Moon, Pensilvania
Marzo 1919
Querida Johanna:
Te escribo esta carta
para que comprendas, una vez que te hayan estabilizado en el
hospital, los motivos por los que nos hemos visto obligados a
internarte. Necesito que sepas que separarnos de ti ha sido una
decisión difícil y una experiencia dolorosa. Quizá, si tu mente no
está muy confundida, recuerdes a varios de los doctores que llevan
visitándote durante meses sin que se haya producido ninguna mejoría
en ti. Papá y mamá han sufrido durante demasiado tiempo a la espera
de una respuesta que no ha llegado.
Ha sido horrible ver cómo
has ido empeorando progresivamente. Al principio simplemente había
períodos en los que estabas ida, como en otra parte, pero poco a
poco se fue complicando tu estado. Ya sabes que nuestra localidad no
es muy grande y que los vecinos tienden a hablar demasiado. Cuando
tuviste la primera crisis estabas en el jardín delantero de nuestra
casa. Empezaste a proferir unos alaridos que pusieron a mamá los
pelos de punta, que estaba en ese momento tomando el té con su amiga Louise. Te llevó dentro rápidamente y una vez en el salón
empezaste a lanzar los vasos y piezas de decoración que encontraste
contra la pared. Te tuve que acostar personalmente para que te
tranquilizases. A los pocos días empezó a extenderse el rumor de que algo no andaba muy bien contigo.
Tuviste un par de crisis
más, pero por suerte ambas fueron en tu habitación y no tardamos
mucho en calmarte. Sin embargo la cuarta vez fue en la iglesia, aquel
día que estrenabas tu vestido de seda azul. Papá te regaló ese
vestido en tu último cumpleaños, ¿te acuerdas? El caso es que en
la iglesia te pusiste muy mal y eso hizo que la gente se volviese a alarmar contigo. El padre Richard habló varias veces con mamá a raíz del
incidente, porque te pusiste a gritar blasfemias muy fuertes y temía
que se hubiese metido un demonio en tu interior. Pero como sabes papá
es un hombre de ciencia y prohibió al padre Richard que volviese a
insinuar que tal vez debías de recibir un exorcismo. Por desgracia,
el tiempo pasaba y tus crisis se volvían más frecuentes.
El doctor Wright no
encontró explicación a lo que te pasaba, murmuró que tal vez se
trataba de epilepsia, pero no estaba muy convencido. Dijo que en sus
veinte años de profesión no había visto nada igual. A las dos
semanas hizo venir a un colega suyo desde Altoona. Cuando nos visitó
estabas como sueles estar siempre, más tímida de lo normal, pero
siendo completamente tú. El colega del doctor Wright nos prometió
que hablaría con varios doctores a la espera de que alguno
encontrase el tratamiento para tus crisis y su causa. Los doctores
desfilaban por casa, pero muchos salían por la puerta perplejos y,
como empeorabas cada vez más, hace dos meses tuvimos que encerrarte
en tu habitación. Tus ataques eran más frecuentes y en cierta
ocasión casi lastimas al hijo pequeño de los Carlson. Ibas a
atacarlo con unas tijeras. Fue muy triste.
Un día mamá metió en
casa al padre Richard a escondidas de papá porque estaba convencida
de que la ciencia no tenía todas las respuestas. Cuando fue a verte
a tu habitación tenías las manos manchadas de sangre. Se había
colado un parajillo por tu ventana y tú lo habías destrozado entre
las manos. Mamá se puso a llorar y el padre Richard estuvo media
hora contigo hablando y limpiándote la sangre y los restos. Entonces
ocurrió. Tuviste otro ataque y el padre Richard pidió que le
ayudásemos a atarte a la cama. Empezaste a gritar y a
convulsionarte, echabas espuma por la boca y tenías los ojos en
blanco. De pronto te relajaste del todo y abriste los ojos, estuviste
hablando con normalidad durante cinco minutos y entonces intentaste
morder al padre Richard. Él empezó a hacer un exorcismo, pero no
pareció tener ningún efecto en ti a parte de enfadarte mucho. El
padre Richard comentó con mamá que tal vez había que pedir ayuda
al Vaticano para llamar a un exorcista más experimentado. Papá
entró en ese momento en casa y se enfureció de tal modo que echó
al padre Richard de malos modos y a mamá le dijo que era tonta por
hacer esas tonterías y jugar con tu salud.
La situación era muy
tensa, Johanna. Una noche te escapaste por la ventana y estuvimos
tres días buscándote. Cuando te encontramos estabas desnutrida y
medio desnuda. Volvimos a meterte en tu cuarto y tapamos la ventana
de tu habitación. Una semana después apareciste en mi cuarto, de
madrugada, y me desperté con tus manos aferradas a mi cuello. Pude
gritar a tiempo y papá vino corriendo a mi habitación. Entonces
decidimos que no era seguro que siguieras con nosotros y llamamos al
hospital Saint Matthew para internarte. Al menos así, mientras
encontramos a un buen doctor que te diagnostique, estarás a salvo.
Esta mañana cuando te
dejamos en el hospital no dejaste de llorar en ningún momento.
Chillabas como si te estuvieran recorriendo varias ratas por el
cuerpo. Tuvieron que sujetarte entre cinco personas hasta llevarte a
una habitación acolchada. Nos despedimos de ti con dolor, pero
también con esperanza. En el hospital estarás mejor. Las monjas te
visitarán dos veces a la semana y cuidarán de tu alma. Ojalá
puedas volver pronto a casa. Mientras tanto no olvides que te
queremos mucho y que estamos deseando tenerte de vuelta con nosotros.
Rezaré por ti, hermanita.
Claire.
Mi felicitación. Sigue escribiendo.
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