Because the night belongs to lovers.
Because the night belongs to lust.
Because the night belongs to lovers.
Because the night belongs to us.
Because the night belongs to lust.
Because the night belongs to lovers.
Because the night belongs to us.
Vine a decirte que ya no está, se lo han llevado.
Se lo han llevado junto a
todos los sueños que una vez tuve... contigo.
O acerca de ti, pues
nunca los compartiste.
Vine a decirte que pasé
por la puerta del bar donde nos escondíamos en inviernos más duros
que éste y, si bien me entró cierta nostalgia debido a su inmediata
aniquilación, me pareció natural que desapareciese. Nosotros nos
habíamos extinguido... ¿por qué no él?
Sin embargo, lo que más
me entristeció fue el hecho de no notar ese ácido corroyéndome el
corazón que tanto me había dolido en meses anteriores. Pasé junto
a ese lugar que nos había dado refugio las suficientes noches como
para que me salpicases el alma con tu melancolía de lobo herido, a
sabiendas de que ya tan sólo eras una cicatriz, y por tanto ya no me
sangrabas, ya no me hería el olvido al que me habías relegado.
Me hubiera gustado
arrodillarme de dolor delante de aquella puerta que nos vio salir
entrelazados -o deseando caminar entrelazados- en más de una
ocasión, como si el hecho de que cerrasen aquel maldito bar
significase que estaban sepultando una parte de mí. O peor, una
parte de ti. Eso sí que podría haberme destrozado. La desaparición
de los maravillosos recuerdos que guardaba de ti. De ti, de aquel tú
confuso y perdido al que amaba con pasión desenfrenada. Pero no lo
hice. Pasé de largo como si nada, como si estuviesen enterrando el
corazón de otra y yo fuese una mera espectadora más.
Entonces recordé todas
esas cosas que nunca te dije. Y que también era culpa tuya no
saberlas al no haberme dado el tiempo suficiente para decírtelas ya
que, al fin y al cabo, no las querías oír -chico listo-. Y ya que
huías de mí, siempre pensé que al menos deberías de haber tenido
el valor de llegar hasta el final, de saber a qué tipo de alma
inquieta y atormentada te enfrentabas. Sin embargo, nunca me diste esa
oportunidad.
De modo que volví de
madrugada delante de aquel bar de los demonios, cuando los albañiles
se habían marchado, y le conté a aquella puerta de madera, que aún
perduraba solitaria, todas esas cosas que nunca te dije, como si se las
estuviera diciendo a tu cadáver sepultado.
Me pregunté qué sería
de ti, si yo era la misma mujer desesperada que conociste -aunque
ahora lo disimulaba mejor-. Y dije que jamás había besado a alguien
con tantísima desesperación, con tantísima ansia como a ti. Que
nunca nadie me había destrozado una chaqueta de cuero -aunque fuese
de imitación- a base de estamparme repetidamente contra las paredes
de la calle a cada dos pasos buscando con furia mis labios. Que nunca
había llenado las aceras de tanta pasión como la que te demostré
aquella noche. Que jamás el frío volvió después a ser mi aliado.
Que la palabra amante nunca tuvo tanto significado. Pero, sobre todo,
que jamás me ha vuelto a pertenecer la noche como cuando me
estrechabas entre tus brazos y me susurrabas, mirándome a los ojos
del alma, que me harías el amor toda la noche.
Me ha encantado, señorita
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