9.7.14

Hospital Saint Matthew I. El ingreso.


Moon, Pensilvania
Marzo 1919

Querida Johanna:

Te escribo esta carta para que comprendas, una vez que te hayan estabilizado en el hospital, los motivos por los que nos hemos visto obligados a internarte. Necesito que sepas que separarnos de ti ha sido una decisión difícil y una experiencia dolorosa. Quizá, si tu mente no está muy confundida, recuerdes a varios de los doctores que llevan visitándote durante meses sin que se haya producido ninguna mejoría en ti. Papá y mamá han sufrido durante demasiado tiempo a la espera de una respuesta que no ha llegado.

Ha sido horrible ver cómo has ido empeorando progresivamente. Al principio simplemente había períodos en los que estabas ida, como en otra parte, pero poco a poco se fue complicando tu estado. Ya sabes que nuestra localidad no es muy grande y que los vecinos tienden a hablar demasiado. Cuando tuviste la primera crisis estabas en el jardín delantero de nuestra casa. Empezaste a proferir unos alaridos que pusieron a mamá los pelos de punta, que estaba en ese momento tomando el té con su amiga Louise. Te llevó dentro rápidamente y una vez en el salón empezaste a lanzar los vasos y piezas de decoración que encontraste contra la pared. Te tuve que acostar personalmente para que te tranquilizases. A los pocos días empezó a extenderse el rumor de que algo no andaba muy bien contigo.

Tuviste un par de crisis más, pero por suerte ambas fueron en tu habitación y no tardamos mucho en calmarte. Sin embargo la cuarta vez fue en la iglesia, aquel día que estrenabas tu vestido de seda azul. Papá te regaló ese vestido en tu último cumpleaños, ¿te acuerdas? El caso es que en la iglesia te pusiste muy mal y eso hizo que la gente se volviese a alarmar contigo. El padre Richard habló varias veces con mamá a raíz del incidente, porque te pusiste a gritar blasfemias muy fuertes y temía que se hubiese metido un demonio en tu interior. Pero como sabes papá es un hombre de ciencia y prohibió al padre Richard que volviese a insinuar que tal vez debías de recibir un exorcismo. Por desgracia, el tiempo pasaba y tus crisis se volvían más frecuentes.

El doctor Wright no encontró explicación a lo que te pasaba, murmuró que tal vez se trataba de epilepsia, pero no estaba muy convencido. Dijo que en sus veinte años de profesión no había visto nada igual. A las dos semanas hizo venir a un colega suyo desde Altoona. Cuando nos visitó estabas como sueles estar siempre, más tímida de lo normal, pero siendo completamente tú. El colega del doctor Wright nos prometió que hablaría con varios doctores a la espera de que alguno encontrase el tratamiento para tus crisis y su causa. Los doctores desfilaban por casa, pero muchos salían por la puerta perplejos y, como empeorabas cada vez más, hace dos meses tuvimos que encerrarte en tu habitación. Tus ataques eran más frecuentes y en cierta ocasión casi lastimas al hijo pequeño de los Carlson. Ibas a atacarlo con unas tijeras. Fue muy triste.

Un día mamá metió en casa al padre Richard a escondidas de papá porque estaba convencida de que la ciencia no tenía todas las respuestas. Cuando fue a verte a tu habitación tenías las manos manchadas de sangre. Se había colado un parajillo por tu ventana y tú lo habías destrozado entre las manos. Mamá se puso a llorar y el padre Richard estuvo media hora contigo hablando y limpiándote la sangre y los restos. Entonces ocurrió. Tuviste otro ataque y el padre Richard pidió que le ayudásemos a atarte a la cama. Empezaste a gritar y a convulsionarte, echabas espuma por la boca y tenías los ojos en blanco. De pronto te relajaste del todo y abriste los ojos, estuviste hablando con normalidad durante cinco minutos y entonces intentaste morder al padre Richard. Él empezó a hacer un exorcismo, pero no pareció tener ningún efecto en ti a parte de enfadarte mucho. El padre Richard comentó con mamá que tal vez había que pedir ayuda al Vaticano para llamar a un exorcista más experimentado. Papá entró en ese momento en casa y se enfureció de tal modo que echó al padre Richard de malos modos y a mamá le dijo que era tonta por hacer esas tonterías y jugar con tu salud.

La situación era muy tensa, Johanna. Una noche te escapaste por la ventana y estuvimos tres días buscándote. Cuando te encontramos estabas desnutrida y medio desnuda. Volvimos a meterte en tu cuarto y tapamos la ventana de tu habitación. Una semana después apareciste en mi cuarto, de madrugada, y me desperté con tus manos aferradas a mi cuello. Pude gritar a tiempo y papá vino corriendo a mi habitación. Entonces decidimos que no era seguro que siguieras con nosotros y llamamos al hospital Saint Matthew para internarte. Al menos así, mientras encontramos a un buen doctor que te diagnostique, estarás a salvo.

Esta mañana cuando te dejamos en el hospital no dejaste de llorar en ningún momento. Chillabas como si te estuvieran recorriendo varias ratas por el cuerpo. Tuvieron que sujetarte entre cinco personas hasta llevarte a una habitación acolchada. Nos despedimos de ti con dolor, pero también con esperanza. En el hospital estarás mejor. Las monjas te visitarán dos veces a la semana y cuidarán de tu alma. Ojalá puedas volver pronto a casa. Mientras tanto no olvides que te queremos mucho y que estamos deseando tenerte de vuelta con nosotros. Rezaré por ti, hermanita.

Claire.


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