Ya no estabas para cuando
llegó el verano y las cervezas volvían a ser el refresco favorito en
las plazas de la ciudad. Suspendidas en los cuarenta grados a la sombra quedaban muchas preguntas que precisaban su respuesta, pero conté
con tu silencio una vez más. Cuando pienso en ti estás inmerso en
una nebulosa de palabras quedas, congeladas en el tiempo, sólo se
oye el sonido de tu respiración insomne deslizándose por el aire.
Lo único más perenne que tu silencio es esa obstinación de
mantenerme alejada. Yo te llamaba a altas horas de la noche, buscando
la excusa perfecta para colarme en tu casa. No sé si me dejabas
pasar porque sufrías un estado de delirios transitorios o porque
realmente te gustaba mi comportamiento kamikaze. Eso era cuando me
decías que era un error maravilloso. Cuando me decías que sí. Que
sí a todo, a lo que fuera. Que sí.
Me hubiese gustado que
cumplieses tu promesa de llevarme un día a cenar. Verte dubitativo
ante el menú, tus ojos saltando ávidos entre líneas y yo
devorándote con la mirada. Es cruel hacer planes que nunca se van a
cumplir. Y hacer esperar cartas que nunca llegan.
A veces me pregunto si
seguirás flotando en una vida frenética que intentas llenar con
esas cosas que te faltan mientras le cierras la puerta a todo lo
demás. Si habrás encontrado lo que buscas en algún punto entre San
Cosme y San Damián.
En alguna ocasión paso
por tu calle. Me gusta ver tu figura recortada en la ventana, las
luces apagadas por la tarde, encendidas por la noche. Esas veces que
no estás o en las que la sala de estar no te satisface. ¿Llegas a
verme? Intento que no te percates de mi presencia. Sólo paso por
allí por el placer de sentirte un instante cerca. Tener la certeza de que respiras.
¿Aún tienes demasiado
dolor, de ese que te guardas sólo para ti? Teníamos los ojos
quebrados por el mismo lado por aquel entonces, sólo que las heridas
en los tuyos eran mucho más profundas. Hubo una noche en que
conseguí que te rieras. Que te rieras de verdad. Creo que te
sorprendiste tanto de ello como yo, y por eso me besaste. Fui feliz
al verte así, por un momento se disipó la bruma y pude verte sin
todas esas capas de tristeza en las que permanecías abrigado.
A pesar de que me dijiste
que no creciera nunca, crecí -aunque eso ya lo sabes-. Crecí y no
fui de esas personas enamoradas de sus aciertos, deseando beber de la
copa del éxito para después caminar levantando bien la cabeza por la
calle. Fui de esas otras que tuvieron el valor de volver la vista
atrás y abrazar con ternura sus propios errores. Y salir
fortalecida. ¿Te sientes así alguna vez?
Hice las paces contigo en
sueños. En ellos estabas irresistible. Parecías sacado de una
película de cine negro, con gabardina, sentado en un banco del
parque, las estrellas brillando sobre tu cabeza. Sentí esa
tranquilidad que nunca mostré en tu compañía. Y te vi sonreír,
tus ojos húmedos, los labios entreabiertos. No volví a soñar
contigo, pero esa imagen se me quedó grabada mucho tiempo.
Tal vez nos toque vagar
con extraños altibajos por esta vida, sentir que hay una dimensión
temporal especialmente diseñada para cada uno que nadie
más ve, el respiro de saber que al menos quedan noches en las que
refugiarse.
Quizá no estemos hechos
para grandes victorias porque nuestros fracasos siempre serán
doblemente amargos, pero mientras podamos continuar mirando de frente
puede que quede algo de paz. Y mientras haya paz, habrá un hueco
para nosotros en esta guerra.
Para nosotros, los que perdimos.
Aroma de tango
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