me gusta llevar escotes y
faldas cortas, pero por encima de todo me gusta la elegancia. Lo
explícito tiene su momento, pero lo que me vuelve loca es la
sensualidad inherente a los secretos de debajo de la ropa. Me atrae
ir descubriéndolos poco a poco, paladear cada milímetro de piel como
se merece. Es como una buena conversación o una taza de café
caliente en una mañana de invierno. Odio las prisas y los lugares
incómodos. Si la anarquía conlleva horizontalidad, confieso que soy
una enamorada del sexo anárquico.
Si me visto como una puta
habrá quien piense que no soy exigente, cuando es justo todo lo
contrario. Qué complejo es decirle a alguien: ámame tal como soy,
ni se te ocurra enamorarte de mí, pero fóllame como si fuera lo
último que haces en la vida. Implica una confianza desmedida, una
aceptación sin prejuicios y la tranquilidad de que la pasión puede
caminar con plena libertad. Sin conocimiento del otro no tendría el
mismo sentido, sin saber dónde hacerle cosquillas para que sonría,
qué zona del cuello acariciar para ponerlo nervioso o cómo hacerlo
reír en un momento de timidez. Sí, la risa es importante porque
implica la máxima conexión con la mente del otro, sólo semejante a
la complicidad que subyace al orgasmo visualmente compartido. Quizá
es por eso que el sexo me gusta tanto: porque para mí implica
comunión y placer a partes iguales.
Si me visto como una
zorra -o como lo que pueda considerarse así por gente mentecata-,
por otro lado, imagino que hay cosas que digo de mí que realmente
son verdad. Supongo que si me visto como una guarra el mundo entiende
que no soy una delicada princesa, pero es que yo jamás fui
partidaria de la monarquía. Que si las cosas están claras y la
conversación ha sido intensa no tengo por qué esperar a la tercera
cita para aferrarme a otra piel. Que hay tantas cosas que querría
decir que para hacerlo no encuentro mejor manera que dar un beso. Que
me gustan los juegos y las miradas furtivas. Quedarme largos minutos
en los brazos de otra persona sintiendo su respiración. Beber hasta
que la botella se termine. Bailar con despreocupación. Me gusta ser
libre y amar cuando y como me da la gana. Y cuando hablo de amar, me
refiero a amar en su máxima expresión, sin connotaciones sexuales
necesariamente. Me gusta amar sin imposiciones, sin obligaciones y
sin tener que dar explicaciones a nadie.
Si me visto como una
guarra al parecer no puedo esperar muchas cosas de los demás. Aunque
lo cierto es que si vistiese de otro modo probablemente tampoco
pensarían nada distinto de mí. Mi ropa no es más que una excusa
para condenar mi libertad. Pero la cuestión de colgar etiquetas
conlleva una paradoja: cuantas más te ponen, más puedes
escandalizar haciendo lo que no se espera de ti. Cuanto más quieren
sujetarte, más te escapas. Y cuanto menos tienes que ver con las
normas de otros... es cuando disfrutas de los mejores amantes.
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